Capítulo 4: Confesiones y secretos.
CAPÍTULO 4
CONFESIONES Y SECRETOS
—¿De qué quieres hablar? —le dije. Ahora fui yo la que clavó la mirada al piso y me dediqué a juguetear con mis dedos y las cintas de mi mochila.
—¿Es en serio? —Preguntó con la incredulidad tan marcada en su voz que flotó en el aire —No quiero ser sarcástico ni grosero contigo pero ¿No hay nada de lo que creas que debemos hablar? —su voz era grave logrando que esas palabras sonaran bruscas.
—¿Cómo qué? —levanté la mirada.
—De esto…—hizo una seña al espacio entre nosotros y luego dudó un momento.
—Ah…—murmuré y asentí con lentitud. Ambos nos quedamos callados un momento, sólo mirándonos los rostros en perfecto silencio, pero por dentro era un total caos…por lo menos para mí.
—¿Como…como empiezo esto…? —murmuró más para sí pasándose una mano por los cabellos y llevándolos para atrás.
—Por el comienzo… —Lo interrumpí en sus pensamientos —Siempre es bueno comenzar por ahí —le aseguré y logré que me sonriera débilmente.
—Bueno. Entonces ese sería el día del incendio —seguía más hablando para sí mismo, pero regresó la mirada de donde la tenía perdida y me la dedicó a mí. —Ese día me enojé contigo por llamarme Carlo… ¿Recuerdas?
Como olvidarlo, el día en que tenía tantas ganas de llorar por cómo me gritó, por cómo me miró, por alejarse de mí y todo eso siendo un desconocido.
Sólo asentí en lugar de decirle todo aquello.
—Bueno…—asintió —más tarde me preguntaste por la razón y no te la di…La razón es bien simple, pero bien complicada al mismo tiempo…—se detuvo un momento corto —…es que respondí al nombre, es eso, cuando me llamaste por ese nombre, reaccione más a prisa que si me hubieras llamado Louis.
—Oh Louis, eso no es malo…sólo te confundiste, el edificio se estaba quemando, fue por eso —traté de calmarlo, me acerqué más a él y le puse una mano en el hombro.
—No…—se negó y me miró —eso fue lo que yo te dije y es mentira… hay algo más…—Louis estaba muy nervioso, como si fuera a contarme su secreto mayor.
—No, Louis, no tienes que decir nada si no quieres, no…
—No, —me detuvo —quiero hacerlo, siento que no hay nadie más indicado para escucharme. Por favor escucha.
Entonces me quedé callada.
—Cuando tenía cuatro años yo no respondía a mí nombre. Les decía a todos que mi nombre real era Carlo. Mi madre no sabía de donde lo había sacado, ella me contó que hacía un gran berrinche si no me llamaban así. Claro que yo no recuerdo nada de eso —me aclaró —Mis padres estaban tan preocupados porque yo estaba muy empeñado con eso. Otros padres del colegio al que asistía les dijeron que era sólo una etapa, que duraría unas semanas o un mes a lo mucho, pero yo aún un año después continuaba igual.
—¿Y qué pasó? —Pregunté e inconscientemente le tomé la mano y la mantuve en la mía.
—Bueno. Cuando tenía seis tuve un accidente. Una caída. Estaba en un jardín de juegos y otro niño me empujó del tobogán. Me caí por un costado y me desmayé. Cuando desperté, mí fijación con el nombre había desaparecido…pero algo nuevo apareció.
En ese momento lo interrumpí y lo abracé.
—Louis yo también tengo tanto que decirte…—le dije en su oído en voz baja. Había sido casi un impulso, uno muy poderoso, alimentado por la sensación de comprensión. Él me abrazó con toda su fuerza.
—Dímelo, dime lo que quieras Cris…
—Louis…—me aparté de él para verle el rostro —desde que tengo catorce años he tenido estos sueño, estos en donde yo no soy yo… —comencé a contarle sobre mis sueños, esto ni con mis padres me gustaba compartirlo, pero con Louis era tan distinto, como si él fuera parte de lo que me pasaba a mí —en esos sueños yo soy una niña, bueno, una chica pero es de complexión pequeña. Yo veo con sus ojos, vivo su vida. Pero ella ya está muerta.
—Está bien, está bien…—me calmó, ya que en mis ojos empezaban a hacer acto de presencia las lágrimas.
—Es tan raro, Louis…—me quejé.
—Yo también tengo problema con los sueños —me dijo, entonces lo miré con ojos brillantes de la emoción.
—¿En serio? —pregunté, sorprendida.
—Te dije en una ocasión que yo no soñaba nada, bueno eso es mentira —asintió para sí mismo —todas las noches tengo pesadillas…—me volvió a ver para asegurarse de que expresión puse, por supuesto que no puse una muy buena, no me gustaba escuchar que algo malo le pasara, ni siquiera en sueños.
—Louis…
—Bueno eso creo, creo que son pesadillas, nunca recuerdo que fue lo que soñé en realidad, pero despierto llorando casi todos los días.
Casi pude sentir como el corazón se me hacía pequeñito en mi interior al escuchar todo aquello. No quería que él sufriera de ninguna manera.
—¿Le has dicho a alguien sobre eso? —increpé con la mano hecha un puño en el corazón.
—No… bueno mi madre se enteró un par de veces, pero es que pasa tan seguido que no le digo. No quiero que se preocupe…
—Has hecho bien, has hecho bien… ¿Sabes? Si las personas te ven llorando sin razón, inmediatamente sacan conclusiones de que no estás bien, que algo anda mal contigo. Te envían con un hombrecito raro que te pregunta por tus sentimientos…
No es que el Dr. Landis fuera raro, no lo era, era una muy buena persona y siempre me sentía mejor luego de conversar con él, lo único malo era que si ibas por allí diciendo que veías a un psiquiatra dos veces por semana te tachan de loco.
Louis soltó una risita por lo bajo, misma que borró en el instante en que su mirada se volvió a encontrar con la mía, que estaba completamente seria, sin asomo de gracia.
—¿Por qué…por qué…? —Meneó la cabeza a un lado y entrecerró los ojos.
—¿Por qué me envían con un psiquiatra? —le arrebaté la pregunta —porque no puedes estar triste si razón, Louis. Las personas piensan que eres depresivo, que quieres hacerte daño, aún si nunca lo has intentado…
—¿Estas triste ahora? —me preguntó y parecía realmente preocupado. Tenía el ceño fruncido y sus bellos labios rosa pálido eran una mueca extraña.
—No, ya no, ese sentimiento desapareció hace un tiempo, exactamente cuando tú apareciste…
Y es que quizá él no sabía que para mí era como un rayo de luz dorada que de pronto apareció y se encargó de desaparecer de mi cuadro de vida esa gruesa niebla que no me dejaba respirar con tranquilidad, que me hacía llorar y preguntarme que pecado estaría pagando.
—Eso siento yo también, —dijo y súbitamente acortó la distancia. Me tomó el rostro con ambas manos mirándome directamente a los ojos —que soy feliz. Por primera vez en muchos años soy feliz. Nunca me había sentido igual, es como…es como si de pronto pudiera querer. Nunca pude querer a nadie realmente. Estaba empezando a cuestionarme a mí mismo porque…no me agradaba nadie, me creía defectuoso…y entonces llegue acá y allí estabas tú en el pasillo con esa cara de susto. Me llevaste contigo, luego para colmo sacaste eso de Carlo a relucir cuando yo trataba de olvidarlo. Pero fue bueno, eso fue bueno…—asintió.
—Claro que fue bueno Louis, hablar es bueno, es liberador…—le dije, pero me detuve cuando me di cuenta de que estaba hablando como el Dr. Landis. Por suerte aún no había dicho “¿Y cómo te sientes con eso?” Me detuve a pensar un momento y recordé que Louis antes de empezar a hablar de los sueños iba a decirme algo más.
—¿Louis que ibas a decirme antes?
—¿Sobre qué? —frunció el ceño.
—Lo que me ibas a decir. Lo que pasó cuando despertaste después de caerte de los juego cuando niño…
—Ah —reaccionó y parecía un poco renuente a quererme contar al respecto, pero antes de que se negara le puse la cara más atenta que pude, para darle a entender que realmente quería oírlo. —No sé cómo lo vayas a tomar, no sé si te asustara o algo…
—¿Es algo como para que me asuste? —quise saber.
—No. —Me aseguró de inmediato —Es…—parecía estar seleccionando la palabra correcta de entre una amplia gama de palabras —raro…—me miró para estudiar mi expresión, pero yo no la había cambiado, seguía con una de mucha atención.
—No importa que tan raro sea, quiero escuchar si me quieres contar.
—Claro que quiero. —Asintió —Cuando desperté luego de haber tenido esa caída…—Dijo después de una larga pausa en la que parecía haber buscado y rebuscado su recuerdo lejano —mis padres me llevaron a casa. Pasaron unas semanas, hasta que mi madre notó algo raro en mí. Los profesores en la escuela le dijeron a mi madre que yo escribía cosas raras en mis cuadernos, bueno en realidad no eran cosas raras sino que en italiano —Me miró de soslayo, como preguntándose qué expresión había puesto. Pero yo no había cambiado mi semblante, de todos modos lo que me contaba no era tan raro. Me había ocurrido lo mismo con el inglés.
—Primero pensaron que eso no era posible, pero me preguntaron un montón de cosas que tenía que ser verdad que entendía el italiano —continuó él —Entonces pensaron que probablemente pude aprenderlo mientras estaba en España de alguno de mis compañeros italianos, pero eso tampoco era posible. Me hicieron en aquel momento un examen de coeficiente intelectual, pero resultó que soy un chico normal, ligeramente por arriba del promedio…
Liberé el aire con brusquedad de mis pulmones, con algo parecido a una risa.
—Yo también estoy apenas por arriba del promedio, Louis…—me abalancé a abrazarlo y me reí con verdadera gracia cerca de su oído, con verdadera gracia, porque no podía creer que todos los padres actuaran igual en cualquier parte del mundo. Los míos habían hecho exactamente lo mismo cuando descubrieron que sabía hablar inglés y que nadie me enseñó nunca.
—¿Quieres decir que…? —me apartó para poder verme el rostro, pero me mantuvo cerca. Sus ojos eran brillantes por un par de lágrimas en los bordes de sus pestañas cafés.
—Sí, Louis…—Dije, yo sentía que también quería llorar, podía sentir mi voz quebrada —sé hablar inglés y nunca nadie me enseñó. Mis padres lo descubrieron cuando yo era pequeña —intenté explicarle pero las palabras salían tan aprisa, una detrás de la otra que no sabía si me estaba entendiendo aunque sea algo.
Louis inmediatamente me atrajo hacia sí, y me envolvió con sus brazos, apretándome contra su pecho, en donde me susurró algo al oído, pero era algo que apenas podía comprender.
—¿Qué, qué es eso? —pregunté, secándome una lagrima solitaria de emoción que seguramente pronto seria acompañada.
—Es italiano—me explicó —Te dije “Contigo ya no me siento solo”— y yo sonreí complacida al saberlo.
Conversamos una hora más, una hora en la que me dejó acostarme en el pasto con él, me sujetó en sus brazos y calmó mi llanto cuando este volvía, le hizo coro a mis risas y me demostró amor. Para mí en ese momento podía pasar cualquier cosa y yo me sentía muy fuerte como para afrontarlo.
Después nos fuimos del parque, tomamos un autobús y dirigimos al centro de la cuidad, allí entramos a la matiné del cine, más tarde, cuando sentimos hambre, fuimos a un restaurante y por fin cunando dieron las dos de la tarde me llevó a casa. Me despedí de él con un beso, y lo miré mientras se iba, por suerte mi madre no vio nada.
Crucé el umbral de la puerta toda encandilada, recordando cada momento con Louis, había hecho tantas cosas comunes y corrientes como ir al cine y pasearme por la cuidad, cosas que usualmente encontraba estúpidas, pero hoy no, porque las había hecho con él.
—Cris…—escuché la voz de mi madre desde la cocina.
—¿Sí? —contesté y me encaminé a donde ella.
—¿Qué haces aquí? —preguntó cuándo me vio.
—Son apenas las dos cuarenta y cinco —miré mi teléfono celular —Acabo de llegar de la escuela —agregué.
—Exacto, deberías estar en la consulta del Dr. Landis —dijo y hasta ese momento recordé que era cierto. Después de la escuela iba a verlo dos veces por semana.
—Ah…—eché la cabeza hacia atrás. —Lo siento mamá, lo olvidé —me disculpé.
—¿Lo olvidaste? —Evidentemente se molestó —Ve a tu habitación cámbiate el uniforme y te vas inmediatamente —me ordenó.
Salí lo más rápido que pude de su vista, porque por alguna razón lo único que iba a salir de mi boca si me quedaba más tiempo eran risas. Estaba muy feliz como para molestarme con mi madre por un regaño que de todos modos me merecía. Hice lo que me dijo, tomé ropa de mi armario, me puse una blusa de tirantes de color blanco, arriba una camisa y un short de mezclilla estéticamente rasgado. Cuando terminé de ponerme los zapatos salí de allí.
Llegué como media hora tarde al consultorio del Dr. Landis. Fui con la recepcionista y le dije que ya estaba allí. Me senté un minuto y en otro más me llamaron, entonces pasé.
—¡Mírate nada más! —exclamó el Dr. Landis, extendiendo los brazos apenas entré.
—Buenas tardes —lo saludé con una pequeña sonrisa notando que había dicho exactamente lo que dicen los tíos y tías que te ven luego de mucho tiempo.
—Cristina…—me dijo — ¿Quién eres tú y que has hecho con la otra niña?
—No sé de qué habla —sonreí mientras acomodaba un mechón suelto de mi cabello detrás de la oreja.
—De ese brillo en los ojos, eras mejillas coloradas…—me explicó y en ese momento si enrojecí.
—No es nada…—dije y me encogí de hombros restándole importancia.
Pero el doctor Landis era muy bueno para hacerme hablar, en menos de cinco minutos me cambió el curso de la conversación e hizo que terminara hablando de la causa de mi súbito buen humor, entonces me encontré contándole todo sobre Louis, diciéndole lo bello que me parecía, lo atento y lo mucho que ya lo quería.
—Oh pequeña Cristina, es muy bueno que salgas con alguien…—empezó.
Apuesto que no le dice eso mismo a sus hijas de 15 y 16 años. Pensé.
—Pero…—continuó, ahora con voz profesional —no quiero que te apegues tanto a él…es decir…—se interrumpió al ver mi cara de molestia —…no quiero que te lastimen, no creo que tú o tus padres puedan soportar más…
—¿Más? —pregunté en un susurro, desconcertada.
—Bueno, es decir, no quise decir eso, es sólo que… —se revolvió incomodo en su asiento.
—Pues ya lo dijo, ahora continúe —le dije al doctor Landis, indignada —Dígame que quiere decir con más ¿Más qué?
Me hizo una señal tranquilizadora con la mano.
—Hablé con tus padres. Ellos están preocupados por ti, dicen que algunas veces estas triste, otras feliz o distante…—mientras hablaba me miraba directamente a los ojos con verdadera preocupación.
Y entonces me di cuenta, todas esas veces que creía mantener mis verdaderos sentimientos bien ocultos, resulta que ellos estaban enterados de la verdad. De mi sufrimiento sin razón. Pensaba que ya no estaban preocupados.
—¡Eso no es verdad! —me enfurecí.
Eso no era verdad. Bueno, no del todo, yo ya no estaba triste, la tristeza sólo volvía cuando Louis no estaba conmigo, cuando eso pasaba no podía evitar la contemplación de la ventana, y en ese momento recordaba aquellos coloridos sueños. Era por eso que parecía distante, pero Louis ya no me dejaría, no es que lo hubiera dicho, pero eso sentía, de tal modo nunca estaría triste otra vez.
—Mira Cristina…—dijo ahora empelando esa voz tranquilizadora —sólo estoy sugiriendo que no te encariñes demasiado rápido del muchacho, es que eres tan…
—¿Tan qué? —me enfadé— ¿Frágil? ¿Tonta? ¿Susceptible?
¿Cómo podía decir que Louis me haría alguna clase de daño? ¿Cómo podía?
—No Cristina, no quiero decir que tú seas…
—Nada de eso Dr. Landis, ya no me siento así, nunca más, ahora estoy bien ¿Sabe? Carlo está conmigo y nunca me haría daño, yo lo sé…—pero me detuve en medio de lo que decía porque el hombre comenzó a mirarme como si yo fuera de pronto el sombrerero loco en una situación completamente normal.
—Cristina…—me miró como quien mira un cuadro abstracto intentando encontrar un rostro —me acabas de decir que el muchacho se llama Louis…
Y en ese momento me percate mi error ¡Lo había hecho otra vez! ¿Por qué lo hacía? ¿Qué tenía que ver Louis con el chico de mis sueños llamado así? ¿Era tan idiota como para confundirlos a ambos? ¡Ellos dos eran físicamente tan distintos!
—Sí…—susurré, medio perdida en mis pensamientos —Su nombre es Louis…Así se llama…—y me puse de pie en dirección a la puerta, pero el hombre me tomó de la mano y me detuvo.
—Cristina —me dijo —hay una regla en este lugar y tú la sabes bien. Nadie se va molesto de aquí. —Mientras decía todo aquello me dio ganas de empujarlo, apartarlo, pero era más que obvio que mi fuerza no era suficiente para eso, entonces me limité a arrebatarle mi brazo e irme de allí, él intentó retenerme pero al final me dejó ir.
Afuera estaba aún el sol, pero ya no en la cima del cielo. Ya comenzaba bañar de sombra las banquetas, aproveché eso y caminé por allí con paso rápido y constante, con la mirada clavada en mis zapatos, sin ninguna intención de tomar el bus. Mientras caminaba en dirección a casa, mi molestia y enojo se fueron disipando poco a poco y después de un rato más ya no estaba molesta sólo un poco confundida. Comencé a preguntarme porque me había molestado allá con el doctor Landis en primer lugar ¿Por qué me dijo que no me enamorara de Louis? Si ese era el caso ya era demasiado tarde, era horrorosamente tarde. De pronto salté sorprendida por el ruido de la bocina de un auto. Miré a mi lado y me di cuenta de que se trataba del auto de mi madre.
— ¡Sube! —me ordenó inclinando el cuerpo desde su asiento. El doctor Landis debía haberla llamado.
Negué enérgicamente con la cabeza.
—¡Sube, niña! —insistió y se acercó a la ventanilla del copiloto hasta casi asomarse.
—No quiero, mamá —seguí negando con el ceño fruncido.
Entonces comenzó a mirarme con esa mirada especial suya, esa que si lograba sacarle quería decir que tendría serios problemas. Con un respingo me acerqué a tomar la manija y abrir la puerta del carro, pero no quise subir al asiento de copiloto, subí al asiento trasero, no quería esa mirada clavada en mí.
Una vez estuve acomodada en mi lugar el auto comenzó a andar.
Sólo anduvimos unas cuantas calles, luego tomamos un camino que llevaba a casa, pero antes de llegar se estacionó en una calle que normalmente estaba desierta y me dedicó toda su atención.
—Ya estoy harta…—empezó y me miró como si yo acabara de hacer algo realmente malo, una mirada con la que no me había visto desde los diez años cuando me ofrecí para recitar una poesía frente a toda la escuela y al final no me la aprendí a tiempo.
Me encogí en mi lugar.
—No le pago a ese hombre para que tú vayas a perder tu tiempo. Si no le dices nada de lo que te pasa, ¿Cómo piensas que te ayudara a superar tu depresión? ¡Y por el amor de Dios! ¿En qué te hemos fallado tu padre y yo para que estés triste? Te damos todo lo que quieres, tanto físico como sentimental, te amamos más que a nosotros mismos…
Yo seguía callada, todo eso ya lo sabía, pero el hecho de que me lo estuviera diciendo a gritos mi propia madre me hacía sentir como un gusano bajo la suela de un zapato.
—Habla por favor Cris… —casi me imploró.
Entonces levanté la vista, en mi mente no había nada acomodado para decir, me sentía como quien pasa a dar un discurso pero sin sus tarjetas.
—¿Qué quieres que te diga? —levanté la mirada y me atreví a mirarla. Todo lo que iba a decir era sobre la marcha —¿Qué estoy triste y no sé por qué? ¿Qué de pronto apareció este chico que me quitó ese sentimiento tan pronto como llegó? Mamá no sé qué me pasa, si lo supiera te lo diría, y ya he intentado decírtelo una vez, sin embargo no me prestaste atención, no me creíste…
—¿De que estas hablando? —ya no sonaba molesta, simplemente preocupada, pero lo ignoré.
—Tenía catorce años, y esos sueños empezaron, te dije que la niña de mis sueños era yo en una vida pasada y ¿qué hiciste? me enviaste con un psiquiatra…—en aquel momento me sentía como poseída por una gran molestia y confusión, de hecho todo aquello apenas lo recordaba y ahora venían a mi esos recuerdos como balas plateadas, un flashazo tras otro…
Y los recuerdos se volvieron a ir como un remolino cuando quitas el tapón del lavabo al ver el rostro de mi madre, mirándome como si fuera una completa loca.
—¿De que estas hablando…? —sus ojos abiertos desmesuradamente.
—Nada…—dije, meneando la cabeza y dándome cuanta que había ocurrido exactamente lo mismo que aquella vez. Esa mirada de reprobación terrible, esa que me obligaba a querer desaparecer los últimos segundos, arrancar mis palabras del tiempo fluctuante a mí alrededor. Quería morderme la lengua hasta lograr que sangrara y desmayarme por haber dicho aquello. Era algo que me había prometido no volver a mencionar, hasta el punto de reprimirlo como algo que nunca había dicho o sentido.
—¿Cómo que nada, y lo que acabas de decir?
—Es una broma mamá, lo leí en internet, se llama “Como volver locos a tus padres”. Otra de las alternativas es decir que estas en las drogas pero esta me pareció más original…
Me estrellé contra mi asiento cuando ella arrancó de improvisto. Como estábamos tan cerca de casa llegamos en un instante, se bajó del carro sin mirarme y entró a la casa. No estaba segura de sí me creyó o no, pero si así era soportaría el castigo a gusto, cualquier cosa a volver a verla con esa mirada, nunca le volvería a decir eso, por muy cierto que yo lo sintiera.
Cuando entré a la casa mi padre me esperaba en la entrada.
—¿Que le hiciste a tu madre? —tenía los fornidos brazos cruzados sobre el pecho. Noté que se había puesto de pie de improviso de donde se encontraba comiendo, porque aún tenía comida a un lado de la boca. Cualquiera que lo viera diría que era un hombre muy estricto pero no, nunca recordaba que me hubiese puesto una mano encima. Pero si era bueno inventando castigos, simples pero molestos.
—Le hice una broma, me hice la demente…—Le dije para que concordara más o menos con lo que ella le dijo o diría.
Me envió a mi habitación, castigada por supuesto, y allí me puse a pensar en lo ocurrido en el auto.
Pero no recordaba porque lo dije, sólo que estaba muy molesta. Había sido un arrebato. Al cabo de unas horas comenzó a darme sueño, por lo que decidí saltarme la cena e ir directamente a la cama, de todos modos no quería ver a mis padres.
Mi mente rápidamente fue llenada con imágenes y colores exóticos, como un lienzo que de pronto es empapado con pintura de todos colores…
Esta vez sabía más que de sobra que esto no era un sueño como los que normalmente inundan mi cabeza en las noches, esta vez era yo, y estaba en una feria, en una feria andante, como la que llega a la cuidad el día del niño o en navidad. Otra razón para saber que era un sueño en todas las de la ley, es que no recordaba haber llegado ahí. En alguna parte recordaba haber leído que en un sueño nunca recuerdas como llegaste al lugar, en este caso era exactamente eso…
Las luces de colores de los carruseles y la montaña rusa zumbando a toda velocidad sobre mi cabeza eran todo lo que veía. Mi nariz estaba siendo bombardeada por olores de pizza, tacos, frituras y toda clase de comida chatarra.
Comencé a andar derecho delante de mí y me di cuenta que soñar de esa manera era grandioso. Podía hacer todo lo que quería. Deseé poder tener un algodón de azúcar en mi mano y en un segundo ya estaba allí. Me lo comí mientras seguía mi camino. Segundos después quise estar en la sima de la montaña rusa pero sin hacer fila y segundos después ya estaba en la parte frontal de un carrito cayendo a toda velocidad. En mitad de la caída sentí un miedo terrible y ya estaba de vuelta en el piso.
No me mareé ni desorienté por lo que caminé sin problemas por un tramo más y mientras lo hacía vi en uno de los juegos una mata de cabello rizado e inmediatamente corrí hacia allí, pero me detuvo en mi andar una dulce voz detrás de mí.
—¡Hey Cristi! —sentí que tomaban mi brazo con una delicadeza inusitada.
Volteé y allí se encontraba mi amado Louis. Le sonreí, feliz de tenerlo también en mis sueños, olvidando por completo a donde me dirigía con anterioridad.
—Dijiste que iríamos a la casa de los espejos —me informó y asentí sin saber por qué. Entonces comenzó a guiarme, y allí delante de nosotros, a sólo pasos, comenzó a erguirse una enorme construcción de metal rojo con luces en el techo que señalaba con rótulos amarillos ´La casa de los espejos’
—¡Vamos, vamos! —exclamó y parecía el chico más feliz del mundo. Una amplia sonrisa se disfrutaba en su rostro. Me soltó la mano, adelantándose a la entrada de la dichosa casa, que estaba imponente delante de mí, tenebrosa y burlona.
Entonces entré y automáticamente cinco Cristinas se abrieron filas delante de mí. Tragué audiblemente, asustada por la repentina aparición de las observadoras.
—¡Cris! ¡Cris! —salió Louis de uno de los pasillos del laberinto de espejos, llamándome. A su alrededor habían tres más de él. —¡Por aquí! —me llamó, con gestos de la mano.
Me adentré en aquel lugar que súbitamente me producía un gran temor.
Mientras caminaba sentía la mirada de las otras Cristinas a mis lados y una más en frente, mirándome. Todas atentas a cada uno de mis movimientos. Louis de vez en cuando volvía para llamarme y volvía a desaparecer entre los espejos partiéndose a la mitad o doblándose sobre sí mismo.
Y de pronto llegué a un pequeño desnivel en el suelo, como un pequeño escenario de apenas unos centímetros de altura. Allí de pie, él, Louis, mirándome con esos ojos café oscuro, y con una sonrisa invitándome a llegar a su lado y sonreírle también. Abrió los brazos y yo ansiosa de tenerlo cerca, aunque sea en un sueño, fui con él, sin importarme cuantas Cristinas me estuvieran clavando la mirada.
Mientras él me rodeaba con sus largos y suaves brazos, yo hundí el rostro en su pecho aspirando su olor tan particular a cítricos. Luego de un momento se apartó para tomar mi rostro en sus manos. Me observó un segundo, maravillado y después me besó.
Lo besé intensamente hasta que mi sed de él fue calmada. Pero al retirar mi boca de la suya y abrir los ojos, di un salto de sorpresa. El chico al que creí estar besando era uno muy distinto. El cabello café oscuro había sido sustituido por un largo cabello rizado de color castaño claro, casi rubio, por un rostro de papel y unos ojos de un verde avellana.
Este chico pareció no notar mí sobresalto y se volvió a inclinar sobre mí para besarme de nuevo. Lo hizo al principio de forma delicada pero luego con ferocidad, y aunque yo sabía que ya no era Louis no hice nada para evitarlo. Se sentía tan bien y tan similar.
Me abalancé a enrollar mis brazos alrededor de su cuello y le regresé el beso que se sentía tan acogedor.
Él soltó una risita que entró entre mis labios.
—Te he extrañado tanto, mi querida…—se apartó un poco de mí y me miró directo a los ojos. Con esos ojos tan bellos de color verde.
Estaba a punto de comenzar a interrogarlo cuando miré a mi derecha a una de las paredes de espejo mi reflejo…o más bien el que debería ser mi reflejo. Allí sólo había una niña de piel pálida, cabello liso y negro, enrollando sus brazos alrededor de un hermoso muchacho. Ella era tan baja de estatura que estaba de puntas para alcanzarlo.
Lo solté de inmediato y salté hacia atrás.
—No te asustes, mi amor…—su voz suave y musical, pero varonil. —Ven acá —volvió a acercarse con los brazos extendidos. Paralizada me quedé en mi lugar, como si de pronto el suelo se hubiera vuelto de cemento fresco. Mientras me envolvía en esos brazos, que aunque deseables inesperados, vi mi reflejo en el otro espejo, el que estaba a mi izquierda.
Y allí estaba yo…la verdadera Yo. Alta, de cabello rizado color negro azulado, con un rostro asustado hasta los huesos. Inmediatamente lo aparté y frenéticamente me puse a comparar ambos reflejos, uno a cada lado de la habitación. Para mi sorpresa no sólo yo era distinta en cada espejo, sino también él. En la derecha; alto de piel blanca como el papel, de cabellos rizados castaños, en el reflejo izquierdo; alto de cabello corto y café oscuro, con piel clara y labios regordetes.
— ¿Qué pasa…? —Articulé con dificultad — ¿Qué está mal? —sentí lágrimas de confusión detrás de mis ojos.
—No pasa nada, ¿Qué podría estar mal? Ahora que te he encontrado nada está mal. Te extrañé tanto…
— ¿Por qué hay dos reflejos distintos? —insistí.
Él miró a ambos lados y sonrió, con verdadera gracia.
—Los reflejos o el exterior no importan, hemos tenido que cambiar, pero lo esencial aún se encuentra aquí…—me puso la mano en el corazón.
—Entonces eres tú… ¿Louis y tú, son la misma persona?
Sonrió con sus esbeltos labios de fresa.
—Sí.
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Bueno, supongo que en éste capítulo ya se sabe toda la cosa... Bueno, no toda :D Comentenme, ¿les sorprendió lo ultimo?¿Ya se lo esperaban? -Chel
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