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Capítulo 11: Reencuentro.

CAPÍTULO 11

REENCUENTRO

El primero en entrar a la habitación de Louis fue Ali, entró detrás de Louis y de mí. En todo el camino no habíamos querido perderlo de vista, por temor a perderlo para siempre, como si aquello fuera un sueño frágil que puede terminar simplemente con un leve movimiento.  

La sonrisa en mi rostro ya comenzaba a dolerme, pero aquel dolor era algo placentero, una nimiedad en comparación con todos los demás dolores sufridos por su falta. Ahora estaba con nosotros. Louis en cambio, sonreía más con los ojos.

—Bonito —dijo Ali suavemente, con su lindo acento que ahora sabía era británico, al cruzar el umbral. Louis y yo lo miramos como si miráramos al sol luego de perderlo por días lluviosos.

—¿Qué cosa? —pregunté y él se volvió a nosotros, con una sonrisa en sus labios.

—La habitación —explicó —Carlo la ha mandado reproducir igual a la habitación que tenía en Francia.

Lou que tenía mi mano sujeta me dio un ligero apretoncito, tomando él la palabra.  

—Sí —dijo.

—Es por eso que la pared de allá está vacía ¿Cierto?  —preguntó Ali, señalando a una gran sección de pared en la parte frontal de la habitación, a la que siempre me pareció que le iría bien un retrato o algún librero.  

—Supongo…—comentó Louis que repentinamente se había quedado sin mucho volumen en la voz.

—¿Supones? —Se rió Ali acercándose a nosotros —Allí estaría tu ventana que daba vista a la torre —siguió como si debiera ser lo más obvio.

—Cierto —sonrió Louis, mientras nuestro amigo recorría la habitación. Se detuvo un momento frente al escritorio, en donde Louis había puesto aquella hoja grisácea que tenía impreso en blanco y negro el rostro de Ali, dentro de un pequeño portarretrato, que se encontraba a un lado de uno más grande que contenía una fotografía donde Louis y yo sonreíamos abiertamente a la cámara.

Él chico sólo sonrió, incapaz de exteriorizar todos sus sentimientos con palabras.

Después se retiró y se acercó al librero de Louis.

—Oh, Carlo —comentó, —pasando las yemas de los dedos por los lomos de los libros —Tú y tus malditos libros  —Sonrío, mirándonos —hasta podría adivinar unos cuantos títulos de los que tienes aquí…

Lou me llevó con él a través de la habitación hasta estar más cerca de Ali.

—Hazlo…—dijo y el chico rubio sonrió como un sol. Apartó la mirada de los libros pero sus dedos siguieron sobre los lomos y mientras los recorría comenzó a decir nombres al azar.

—La Biblia...El quijote…Grandes esperanzas…

—No en ese orden, exactamente…—lo interrumpió Louis y luego me soltó la mano.

—Sólo tú lo entendías en su locura por los libros  —comentó Ali dirigiéndose a mí y luego todos reímos.

Aquella risa que comenzó siendo sólo eso se transformó luego en llanto de alivio y luego de felicidad y más tarde en abrazos y besos. Mis mejillas estaban ya encendidas y mi corazón latiendo fuertemente cuando todos nos quedamos callados, por un momento conscientes de lo que estaba pasando, consientes en un sentido que no tenía mucho que ver con la felicidad.

—Ali —susurré. En aquel momento ya estábamos sentados los tres en el suelo de la habitación. Recargados en el costado de la cama de Louis.

—Mi nombre es Benjamín ahora…—comentó él, y Louis y yo asentimos, un poco avergonzados. Era estúpido seguir llamándolo Ali.

Las últimas palabras se quedaron flotando a nuestro alrededor como esperando que las comprendiéramos, hasta que por fin Louis se recuperó.

—Mi nombre es Louis y ella es Cristina —nos presentó Lou y fue la cosa más extraña que hubiese sentido en toda mi vida. Presentarnos a Ali, como desconocidos.

—Un placer —dijo Benjamín levantando la mano para estrechar la mano de mi Lou y luego la mía. Nos quedamos callados al soltar su mano, sólo mirándonos las caras entre los tres, mirando esos rostros que no habíamos visto en nuestra vida hasta apenas hacía un año atrás y unas horas, pero que de alguna manera era como ver algo detenidamente después no haberlo visto por un algún tiempo. Familiar pero extraño.

—Esto es ridículo —comentó Benjamín, levantando las manos, luego de haber permanecido otros tensos segundos en silencio —Tú eres Carlo y tú eres Renata. Y lamento si no puedo llamarlos de otro modo, pero es así. Incluso al referirme a mí, después de diecinueve años de vida, siento que me traiciono si no me llamo Alistair, pero me desquicia saber que mi nombre real es Benjamin…

—Está bien…está bien…—dije, poniéndole una mano sobre la suya y dándole un afectuoso apretón. No había pasado por alto la manera en que nos nombraba, con cariño.

—Cristi…—me miró Louis, luego de un momento —¿Qué ibas a decirle a…Ali?

—Ah —reaccioné —Ali, —le dije, sintiéndome como en casa al llamarlo así —¿Cómo es posible que recuerdes incluso los títulos de los libros de Lou?

Me miró una fracción de segundo, como intentando descifrar quien era Lou pero luego lo comprendió y deshizo la pequeña arruga entre sus cejas rubias y sonrió.

—Porque él siempre los leía, eran sus favoritos.

Volteé a mirar a Lou con una de esas miradas que hacían preguntas que sólo nosotros comprendíamos. Leí en su semblante tanta confusión como la mía. ¿Sería posible que él lo recordara todo?

—Sí…—comenté, cuando me recuperé —¿Pero cómo lo recuerdas? es decir ¿Cómo puedes todavía…?

—Como ustedes —respondió sonriente —Lo recuerdo casi tan claramente como mi vida actual.

En el rostro de Louis se proyectó aquella sombra oscura que ponía cuando no podía  recordar sus sueños tan sólo segundos después de haberse despertado.

—Lo siento Ali, pero no recordamos casi nada… —me apresuré a decir, para librarlo de tener que explicarlo.

—No, —interrumpió Louis —soy yo el idiota que no recuerda nada…

—¡Yo tampoco recuerdo nada!  —le dije a Ali, para no hacer sentir tan mal a Louis.

Louis me miró molesto y yo a él hasta que regresamos la mirada a Alistair.

—¿Nada? —Preguntó este, sin color en el rostro —¿Nada…ni a mí, ni todo lo que ocurrió?

—Ali…—dijo Louis.

—No lo creo…—lo silenció Alistair —Debes estar mintiendo…

—Cristi sí lo recuerda, por lo menos por fragmentos, pequeños momentos que recuerda por sueños…—se apresuró a informarle Louis a Alistair.

—¿Tú tampoco? —preguntó este, indignado, dirigiéndose a mí.

—Alistair…—intentó calmarlo Louis.

—¿Entonces cómo puedo estar seguro que eres tú? —Inquirió a Louis —¿Que en verdad eres tú? ¡No sabes cuánto he pasado buscándote! ¡Cuánto tiempo estuve creyendo que tú eras sólo parte de mi imaginación! ¡Cuántas veces estuve a punto del precipicio porque creí que jamás te vería otra vez! Y tú simplemente no recuerdas.

—¡Bueno pues no es algo que esté en mi control, Ali! —Se enfadó Louis. Podía imaginar cuanto le dolían los gritos de Ali —¡Yo simplemente no puedo recordar! ¿No crees que habría hecho algo al respecto para llegar a ti si lo recordara? ¡Yo sólo sabía que me faltaba algo, no había nombres, ni rostros, ni nada más que oscuridad! ¡Así que no fuiste el que peor lo pasó! ¡Piensa también en Cristi, piensa en mí!

Los ojos azules del chico estaban a punto del llanto pero en un segundo cambió de expresión, como diciendo “Siempre pienso en ustedes”

—Mira como me hablas…—comentó Ali, ya de pie, al igual que nosotros dos —Como si aún fuéramos ellos, como hermanos… Tu voz es distinta,  pero en el fondo allí está el desgarbado muchacho de cabellos ensortijados que no me dio la espalda…Así que no me digas, por favor, que no recuerdas nada. Debe haber algo…

Louis negó lentamente, pero Ali no se dio por vencido.

—¿Nuestra casa en Londres? —preguntó, pero Louis negó. —¿Nuestra casa en Francia? Una de tus favoritas…

Debía admitir que ni yo misma recordaba aquello.

—¿España? —Continuó preguntando, con más esperanza —sí recuerdas España, tu lugar favorito en el mundo —su voz se apagó hasta perderse, al ver el rostro de Louis —Dios…—se lamentó, volviendo al suelo lentamente, cuando ambos negamos con lo último.

—Pero sí te recuerdo —se acercó Louis a Alistair, poniéndole una mano al hombro —A ti si te recuerdo, al igual que a Cristi, ambos comenzaron a aparecer en mi mente poco a poco, y cada vez recuerdo más y más…quizá algún día…

Ali asintió levemente y luego dejó que Louis lo abrazara y más tarde lo abracé yo.

—Recuerdo muchas cosas, es sólo que no quiero que él se sienta mal, lo quiero tanto…Te aseguro que somos nosotros —susurré en su oído mientras lo tenía en brazos, tan suavemente como me fue posible para que Lou no escuchara nada.

—Entiendo —susurró.

Louis no pareció escuchar nada o por lo menos no mencionó algo al respecto, quizá me quería tanto que dejaría que creyera que él no lo había escuchado y así a su vez no hacerme sentir mal a mí. Ambos haríamos eso por el otro.

—Alistair…—se acercó Louis luego de un momento en el que se había alejado hacia su escritorio y sacado algo del cajón —Supongo que serás el único que podrá explicarme que es esto… —dijo al tiempo que le acercaba una hoja de papel.

Ali me sonrió ligeramente para que lo soltara, entonces lo hice y ambos nos volvimos a ver a Lou que se volvía a sentar a nuestro lado en la alfombra.

—¡Maldita sea, Lo! —exclamó Ali cuando vio que era lo que Louis le extendía. Y luego arrugó la hoja —¡Deshazte de esa porquería!

—¿Pero qué es? —pregunté, sorprendida, y le quité la hoja de las manos de Louis que la había vuelto a tomar al ver que Ali le rehuía como si se tratase de la ropa de un persona que murió de la peste negra.

Al tenerla en manos me dediqué desenvolverla y a verla, pero no necesité mucho tiempo para comprender que era una representación a escala del circulo que Louis había dibujado en el suelo de su habitación en una ocasión. Era un dibujo hecho a lápiz.

—Es algo que no quieres saber —comentó sombríamente Ali —Supongo que en ese aspecto es mejor que no recuerdes nada. Deja de dibujar esas cosas.

—¿Pero qué es? —insistió Louis.

—Nada…—se enfadó Ali —Sólo deja eso.

Louis lo miró retadoramente.

—No creerás que soy tan imbécil como para no saber que son círculos demoniacos. Lo que quiero saber es ¿Por qué lo recuerdo, por qué  Cristi lo recuerda, por qué pareces recordarlo tú también? Por qué pasó esto, y por qué estamos aquí ahora, esto no debió pasar, no digo que no esté feliz, porque lo estoy, es sólo que no debió pasar.

—Lo —dijo terminantemente Ali —en verdad, déjalo, ya no importa, eso ya no importa, estamos juntos otra vez. Eso es todo de ahora en más.

—Por favor —suplicó Lou —es algo que me atormentara mi vida entera si no me lo dices…si no nos lo dices. Cristina también necesita saberlo. Tú eres el único que puede.

—No —dijo.

—Ali —le dije —yo quiero saberlo, y si no es suficiente, él también lo necesita. Ambos hemos visto cosas que no tienen explicación, y ahora aquí estas tú, por obra de algún dios desconocido estas aquí, tú representas locura y coherencia en muchos sentidos, por favor danos más respuestas que dudas.

—Ali…—insistió Lou en voz lastimera, pero él siguió negando.

—¿Es que es tan malo? —pregunté.

—Mucho…mucho más de lo que puedan llegar a imaginar —respondió, mirándonos a ambos por turnos, y mientras lo hacía pude ver el miedo en su mirada, algo cercano al miedo que sentí al ver a Louis llorando la primera vez que tuvo los sueños de los círculos.

Los tres nos quedamos callados, mirando a la nada.

—Pero tendrán que ponerse cómodos si quieren saberlo —susurró Ali, luego de meditarlo por varios minutos, no muy convencido de lo que acababa de decir. —Es una historia larga y llena de porquerías que nosotros mismo hicimos, toda la culpa es nuestra.

Con rapidez Louis y yo fuimos a la cama a traer cojines y mantas para tirar en el suelo, y seguir sentados allí, ocultos en parte por la cama de Louis, como si fuéramos tres niños que han decidido contarse historias de terror en la noche de los muertos, aunque todos tengan miedo. Louis me atrajo hacia sí y me sostuvo entre sus brazos.

—Nuestras historias son básicamente las mismas, porque todas estaban entrelazadas —comenzó Ali, intentando hablar claramente, pero la voz le temblaba y su acento dificultaba que le entendiéramos. —Empezare primero por la suya, es decir, la de ambos —continuó —y debo dejar bien en claro que esto me lo contaste tú, Lo, una tarde lluviosa en nuestra casa de Londres.

Tomó aire y empezó.

Renata estaba recostada en el regazo de Lo, dormida tan profundamente que un pequeño silbido se escapaba de sus labios delgados y rosas. Lo miraba a la chica como si se tratase de un ángel que ha sido expulsado del cielo por sus propios hermanos, por envidia de su bella carita, y él fuera el designado a cuidarla ahora en la tierra. Siempre me había parecido demasiado su amor por ella, pero él aseguraba que había una razón. “ha pasado por mucho” era lo que siempre decía, sólo que no podía llegar a entender que era lo que había pasado que fuera más doloroso de que lo ya habíamos pasado.

—Lo —lo llamé suavemente, sin la intención de despertar a Ren. Carlo levantó la mirada de un libro que ya había leído dos veces antes y que aun así parecía absorto cada vez que lo volvía a tomar.

—¿Sí? —contestó débilmente, apenas despegando sus labios y apenas mirándome. Sus ojos verdes estaban escondidos detrás de unas gafas de lectura. Se quedaría ciego si continuaba así.

—Estoy brutalmente aburrido. Y sabes cuánto lo odio.

—Me encantaría poder distraerte, Ali —contestó, apartándose los cabellos rizados del rostro. —Pero ahora no puedo. —levantó su libro como excusa.

—Perderás los malditos ojos de un cáncer si sigues leyendo en penumbras —le dije y él simplemente sonrió jocosamente.

—De acuerdo ¿Qué quieres, Alistair? —preguntó, llamándome por mi nombre completo. Hacía años que no lo hacía. Pero tampoco me molestaba, de igual forma yo no lo llamaba por su nombre completo casi nunca.

—Siempre dices que me contaras aquella historia de cómo conociste a Ren. Cuéntamela ahora.

—Ali, a ti siempre te importó un carajo esa historia, ¿Por qué quieres escucharla ahora?

—Te he dicho que estoy patéticamente aburrido. Afuera llueve y es tarde, así que ¿Qué más da?

—Sólo yo podría soportar tu insolencia, Ali —comentó riendo — Te la contaré, pero es únicamente para que tú se la cuentes a mis hijos si es que muero antes.

En aquel momento un piquete penetró en mi pecho. Lo era el único de  los tres que había aceptado morir joven con relativa tranquilidad. Quizá se debía al hecho de que creía que se iría al cielo, si es que esa porquería existe y si realmente era así entonces era el único de los tres que lo merecía, Renata y yo nos quemaríamos en el infierno, si es que eso existe. Renata solía bromear diciendo que si fuera más egoísta desearía que Lo fuera tan maldito como lo éramos ella y yo así podría tenerlo en el infiero también, pero prefería extrañarlo y saber que estaba bien, a pesar de todo.

—Ali, quita esa cara —me distrajo Lo, hablándome como le encantaba hacerlo, como si yo fuera un par de años menor que él en lugar de al revés. —Tendrás que aceptarlo, ya lo hablamos.

—Ni siquiera tienes hijos —comenté, sintiéndome terrible al pensar en su muerte más que en la mía.

 —Planeo tenerlos —contestó, mirando a Ren con ternura. —y espero que tú también. Si sobrevives tú entonces tendrás que ser buen tío, y si sobrevivo yo…bueno, no quiero que eso pase…prefiero morir yo…sólo que lamentaría dejar a Ren…

—¡Lo, basta, me iré si no paras de hablar de eso…!

—De acuerdo —sonrió —voy con la historia.

Dejó su libro en la mesita que estaba a un lado del sofá y se quedó mirando la chimenea en donde las llamas ardían suave y uniformemente.

—Fue hace casi siete años —empezó —Mi padre había recibido una oferta de trabajo en México, y como estábamos prácticamente en bancarrota, aceptó rápidamente. No había mucho que pensar, simplemente éramos él y yo, mi madre  había muerto hacía sólo un año atrás y aquello resultaba un buen cambio de aires, como le llamaba él. Pero las cosas no eran tan maravillosas como me aseguraba, era un país distinto y con un idioma distinto, pero nada de mis suplicas para quedarme funcionaron. En menos de un mes me vi fuera de la escuela, con la casa completamente vacía y mi vida alejándose de mí rápidamente. Tenía sólo catorce años.

Ya en México no entendía ni media palabra de lo que las personas decían, todo era un mundo nuevo para mí. Ni siquiera pude ingresar a la escuela porque había muy pocas secundarias en aquel tiempo y además no hablaba español. Todo era diferente. Mi padre estaba muy ocupado trabajando y realmente tampoco nos llevamos muy bien nunca.

Las cosas iban de mala en peor al pasar los días, yo cada vez odiaba más al país y mi padre cada vez estaba menos en casa, por lo que decidió que yo debía aprender a hablar español debidamente, para luego incorporarme a la escuela. Fue entonces cuando me llevó con un maestro de lenguas que impartía clases en su casa cerca de la playa. Era un anciano que sabía hablar cinco idiomas, entre ellos el italiano y por ello me sería muy fácil entenderme con él y aprender.

Iba a su casa tres veces por semana. Era un lugar que desde el principio me pareció hermoso, la playa se encontraba justo en frente, y además aquel era un hombre que lo que más amaba en el mundo, aparte de su soledad, eran sus libros. La casa  estaba ocupada casi en su totalidad por libros, libros y libros por todas partes.

Después de mis clases de una hora me dejaba quedarme en su biblioteca en donde había toda clase de libros; tanto nuevos como viejos, pues una de las cosas a las que se dedicaba el anciano era a recolectar libros usados, donados o rescatados de la basura. Todos los días había cajas nuevas de libros en esa casa. Después de limpiarlos eran puestos en exhibición en el jardín y cualquier persona, por una módica cantidad de dinero, podía llevárselos. Yo ayudaba gustosamente con todo eso y así mis días en México fueron menos amargos. Era relativamente feliz, con los libros y el mar, tan feliz como puede serlo un chico que ha perdido a su madre en cuerpo y a su padre en alma.

Una tarde, ya un año después de haber empezado a tomar clases con el anciano, tomé un libro y me fui a la playa. Simplemente me senté entre las rocas que descansaban lejos del alcance de las olas y me puse a leer, pero en algún momento, noté algo a lo lejos, era una niña, que estaba derrumbada en la arena, con el rostro oculto, llorando, supuse.

No la molesté, no fui a su encuentro.

Unos días más tarde la volví a encontrar, y luego otra vez. Estaba allí todos los días, mirando al mar, leyendo o llorando, siempre lo mismo.

Pero aun así no le hablé, por mucho que cada día me encontraba más intrigado por saber de ella.

—Eras un cobarde…—interrumpí a Lo, riendo.

—Siempre lo he sido —se río él también, y después notando que Renata se revolvía en el sofá guardó silencio.

—Después de mucho —continuó, retomando el hilo de la historia —decidí que cuando la volviera a ver le hablaría, sin importar que pasara luego. Pero el día que la esperé ella no estaba, quizá porque hacía frío, las olas se elevaban hasta muy alto y estar cerca de la playa no resultaba placentero. Regresé a la casa de mi profesor entonces,  fui directo a la biblioteca. Recorrí los pasillos en busca de la sección de libros en italiano, una colección de libros bastante pequeña, por lo que ya casi los terminaba todos, cuando de pronto apareció ella justo allí. Llevaba un libro en las manos, uno grande y de encuadernación café de cuero. La había visto ya antes con él.

La chica sólo me miró un segundo y luego se fue, pero yo la seguí. Ella lo notó pero no pareció molesta, se sentó en la mesa principal y se sumergió en su libro.

Cuando se levantó, la detuve, fue un acto reflejo, no lo había planeado. Simplemente dije lo primero que se me vino a la mente.

—¿Eres nueva aquí? —le pregunté. En aquella casa siempre habían chicos rondando. Eran bienvenidos todos los que fueran aplicados en las clases, amaran los libros y no hicieran ruido.

Ella me miró como si tuviera monos en la cara.

—Eso suena terrible —se río, —hablas como tonto.

Pero luego de aquello su sonrisa se desvaneció tan rápido como había llegado, su rostro se deformó hasta casi las lágrimas, por lo que rápidamente apartó la mirada de mí.

—Tu profesor es mi abuelo —se limitó a decir y luego salió corriendo.

Su abuelo, pensé, con razón se paseaba por la casa con todo el derecho de hacerlo.

Seguí yendo a mis clases todos los días e incluso los días libres, sólo para estar con  ella, pues gustábamos mutuamente de nuestras compañías, aunque realmente ninguno hablaba, ella no era fanática de la conversación y yo no podía decir mucho sin que ella me dijera que estaba mal.

—Eres terrible —decía —llevas casi un año aprendiendo español y apenas te puedes comunicar sin revolver ambos idiomas.

De cualquier forma estábamos juntos, aunque sin conversar mucho. Pero estaba bien.

Al paso de los meses las cosas seguían igual, ninguno de los dos estaba ansioso por algún cambio brusco, no nos gustaban las alteraciones, nos gustaba el silencio, el sonido de las olas, el de nuestras propias respiraciones, nuestro mundo callado.  

En aquellos meses pude conseguir cierta información sobre ella, cosas que no me diría por voluntad. Le preguntaba muy precavidamente a su abuelo. Y por lo que  me dijo, ella era hija de su hijo, tenía trece años y pasaba todos los veranos en esa casa, pero ahora viviría allí permanentemente pues sus padres acababan de morir en un accidente de auto en la ciudad de México.

Aquello me destrozó y me hizo quererla aún más, pues sabía, incluso más que yo, lo que significa estar solo.

Una tarde lluviosa, no la encontré en la sala de la casa ni en el salón en donde el abuelo daba sus clases, entonces fui a buscarla a la biblioteca, en el último rincón del pasillo de los libros en italiano, la encontré sentada en el suelo, llorando, fui rápidamente con ella y la abracé, le dije que lo sentía, que sabía porque lloraba.

Ella me abrazó fuertemente por largo rato y luego me respondió que era un entrometido.

Reí y ella rió también, aun con lágrimas en los ojos. Luego no lo resistí y la besé, ella se asustó y se apartó, con el rostro encendido, pero sólo unos segundos más tarde se recuperó, me envolvió con sus brazos el cuello y dijo que me quería.

Y tú conoces el resto Ali —finalizó.

—Si — le dije —nunca te volviste a separar de ella.

Mientras el chico rubio hablaba era casi como ver una película, incuso nos podía ver a los tres, en esa biblioteca de la casa de Londres donde solíamos pasar tanto tiempo. Y ahora al ver que paraba era como salir de una mota de polvo que se disipa poco a poco, con suavidad, en los chorros de luz.

Levanté la mirada para ver el rostro de Louis, él me miraba también.

—Te amo —le dije, completamente embargada por sentimientos que ahora eran más intensos que nunca, recordaba algunos de esos días y recordaba lo mucho que lo amaba con sólo tenerlo sentado a mi lado, sin decir nada, dejándome contemplar mi soledad pero sin estar sola realmente. Apoyándome siempre.

—Y yo a ti —susurró suave y solemnemente.

Contemplé sus ojos cafés que ya no me importaban si eran de ese color o verde, sino simplemente ver en su interior y encontrarlo a él, esa alma tan pura, que estaba segura que reconocería en donde fuera, siempre.

Un suspiro por parte de Ali nos trajo de vuelta a la realidad, entonces lo miramos, yo con el rostro completamente sonrojado. Nunca demostraba de esa forma mi amor por Louis en presencia de otras personas, pero frente a Ali parecía tan natural, aunque de igual forma no había podido evitar que la sangre se arremolinara en mis mejillas.

Ali sonrió cuando lo miramos, pero luego desvió la mirada de nosotros, feliz pero de algún modo melancólico.

—Ali…—lo llamó Louis —te agradezco que nos hayas contado esa parte de nuestra vida, pero eso no explica el dibujo…—la última parte lo dijo con voz menos audible, como esperando que Ali volviera en negativa.

Él suspiró.

—Lo sé —dijo volviendo la mirada de donde se había quedado mirando fijamente a la pared. —Les contaré el resto, sólo que esta vez lamento no poder contársela como antes. Esto lo fui descubriendo poco a poco, por medio de uno u otro, y algunas cosas hablaban por sí solas en el momento en que los conocí.

Nadie dijo nada. Lou y yo no nos atrevíamos a decir algo por temor a estropear sus esfuerzos por recordar y acomodar los hechos en su cabeza. Estaba segura que era lo que hacía justo en ese momento.

—Lamento lo que vas a escuchar, Lo —dijo Ali —porque sé que te dolerá, intentaré no hacerte sufrir mucho. Te lo contaré meramente como un espectador. Me referiré a ustedes como terceros.

—¿De qué hablas? —se alteró Louis.

—De ella —susurró, mirándome.

La respiración de Louis inmediatamente se aceleró. Quise advertirle a Ali sobre el asma de Louis, que lo mínimo lo hacía alterarse pero él ya se preparaba para hablar, entonces sólo me dediqué a frotarle fuertemente la mano.

—Luego de que se conocieran en su adolescencia se volvieron inseparables. Hacían todo juntos, pasaban horas contemplando las olas en el océano, dejando los días pasar sin ninguna novedad. A los pocos meses se volvieron tan íntimos que ella por fin le confesó su gran proyecto, o bueno se lo confesó en parte, para no asustarlo. Él libro que siempre tuviera en manos y que no dejara que nadie tocara, aquel que ya había visto Carlo en algunas ocasiones, ocultaba un gran secreto.

Louis me apretó las manos pero dejó que Ali continuara sin ninguna interrupción.

—Renata había encontrado el libro entre una colección de libros viejos que acaban de llegar a la casa de su abuelo en aquel verano, lo tomó y comenzó a leerlo, pero encontró que no entendía nada porque estaba escrito en griego antiguo. Al principio lo conservó sólo porque le parecía interesante, pero al paso de los días aquella primera curiosidad se apoderó de ella por completo, llevándola a investigar más sobre él. Se encontró con que era un libro de alquimia, cosa que en aquel momento le encantó porque se figuraba que era lo más cercano a la magia. Su mente infantil estaba llena de los mundos y personajes de los libros que habían poblado su mente durante toda su vida. Continuó conservándolo con ella. Los meses pasaban y cada día aquel libro constituía para ella un mayor enigma, pues había leído en algún otro lado que de la alquimia se pueden conseguir cosas de no se consiguen de ningún otro lado. Lo que ella más quería era tener de vuelta a sus padres, y la única forma de conseguirlo era con el libro.

Louis y yo estábamos sin habla por la dirección que había tomado el relato de Ali.

—Supongo que entiendes, Lo, que muy en el fondo Renata no creía en todo aquello.

—Supongo que no —comentó mecánicamente Louis, dejando luego el silencio para que nuestro amigo continuara.

—Los planes de Renata se vieron obstaculizador por no entender nada o casi nada de aquel libro. Por lo que se puso a estudiar sobre el tema. Era una niña que no tenía nada que hacer en todo el día más que leer y estudiar. Rápidamente se sumergió en sus estudios hasta que conoció a Carlo y por un momento se encontró por fin con otro chico que estaba tan perdido como ella. Vio en él a una mano amiga, que le brindaría su ayuda.

“Juntos hacían un buen equipo, pues ella hablaba dos idiomas, español e inglés mientras que él dominaba el italiano y ya estaba muy entrado en el español. Nada mejor para traducir aquel gran volumen, que estaban seguros que no era  una copia ni una baratija”

“Carlo se sorprendió la primera vez que ella le habló del libro y de su contenido, pero él pensó que era una especie de terapia para superar la perdida de sus padres así que accedió a ayudarla, además la amaba, la amó desde que la vio por primera vez.”

“Sus días pronto se vieron únicamente ocupados en investigar sobre el libro, todos los días hacían lo mismo, investigar. Al cabo de un año, ya el segundo de que se conocieran, tenían fragmentos completos del volumen, todo estaba bien, pronto se acabaría aquello”

“Eso pensó Carlo”

“Hasta que una tarde Renata llegó a la biblioteca en donde ellos se veían todos los días. Tenía en manos una jaula con dos hámsters en ella, uno blanco y otro negro”

“En la mente inocente de Carlo pensó que eran un regalo, y los miró alegre, pero en la mente de Renata esos animales estaban ya destinados para un futuro inminente”

“—Tienes que ayudarme —le dijo ella sacando al pequeño blanco, envuelto en un pañuelo. Mientras que se descolgaba una mochila del hombro en donde sacó todo lo necesario para hacer un ritual.”

“Carlo se horrorizó de ver lo que su amada niña estaba haciendo. Sólo pudo verla dibujando un círculo pequeño en el suelo de la biblioteca. Un círculo que habían estado estudiando durante semanas.”

“Al terminar con el dibujo la niña miró a Carlo.”

“—Sujeta a la rata hasta que deje de respirar —le pidió.”

“—¡No! —exclamó él, poniéndose de pie.”

“Carlo se puso a llorar y le rogó que no hicieran eso, dijo que no era buena idea, que algo saldría mal. Pero ella también lloró, y sus lágrimas tenían tanto poder sobre él que finalmente terminó accediendo.”

“Carlo mató a al hámster y luego ella hizo un pequeño ritual por los principios del intercambio equivalente. Milagrosamente las cosas funcionaron. Ofrecieron al hámster vivo y trajeron de vuelta al que Lo había matado.”

“Eso fue el principio de todo.”

“Después de eso, Renata quedó tan convencida de que podría hacerlo a mayor escala que experimentó otra vez. Una vez más con conejos y otra con perros. Todo iba bien.”

“Hasta que finalmente decidió que ya era lo suficientemente apta para hacer lo que se había propuesto desde el principio. Traer de vuelta a sus padres.”

“Pero entre sus planes había un pequeño inconveniente. En sus traducciones del libro especificaba que por lo que pidieras tenías que ofrecer lo mismo, algo equivalente. Lo que Renata planeaba ofrecer era su alma, aquello le parecía equivalente por algo tan grande como lo que pediría.”

“Y para lograr que un chico tan noble y bueno como Lo la ayudara le prometió que después traerían a su madre. Eso era demasiado para un chico que prácticamente era huérfano, deseaba ver a su madre una vez más, deseaba decirle cuanto la había extrañado y lo mucho que quería a Renata y sus esperanzas de estar con ella por siempre. Él accedió, y llegó el día planeado, esa vez sería una invocación completa.”

“Todos saben que la alquimia tiene principios demoniacos, ellos lo sabían también pero estaban tan seguros de lograrlo que no les importó”

“Llevaron a cabo la invocación en la casa de Lo, un día en que su padre estaba con la que sería su futura madrastra.”

“Juntos iniciaron la ceremonia, esta vez de proporciones impresionantes en comparación con las pequeñas que habían hecho con anterioridad.”

“Carlo sabía que algo saldría mal, lo presentía, pero no quería decepcionar a Renata mostrándole su debilidad por lo que se mostró fuerte y decidido. Fue él quien terminó dibujando todo el círculo, y ella la que hizo el resto.”

“El círculo de alquimia se iluminó al tiempo que ella hablaba canticos demoniacos. Lo estaba aterrorizado, muerto de miedo, lo único que pudo hacer fue comenzar a llorar mientras del circulo en el suelo comenzó a formarse una criatura alada y cornuda.”

“Renata se dirigió a él con solemnidad y prudencia.”

“—Yo, Renata, te invoco —dijo, temblando —quiero llevar a cabo un trato con usted, a través del principio del intercambio equivalente.”

“—Muy bien, jovencita —aceptó la creatura —¿Qué es lo que quieres? ¿Y qué es lo que ofreces?”

“—Quiero a mis padres. Murieron en un accidente de auto —dijo ella —los quiero de vuelta, y a cambio te ofrezco mi alma, puedes tomarla.”

“El demonio se rió, algo como el sonido del cristal rompiéndose en las llamas.”

“—Eres estúpida —dijo —sólo puedes tener a uno de ellos, puesto que sólo ofreces un alma.”

“Renata se quedó muda un momento, pero ya había llegado tan lejos que rápidamente pidió a su madre, se consoló diciéndose que luego regresaría de algún modo por su padre.”

“—Muy bien —continuó la creatura —tú ofreces tu alma ¿Entonces el chico es el cuerpo?”

“Aquellas palabras dejaron a Renata más helada que hace sólo segundos cuando tuvo que decidir entre sus dos padres.”

“—No —gritó —te estoy ofreciendo mi alma. Es más que sufriente, estoy aceptando ir al infierno por eso.”

“—La regla del intercambio equivalente exige precisamente equivalencia, mocosa insolente, tu alma no es suficiente. Lo que pides es un alma y un cuerpo, entonces es eso lo que me darás a cambio. Tú brindaras el alma y él el cuerpo. —y mirando a Lo, agregó —Por su alma no te preocupes, él ira a donde los actos que ha hecho hasta el momento lo lleven.”

“Renata que estaba tan decidida a seguir adelante no pudo soportar ofrecer a Lo a cambio  de su madre, lo amaba demasiado; a su modo, retorcido y enfermo, lo amaba más incluso que a su propia vida y alma.”

“—Entonces no —se retractó ella —no dejare que le hagas daño a él. ¡Nada vale su vida! ¡No la de él! —gritó, ya entrada en pánico y llorando. Corrió a tomar a Lo en brazos y comenzó a llorar de miedo, el miedo que su determinación primaria no le dejaba sentir pero que ahora llenaba su cuerpo por completo.”

“El demonio mientras tanto ya salía del círculo. Lo actuó rápidamente y cerró el círculo con un símbolo que se había aprendido de memoria, sólo por si acaso. Pero el demonio antes de irse se aseguró de hacer que pagaran con algo.”

“—Niños insolentes —gritó la creatura —no saben lo que les espera, nadie invoca sin hacer un trato, haré que paguen los dos por lo que han hecho.”

“Y luego la creatura se fue, mientras ellos dos se quedaron arrodillados y abrazados en el suelo. Renata lloró por largas horas hasta que se quedó dormida, Carlo se la llevó de allí entonces.”

“Renata olvidó por completo el afán de revivir a sus padres, ahora tenía algo que ocupaba su mente. Carlo, la persona que más amaba en el mundo. El demonio los había puesto sobre aviso, y en lo único que ambos podían pensar era en eso. En lo que les pasaría.”

“Para ese momento se amaban demasiado como para pensar en separarse.”

“La incertidumbre los llevó de nuevo a los libros y a las horas de investigación. Descubrieron cosas desalentadoras. Había relatos de personas que aseguraban que habían hecho tratos con demonios pero que al final se habían arrepentido, esas personas murieron exactamente cinco años después por razones inexplicables. Entonces tomaron eso como su límite de vida. Cinco años a partir del momento de la invocación.”

“Tenían quince y diecisiete años entonces. Demasiado jóvenes para morir, demasiado enamorados para separarse, demasiado de todo para su corta edad.”

“Morirían justo cuando comenzarían a vivir realmente, justo en el medio. Justo cuando habían planeado mudarse juntos, y soñar con su propia familia…”

—¡Alistair basta ya, cállate! —le grité, arrojándole lo primero que vi a mano, incapaz de seguir escuchándolo. Louis me envolvió fuertemente en sus brazos al ver que ya me había soltado a llorar, a llorar intensamente.

—Ya planeaba hacer una pausa —contestó este, luego de esquivar el zapato que había utilizado como proyectil.

—Ya, por favor…ya…—dije entre gemidos.

—Shh…shh…—me acunó Lou en su regazo y me meció de un lado a otro —calma…calma mi Cristi…Todo está bien, yo estoy aquí. Aquí estoy.

—Por favor…por favor…—sollocé, — ya no quiero escuchar más, por favor.

—Ya no, ya no…—me aseguró Louis con la voz consternada mientras enterraba sus dedos entre mi cabello, apretándome contra su pecho.

—Lo siento…en verdad lo siento, Lou, yo no sé porque hice eso…por favor perdóname, yo sé que…no me odies…no me odies por favor. Yo te amo, no podría soportar que tú…

—Cristina —me dijo con suavidad, llamándome por mi nombre completo para atraer mi total atención —no podría odiarte, lo sabes…lo sabes, yo nunca te odiaría, no lo hice entonces y no lo haré ahora…

Mi respiración se tranquilizó momentáneamente. Pero igual no podía dejar de pensar que había sido una maldita idiota, que seguro tenía reservado el lugar más oscuro en el fondo del infierno. Aquel recuerdo era uno que yo muy bien conocía pero que me había esforzado por reprimir voluntariamente y ahora escucharlo de los labios de Ali y que Lou lo supiera me hacía odiarme a mí misma.

—Suficiente por hoy, Ali —dijo Louis con voz firme a su amigo.

—Tampoco tengo muchas ganas de contarte que ocurrió luego —comentó amargamente Ali.

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Oh, sólo queda un capítulo luego de este. 

Pero bueno, que tal les pareció este capítulo. ¿Los emocionó por lo menos? 

Dejenme sus comentarios con sus impreciones, ¿vale?

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