9: Mal humor.
Al terminar de desayunar, otro botones vino a recogerlo todo.
Zac atendió otra llamada, y en vez de esperarle como una tonta en medio de la sala, salí a tomar el sol en una de las sillas del balcón.
El día estaba un poco nublado, así que mi propósito inicial pasó a convertirse en mirar la ciudad.
A diferencia de muchas personas que temen a las alturas, a mí estar allí arriba me hacía sentir bien. Con todo el mundo bajo mis pies nada podía hacerme daño, sólo estábamos yo y mis pensamientos.
Bueno, y Zac.
Miré la hora en mi teléfono y suspiré. Apenas quedaban veinte minutos para las nueve, y aún debíamos prepararnos.
Asomé la cabeza por la ventana para ver si Zac había terminado, pero en vez de eso me encontré con una escena típica de un adolescente.
Lanzó el móvil contra la pared contraria, donde se hizo añicos y varias piezas cayeron al suelo. Zac se agarró del cabello con rabia y reprimió un grito.
No quise molestarlo en un momento así, pero parecía que mi cuerpo respondía ante el peligro, así que me levanté y fui hasta él.
—Oye, ¿Estás bien?—. Murmuré, caminando despacio en su dirección.
—Métete en tus asuntos, Ingrid—. Espetó con los ojos inyectados en sangre y con dos zancadas se encerró en su habitación.
—Qué grosero—. Susurré ofendida.
Me crucé de brazos y tuve que morderme la lengua.
De haber sido otra la situación, de no haber sido un cliente, habría ido detrás de él para dejarle bien claro que a Ingrid Gómez no se le habla así.
Bufé y al escuchar dos toques en la puerta fui a abrirla.
—¿Qué?—. Dije, dispuesta a desahogarme con algún botones, pero mi expresión se ablandó al ver quién era.
—Señorita Ingrid, somos nosotras, ¿Nos recuerda?—. Mary sonrió, con temor a que volviese a gritarle.
Automáticamente me sentí mal y abrí la puerta del todo, para hacerlas pasar.
Supuse que Zac me tendría preparado otro cambio de imagen para la gala.
—Claro, perdón, adelante—. Murmuré avergonzada, sin mirarlas directamente.
Ellas se adentraron en la estancia en silencio, solamente se escuchaban sus tacones pisar la moqueta.
Como si fuese su propia habitación, dejaron lo que llevaban consigo sobre "mi" cama y comenzaron a danzar por allí cómodamente.
A diferencia de la noche anterior, esa vez solamente llevaban una caja de zapatos, un estuche de joyas y un sólo vestido enfundado.
—Este vestido es uno de los mejores que tenemos, le va a encantar—. Aseguró Mary mientras Ruby lo sacaba de la funda blanca.
Mi boca se abrió y aguanté la respiración sin darme cuenta.
Ambas me miraron, esperando mi opinión, pero estaba muda. Era deslumbrante.
Era de color rojo sangre y la tela, seguramente raso, se veía hermosa bajo las luces de la habitación.
Un círculo sujeto al cuello daba paso al escote. La parte de los pechos se limitaba a dos rectángulos separados, que se enlazaban en la cintura estrecha.
La falda caía con vuelo hasta los pies, donde irían unos tacones del mismo color.
Solamente llevaría unos pendientes para complementarlo.
El vestido no podía ser cubierto por nada, cualquier otra joya le robaría atención.
—Es... Es... ¿Perfecto?—. Murmuré, sin saber muy bien qué palabras escoger para describirlo.
Definitivamente debía ser el mejor vestido que tuviesen.
—Nos alegra que le guste señorita, ¿Le ayudamos a probárselo?—. Sugirió Mary, que como siempre, tomó la iniciativa y se acercó a mí.
Quise decirles que no necesitaba ayuda para probarme un vestido, pero ya había sido suficiente grosera con ellas. Además, el vestido parecía tan frágil y caro que temí romperlo con mi torpeza.
—Claro, gracias—. Accedí al final.
•••
Aquella vez yo salí de la habitación antes de que Zac me reclamase.
Aún así, él por supuesto ya estaba preparado.
Llevaba un smoking negro, pero con la corbata a juego con mi vestido. Me pareció tierno aquel gesto. Debía querer mucho a su novia, o ex, para haber preparado todo eso.
Las tres esperamos pacientemente a que se girase, pues andaba comprobando unos papeles.
En cuanto sus ojos se posaron en mí, su boca se entreabrió de la sorpresa. De nuevo, no se molestó en fingir.
Se acercó a mí lentamente mientras me analizaba de pies a cabeza. Cuando estuvo a mi lado me tendió una mano, que acepté, y me hizo girar.
—Estás deslumbrante—. Asintió con una sonrisa, la primera que llegó a sus ojos desde que nos conocimos.
Yo miré su corbata y reprimí una carcajada.
—Tú también lo estarías, de no ser por esto —señalé el nudo, que estaba mal hecho—. Deja que lo arregle—. Me ofrecí llevando mis manos a su corbata, sin esperar respuesta, bajo su atenta mirada.
Al obtener un gesto de aprobación de parte de Zac, Mary y Ruby volvieron a la habitación para recoger lo que habían traído consigo.
No me costó mucho rehacer el nudo. Tenía tanto tiempo libre que había visto muchos vídeos de YouTube sobre cómo atar corbatas.
Sí, lo sé.
Solamente pensé que algún día lo necesitaría para alguien, quizá un cliente, quizá mi marido, quién sabe.
Bingo.
—Ahora sí que estás deslumbrante—. Asentí, satisfecha con el resultado.
Él apartó la vista de mí y se miró en el espejo del fondo de la sala. Al parecer le gustó lo que vio.
—Gracias, no se me da muy bien hacer nudos—. Suspiró retocándose el smoking.
—No hay problema que YouTube no solucione—. Bromeé con una leve risa.
Él me correspondió de igual forma, y después me tendió un brazo.
—La limusina espera abajo para llevarnos al aeropuerto—. Explicó, antes de que aceptase su brazo.
—¡¿Una limusina?!—. Exclamé sorprendida.
Aquel día estaba cargado de sueños hechos realidad.
Zac rió levemente. Parecía otra persona totalmente distinta a la que había visto esa mañana y el día anterior.
—¿Por qué me subiste en un coche cuando tienes limusina?—. Pregunté con verdadera curiosidad.
Salimos de la estancia y Zac cerró con la tarjeta la puerta.
Esperamos al ascensor.
—Me gusta conducir, me despeja la mente—. Se encogió de hombros.
Asentí, comprendiendo, y le di un pequeño codazo de forma amistosa.
—Me gusta cuando respondes a mis preguntas—. Bromeé de nuevo. Debía aprovechar su buen humor.
Sin embargo, él hizo una mueca.
—Perdona lo de antes... Y lo de ayer. Bueno, todo, normalmente no soy así. Con todo lo sucedido yo...
—Lo entiendo, está bien—. Lo corté, sonriendo de forma tranquilizadora.
Él correspondió mi gesto mientras miraba mis ojos, como si quisiera ver más allá.
Entonces las puertas del ascensor se abrieron y nos pusimos en marcha hacia nuestro destino.
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En mi Instagram (enlace en la biografía) está la imagen del vestido de Ingrid, por si quieres verlo ♥️✨
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