7: Vida de papel.
Zac se dejó caer sobre el sofá de nuevo, quitándose la corbata impacientemente.
Yo me senté a su lado y puse las piernas sobre su regazo. Aquel comportamiento era al que estábamos acostumbradas, pues todo giraba entorno a ser sensuales y conseguir captar la atención de los hombres.
Para mi sorpresa no me apartó, si no que dejó sus manos sobre mis piernas. Se le veía realmente cansado, y supuse que no quería perder el tiempo tratando de corregirme.
Miré su reloj de mano para comprobar la hora.
Desde que habíamos entrado a la habitación había pasado una hora y media y apenas me había dado cuenta.
—Si quieres puedo irme antes, te ves realmente cansado—. Murmuré.
Él cerró los ojos y apoyó la cabeza en el respaldo del sofá.
Casi de inmediato alcé mi mano para acariciar su cabello levemente ondulado.
—Es difícil echarte si haces eso—. Susurró con la voz ronca.
Solté una leve risa y me levanté del sofá, haciendo que me mirase confuso.
—No, no te muevas. Aún tengo media hora, y el placer no sólo se crea con sexo —dije haciendo que se tumbase a lo largo del sofá—. Relájate—. Susurré en su oído y volvió a cerrar los ojos.
Desabroché dos botones de su camisa para poder tener una parte de su cuello y hombros al descubierto.
Me aseguré de que mis manos no estuviesen frías, frotándolas entre sí, y me puse de rodillas detrás de él.
La cabeza la caía en el reposabrazos, por lo que para alcanzar sus hombros los tuve que estirar un poco más.
Comencé a masajear sus hombros desnudos con suavidad, lentamente, deteniéndome en los puntos de tensión, aunque no tenía ni idea de hacer masajes. No era una profesional, pero se podía notar el estrés que llevaba en los hombros.
Subí lentamente por su cuello, haciendo caminar a mis dedos a través de la piel hasta llegar a sus orejas. Pasé por detrás de las mismas hasta llegar a su cabeza.
Hundí mis dedos entre sus cabellos y masajeé bajo estos con cuidado de no hacerle daño. Por suerte tenía las uñas cortas.
El pecho de Zac subía y bajaba con lentitud, parecía dormido, pero algo me decía que no era así.
No me detuve, seguí con ese recorrido dos veces más, sin prisa alguna, hasta que me pareció la hora de irme.
Alcé la vista hasta el reloj de muñeca de Zac y comprobé que apenas quedaban diez minutos para completar las dos horas, así que, sin molestarme en despertarlo, me levanté.
Fui de puntillas hasta mi bolso, comprobando que no olvidaba nada, negándome a cobrar por aquello.
Siendo sinceros, aquello había sido como unas vacaciones para mí. Más que cobrarle debía agradecerle; hacía tiempo que no pasaba una noche despierta sin estar en la cama de un hombre.
Antes de cargarme el bolso al hombro, recordé que ni el vestido ni los complementos eran míos. Había robado otras veces, mientras los clientes dormían, no era nada difícil.
Miré de reojo a Zac, dormido en el sofá y por un momento me dio pena, pero la perra que llevaba dentro me impidió sentir compasión por él. Era un empresario rico que podía comprar cientos de vestidos como ese, no lo echaría en falta.
Sin embargo, sus ojeras me recordaron algo.
A pesar de parecer tenerlo todo, no tenía nada, estaba vacío. Vivía en un mundo superficial, con personas de papel y dinero cargado de delitos.
Se había quedado sin pareja, vivía lejos de su familia, se desmayaba por el estrés y acudía a una desconocida para solucionar sus problemas.
Una burbuja de plástico. Te proteje de algunos peligros, pero te acaba asfixiando.
Así era el mundo de los ricos, podía confirmarlo al mirar hacia atrás.
Uno de los motivos por los cuales no quise seguir los pasos de mis padres. Por lo que no quise ser doctora.
Yo no quería una vida de papel.
Suspiré y me encaminé hacia la habitación que habría sido, supuse, para la novia que lo había dejado al último segundo.
En el cuarto de baño me esperaba mi vestido negro, con el cual había llegado a ese hotel.
Antes siquiera de entrar, comencé a subirme el vestido, para desprenderme de él. Sin embargo, a la altura de las caderas se atascó.
Estiré con cuidado de no romper alguna costura y nada.
Malditos vestidos ceñidos.
Estiré una segunda vez y entonces la tela se deslizó hacia arriba con toda la facilidad del mundo, gracias a otro par de manos que me habían ayudado.
No llevaba sujetador, pero no me importó. Con tan sólo un tanga puesto, me giré hacia el dueño de esas manos varoniles, sin sentirme avergonzada por exponer mi cuerpo.
—Quédate esta noche —susurró Zac en mi oído, con la voz levemente ronca por el sueño—. Que sean más de dos horas—. Concluyó, acariciando la piel de mi cuello con su aliento, que desprendía olor a tabaco.
¿Lo peor de aquello?
Que sin saberlo me gustó escuchar eso.
—Veo que no necesito estar encima tuyo para hacerte querer más de mí—. Susurré, girando mi rostro hacia el suyo.
Me dedicó una risa burlona, que no llegó a sus ojos cansados.
—Créeme, si estuvieses encima mío serías tú la que buscaría más—. Alegó, alzando mi mentón con su dedo índice, a lo que alcé una ceja, desafiante.
Acarició mi barbilla, mirándome a los ojos en todo momento, y bajó poco a poco hasta mi cuello, disfrutando del roce de mi piel fría por la ventana abierta.
Siguió con el recorrido hasta llegar a uno de mis pechos, donde apartó la mirada y se centró en mi cuerpo.
Ambas manos suyas acariciaron mis senos, no como un acto sexual, aunque sí excitase, si no como un estudio.
Sus ojos recorrieron cada centímetro de mi piel, igual que sus dedos, como si quisiera grabar aquello en su memoria.
Al cabo de unos instantes volvió a subir sus manos, de nuevo trazando un recorrido, hasta llegar a mi rostro.
Dejó una mano en mi mejilla y recorrió mis labios con el índice contrario.
Acercó su rostro al mío y, aunque quise apartarme, él me lo impidió con su firme agarre.
—Buenas noches—. Susurró, rozando mis labios con los suyos, antes de soltarme lentamente e irse por donde había llegado.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro