3: Negocios.
Cerré los ojos y comencé a contar de dos en dos hacia atrás, empezando por cien, en mi mente. Sólo así lograba calmarme.
Había subido en ascensor otras veces, y mucho más pequeños que ese, pero ya iban años que no lo hacía y había perdido la práctica.
Noté a Zac moverse a mi lado, pero no abrí los ojos.
—¿Claustrofobia?—. Preguntó en un susurro.
Yo asentí levemente, intentando parecer lo más calmada posible.
Cuando iba por el número 94, el ascensor se detuvo suavemente, tanto que apenas lo noté.
—Vamos, ya hemos llegado—. Volvió a susurrarme al oído.
En cuanto las puertas se abrieron pude ver el pasillo iluminado por otro gran candelabro colgante.
Sonreí levemente y me apresuré a salir, yendo por instinto hacia la izquierda, pero las manos de Zac me rectificaron guiándome al lado contrario.
Me detuvo con cuidado para poder adelantarme y así abrir la puerta, ayudándose de una tarjeta.
—Adelante—. Asintió, dejándome pasar primero.
—Gracias—. Murmuré instintivamente antes de adentrarme en la habitación de hotel.
Bueno, más bien en la casa. Toda aquella habitación era como el apartamento que compartía con Jos y Anne.
Allí la decoración era distinta, parecía ser una estancia apartada del hotel.
El suelo estaba forrado con una moqueta escarlata y las paredes estaban cubiertas por un papel color crudo.
Los muebles lejos de ser oscuros casi todos eran blancos, a excepción del sofá y los sillones grises.
Los detalles que abajo eran dorados, como jarrones, espejos y lámparas, aquí eran plateados.
Parecía la mansión de un diseñador de interiores.
Me acerqué a las ventanas y salí a la pequeña terraza, donde había una mesa y sillas, perfectas para desayunar o tomar el sol por la mañana.
Una de las cosas que aún conservaba de haber nacido y crecido en la costa del Mediterráneo era la costumbre de tomar el Sol sin importar la estación del año.
Al ser invierno, no había nada mejor para mí que calentarse bajo la luz matinal.
—Qué bonito todo—. Murmuré para mí misma, ensimismada, con la vista de la ciudad nocturna bajo nosotros.
Desde allí los coches no eran más que puntos de luz, al igual que muchos edificios, y las personas apenas eran visibles con la oscuridad de la noche.
—¿Has terminado?—. Preguntó Zac a mi lado, haciendo que diese un respingo.
Me puse una mano sobre el pecho, para comprobar que el corazón me iba a mil por hora. Era muy asustadiza, y no lo había escuchado caminar.
Me sonrió con sorna y rodé los ojos.
—Perdón, sólo estaba algo impresionada.
—¿Algo?—. Replicó divertido.
Volvió adentro y yo le seguí a regañadientes, aún sin saber qué haríamos.
—¿Cuánto son dos horas?—. Preguntó de nuevo, quitándose la chaqueta del traje sin prisa alguna y dejándola sobre uno de los sillones.
Alcé una ceja, pensando en lo que podría sacarle y en lo que estaría dispuesto a darme.
No quería tener sexo, pero eso no implicaba que gastaba de mi tiempo. Además, a juzgar por la habitación de hotel que había escogido, tenía más que suficiente para gastarse en mí.
Me mordí el labio inferior unos segundos y me dejé caer en el sofá, haciéndome la interesante.
—Te lo dejo en 250 dólares.
Él alzó ambas cejas, mirándome como si estuviese loca.
—Tienes que estar de broma.
—Eh, son 150 la hora, debería cobrarte 300, así que no te quejes, guapete—. Extendí mi brazo en su dirección y abrí y cerré la mano, indicándole que soltase la pasta.
Zac puso los brazos en jarra y al cabo de unos instantes sacó su cartera.
—No me lo creo...—. Murmuró para sí al entregarme en efectivo la cantidad exacta.
Abrí mi bolso y guardé el dinero en la billetera, que apenas conservaba veinte dólares.
—Un placer hacer negocios contigo—. Dije, cruzando las piernas sobre la mesa de café.
Él se agachó para quitarlas de ahí y tomó mi bolso para colocarlo al lado de su americana, en el sillón.
Después, para mi sorpresa, se sentó a mi lado en el sofá, pasando un brazo por detrás de mí, apoyándose en el respaldo.
Miró su reloj de mano y luego a mí.
—¿Harás lo que yo quiera, verdad?—. Su semblante era serio.
—No voy a torturar ni matar a nadie—. Bromeé, aunque temía que fuese algo parecido.
Zac rió levemente y negó.
—Van a subir unas estilistas y quiero que les hagas caso en todo, necesito que estés elegante.
Asentí al instante, eso era sencillo.
—¿Algo más?—. Pregunté intrigada, cruzando mis manos en el regazo.
—Eso ya lo verás después—. Concluyó, levantándose.
Dudé en si seguirlo o no, pero no me dio tiempo a pensarlo demasiado, pues en cuanto se puso en pie su cuerpo cayó inerte al suelo.
Rápidamente me agaché a su lado y lo giré como pude. Por suerte no era tan pesado como parecía, y pude ponerlo boca arriba con un poco de esfuerzo.
Busqué mi teléfono en el bolso y lo puse bajo sus fosas nasales. Al ver el vaho que producía, supe que seguía respirando, por lo tanto, también tendría pulso.
Alcé la vista para seguir con el procedimiento, pero justo en aquel instante alguien llamó a la puerta.
—¿Señor Collins?
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