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26: Otra noche (parte 1).

En cuanto crucé la puerta de la habitación de hotel, como siempre, me deshice de los zapatos y los lancé sin mirar a dónde.

Zac suspiró detrás de mí y cerró la puerta.

—Podrías dejarlos en el armario—. Se quejó, recogiéndolos.

—No me digas que eres un maniático del orden—. Repliqué yendo directa a la cama, dejándome caer en la misma.

No respondió, se limitó a guardar mis deportivas en un pequeño armario que había junto a la cama.

A pesar de que seguíamos siendo los mismos, y no estábamos haciendo nada distinto, el ambiente que se respiraba entre nosotros había cambiado. Era tenso.

Nos quedamos unos segundos quietos, mirándonos sin decir nada. Unos instantes después, Zac dio media vuelta y salió a tomar el aire al balcón.

Intenté prodecer de manera habitual, así que me quité la ropa para cambiarla por el pijama.

Dejé mi pantalón y camiseta doblados sobre la cómoda, solamente por no escuchar las quejas de Zac. Aunque también me impulsó el saber que ese gesto quizá le alegraría.

Dudé si debía dormir allí, ahora que las cosas habían cambiado. Un sólo gesto me había hecho dudar de cualquier decisión que tomaba.

¿Estaría cómoda a su lado?
¿Debía decirle algo?

Me mantuve tan enfrascada en mis pensamientos que no escuché los pasos de Zac llegar por detrás mío.

Sus manos, frías por la brisa de la noche, se posaron en mi cintura. Di un pequeño respingo por el primer contacto, pues nada me cubría aquella zona de piel, pero no me aparté.

Sus labios se acercaron a mi oído.

—Hazme un favor —susurró. Su aliento rozó mi piel, que se erizó al instante—. Posa desnuda para mí.

Me giré con el ceño fruncido, sin importarme el que estuviese demasiado cerca e hice un esfuerzo para no mirar sus labios, que estaban a escasos centímetros de los míos.

—Quiero dibujar cada parte de tu cuerpo—. Susurró de nuevo, ante la confusión que mostré en el rostro.

Sin esperar mi respuesta, deslizó sus manos por mi espalda hasta llegar al broche de mi sujetador para soltarlo.

Dejó que la prenda se cayese por sí sola y volvió a recorrer mi cuerpo con sus manos. Atravesó con la yema de sus dedos desde mis pechos hasta el abdomen y se detuvo en el borde de la única ropa que me cubría.

Se puso de rodillas, sin perder ningún momento el contacto visual conmigo y acercó su boca a una de las tiras de mi ropa interior. Haciendo uso de sus dientes y una de sus manos, estiró a lo largo de mis piernas, que lucharon por mantenerse quietas, hasta deshacerse del objeto.

En cuanto estuve totalmente desnuda ante él, acercó sus labios hasta dejarlos a milímetros de mi piel, recorriendo con su aliento y manos mis muslos, vientre, pechos y por último rostro.

Se acercó a mi oído, empujándome levemente hacia la cama.

—Túmbate—. Susurró.

Accedí y me dejé caer suavemente sobre el colchón.

Zac me corrigió la postura, moviendo mis brazos y piernas hasta quedar de lado, de forma que cubría mis pechos y feminidad.

Sacó una libreta y un lápiz del cajón de su mesita de noche y se sentó en el suelo frente a mí.

—No sabía que dibujaras—. Susurré.

Él no me respondió, pero en su mirada vi con claridad que era una especie de secreto.

No necesitó mucho tiempo para encajar mis medidas en el papel. En cuanto volvió a mirarme, comenzó a trazar líneas firmes y decididas sobre la hoja.

Me quedé quieta mientras lo observaba dibujar.
Cuando se concentraba fruncía el ceño, y a veces llegaba a morderse el labio inferior.

Sus ojos recorrían toda mi anatomía con cierta admiración, me sentí como una escultura hermosa bajo su mirada.

Apenas tardó diez minutos. Supuse que habría observado mi cuerpo en otras ocasiones, así que apenas tuvo que borrar sus trazos. Al terminar, dejó el lápiz en el suelo, para mirar a su dibujo y a mí respectivamente, comprobando que no hubiese cometido errores.

Dio el visto bueno y cerró la libreta.

—Quiero verlo—. Me quejé, sentándome en la cama.

Él no replicó o soltó algún comentario malhumorado como habría hecho otras veces.

Se quitó los zapatos y se acercó a mí con pasos decididos y largos.

En apenas un segundo, se había inclinado sobre mí en la cama y me había encerrado entre sus brazos, obligándome a mantenerme tumbada bajo él.

Escudriñó una vez más mi rostro, como si hubiese descubierto algo a través de su boceto que antes no había visto.

Abrió la boca para decir algo, pero prefirió callarse.

No sabía qué pretendía, pero no me atreví a moverme. Me había quedado paralizada con su cercanía.

Zac acercó aún más su rostro al mío, rozando tanto nuestras narices como nuestros labios.

Mantuve la mirada en sus verdes iris, perdiéndome en la profundidad que estos tenían y él me sostuvo la mirada unos segundos antes de presionar con suavidad sus labios contra los míos, formando el beso más dulce y deseado que nadie me había dado.

Aquella vez, a diferencia de otras, no fue mi cuerpo por instinto el que tomó su rostro con ambas manos, si no que fui consciente de lo que hacía.

No pude negarme aquel capricho.

Ambos nos enfrascamos en aquel beso de lleno, sin importarnos las explicaciones que deberíamos dar después, ni los problemas que había alrededor.

Olvidé por completo mi regla sobre no besar a mis clientes, porque aquella noche Zac no era uno de ellos.

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