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19: Cena.

La limusina nos dejó frente a un restaurante que, por el nombre, debía de ser francés.

Aquel vestido me permitía moverme con más facilidad que el de la noche anterior, así que no necesité ayuda para salir del coche.

Volví a engancharme del brazo de Zac para pasar al interior, pero ambos nos tomamos unos segundos de reflexión antes de hacerlo.

Él me miraba dudoso y yo mantenía la vista en las puertas del restaurante, cobrando valor.

—Estás pálida—. Observó.

Rodé los ojos.

Prefería su faceta distante antes que aquella preocupada a cada segundo.

—Necesito sal—. Me excusé y tiré de su brazo hacia el local.

El suelo de terrazo rojo casaba con los manteles y las cortinas. Aquel color oscuro le daba intimidad al lugar y junto a la decoración francesa te transportaba a aquel país con facilidad.

Zac consultó la mesa en que debíamos sentarnos y la mujer nos guió hasta esta, pasando por en medio de la sala.

Algunas personas se giraban a mirarnos, y supuse que sería por la popularidad de Zac en Inglaterra.

Este último le dio las gracias a la trabajadora mientras nos dejaba continuar solos a través de unas pequeñas escaleras hacia la parte superior.

Había un pequeño balcón que sobresalía, creando una zona exclusiva para clientes importantes. Desde allí tenías la sensación de ser mejor que la gente debajo de ti.

Cómo no.

En cuanto nos acercamos a la mesa, mis tacones avisaron a los presentes de nuestra llegada, así que se giraron para recibirnos.

Eran tres hombres y una mujer.
Solamente pude identificar a Harry.

Se levantaron y distinguí que había un matrimonio de mediana edad y después un hombre soltero junto a Harry.

—Buenas noches, ella es Ingrid, es mi pareja—. Me presentó Zac.

Debía de ser imaginación mía, pero su voz pareció temblar.

Me acerqué para estrechar las manos de las tres personas desconocidas, mientras que simplemente saludé a Harry con un asentimiento.

Él parecía petrificado. Seguramente no se esperaba mi presencia.

Nos sentamos y, al estar todos los asistentes, miramos los menús entregados por los camareros.

Me coloqué entre Harry y Zac. No tenía alternativa, pues los asientos ya estaban asignados.

Hice mi mayor esfuerzo por evitar aquella mirada azul.

—He de felicitarle a usted y a su padre por su trabajo, últimamente las acciones han subido, y ya sabe lo que significa eso para los que estamos aquí—. Dijo el hombre casado, dando un codazo amistoso a Zac.

Él se ajustó la chaqueta, riendo por compromiso y miró a sus socios.

—Gracias a ustedes por seguir con nosotros, la compañía agradece su apoyo—. Respondió amablemente.

Después se enfrascaron en una íntima conversación sobre negocios, a la que preferí no prestar atención. De nada servía, pues no entendería nada.

Pasados unos minutos, un camarero vino a tomar nota, y me di cuenta de que, concentrada en mantener la compostura, me había olvidado de escoger menú.

Zac, acostumbrado a mis despistes, me puso una mano en la espalda para acercarse a mi oído.

—¿Puedo pedir por ti?—. Preguntó.

En sus ojos se reflejaron las luces de los candelabros, pero también parecieron brillar de diversión por el recuerdo de aquella mañana en la cafetería.

Sonreí y me aguanté las ganas de soltar algún comentario como los que solíamos compartir a solas.

—Claro, gracias—. Respondí al final.

Volví la vista hacia el frente, y de reojo pude ver la mano de Harry hecha un puño sobre su regazo.

Bebí de la copa de vino tinto que nos acababan de servir y vacié la mitad.

Por suerte, nadie se dio cuenta, o al menos fingieron no hacerlo.

Cuando trajeron los platos principales supe el menú que Zac había escogido para mí. Al parecer era el mismo que el suyo.

Recordé algunos consejos que mi madre me había dado de pequeña para las cenas formales. Agradecí a la naturaleza recordarlo.

—¿Puedo saber cómo se conocieron?—. Me preguntó la mujer, al otro lado de Harry.

Este y los demás se habían enfrascado en una conversación animada sobre ganancias y demás.

Maldecí no haber prestado atención aquella vez que Zac se lo explicó a sus padres por videollamada.

Me aclaré la garganta e inicié con palabras tópicas para ganar tiempo.

—Esto... Es una historia interesante...—. Comencé, tomando de la mano a Zac por debajo de la mesa.

Él la agarró al instante y entendió.

—Perdón que interrumpa, pero me gusta contar la historia a mí, ella se deja detalles—. Mintió Zac cual caballero en rescate.

Solté un suspiro de alivio y disimulé con una sonrisa.

Los hombres cesaron la conversación para prestar atención a Zac.

—Fue una especie de flechazo, estaba en Nueva York y apenas conocía la ciudad, así que cuando se me estropeó el coche tuve que pedir ayuda y ahí estaba ella, dispuesta a ayudarme —me miró con aquella sonrisa perfectamente estudiada—. Lo gracioso es que, al principio, Ingrid no sabía para qué la necesitaba. Solamente la encontré caminando por la calle y detuve como pude el coche. Pero aún así ella, con su vestido negro y sus ojos cafés, aceptó ayudarme.

Alzó mi mano y besó la misma.

Yo le mantuve la mirada, ajena a las demás, y sonreí ladeadamente. Se parecía bastante a cómo nos habíamos conocido, aunque claro, borrando algunos detalles y añadiendo otros.

—No pude negarme, parecía tan misterioso y atractivo que quería saber para qué requería de mi ayuda. Y por supuesto le solucioné el problema—. Añadí.

La mujer suspiró emocionada y su marido rió levemente.

—Si no lo veo no lo creo, debes de ser una muchacha muy especial, jamás había traído a una mujer a una reunión con nosotros—. Confesó el hombre soltero.

No pude evitar sentirme halagada, aunque sabía que sólo me había llevado porque no se tenía que esforzar en ser un buen novio. Al igual que con las personas de aquella reunión, sólo eran negocios.

Harry carraspeó. Parecía incómodo de cierta manera.

—Me alegro por vosotros—. Murmuró él.

A simple vista parecía ser verdad, pero yo lo conocía lo suficiente para ver que aquella sonrisa era falsa.

Zac le dirigió una mirada falsamente agradecida. Mantuvieron la vista fija unos segundos, como si pudiesen hablar telepáticamente.

Yo, cansada de estar en medio de la batalla, me disculpé para ir a los aseos.

Todos se levantaron por educación, pero escuché pasos venir tras de mí. No supe de quién, pero estaba segura de que eran de hombre.

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