18: Londres.
En cuanto salimos al exterior, pude notar el cambio de temperatura de la noche a la mañana.
En la gala el ambiente había sido frío y húmedo, pero había salido un sol que calentaba bastante. La ropa que escogió Zac era perfecta para esa temperatura.
Al igual que otras veces, me tendió su brazo. Llegué a pensar que era costumbre más que modales, parecía salirle de forma mecánica.
Lo acepté con una sonrisa y lo seguí hasta lo que debía de ser una cafetería donde la mayoría de personas llevaban un estilo hipster.
Me gustó el ambiente.
—Ven—. Me tomó de la mano y me condujo a una mesa alejada del resto, junto a una ventana y una puerta que parecía ser un almacén.
Antes de llegar a la mesa, solté su mano. Me parecía un gesto demasiado íntimo y me sentí incómoda. A él no pareció molestarle.
—¿Puedo pedir por ti?—. Preguntó, sin sentarse.
Dudé un poco pero terminé asintiendo.
A los minutos volvió con dos tazas y un plato con un trozo de tarta.
Con la mirada me instó a probar del líquido que a simple vista parecía ser café.
Con la leche habían dibujado un cisne precioso.
Soplé un poco al ver el humo que salía y le di un sorbo.
En efecto, era café. Pero parecía tener un sabor dulce que procedía de otra fuente ajena al azúcar.
—¿Qué lleva?—. Pregunté a Zac, quién miraba por la ventana, distraído.
—Si te lo digo sabrás el nombre—. Señaló con el mentón una pizarra donde había escrito los distintos cafés y sus componentes.
—¿Y qué más da? Me gusta y quizá quiera más, dime cómo se llama—. Bufé.
—Entonces tendrás que darme algo a cambio—. Dijo, antes de beber de su café y mirarme por encima de la taza.
Dejé la mía en la mesa y me crucé de brazos.
—¿Qué quieres?
Zac sonrió y dejó la taza al igual que yo. Se inclinó sobre la mesa y me miró fijamente.
—Déjame llamarte Ini.
Lo que me faltaba.
—Es absurdo, no voy a dejarte hacer eso a cambio del nombre de un café—. Me quejé.
Y ahí estábamos de nuevo, discutiendo.
Sin embargo, ambos veíamos el lado divertido y portábamos una sonrisa en el rostro.
—Tú misma—. Terminó, volviendo a beber de su taza.
—Eres idiota—. Murmuré.
—Y tú una cabezota—. Refunfuñó.
Terminamos el desayuno en silencio, algo que agradecí, y sugerí ir a ver el puente. Por supuesto él me llevó la contraria, pero al final, no sé muy bien cómo, me salí con la mía.
Caminamos por Londres arriba y abajo, tomamos algún que otro taxi y terminamos en el "ojo de Londres".
Cualquiera habría dicho que éramos una pareja real. Las discusiones constantes no eran por motivos serios. Se reducían a qué lugar visitar, cómo ir, etc, y al final lo arreglábamos con piedra, papel o tijera.
Sin ser consciente, había visto un lado de Zac que no me había mostrado en un principio.
A pesar de querer molestarme a propósito, la mayoría del tiempo se guardaba los comentarios groseros y se esforzaba por ir a mi ritmo.
Me gustó ese lado de Zac Collins.
Por otra parte, yo también fui más flexible, en agradecimiento por los regalos. Además, no tenía motivos para estar molesta; estaba en Londres, el lugar con el que soñaba siempre.
Acabamos la ruta en un restaurante, más tarde de lo previsto, para comer algo antes de volver al hotel y cambiarnos.
Zac tenía que visitar a unos socios, y lo habría podido hacer solo, pero me pidió que lo acompañase. No tenía nada mejor que hacer, así que claramente accedí.
Sin embargo, me preguntaba hasta dónde llegaría la farsa. No podría mantenerme como su novia para siempre. Llegaría un momento en que debía volver a mi vida nocturna y él a su vida de papel.
Intenté no pensar en ello en lo que restaba de día.
Sorprendentemente, la mañana con Zac se había pasado en un abrir y cerrar de ojos. Su compañía había sido más placentera de lo previsto, y me sorprendió el sentimiento de tristeza al ver que debíamos volver al hotel.
Podría haber vagado por Londres con él todo el día.
En la habitación ya había un vestido de tarde sobre la cama, que ahora estaba arreglada, y en el suelo unos zapatos de tacón.
Al compartir la misma habitación, él se fue al baño para dejar el cuarto como mi vestidor.
Echaría de menos aquel Zac caballeroso en cuanto volviese el distante y frío.
El vestido que esta vez había escogido para mí se ajustaba más a lo que solía llevar. Parecía haber captado mejor mi esencia.
Era negro brillante, de la misma tela que el que usé la noche en que lo conocí, pero por supuesto de mejor calidad.
Caía hasta las rodillas y los tirantes, que se ataban en el cuello, dejaban mi espalda al descubierto.
Me gustó.
Salí de la habitación lista para partir, pero Zac pareció dudar.
Justo había colgado una llamada, pues dejó caer su mano desde la oreja y miró el móvil unos segundos.
En cuanto me vio, sonrió, pero no llegó a sus ojos.
—Como siempre, deslumbrante—. Ajustó un tirante que se había movido del sitio, y me ofreció una corbata.
Sin decir nada, capté la indirecta y le hice el nudo correctamente.
—Por cierto... —comenzó dudoso—. Ha habido un cambio de última hora.
Alcé la vista unos segundos, mientras terminaba de atar la corbata azul marino.
—Harry asistirá a la cena, entiendo si no quieres venir—. Buscó mi mirada, pero no se la devolví.
Retrocedí en busca de mi bolso y volví hasta él con toda la calma que pude reunir.
Fingí una sonrisa y me encogí de hombros.
—Ya te dije que no me afectó su presencia, iré contigo.
No pareció convencido, pero respetó mi postura y, como era de esperar, me ofreció su brazo.
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