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14: Prohibido besar (parte 2).

Una de sus manos se posiciona en la parte baja de mi espalda, guiándome calle abajo.

No sé si ha traído un coche o vamos andando hacia su apartamento o un motel, pero cualquier plan que tenga para mí está bien.

Con él me siento bien.

Ya sé que es un extraño y apenas me ha dicho dos frases, pero, ¿Qué hombre se preocuparía por si una prostituta pasa frío?
Aquello me dijo todo sin necesidad de palabras.

¿Cómo te llamas?—. Me pregunta, quizá tratando de evitar un silencio incómodo.

—¿Cómo quieres que me llame?—. Respondo de forma mecánica, aunque en realidad tengo curiosidad por saber la respuesta.

Gira su rostro hacia mí y eleva una ceja, soltando una leve risa. Desvía la mirada unos segundos hacia el cielo, quizá buscando las palabras adecuadas para decirme algo, y se adelanta unos pasos para pararse en frente de mí.

Me detengo algo confusa y espero a que hable.

—Quiero dejar clara una cosa —comienza, esta vez mirándome—. No me he interesado por ti porque seas una prostituta. No quiero acostarme contigo como tal, quizá ni lo haga. Solamente quiero saber más de una mujer guapísima que me he encontrado por la calle, y que por suerte he tenido la oportunidad de ofrecerle ayuda—. Se encoge de hombros, aunque el juego de sus manos me indica que está nervioso.

Sin duda es lo mejor que me han dicho en mucho tiempo. Puede que lo único sincero, lo único que no había salido de la boca de un cliente, el cual al final me pagaría.

Me muerdo el labio, mirando al suelo.

—¿Entonces quieres tener una cita?—. Pregunto aún sin mirarle.

No sería capaz de reconocerlo, pero sólo la idea me provoca mariposas en el estómago.

He perdido la cuenta del tiempo que ha pasado desde que alguien me pidió salir.

Él chasquea la lengua, un poco divertido por la pregunta, y vuelve a reír levemente.

—Sí, podemos llamarlo así—. Me ofrece su mano enguantada.

Miro su mano y su rostro varias veces.

Dudosa acepto y él no titubea en sujetarme con fuerza, como si creyese que sería capaz de escapar.

—¿A dónde vamos?—. Pregunto yo con genuina curiosidad, no solamente por romper el silencio.

De nuevo me mira con esa sonrisa que habla por sí sola.

Negándose a darme una respuesta, tira de mi mano levemente para hacer que lo siga.

Sin previo aviso gira una esquina y accede a unas escaleras que llevan hasta la entrada de un local.

Con su mano libre abre la puerta y deja que pase yo primero.

La entrada es solamente un pasillo. A la izquierda se encuentran las puertas de los baños y a la derecha otra puerta, esta vez de cristal, que deja ver una barra con taburetes. Desde aquí se puede escuchar la música; jazz.

—¿Te gusta el jazz?—. Pregunto sorprendida, de nuevo dejándome llevar de su mano hasta el interior.

Llegamos al lugar más concurrido del local, con mesas cuadradas repartidas por toda la estancia, un escenario donde tocaban la música en directo, y una barra con más de una persona atendiendo a los clientes.

—¿A quién no?—. Responde en un tono más elevado para poder escucharlo aún con los instrumentos tocando en directo.

Alzo las cejas.

—En realidad a mucha gente—. Río mientras una negación acompaña mis palabras.

Nos acercamos a la barra y uno de los barman nos atiende.

—Dos Billie Holiday, por favor—. Pidió él.

—¿Los cócteles tienen nombres de cantantes de Jazz?—. Pregunto bromeando, pero él asiente.

Que ironía. El cóctel que ha pedido es de una cantante que se prostituyó durante años.

—Aún no me has respondido—. Insiste, tomándome de la cintura para subirme a un taburete.

Él se sienta a mí lado y lo hace girar para quedar frente a mí.

Frunzo el ceño unos segundos, pero logro recordar en seguida.

—Ingrid, ¿Y tú?—. Le sonrío de forma inconsciente.

—Harry, Harry Russo—. Me extiende su mano de nuevo.

Le ofrezco la mía, pero en vez de estrecharla la toma y besa el reverso de esta, sin apartar su azulada mirada de mí.

Cada vez que nuestros ojos conectan siento como un imán que me atrapa; por mucho que quiera evitarlo, la fuerza del polo opuesto me atrae.

Las luces se vuelven más tenues y los clientes desaparecen.

Con una sola mirada ha logrado llevarme a otro mundo. Uno en el que solamente nosotros dos podemos decidir qué hacer.

Me gusta ese mundo. Me gustaría quedarme en él.

La música cesa y todos a nuestro alrededor aplauden, haciendo que la realidad me caiga como una jarra de agua fría.

Ambos reaccionamos al mismo tiempo, tarde, pero conseguimos aplaudir al igual que el resto.

—Oye Ingrid —me llama, captando mi atención al completo—. Voy a predecir el futuro —hace una pausa intentando no reír, al igual que yo—. Si esta noche no te beso, mañana moriré.

Suelto una gran carcajada, más llevada por los nervios y las mariposas en el estómago que por sus palabras.

—Te creo, profeta. Pero hay un problema—. Digo cuando consigo estar seria.

Él me pregunta con la mirada.

—Yo no beso en los labios.

Al principio parece no entender el porqué, pero después chasquea los dedos.

—Está bien, pero esto es una cita, una real, no es trabajo—. Explica mientras el barman nos sirve los cócteles.

Niego, intentando estar seria.

—Eso no importa, debes de hacer de esta la mejor noche de mi vida o no conseguirás besarme—. Dicho esto tomo mi bebida y la pruebo, aún mirándolo.

Es una exquisita mezcla de piña, mango y lima que mezclado con el alcohol hace un cóctel maravilloso.

—Lo será, créeme—. Promete sin apartar sus ojos de los míos.

No necesito nada más para saberlo.

Será la mejor noche de mi vida.
Le dejaría besarme aunque fuese lo último que hiciese.

Su sola presencia me atrae, aún sabiendo que quizá no sea el indicado y la fantasía termine, quiero arriesgarme.

Quiero caer en sus brazos, aún si eso implica romperme en pedazos.

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