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Capítulo 4 - Desconocidos.


La presión del agua en mi cabeza me hacía desconectar del trabajo, ejercitarme y seguir nadando me despejaba de los problemas, del día a día, de mi frustración al no poder hallar a esa chica. Sólo estaba ansioso por volver a acostarme con ella, nada más, tampoco es que estuviese obsesionado con ella por algo más.

Me sacudí la cabeza, después de salir a la superficie, y me salí con elegancia, dirigiéndome a los vestuarios privados, más que dispuesto a darme una ducha.

Había pasado una semana en la que seguía concentrado en los negocios, ignorando el maldito pasado, prometiéndome a mí mismo que podría volver a la discoteca el viernes, quizás volvería a verla, quizás podría volver a tener otra oportunidad.

Un repentino viaje de última hora iba a estropear mis planes, debía ir a Francia por un asunto relacionado con PRADA, tan sólo esperaba volver a tiempo de verla.

Las reuniones no fueron como esperaba, y terminé perdiendo los estribos con el señor Kim, que quería una suma desorbitada por la información que tenía que darme.

Ni siquiera me paré en casa a cambiarme de ropa, iba con esa camisa gris y unos chinos, muy informal, en lo absoluto cómo me gustaba vestir a mí, perfecto e impoluto.

Me metí en el cuarto de baño, y me refresqué la cara, era demasiado temprano, ni siquiera había cenado algo, las malditas ansias por encontrarla me estaban jugando una mala pasada. Me miré al espejo, sin reconocerme si quiera.

¿Qué mierdas me estaba pasando? ¿En qué estaba volviendo a convertirme sólo por conseguir algo de una mujer? Yo no era así, joder.

Tomé la determinación de marcharme en ese justo instante. Me sacudí el cabello, echándomelo hacia atrás, hacía un calor terrible aquella noche. Salí del baño de caballeros y atravesé el pasillo, hasta que una estúpida chocó conmigo.

- Lo siento, lo siento tanto... - nuestras miradas se cruzaron entonces, la electricidad me golpeó y dejé caer la mandíbula, porque, joder, no podía creerlo. Era ella, justo cuando había tirado la toalla con toda aquella mierda.

Ambos estábamos flipando, no esperábamos encontrarnos de nuevo, no en aquella circunstancia.

Llevaba un vestido azul cobalto aquella vez, con detalles negros, y un escote que me volvía loco, del que no podía quitar los ojos. Ella sonrió, al darse cuenta de que la deseaba incluso más que la primera vez.

Me apoyé en la pared, al mismo tiempo que lo hacía ella, dejando caer nuestras cabezas, controlando nuestras respiraciones para que no se volviesen locas, y entonces me atreví a acortar la poca distancia que había entre nosotros, justo iba a besarla, cuando habló.

- ¿Ni siquiera vas a decirme tu nombre esta vez? – sonreí, divertido, echándome hacia atrás, pero me sujetó de las solapas de la camisa antes de que me hubiese alejado lo suficiente. El deseo era plenamente palpable entre ambos. Me lamí los labios, antes de responder, se me hacía la boca agua, no podía dejar de ansiar sus labios.

- ¿Por qué quieres saberlo? – lancé con la voz marcada por el deseo, haciendo que se mordiese el labio, apretando su frente contra la mía, mientras yo hacía todo lo posible por mantenerme a raya - ¿piensas gritarlo cuando te folle?

- ¿Quieres follarme? – preguntó, entre susurros, entre abriendo esos labios que me volvían loco. ¡Joder! Ella lo sabía, sabía que me estaba volviendo loco, y aun así allí estaba... provocándome con su sinuoso cuerpecito.

La besé entonces, sin poder soportar aquella maldita tortura por más tiempo, aferrándome a sus nalgas, desesperado, ansiando tanto de ella que parecía irreal, sin apenas poder respirar, haciendo una parada para hacerlo, tirando luego de ella, encerrándonos en el baño de caballeros, en uno de los habitáculos, echando el pestillo, mientras ella me abría la camisa de cuajo, mordiéndose el labio inferior al ver mis abdominales. Sonreí, volviendo a acortar las distancias entre ambos, aferrándome a sus labios, mientras ella acariciaba mi pecho, haciéndome estremecer.

Besé su cuello, mordiéndolo a cada tanto, mientras sus gemidos suaves, constantes, susurrantes, empezaban a volverme loco, el maldito calor me quemaba, me achicharraba, la necesitaba ahora, y no iba a detenerme.

Le di la vuelta con un solo movimiento, apoyando mi abultada entrepierna en su trasero, haciéndola estremecer. Subí su vestido, volviendo a morder su cuello, bajando con rapidez mis pantalones, ladeando sus bragas y la metí sin contemplaciones, ante la sorpresa de ambos.

No me detuve a pensar en lo que estábamos haciendo, ni un solo momento, no podía, no deseándola de aquella forma tan antinatural. Disfrutaba y lanzaba palabras en su propio idioma a cada tanto.

La forma tosca en la que se lo hacía parecía gustarle, y eso sólo me encendía más, que a ella le gustase todo aquello, que fuese incluso más enferma de lo que yo lo era.

Estaba a punto, y ella pudo notarlo, pero me detuvo antes de haber llegado al éxtasis, se dio la vuelta y me apretó contra la pared. La miré, sin comprender, justo cuando me sentó en la tapa del váter.

Se sentó sobre mí, tomando ella las riendas, tirando de mi cabello hacia atrás, mordiendo el lóbulo de la oreja, haciéndome sonreír. Había tenido razón, ella era tan salvaje como lo era yo.

- Dime cómo te llamas – suplicó en medio de aquella maldita enajenación mental. Sonreí, sin dejar de disfrutar, subiéndole el vestido un poco más, bajándole luego la otra parte, aferrándome a sus pechos, mordiendo su pezón izquierdo, logrando mi cometido, perdió la noción del tiempo y echó la cabeza hacia atrás, dejando que un nuevo latigazo de deseo volviese a envolverla.

Sus convulsiones llenaron ese pequeño habitáculo, sus gemidos susurrantes y desesperados, y la forma sobrecogedora en la que disfrutaba de aquello me hicieron llegar al final. Cuando nos miramos nos llenamos de una forma que parecía imposible, porque éramos dos putos desconocidos teniendo sexo en el baño de una discoteca, porque ni siquiera conocíamos los nombres del otro.

Tragué saliva, aterrado, joder, pero queriendo poner remedio a la maldita situación.

- Lee Kang Hyuk – me presenté, ella sonrió, sin levantarse aún, aferrándose a los cabellos de la parte trasera de mi cabeza.

- Susana – contestó.

Ambos nos aferramos a los labios del otro, complementándonos de una forma muy loca, hasta que los pasos de alguien en el exterior, y el particular ruido de alguien vaciando la vejiga nos hicieron detenernos y lanzarnos miradas cómplices.

Nos vestimos de forma apropiada, importándonos poco no haber usado condón una vez más, haber vuelto a follar como dos sementales en celo, ser desconocidos, y habernos encontrado por casualidad una segunda vez.

- Dame tu número – pedí, como un maldito subnormal, sin querer dejarle las cosas al azar una tercera vez. Sonrió, tendiéndome la mano para que le diese el móvil, y lo hice, observando después como ella lo apuntaba y me lo cedía.

Dejé que se marchase después de eso, y yo me acerqué al espejo, ignorando las miradas de flipe del tipo de hace un momento, dejando escapar una risotada al ver el aspecto que tenía. La camisa reventada, la cremallera aún abierta, y mis cabellos espelucados, por no hablar de que su carmín estaba por mi cara, en mis labios y en el cuello.

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