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Capítulo 28 - Cuidar de la princesa.


Aporreé la puerta, como un maldito subnormal, con el corazón herido, al pensar en todas las idioteces que dije la noche anterior. ¡Dios! Necesitaba verla, abrazarla, decirle que quería estar a su lado, luchar por ella.

Pero cuando la puerta se abrió, no fue ella la que me miró. Lucía molesta, defraudada, y no parecía que fuese a dejarme entrar.

- Márchate – rogó, negué con la cabeza. Quería explicarle, realmente quería decirle que estaba equivocada, que yo no iba a dañar a su mejor amiga, que quería cuidarla, aferrarme a ella.

- Necesito... - me cruzó la cara antes de que hubiese dicho nada más y me empujó de la casa, saliendo ella detrás de mí.

- ¿Tú necesitas? – espetó, terriblemente molesta, fuera de sí, sin tan siquiera pensar en si yo era su jefe o cualquier otro tío - ¿y qué hay de lo que ella necesita? – tragué saliva sin saber qué decir. ¡Joder! La había cagado, lo había estropeado todo con mis malditos miedos – No quiero que vuelvas a acercarte a ella – rompí a reír, sin poder creer en esa mierda.

- ¿Perdón?

- Cómo lo oyes - ¡Dios! La puta situación de los huevos me estaba sacando de quicio – Vas a dejarla marchar, Lee Kang Hyuk.

- ¿Marchar? – pregunté, como un estúpido - ¿A dónde? – ella se cruzó de brazos, dirigiéndome una mirada de autosuficiencia, como si se creyese mejor que yo. Y entonces lo comprendí. Susana iba a volver a España – No... - ni siquiera me dejó hablar, se introdujo en su casa y me cerró la puerta en las narices.

¡Mierda!

¿Hasta qué punto había destrozado a esa chica como para que quisiese volver a su hogar con el rabo entre las piernas?

- Susana – llamé, volviendo a llamar al timbre, aporreando la puerta, montando un gran escándalo, haciendo que varios curiosos saliesen a mirar - ¡Susana!

La puerta se abrió y su amiga se asomó por ella, molesta con mi actitud.

- Si no te marchas ahora, llamaré a la policía – agarré la puerta y tiré de ella, con todas mis fuerzas, intentando abrirla. Estaba desesperado por verla, diré en mi defensa - ¿qué mierdas te crees que estás haciendo? – Entré en un descuido, mientras ella me agarraba del brazo, intentando detenerme – Ella no quiere verte, ¿acaso no te ha quedado claro?

- ¡Susana! – la llamé, recorriendo con la mirada todo el apartamento. Desde la pequeña cocina hasta el sofá con la televisión, el pequeño pasillo hasta las habitaciones hasta la puerta del baño entre abierta. ¿Estaría ella allí?

- Vete ahora mismo – ordenó Olivia, tirando de mi brazo para que volviese a salir, mientras yo me resistía – Maldita sea, Lee Kang Hyuk, márchate de una vez.

- ¿Oppa? – preguntó una voz débil junto a las habitaciones, haciendo que ambos mirásemos hacia ese punto. Tenía un aspecto horrible, grandes ojeras, los ojos rojos de tanto llorar, el rostro sudoroso y blanco. Como si estuviese enferma. Abrí la boca, porque no esperaba encontrarla en ese estado, su labio inferior tembló, al recordar el día anterior, pero se obligó a sonreír tenuemente. Entonces se tambaleó, preocupándome, pero terminó agarrándose al marcho de la puerta, volviendo a sonreírme – Estoy bien.

- Susana – la llamé, soltándome de su amiga, caminando junto a ella, haciendo que se quedase mirándome, como si fuese un maldito espejismo y sonriese de forma plena, mientras sus lágrimas se precipitaban por sus mejillas. La agarré entre mis brazos y la cargué hasta su habitación, observando todo aquel caos. Hacía calor en aquella habitación, demasiada, ella estaba ardiendo, a pesar de eso temblaba.

- Eres como un príncipe – aseguró, mientras acariciaba mis mejillas, estudiando cada uno de mis rasgos – vienes a salvar a la princesa que está encerrada en el castillo.

¿Un príncipe? Soy el villano que ha hecho daño a la princesa. Sus lágrimas volvieron a precipitarse hacia el vacío. La recosté en su cama y la tapé, presionando mi mano sobre su frente, estaba ardiendo. Un barreño con agua fría estaba sobre la mesilla de noche, como si alguien hubiese estado intentando bajar su fiebre.

Agarré el paño, lo escurrí bien y lo pasé por su delicado rostro, mientras ella no hacía más que observarme. Me estaba matando verla en ese estado, pensar en la sola posibilidad de ser el causante de todo aquello.

- Mianneyo (lo siento) – fue lo que dije, como un tonto, mientras escuchaba a Olivia apoyarse en el marco de la puerta, como si quisiese cerciorarse de que no iba a dañar a su amiga nuevamente – Ne ga... (yo...) - acarició mi rostro, como si le preocupase mi estado.

No podía dejar de pensar en que todo aquello era por mi culpa, ella estaba pasándolo tan mal por mi causa. Si era así... ya no quería aferrarme a lo que sentía, quería dejarla marchar, aunque eso me destrozase, protegerla.

Quizás dejarla ir era lo mejor para ambos.

- Saranghe – confesó ella, haciéndome sonreír.

¡Dios! Esa chica. ¿Por qué seguía aferrándome a mí de esa manera? Me sentía tan protegido cuando ella estaba a mi lado, que quería aferrarme a ese cuidado un poco más. Besé su preciosa mano, y la aferré a mí, incapaz de dejarla ir.

La amaba, maldita sea.

- Nado, Saranghe – contesté, como un estúpido, sorprendiendo a Olivia, que seguía allí, sin dar crédito, pues jamás pensó que lo que sentíamos fuese tanto ya.

- Cuida de ella – fue su petición, yo ni siquiera me volteé a mirarla, estaba más ocupado limpiando el sudor de esa chica a la que amaba – yo necesito ir a trabajar – la escuché abandonar la habitación, y más tarde el apartamento, mientras yo seguía cuidando de esa hermosa princesa.

Susurraba en sueños, aferrándose al puño de mi camisa, se movía de forma violenta y lloraba. Me descalcé, me quité la chaqueta y me metí dentro de su cama, abrazándola, intentando transmitirle esa paz que necesitaba.

Acariciar ese hermoso rostro, apartar sus cabellos rebeldes de él y pensar en un futuro a su lado fue algo que calentó mi corazón. Después de tanto tiempo sin pensar en un futuro para mí, aceptando que era mi castigo por haberme casado como una mujer como Kim Ain Lein, era reconfortante, pensar en que realmente merecía ser feliz.

La vi en mi mente, abrazándome frente al mar del sur, escuchando las olas de fondo, dándome cuenta de que en realidad nunca la había llevado a ese lugar, ni siquiera le hablé sobre mi pasado, ella ni siquiera conocía la importancia de esa playa en mi vida.

- Saranghe – me dijo, la palabra que me hacía feliz si era ella quién la decía – nomu saranghe – ensanché la sonrisa, y la apreté contra mí, mientras ella se apoyaba en mis hombros y me besaba de esa forma arrebatadora que me hacía perder la noción del tiempo.



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