Capítulo 27 - Calentura.
Con motivo de la celebración del perfil, que ¡ya somos 600! Os traigo un capítulo nuevo de cada una de mis historias. Espero que os guste :)
Pulsé el botón del ascensor, mientras me reponía de lo que sin duda había sido un duro golpe. Tragué saliva, no quería venirme abajo y llorar como una niña. Ya tuve suficiente la primera vez que un coreano me rompió el corazón, si incluso me escapé de casa, y obligué a todo el mundo a buscarme. Mi padre estuvo tan preocupado, que incluso llamó a la policía, tanto, que en cuánto aparecí me cruzó la cara como si hubiese hecho algo mal.
Jamás olvidaré lo que me dijo esa noche, cuando fue a buscarme a la estación de tren.
"Jamás rompas el corazón a los que te quieren, más cuando estás herida porque alguien rompió tu corazón de esa manera, y ya sabes lo doloroso que es. Eso sería demasiado cruel"
Fue a partir de esa noche, en la que me volví tan comunicativa con mi padre, con sólo una mirada él podía ver mi alma, aunque yo fingiese estar bien, él siempre tenía el don de verlo todo, como si pudiese ver a través de mi propio reflejo, como un espejo.
Él podría adivinarlo si le tuviese delante en ese momento, lo estúpida que me sentía al haber vuelto a confiar en un extranjero. No funcionó la primera vez, ¿por qué me empeñé en intentarlo una segunda? ¿Acaso no sabía que era lo que me esperaba? ¿No sabía lo doloroso que sería?
Sí, por supuesto que lo sabía. Tan sólo no quería quedarme con la duda al no haberlo intentado.
Arrastré los pies y entré dentro del ascensor, temblando. Ni siquiera sabía si era de frío o si era esa maldita decepción.
Intenté unir las señales en mi cabeza, algo que me indicase que había confundido sus sentimientos.
Quizás cuando los coreanos dicen "Saranghe" no es realmente lo que sienten. Quizás lo digan cómo agradecimiento al sexo.
Presioné el botón hacia la planta de Olivia y volví a quedar inmersa en mis pensamientos.
Quizás era tan estúpida que lo confundí todo desde el principio, igual que me pasó con Kyu Jin.
Le recordaba como si fuese ayer, la primera vez que lo confundí todo, después de que me compusiese una canción sobre nuestra historia, la primera vez que hablamos, la conexión que sentimos, la amistad que surgió después, como se convirtió en algo más.
Esa señal. Me aferré a ella como si lo fuese todo, y me ponía la canción en bucle, enamorándome de aquella voz un poco más, hasta quedar totalmente prendada de ella, idealizando nuestra relación en exceso, atesorando cada detalle mínimo, cada conversación, confundiéndome a mí misma, convenciéndome que lo que sentía por mí era genuino.
¿Y si esta vez me estaba sucediendo lo mismo? ¿Y si aquello no era real?
Algo dolió dentro de mí al pensar en esa mínima posibilidad. Si lo había imaginado todo, si realmente me había montado una película en la cabeza, un maldito drama...
"Esto no es un kdrama cualquiera, esto es un kdrama para mayores de 18" – resonó su voz en mi cabeza.
Me llevé las manos a la boca, horrorizada, pensando en esa posibilidad.
¡Oh Dios Mío! ¿Y si había sido solo sexo y yo lo había vuelto a malinterpretar todo?
Salí del ascensor y arrastré los pies por el pasillo, mi cuerpo no me respondía. Hacía frío, aún tenía las ropas húmedas tras pasear bajo la lluvia y mi corazón estaba demasiado afligido por lo ocurrido.
Recordé aquel día, cuando nos conocimos, en un club. Esa chulería que se gastaba, la forma arrebatadora en la que tuvimos sexo después, sorprendiéndome.
Las palabras de Olivia invadieron mi mente: "Sólo los chicos malos frecuentan los clubs nocturnos"
Él era un chico malo. Un chico ardiente, sexy y muy malo.
¡Dios! ¿Cómo pude pensar que un chico tan genial como él realmente podría elegirme a mí?
Me detuve frente a la puerta de la casa de mi mejor amiga. No podía entrar en ese estado, necesitaba calmarme, pues no necesitaba escuchar un "te lo dije" de su parte, en ese momento sólo necesitaba dormir, descansar, quizás lo viese todo de otra forma al despertar al día siguiente.
- ¿Ya estás aquí? – se sorprendió al verme. No dije nada, la ignoré. Quizás si pensaba que aún estaba enfadada me dejaría en paz. Pero parecía que la suerte no era mi fuerte últimamente – Lo siento, ¿vale?
- No quiero hablar ahora – contesté, buscando fortaleza de dónde no la había, andando con normalidad hacia mi habitación, escuchándola a mis espaldas.
- Es sólo que no quiero que cometas los mismos errores de siempre – y ahí estaba de nuevo, la voz de mi conciencia – sé lo duro que fue para ti con Kyu Jin...
- Hablemos mañana – supliqué, acortando las distancias entre la puerta de mi habitación y yo, entrando con rapidez, cerrando la puerta y dejándome caer sobre ella, al otro lado.
Todo estaba tal y cómo lo había dejado antes de salir a caminar. Las bolsas de ropa que compré el día anterior estaban amontonadas sobre la cama, la maleta entreabierta en la silla junto al ropero, mi ropa interior había sido colocada sobre la peinadora, con la intención de ser colocada en su lugar a su debido tiempo.
Se sentía un lugar tan sombrío y frío, esa oscura habitación tan sólo iluminada por las luces de las farolas de la calle, la tormenta irrumpía en ese silencio que me incomodaba.
Sin apenas darme cuenta terminé tumbada en el suelo, con las piernas flexionadas de forma incómoda, y el rostro plagado en lágrimas, sujetándome la boca con ambas manos, evitando que Olivia pudiese descubrir que no estaba pasando un buen momento.
Estaba acostumbrada, ¿sabéis? Solía llorar muy a menudo cuando estaba con Alberto, en las noches, encerrada en el baño, lamentándome de mi vida, sin que nadie se enterase jamás. Pero... sinceramente, pensé, que después de dejar aquella lacra fuera de mi vida, las cosas me irían mucho mejor.
Lo cierto es que había dejado de contestar a sus mensajes y llamadas, siguiendo un consejo de un idiota que en ese momento me hacía daño de esa manera.
Hacía frío en aquella maldita habitación. Me quité la sudadera húmeda y gateé por el suelo hasta llegar a la cama, antes de quitarme los pantalones, el sujetador, incluso las bragas, metiéndome en aquellas sábanas de pirineos tan suaves y cálidas. Moviéndome en el interior, cayendo las bolsas al suelo, sin tan siquiera importarme, escondiéndome bajo aquellas mantas, intentando aplacar ese frío incómodo, que se me metía en el alma y me hacía temblar, incluso mis dientes castañeaban.
- Maldito Lee Kang Hyuk – gruñí, cerrando los ojos, viéndole en mi mente, ese hombre ardiente bien trajeado, con los brazos cruzados, dedicándome una de sus miradas que me dejaba desnuda, y esa sonrisa que me calmaba el alma. En ese momento me hacía daño, porque ese hombre me había herido. Había preferido ser un cobarde egoísta a quedarse a luchar por mí.
Me parecía tan irónico. Yo había dejado todo por él, y él me había dejado a mí por conservar su reputación.
Me reí como una loca y di varias vueltas en la cama, abriendo los ojos, frustrada. Me sentía tan patética en ese momento.
Hacía frío.
¡Dios! ¡Cómo demonios podía hacer tanto frío en esa maldita habitación!
Busqué el mando del aire acondicionado a mi alrededor. Peiné cada superficie a mi alrededor, hallándolo en la peinadora, junto a la ventana.
¡Maldición! ¡Estaba demasiado lejos! Tendría que atravesar la nevada Narnia hasta recuperar el arma que me traería calor. ¡Dios sabe que peligros hallaría por el camino!
¿Es mi imaginación, o estaba demasiado perturbada?
Rompí a reír, como una loca, y volví a acurrucarme entre las sábanas. Cualquiera que me viese en ese momento lo pensaría, que me había escapado de un manicomio. ¿Quién puede llorar y sentir como su corazón se parte en mil pedazos después de haber sido abandonada por el tipo al que ama, y después reír por cualquier tontería?
Quizás tenía fiebre. Sólo eso explicaría mi bipolaridad.
Había sido tirada a un lado – recuperé ese pensamiento del baúl de mis propios recuerdos, incluso me vi a mi misma metiéndome dentro de ese lugar y seleccionando el recuerdo elegido. ¡Os lo prometo! No estaba bien. Algo me estaba sucediendo, estaba alterando mi realidad – Sí, fui tirada a la cuneta.
¡Dios! ¡Era frustrante!
Lo dejé todo por él, y él me cambió por su integridad. Quizás para él era más importante que yo.
Me reí, molesta conmigo misma.
¿En serio, Susana? ¿Por qué persigues a un tío al que le importas tan poco? Pensé que tenías más orgullo después de haber sido pisoteada la primera vez.
Mis propios pensamientos me estaban atacando, estaban siendo tan crueles, que incluso rogaba las palabras de Olivia, ella jamás habría sido tan dura.
Quizás no está dejándote – dijo una voz, aferrándose a un hilo de esperanza. Debía hacerlo, para no perderme a mí misma. Tenía que luchar contra la fiebre, llegar a la cima de esa enorme montaña y plantar mi bandera, hondeándola, sintiéndome vencedora. Escalar el Everest no iba a ser algo fácil – quizás realmente te pide un tiempo porque lo necesita.
Quizás deberías dárselo y dejar de hacerte la víctima – sugirió esa voz nuevamente, o quizás era otra, pero estaba tan sumamente mareada que no podía apreciarla con claridad.
Sí – insistió la primera – démosle ese tiempo.
Mírate. Eres patética. Estarías dispuesta a darle cualquier cosa, a aferrarte a cualquier cosa, pisando tu propio orgullo, con tal de quedarte a su lado un poco más – el dolor invadió mi pecho, porque sabía que tenía razón.
Volví a tapar mi boca, dejando que las lágrimas silenciosas inundasen mi rostro.
Dolía, pero, sobre todo, hacía mucho frío.
Llovía.
Volvía a llover, pero ya no estaba en esa habitación huyendo del frío. Estaba en la calle, frente a la casa de Olivia, y yo me empapaba aún bajo la lluvia, con aquella sudadera que en ese momento descansaba en el suelo de mi habitación. Allí la dejé, entonces... ¿por qué volvía a tenerla puesta?
- Mírate – escuché su voz detrás de mí – eres patética – me di la vuelta, observándole allí, con su impoluto traje, con la lluvia mojándole, sin que nada le afectase - ¿por qué sigues aferrándote a mí? – lucía tan molesto, y eso me aterró. Negué con la cabeza, aun temblando, hacía demasiado frío esa noche, incluso el vaho salía por mi boca al respirar – Lo que siento por ti no es suficiente como para arriesgarlo todo, Susana – se me heló la sangre, congelándome el alma – Vuelve a casa, porque aquí, en Corea, cuando alguien dice que necesita un tiempo, en realidad está terminando la relación.
- No – me quejé, incapaz de aceptarlo, dando un par de pasos hacia él, observando como levantaba la mano para que me detuviese – dijiste que me querías – rompió a reír, como si fuese divertido.
- ¿Quererte? Sólo lo dije como agradecimiento, después de que tuvimos sexo, Susana – volví a negar con la cabeza, tan fuerte que conseguí despertarme en aquella cama, sudando, pero con un frío que no iba a marcharse aún.
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