Capítulo 22 - El idiota que la dejó marchar.
Los gemidos desesperados de ambos, llegando al orgasmo, las convulsiones, la conexión de nuestras miradas, sus besos desesperados, la sonrisa que se dibujó en sus labios después, aún con mi miembro dentro de ella.
- Sin lugar a dudas es el mejor kdrama que he visto en mi vida – bromeó. Sonreí, como un estúpido, acariciando su espalda, antes de presionar su nuca para volver a besarla. Me retiré y la observé. Ese bello rostro era mío, y aún me costaba creerlo – Kang Hyuk Oppa – me llamó. Esa última palabra en sus labios me hacía sentir cosas muy intensas por ella – Saranghe – sonreí. No era esa palabra en sí lo que me hacía el hombre más feliz del mundo, era ella, la forma suave y ansiosa que tenía de decirlo, con cierto deseo, justo como eran nuestros sentimientos. Algo serio, mezclado con claras notas de sexo ardiente.
- Nado, saranghe – contesté, con la misma intensidad con la que ella lo había pronunciado, volviendo a besarla, encendiéndome como el carbón, reviviendo eso que estaba dormido, aún encerrado en su interior, volviendo a guiarla para volver a hacer aquello.
Pasar la mañana en mi bañera haciendo el amor a esa chica no era algo que me desagradase, en lo absoluto, pero no podía quedarme. Tenía asuntos que atender en el trabajo.
Vestirnos el uno al otro, entre guiños divertidos, y besos fugaces, queriendo quitarnos la ropa en vez de ponérnosla, pero aferrándonos a lo correcto aquella vez, culminando aquel ritual extraño con un beso en mi mejilla que se sintió extraño.
La agarré de la cintura y la atraje hasta mí, desconcentrándola, acortando las distancias entre nuestros labios, volviendo a besarla de esa forma que necesitaba para sentir que todo iba bien entre nosotros. Me hacía extremadamente feliz besarla, me sentía en el cielo, como si estuviese en casa.
- Kang Hyuk... - la besaba tan desesperadamente que ni siquiera la dejaba hablar, aferrándola a mí, para evitar que pudiese caerse hacia atrás. Él mundo siempre dejaba de existir cuando ella estaba cerca.
Mi teléfono comenzó a sonar por tercera vez en la mañana. Eso me trajo de vuelta la realidad. Me retiré y contesté el teléfono, pensé que sería el maldito Kyu Jing de los huevos, pero sólo era papá.
- ¿Dónde estás? – su tono me preocupó, mientras esa chica seguía mirándome con deseo, mordiéndose el labio, queriendo más de mí. Porque cansarme de ella, no era algo que estuviese cerca, ni por asomo – Tu madre y yo teníamos una reunión cerca, insistió en venir, pero ... ¿por qué no estás aquí? ¿Ha pasado algo? – el teléfono de Susana sonó. Ella se marchó al sofá, justo donde estaba su bolso y lo descolgó. Parecía que los dos estábamos en problemas, por evadir la realidad.
- Se me han pegado las sábanas – contesté. Eso le sorprendió demasiado, pues sabía que yo tenía un compromiso muy fuerte con el trabajo.
- Kim Ain Lein...
- No – le corté antes de que lo hubiese propuesto si quiera - No tiene nada que ver con ella – le calmé. No quería preocupar a mis padres con esa bruja. Yo ya era mayorcito para luchar mis propias guerras por mi cuenta.
- Te conozco, hijo, tu jamás descuidarías la revista – tragué saliva, mirando hacia ella, que lucía avergonzada por las cosas que alguien decía al otro lado - ¿estás en problemas con ella? ¿Te ha pedido más dinero? Tu madre y yo podemos ayudarte...
- No – volví a contestar. No quería que ellos se preocupasen – puedo manejarlo – prometí – Justo voy ahora para la oficina, si podéis esperar me gustaría que tomásemos un café.
- No te preocupes, hijo – me calmó, observando a mi madre detrás, que le azuzaba para que me preguntase algo – tu madre no descansará hasta verte, podrías venirte esta noche a la casa, a cenar. A ambos nos gustaría mucho.
- Por supuesto – prometí. Yo era un buen hijo, no quería hacer nada que los preocupase, eso era todo – nos veremos en la cena.
Colgué el teléfono y miré hacia ella, su conversación no parecía ser tan agradable. Temblaba y sus lágrimas estaban a punto de salir. Eso me preocupó demasiado. Camine hacia ella, abrazándola por detrás. Pensé que eso la calmaría, pero no lo hizo, al contrario, se tensó en seguida. La observé, sin comprender.
El tipo que la hacía sentir mal seguía insultándola. Le quité el teléfono de la oreja, lo colgué y la observé. Lucía tan asustada.
Eso me frustraba demasiado, joder.
Apoyé mis manos en sus mejillas, y acaricié ese precioso rostro que no merecía verse mal por ningún idiota.
- Estoy bien – mintió, dando un par de pasos atrás. La agarré de la muñeca y tiré de ella hasta mí, disipando sus miedos, convirtiéndolos en otra cosa. La besé entonces, aferrándome a esos labios amargos, mientras sus lágrimas salían al cerrar los ojos. Se aferró a mi cuello y entonces la cogí en brazos, sentándola sobre el respaldar del sofá, haciéndola reír en cuanto me separé a mirarla – Gracias – la observé, allí, con sus mejillas aún húmedas.
- ¿Le quieres aún? – quise saber, con un pellizco en mi estómago y un nudo enorme en mi garganta. Negó con la cabeza, calentando mi corazón con la sonrisa que me dedicó después – No contestes a sus llamadas. Se cansará si no contestas.
- Debería irme ya – dijo, incómoda, con mis manos aún afianzadas a su cintura. Me aterraba dejarla ir, darme cuenta al final que sólo había sido una ilusión, mis propios anhelos por tenerla – tendrás problemas si no vas a trabajar, Kang Hyuk Nah – sonreí, porque me encantaba esa pose suya echándome una buena reprimenda – no puedes centrarte sólo en lo que sientes por mí, el trabajo también es algo importante en tu vida – asentí.
- Tienes razón. Debo tomar esto con calma – ella asintió, y yo la ayudé a bajar. Se calzó los tacones, recogió su abrigo y su bolso y entonces me observó. Había llegado el momento de separarnos – Probablemente se haya dado cuenta de que te ha perdido, Susana – le dije, refiriéndome a ese capullo – Le tomará un tiempo acostumbrarse, supongo.
- No es así. Aún está en la fase de negación, cree que ha sido una pataleta por mi parte – asentí, entendiendo su punto de verlo – se ha puesto como loco cuando mi prima le ha dicho que no estaba en la ciudad.
- Si necesitas hablar... - ella asintió, sin necesidad de que hubiese dicho nada más. Besó mis labios, algo muy casto para lo que estaba acostumbrado.
- Piensa en algo asequible para nuestra segunda cita – pidió, haciéndome reír. Ella era increíble, no entendía cómo podía ese idiota haberla sobrevalorado – ten un buen día – asentí, dejándola marchar.
El trabajo fue intenso, terminé de diseñar la portada, y la mandé a impresión, le pedí expresamente a Olivia que lo hiciese, porque estaba cansado de que no entendiesen mis peticiones. Hizo un comentario divertido, sobre que no había diferencia entre el blanco roto y el brillante, parecía que esa chica era más parecida a su amiga de lo que había creído en un principio.
- El blanco brillante da armonía, vitalidad, felicidad. El blanco roto se asemeja al compromiso, me hace recordar a las bodas – ella se sorprendió porque le explicase aquello. Pero pareció aceptar mi explicación. Se marchó después de eso.
Recibí varios mensajes de ella, estaba haciendo un poco de turismo por la ciudad, incluso se llegó al mercado de Myengdon a comprar algo de ropa de diario. Sonreí con las sudaderas que me enseñó, muy sport para lo que yo solía vestir.
Se había marchado con ese tal Yunho, ese chico que conocí la primera vez. Confiaba en ella, no penséis que no, pero estaba celoso, la quería toda para mí. Pero no iba a fastidiarlo todo.
La cena en casa de mis padres fue mejor de lo que esperaba. Mamá opinaba que estaba muy delgado, no dejó de poner en mi cuenco todo tipo de cosas, intentando cebarme. Eso calentaba mi alma. Lo había añorado, sentirme cuidado. Los eché a un lado para protegerlos de los escándalos que yo mismo me busqué, para no salpicarlos. Esa era la realidad.
- ¿Cómo van las cosas en la revista? – quiso saber papá.
- Muy bien – reconocí con la boca llena, bebiendo un poco de agua, para tragar todo aquello.
- Quizás deberías apuntarte a una agencia de citas – empezó ella. Sonreí, divertido, para luego negar con la cabeza – conocer a otra chica puede hacerte olvidar a Ain Lein.
- Está vez quiero algo diferente, mamá – ella se sorprendió con mi sinceridad, ya que yo no solía hablar con ellos de esos temas. Más después de lo que sucedió con mi matrimonio – quiero a alguien con la que no tenga que fingir ser una persona distinta, que se sienta cómoda con cada una de las cosas que digo.
- No existe alguien tan atrevido como tú en toda Corea – bromeó papá, intentando quitarle importancia el asunto. Sonreí, disfrutando de la comida, sin querer opinar al respecto. Aún no quería hablarles sobre ella.
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