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Capítulo 20 - La magia del momento.

Actualizo ya el capi nuevo de esta semana.

Espero que les guste :)

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Una cita distinta, sin tener que aparentar ser un buen chico para obtener sexo al final de ella. Me bastaba ser yo mismo para conseguir cualquier cosa con ella. Era tan parecida a mí que me asustaba. Quería tomarme todo el tiempo del mundo en intentar esa relación con ella. No quería tomármelo a la ligera. La primera vez que estuve casado cometí muchos errores, aquella vez no iba a cometerlos, sobre todo porque Susana jamás sería como esas mujeres a las que estaba acostumbrado, ella jamás se callaba nada, me abría su corazón de una manera que me calmaba.

No tenía miedo de estar con ella, al contrario, me moría de ganas de crear un futuro a su lado. Pero aquella vez no quería correr. Conocernos y tomarnos nuestro tiempo para hacerlo, eso era algo que necesitaba hacer con ella. Tan sólo me calmaba que ella quisiese justo lo mismo.

Sin pensar en el final, en los que nos rodeaban, pensando solo en nosotros mismos. Eso era lo que quería hacer.

- ¿Por qué dejaste tu casa? – quiso saber, justo cuando pulsaba sobre el botón del ascensor. Me giré a mirarla. Estaba preciosa.

- No necesitaba algo tan ostentoso y caro – contesté. Esa fue una de las razones. Ella no necesitaba saber las demás – este apartamento está más cerca de la casa de mis padres. – ella asintió, mientras nos subíamos en el ascensor - ¿alguna otra cosa más que quieras saber? – podía sentir su preocupación, como si tuviese un sexto sentido o algo por el estilo.

- ¿Qué haremos con nuestras familias? – no entendía su pregunta, así que la observé con extrañeza – quiero decir... - tragó saliva, algo nerviosa, me aterraba verla tan miedosa con respecto a nosotros – tus padres no verán con buenos ojos tu relación con una extranjera – sonreí, divertido.

- Esto no es un kdrama, Susana – contesté. Me observó, aún con sus dudas – Ellos no se meten en mi vida de esa manera, sólo quieren que sea feliz.

- ¿De verdad? Lo había imaginado de otra manera – se quejó. Sonreí. Ella era tan inocente a veces – Los padres de Kyu Jin... - ¡Mierda! A veces olvidaba que ella y mi mejor amigo tuvieron algo.

- Mis padres son distintos – aseguré. Y era cierto, siempre me sentí orgulloso con respecto a eso. Ellos siempre quisieron mi felicidad, más después de lo mal que tuve que pasarlo con mi exmujer.

Mi madre me visitaba cada día, intentando hacerme entender que tenía que luchar por mi matrimonio. Papá opinaba que tenía que ser feliz, fue el que me dio fuerzas para romper con ella. "Ella te quitará todo" – fueron sus palabras – "pero jamás podrá quitarte tu fe en encontrar algo mejor"

- Eres un buen hombre – sonreí, ella calentaba mi corazón y me hacía libre, de una forma que jamás imaginé que pudiese existir. Era feliz cuando ella me miraba.

- Háblame sobre tus padres – pedí. Ella sonrió al pensar en ellos, pensando en el pasado.

- Ellos si pondrán el grito en el cielo cuando se enteren de que estoy contigo – rompí a reír, sin poder evitarlo. Las puertas se abrieron, en mi planta, y ambos caminamos por el pasillo, mientras ella seguía hablándome al respecto – es normal ¿sabes? Ellos estuvieron ahí después de mi ruptura con Kyun Jin. No tienen gran estima a los coreanos después de eso – asentí. Lo entendía. Ese capullo lo había estropeado todo – Mamá siempre cree en lo que le digo, sin ponerlo en duda, sin fijarse en las señales que dicen lo contrario – puse la contraseña de la puerta y la empujé cuando se abrió – papá siempre sabe leerme, aunque no diga nada, como si fuese un código que hay que descifrar. Son como el agua y el aceite.

- Mis padres también son distintos, creo que por eso casan tan bien – reconocí. Se detuvo a mirar el lugar. Era amplio, con grandes ventanales que me conectaban con el cielo, apenas imperceptible en un lugar tan iluminado como lo era esa parte de la ciudad - ¿qué te parece? – quise saber. Se dejó caer sobre el respaldar del sofá y echó una última mirada a su alrededor, fijándose en las fotografías de la pared, sonriendo sin más. Caminó hacia ese punto y acarició la fotografía de un lado. En ella aparecía yo después de graduarme.

- Siempre fuiste tan ardiente... - sonreí, acercándome a ella por detrás. La agarré de la mano y la traje hasta mí. Me observó, con una gran sonrisa que fue perdiendo poco a poco.

- He visto algunas fotos tuyas de cuando eras más joven en tus redes sociales – aseguré, y era cierto. Solía meterme a investigar cuando la añoraba, y eso era muy a menudo – el rojo te sienta muy bien también – dejó escapar una risotada, para luego levantar los brazos y apoyarlos sobre mis hombros. La observé, con el corazón a mil.

Ella era como un imán que atrae al metal, no podía resistirme a sus encantos, por más que lo intentase. Aún no sabía cómo había podido controlarme en el restaurante, cuando lo único que quería hacer era tomarla allí mismo, importándome bien poco el público.

Nos besamos desesperadamente, haciendo paradas necesarias para respirar, entre miradas de anhelo, cómplices y sonrisas certeras, desnudándonos a cada tanto, con nuestros cuerpos en llamas, queriendo más del otro, terminando con nuestros cuerpos entrelazados, en mi sofá, teniendo sexo ardiente con esa chica que me volvía loco, entre gemidos desesperados, llenándome de una forma increíble que me hacía feliz.

La abracé por detrás en cuanto el deseo se marchó a un segundo lugar, después de ese mágico momento íntimo, con la mirada fija en la estufa encendida que parecía una chimenea ficticia, relajándome con su respiración, acariciando su delicada piel, dándome cuenta de que había caído de nuevo en ese hechizo que los mortales llamamos amor. Solo esperaba que aquella vez las cosas no fuesen tan mal como la primera. Tenía una corazonada esa vez, tenía mucha fe en ella, en lo que había entre nosotros, pero a veces me sorprendía el miedo. Éramos tan iguales, pero tan diferentes al mismo tiempo. Quizás pensaba que las diferencias podrían separarnos, a pesar de lo mucho que sentía hacia ella.

- Oppa – me llamó después de unos largos minutos. Hice un ruidito en señal de respuesta, afianzando mi abrazo, besando su cuello, escondiéndome allí, sintiendo sus cabellos sueltos de ese moño imperfecto acariciando mi rostro – nado sanranghe – sonreí, sin poder decir nada más, porque esas palabras habían sellado ese mágico momento. Sus sentimientos estaban tan expuestos como lo estaban los míos. Y eso asustaba, pero también, nos hacía libres.


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