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Capítulo 16 - Poner las cartas sobre la mesa.



Acostarme con ella una sola vez no era una opción, no cuando la había extrañado tanto. Tres malditos meses pensándola en brazos de otro. Ni siquiera quería pensar en ello, en la razón por la que toda aquella situación de mierda me molestaba tanto, porque nosotros no nos conocíamos, tan sólo era sexo casual.

- ¿Estás bien? – pregunté al salir de ella por tercera vez, sobre mi cama. Me observaba, con detenimiento – siento si he forzado esto, pero te necesitaba, Susana.

- Yo también te necesitaba – aseguró. Sonreí, como un idiota, y ella se aferró a mi nuca para que volviese a besarla - ¿a qué hora tienes la reunión mañana?

- A las cuatro tengo que estar en Salou – reconocí. Asintió, con calma, observándome con detenimiento – el avión sale a las doce.

- ¿Por qué estás aquí si la reunión es en Barcelona? – se quejó. Sonreí, sin apartarme de ella ni un poco, sentir su cuerpo desnudo debajo de mí me hacía sentir a salvo.

- Ya no podía soportarlo más – confesé – necesitaba verte – besé sus labios y me senté sobre la cama, mientras ella hacía lo mismo.

- Debería volver a casa – se puso en pie y comenzó a vestirse. Lo cierto es que las medias ya no le valían, me las había cargado. Pero se puso todo lo demás. Se acercó a mí, que seguía en la cama, aunque me había puesto los pantalones. Tiré de sus manos, obligándola a ponerse de rodillas frente a mí. Sonreí, con calma.

- Si no te hace feliz, déjalo – aconsejé, porque conocía perfectamente sus principios, y sabía que iba a arrepentirse de lo que había sucedido entre nosotros – tienes que ser egoísta, Susana, piensa en ti, en lo que quieres y no tengas miedo de cogerlo.

- Lo que quiero no puede ser y lo sabes – se quejó. Eso me molestó demasiado. La maldita distancia siempre estaría en medio, separándonos.

- ¿Y sólo por eso vas a tirar la toalla y dejarás de luchar? – me observó, con atención – No te quedes con lo fácil, eso no te hace feliz y lo sabes.

- ¿Cuánto tiempo estarás en Barcelona? – cambió de tema. Asentí, con calma. Sabía que para ella todo aquello era difícil.

- Cuatro días, mi vuelo sale el miércoles a las ocho de la mañana – informé, para luego besar sus labios. Ella se aferró a eso, entrelazando sus brazos alrededor de mi cuello – cuídate, Susana – le dije, en cuanto rompió el beso y se puso en pie. Agarré una camiseta del armario, colocándomela, observando como ella cogía su abrigo y se lo colaba, agarrando su bolso, antes de mirar hacia mí – y no vuelvas a callarte las cosas conmigo – levantó la vista para observarme. Lucía molesta.

- Lo que yo quiera no es relevante – contestó.

- Lo es para mí – prometí. Asintió.

- No quiero que te vayas – se atrevió a decirme. Sonreí, acortando las distancias entre ambos – pero tu marcha es irremediable, así que... ¿de qué va a servir que te lo diga?

- ¿Qué tienes para ofrecerme si me quedo? – me miró, sin comprender – Si me quedo a luchar por ti tienes que ofrecerme algo, Susana. No pienso aferrarme a la mujer de otro, compartirte no es algo que entre en mis planes.

- Una relación a distancia no es una opción, ninguno de los dos la aguantaría. Y ni tú puedes venirte aquí por tu trabajo, ni yo a Seúl por el mío. ¿Cómo pretendes hacer que funcione entonces?

- Poner de nuestra parte estaría bien, sin que te excuses en la maldita distancia para justificar tu relación con ese tío.

- Lo pensaré.

- No es suficiente. No voy a arriesgarlo todo por unas pocas palabras. Necesito hechos, Susana – asintió, tragando saliva, antes de decir algo más.

- Si lo dejo será por mí, no por ti.

- No he dicho lo contrario.

- Entonces no me presiones.

- Sólo pongo las cartas sobre la mesa, porque es lo que yo hago, Susana.


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