Capítulo 14 - Dudas.
Estaba enfadado y ni siquiera entendía por qué. Ella estaba en todo su derecho de trajese a quién quisiese a nuestro encuentro. Pero... tan sólo había esperado tenerla toda para mí, no quería compartirla.
Su amiga era simpática, no dejaba de intentar sacarme conversación, intentando agradarme, ella lucía incómoda, mirándome a cada rato por el retrovisor.
- ¿A qué lugares iréis? – quiso saber, eso hizo que despertarse de mis pensamientos y me fijase en ella. Había dicho iréis. ¿por qué? ¿ella no venía con nosotros?
- ¿No vienes con nosotros? – quise saber. Ella sonrió, divertida.
- No, ya tengo planes – su amiga la asesinó con la mirada, y yo sólo pude reír. La situación me parecía cómica – Susana va a dejarme en el centro de camino, tengo que hacer algunas compras.
No dije nada más. Dejamos a su prima unos minutos después, antes de llegar al hotel Lebreros. Aparcó el coche frente a la puerta, se bajó a despedirme y a ayudarme con la maleta, mientras el botones salía a indicarle que ahí no se podía aparcar.
- Lo quitaré en seguida – prometió ella. Agarré su mano antes de que hubiese podido marcharse a ningún lugar. Ella me observó, sin comprender.
- Sube – pedí. Ella miró hacia el botones y luego a mí. Sonreí, al darme cuenta de que lucía aterrada. Eso me hizo gracia. Esa chica tan segura de sí misma seguía teniendo miedo de quedarse a solas conmigo – debo disculparme por lo de antes.
- Puedes hacerlo aquí – rompí a reír, os prometo que la situación era cómica. Cuando volví a hablar ella temblaba. Asentí, con calma.
- Esta noche... cuando quedemos, ¿también vas a traerte a alguien para evitar que nos quedemos a solas, Susana? – tragó saliva, incómoda. Lamí mis labios y asentí – te dije que podíamos ser sólo amigos, así que no tienes por qué preocuparte. Soy un hombre de palabra.
- No sé si pueda escaparme esta noche – fue lo que ella contestó. Asentí, algo defraudado, no os voy a engañar, pero entendía que su novio era más importante que yo – Alberto probablemente quiera salir a cenar, es viernes, así que ...
- Veámonos después de la cena – volvió a negar con la cabeza – encontrémonos en algún club de la zona. Prometo fingir que nos encontramos por casualidad, si quieres.
- Veré que puedo hacer – me dijo, para luego darse la vuelta, con la intención de marcharse. La detuve, agarrándola de la muñeca, besando su mejilla, creando mil sensaciones entre nosotros.
¡Dios! Por más que me lo negase mil veces a mí mismo, yo sentía cosas por ella, y no era sólo sexo. Pero me comportaría como un buen amigo, porque ella no merecía que yo llegase a complicar su vida de esa manera.
- Me ha gustado verte – la dejé marchar entonces. Agarré mi maleta y entré en el hotel.
Susana.
Estaba distraída, no podía no estarlo, no cuando aún sentía sus labios en mi mejilla, ni siquiera me concentré en la cena, ni cuando Alberto propuso echar un polvo en el salón de casa. Mi mente se había quedado en la puerta del hotel, en nuestra conversación. Pensé en él. ¿Dónde estaría en ese momento?
- Buenas noches, Su – se despidió Alberto, que se había levantado muy temprano esa mañana, y apenas había dormido nada la noche anterior. Estaba cansado, lo entendía bien, yo estaba ansiosa por otro hombre. Me sentía como una mujer fatal en ese momento, estaba allí, acostada junto a mi novio, pensando en otro tío. ¿Qué clase de zorra egoísta era? - ¿Dónde vas? – preguntó al verme ponerme en pie, vistiéndome con las ropas que había desperdigadas por el suelo.
- Es temprano aún, creo que voy a ir a tomar algo con Gala – él no dijo nada, pues en las últimas semanas, lo hacía mucho, lo de salir a tomar algo con mi prima. Era mi vía de escape.
A medida que avanzaba hacia el bar al que solía ir con mi prima iba sintiendo esa sensación extraña en mi pecho, como si me asfixiase, como si no se sintiese como yo misma en lo absoluto, como si me sintiese prisionera dentro de mi propia vida. Era así cómo llevaba sintiéndome en los últimos meses.
Entonces pensé en él, en su llegada de esa tarde, en cómo el tiempo se detuvo cuando le vi, en cómo me hizo sentir, a salvo.
Me pedí un gin-tonic, soy la loca de los cocteles, me encanta y los he probado casi todos. Gala no dejaba de hablar sobre lo maravilloso que él le había parecido, ardiente y guapísimo, incluso me dijo que si yo no estaba interesada ella se lo pedía. Ni siquiera pude contestar, no cuando la puerta del garito se abrió y él apareció. Iba muy casual, llevaba una camisa blanca y un abrigo gris. Tenía el cabello algo rebelde y su piel brillaba con luz propia, como si de ella emanase un brillo natural. Siempre he envidiado la piel de los asiáticos, sin ni una arruga... son los que mejores se conservan al final.
Gala y el resto de sus amigos estaban entusiasmados, le sacaron conversación sobre Seúl, y él reía a cada tanto. Parecía sentirse cómodo. Yo no podía quitar los ojos de él. Estaba muy apuesto, guapísimo.
- ¿Te gustan las españolas? – quiso saber mi prima. Él sonrió, fijándose en mí, antes de contestar.
- Me gustan las personas – contestó – independientemente de su nacionalidad o etnia – sonreí, él me hacía sentir muy bien.
Me sentía en casa cuando él estaba allí, sentía que podía respirar, como si él calmase todos mis miedos. Me gustaba verle allí, en su salsa, siendo él mismo, relacionándose con otros, mientras yo era mera espectadora.
- ¿Dónde está Alberto? – preguntó hacia mí. Me sorprendí demasiado, y me quedé un rato allí, intentando buscar las palabras para responder. Mi prima lo hizo por mí.
- Él no suele salir de bares, no le gusta bailar – él asintió, dando un largo sorbo a su copa de wiski, antes de volver a mirarme.
- Bailemos – sonreí, como una tonta, dejando el combinado sobre la barra, dedicándole una ligera a mi prima, que sonreía de forma pícara, como si se alegrase de que estuviese sucediéndome algo maravilloso con un coreano. No era así, ni por asomo. Nosotros sólo podíamos ser amigos.
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