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¿Porque...porque eres así?

El tiempo pasaba, y Paraguay seguía con su rutina diaria: sonreír, escuchar, ofrecer apoyo a los demás, como un sol brillante que nunca se apaga. Nadie parecía darse cuenta de que, al final del día, regresaba a casa con el peso de la tristeza, una tristeza que nunca encontraba un lugar para descansar. Cada noche, al llegar a su casa, se sentaba en el balcón y miraba las esobre el río Paraguay. El reflejo del agua lo cautivaba, pero en su corazón no había paz. La sonrisa que mostraba al mundo era solo una capa, una capa frágil que apenas podía sostenerse En el día a día, sus amigos lo veían como el que siempre tenía algo positivo que decir, el que traía luz a las conversaciones. Nadie sospechaba la carga que llevaba en su interior. Él era el amigo alegre, el que siempre estaba dispuesto a dar, pero nadie sabía que su propia alma estaba vacía. La verdad era que Paraguay ya no sabía cómo vivir sin esa máscara. Había pasado tanto tiempo fingiendo que su propia tristeza había comenzado a ser parte de su identidad, tan profundamente arraigada que ya no sabía cómo dejarla atrás.

Un día, mientras caminaba por las orillas del río Paraguay, en busca de algo que lo pudiera liberar de ese vacío, algo en su interior lo hizo detenerse. Miró las aguas tranquilas que reflejaban el cielo gris, y por un momento, se permitió pensar en lo que realmente sentía. Deseó, con todo su ser, que alguien pudiera ver más allá de su fachada. Pero la idea de mostrarse vulnerable lo aterraba. ¿Cómo podría dejar caer esa máscara sin que su mundo se desmoronara?

En ese instante, sintió una presencia. Volteó y vio a Brasil acercándose por el sendero. Aunque siempre habían sido amigos cercanos, Paraguay nunca había permitido que Bolivia o Brasil vieran la tristeza que guardaba en su corazón. La sonrisa automática apareció en su rostro, pero fue una sonrisa forzada.

—Paraguay, ¿estás bien? —preguntó Brasil, con un tono suave, como si intuiera algo detrás de esa sonrisa.

Paraguay, por un momento, se sintió tentado a soltar todo, a contarle a su amigo lo que realmente sentía. Pero la palabra "no" salió de sus labios antes de que pudiera pensar en ello.

—Sí, estoy bien —respondió rápidamente, mirando hacia otro lado.

Brasil no insistió (de nuevo cometió otro error), pero Paraguay vio una sombra de preocupación en sus ojos. En su mente, pensó que ya había fallado, que Brasil había notado algo. Pero no podía arriesgarse a perder la imagen que había construido con tanto cuidado. No podía permitir que su amigo, o cualquiera, viera la verdad. Así que, en lugar de permitir que la conversación siguiera, hizo lo que siempre hacía: se levantó y comenzó a caminar, alejándose de Brasil, de la posibilidad de ser visto por lo que realmente era.

Brasil lo observó irse, preocupado pero sin saber qué hacer. Sabía que Paraguay nunca compartía sus sentimientos, pero algo en la forma en que caminaba esa vez lo inquietó. No insistió, pero algo en su interior le decía que su amigo estaba más roto de lo que quería admitir.

Paraguay continuó caminando, ahora solo, sin rumbo fijo. Las calles que conocía bien parecían difusas, como si fueran ajenas, como si no perteneciera a ellas. Por un momento, deseó dejar todo atrás, huir y empezar de nuevo, pero la realidad lo alcanzaba rápidamente. ¿Dónde iría? ¿A quién podría contarle lo que llevaba dentro?

Esa noche, cuando llegó a su casa, se sentó en su balcón una vez más. Las estrellas brillaban, pero él no las veía. En su mente, una sola pregunta lo martillaba: ¿Y si algún día me canso de ser fuerte?

Por fin, al llegar la madrugada, algo cambió en él. Por primera vez, mientras miraba el reflejo del río, se permitió sentir la carga que había llevado durante tanto tiempo. La tristeza, la soledad, todo lo que había estado reprimiendo comenzó a desbordarse, como un río que ya no podía contener su cauce. Las lágrimas empezaron a caer lentamente, pero esta vez no las detuvo. No las ocultó. Por un breve momento, sintió un alivio extraño, como si esa vulnerabilidad le permitiera respirar de nuevo.

Se quedó allí, en silencio, dejando que sus emociones fluyeran sin las barreras que siempre había levantado. Aunque se sentía débil, también sentía una pequeña chispa de esperanza. Quizá, solo quizá, permitir que su tristeza se viera no significaría su fin. Tal vez, al mostrar lo que realmente sentía, podría encontrar la conexión que tanto anhelaba.

De repente, escuchó un sonido detrás de él. Era Bolivia, quien había vuelto por él ya que Brasil le habría contado el raro comportamiento en el paraguayo, preocupado por la forma en que Brasil le conto. Paraguay se giró rápidamente, limpiándose las lágrimas, pero Bolivia ya lo había visto. No dijo nada de inmediato. Solo se acercó y se sentó junto a él, sin hacer preguntas.

—No tienes que sonreír siempre, Paraguay —dijo Bolivia, con suavidad. —Está bien no estar bien.

Paraguay lo miró, sorprendió por la comprensión en su voz.

Paraguay se sintió un poco confiado al escuchar esas palabras. Por primera vez en mucho tiempo, alguien parecía ver más allá de la fachada, alguien que lo aceptaba tal y como era, sin exigirle esa sonrisa constante. Por un momento, la sensación de alivio lo envolvió, como si un peso se hubiera levantado de sus hombros. Tal vez, solo tal vez, podía ser honesto consigo mismo y con los demás.

Pero ese sentimiento de calma fue efímero. En el horizonte, vio a otro amigo acercándose: Argentina. Aunque se llevaban bien, siempre había una competencia sutil entre ellos, una tensión no dicha que siempre estaba presente. Argentina se acercaba con paso firme, su mirada alerta, como si estuviera buscando algo.

Paraguay sintió que su confianza comenzaba a desvanecerse. La fachada que había mantenido durante tanto tiempo volvió a alzarse con fuerza. Rápidamente, secó sus ojos y enderezó su postura, como si nada hubiera pasado. Sonrió, esa sonrisa que ya había aprendido a usar como un escudo.

—¡Hola, Argentina! —dijo Paraguay, forzando una sonrisa mientras se enderezaba, tratando de ocultar cualquier rastro de vulnerabilidad. Pero Argentina, al llegar, lo miró con una expresión fría y distante.

—¿Qué haces aquí, Paraguay? —respondió Argentina con tono áspero, como si estuviera molesto por la presencia de su "amigo". —Estás todo raro, ¿pasó algo? Estás muy callado para ser tú.

Paraguay se quedó en silencio por un momento, sin saber cómo responder. La actitud de Argentina lo sorprendió y, de alguna manera, le hizo sentir aún más pequeño. Aunque la "amistad" entre ellos había tenido sus altibajos, nunca había recibido un trato tan brusco. La sonrisa de Paraguay se desvaneció de inmediato, pero intentó recomponerse, sin éxito.

—Nada, solo estoy un poco cansado —respondió rápidamente, intentando desviar la conversación.

Argentina lo miró de arriba a abajo, con una expresión de desdén.

—Cansado, ¿eh? No me hagas perder el tiempo, Paraguay. Siempre con esa actitud de "todo está bien", como si nadie pudiera ver lo que realmente pasa contigo. No te das cuenta de lo patético que es eso, ¿verdad?,bueno Bolivia Uruguay te invita a su fiesta, tu Paraguay... no estas invitado. Dijo de nuevo viendo con repudio al paraguayo.

Las palabras de Argentina golpearon a Paraguay como una bofetada. Sintió un nudo en el estómago, y por un momento, la fachada que había mantenido tanto tiempo comenzó a desmoronarse. Pero en lugar de reaccionar, simplemente bajó la cabeza, tragando sus palabras y su dolor.

—Está bien, Argentina. No pasa nada. —Dijo, forzando una sonrisa una vez más, aunque su voz temblaba ligeramente.

Sin decir una palabra más, Argentina se dio la vuelta y se alejó, sin ofrecer ningún tipo de consuelo o disculpa. Paraguay se quedó allí, parado, con el peso de esas palabras atravesándole el pecho. El viento frío parecía empeorar su sensación de vacío.

Con la cabeza baja, dio un paso tras otro, alejándose de la escena dejando a Bolivia preocupado . No quería que nadie lo viera, no quería que nadie supiera lo que había sentido. Todo lo que quería era llegar a su casa y desaparecer de la vista de todos. Caminó rápidamente por las calles, el silencio a su lado siendo lo único que lo acompañaba. Cada paso que daba parecía alejarlo más de sí mismo, más de la esperanza de encontrar un lugar donde pudiera ser realmente él. Al llegar a su casa, cerró la puerta tras de sí con un golpe suave, como si intentara dejar afuera todo el ruido, todo el dolor.

Se apoyó en la pared de su sala, sintiendo que las fuerzas le abandonaban. No había nada que pudiera hacer, nada que pudiera decir para calmar el torbellino de emociones que lo consumían. Con cada palabra hiriente de Argentina, su fachada se resquebrajaba más. Había tenido suficiente de ser el "amigo feliz", el que siempre estaba bien, el que nunca mostraba sus lágrimas.

Finalmente, no pudo más. Se desplomó sobre el sofá, dejando que las lágrimas que había reprimido durante tanto tiempo comenzaran a caer, liberándose de las cadenas que él mismo había puesto. Lloró como nunca antes lo había hecho, sin intentar detenerse, sin preocuparse por nada más que el peso de su propio dolor. En ese momento, por fin, se permitió ser vulnerable. Por fin, dejó de ser el amigo fuerte y alegre, y simplemente fue él mismo: alguien que sentía, que lloraba, que necesitaba algo más que una sonrisa....

Que les pareció? Este fue mas largo y interesante a mi parecer no se ustedes, bueno ¡CAMBIO Y FUERA!

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