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 prólogo

Un hombre como a muchas les gustaría, guapo, caballero en toda la extensión de la palabra, inteligente y todo un capo para los negocios; pero, sobre todo, ama a Dulce espinosa con todas sus fuerzas, o bueno, hasta ahora ella creía eso.

Para muchas un sueño, para ella su fantasía y su realidad. Dulce María creyó tenerlo todo en ese momento. Sí, se encontraba a punto de entrar a la iglesia en la que uniría su vida a la de su príncipe azul, ella que desde siempre había odiado los cuentos de princesa, ella que desde siempre había aborrecido las cursilerías, ella que no creía en el amor esperaba impaciente que la marcha nupcial comenzara y así, por fin poder bajar de la limosina y ver lo guapo que se vería su novio en estos momentos.

–Estás preciosa, Dul. El vestido te queda hermoso –dijo Anahí sonriendo.

Dulce había decidido darle la contra a la sociedad otra vez usando un sencillo vestido azul, que al parecer estaba diseñado solamente para ella. No iba a casarse como las demás. De ninguna manera. Ella tenía que marcar la diferencia en todo momento, y el color del vestido solo era una de las cosas que había decidido modificar.

–Tu mamá va a poner el grito en el cielo cuando te vea así –Maite agregó mientras le tomaba la última foto de soltera a su amiga.

–No necesito mentir, Mai, la hipocresía y falsa moral no va conmigo. –recalcó la pelirroja con firmeza.

–Ir con vestido blanco es una tradición que al menos a mí, me gustaría seguir.

–para mi madre esa "tradición" tiene otro significado y lo sabes, Anahí.

Ella era así, decía lo que pensaba en el momento que quería hacerlo, nunca se callaba, era una mujer sin filtros. Reconocía que a veces podía lastimar con sus palabras a las personas, pero no iba a cambiar, nunca iba a cambiar su forma de ser. Amaba la adrenalina, amaba hacer cosas que involucren riesgos, nunca reconocía sus errores, nunca pedía perdón y nunca lloraba frente a nadie; bueno, solo frente a él, el amor de su vida.

–Mejor bajemos ya, mi hermanito ha de estar impaciente –la rubia abrió la puerta.

Dulce bajó de la limosina con una gran sonrisa en sus labios, y se sorprendió al ver a la persona que la esperaba. Era su padre, su padre la llevaría al altar, era su mayor sueño, porque, aunque no lo demostraba lo amaba con todas sus fuerzas.

–Estás hermosa, princesa –Fernando tomó la mano de su hija para conducirla hasta la iglesia.

–Gracias papá, ¿mamá está aquí? –no pudo evitar preguntar.

–Sí, ya está adentro esperando.

–Pues vamos entonces –Dulce sonrió mientras caminaba.

Mientras tanto, en la puerta de la iglesia una desesperada y nerviosa Anahí marcaba un número sin obtener respuesta. Veía de vez en cuando a todas las personas que esperaban impacientes la entrada del novio o de la novia.

–Contesta, maldita sea. ¿dónde estás? Solo espero que no te haya pasado nada, porque si no me muero y ella también –murmuraba para sí misma.

–¿Y? ¿contestó? –Maite se acercó a su amiga con la mirada perdida.

–No. Mai, tengo miedo ¿si le pasó algo?

–Tranquila, ya debe estar por llegar, solo tenemos que ser pacientes –Mai trataba de animar a la rubia.

–¿Pasa algo? –La conversación se vio interrumpida por Dulce que llegó junto a su padre.

–No, todo está bien.

–¿Dónde está mi futuro yerno?

En ese momento las primeras lágrimas comenzaron a brotar de los ojos azules de Anahí, tenía miedo, estaba preocupada, no iba a soportar perder a alguien más, el novio de su amiga era lo único que le quedaba. Se negaba a creer que la había dejado plantada, él la amaba y sabía que por Dulce era capaz de todo, ¡estaba emocionado con la boda!

–¿qué pasa hadita? –Dulce se tensó al ver las lágrimas de su amiga-.

–No, yo no, es que, él... él, él todavía... no, él todavía no ha llegado –se enredó, pero finalmente soltó lo que tanto temía y se cubrió la cara con sus manos.

Al oír esas palabras Dulce temió lo peor ¿qué iba a hacer sin él?, por su mente pasaban los miles de accidentes en los que su novio estaría. Las primeras lágrimas resbalaron por su mejilla, haciendo que el maquillaje se corriera un poco.

–¿si le pasó algo?

–No, no princesa, de seguro el tráfico le está impidiendo llegar –su padre trató de minimizar la situación.

No pudieron seguir hablando, porque alguien los interrumpió al llegar con un papel doblado en sus manos.

–¿Dulce Espinosa? –preguntó buscando con la mirada a una novia.

–Soy yo –ella volteó rápido.

–Su novio le manda esto –le entregó el sobre y la miró tristemente.

Una carta, era una carta.

La había dejado plantada, y no había tenido la valentía de decirle en la cara que no iba a casarse con ella.

Y lo peor, estaba llorando en frente de sus amigas y de su padre. Con rapidez se secó las lágrimas y movió la cabeza en forma de agradecimiento. No podía hablar porque sentía que se iba a romper en mil pedazos, no podía hablar porque iba a llorar al hacerlo.

–¿dónde está él? –Maite preguntó con la voz temblorosa.

–Solo me dijo que le diera esto a la señorita, con permiso –dijo apresurado.

–¿La vas a leer? –preguntó Any casi de inmediato.

–tengo que hacerlo ¿no? –respondió alejándose de ellos.

Se colocó tras la limosina, un buen lugar para que nadie la viera mientras leía la carta con la que el amor de su vida renunciaba a ella. La abrió decidida, y se dio cuenta de algunas gotas de lágrimas derramadas por la hoja, había llorado.

"Dul, para cuando leas esto yo ya estaré muy lejos.

¿por dónde comenzar? esto es muy difícil, perdón. No te he mentido, lo que te dije siempre fue verdad... te amo como un idiota, pero a veces las cosas no salen como queremos. tú puedes ser feliz, sé que lo vas a conseguir. Y yo... yo estaré bien.

Fui un cobarde por haberte hecho todo esto, sé que soy el peor hombre por no haberte hablado claro. Lo sé. Pero así son las cosas y el destino se ha empeñado en que todo pase así. No olvides que te amo.

Perdóname, pero yo no puedo. No lo voy a hacer. No espero que me entiendas... tengo motivos, son más fuertes que yo. Espero que seas feliz, que encuentres a un hombre que te ame y que juntos puedan cumplir todos los sueños que algún día hicimos juntos... te amo.

La había dejado vestida y alborotada, la había destrozado por completo, había echado a la basura más de 6 años de relación. Pero no iba a llorar, Dulce María Espinosa Saviñón no iba a llorar hasta terminar con esto de una vez por todas.

Sus tacones resonaban por el piso de la iglesia, mantenía la cabeza en alto y su rostro no tenía expresión alguna. Caminaba con seguridad, como si nada hubiera pasado, sabía fingir muy bien. Se paró en el altar, tomó el micrófono del sacerdote y dijo.

–Buenas noches. Agradezco su presencia, pero lamento decirles que la boda se cancela. De verdad muchas gracias por haber venido, pero todo se cancela, permiso –dijo para abandonar la iglesia con la misma seguridad con la que había entrado.

Las miradas se posaron en la mujer que iba saliendo a paso apresurado de la iglesia, mientras que sus padres y sus amigas iban tras ella buscando explicaciones. Pero Dulce nunca se detuvo, continuó adelante y corrió, corrió hasta que estuvo segura de que nadie la vería, entonces ahora sí lloró, lloró y dejó caer todo el dolor que tenía acumulado en su alma.

De la niña rebelde, fuerte y segura ya no quedaba nada; Dulce María se había convertido en solo dolor. Le habían destrozado el corazón, sentía como mil puñaladas atravesaban su alma, ya no tenía ganas de amar.

–¿Por qué lo hiciste? –preguntó mirando al cielo–. Yo te amaba y estaba dispuesta a dar la vida por ti ¡te amaba! –gritó más fuerte–. Pero juro que, a partir de ahora, me voy a encargar de que todo ese maldito amor que sentía por ti se convierta en odio. Y así, como en algún momento fuiste el centro de mi vida, te vas a convertir en solo una cicatriz.

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