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FINAL

Para todas las personitas que se han quedado hasta el final, por su paciencia y el amor a esta historia.
Para todas las que siguen creyendo gracias a Dulce y Christopher que los ojos son el espejo del alma y que lo verdadero siempre será eterno en la mirada de un corazón extranjero.

¡Final largo!

***

«habitación 375», caminaba con el papelito en la mano como si fuera una huésped más, de esos que corrían de un lugar a otro para llegar al spa, a la piscina, al desayuno bufete o a los autobuses de tours. El caos del ambiente le resultó nostálgico, así seguro estaba su hotel de los Ángeles, repleto de gente arriesgada que se moría por ir al circuito de motos o a uno de los juegos acuáticos. Intentó centrar su mente en eso para dejar de lado el cosquilleo en su estómago y los latidos acelerados de su corazón, que no dejaban de advertirle que existía una gran posibilidad de que las cosas saliesen mal.

En la recepción le habían dicho que Christopher salió a caminar hace un buen rato, pero que dejó avisado que volvería pronto para desayunar. Cuando le preguntaron si quería dejar un recado dijo que volvería más tarde, y en vez de irse, aprovechó el descuido de uno de los vigilantes para meterse, con la maleta más pequeña al ascensor abierto. Dejó la más grande en uno de los asientos del lobby, ya luego vería la manera de hacer que la subieran.

Recorrió el hotel de arriba abajo un buen rato antes de por fin, llegar al solitario piso tres, donde solo se escuchaban los carritos de los aseadores y de los que traían servicios de habitación. Se paró firme en la puerta mientras fingía hacer una llamada, sin dejar de mirar a la mujer que salía de la habitación de al lado.

–Cariño, pero no puedo esperarte aquí afuera –le dijo al teléfono–, no voy a estar lista para la reunión a tiempo y tú tienes la tarjeta.

Asintió lanzando un suspiro derrotado antes de mirar fijamente a la puerta.

–Buenos días, señorita. ¿es su habitación?

–Sí, pero mi esposo se quedó con la tarjeta y me urge entrar. Ni modo, tendré que esperarlo –se sujetó la barbilla.

–Voy a entrar a hacer la limpieza, la puedo hacer entrar, si desea.

–¿De verdad' ¡muchas gracias! Me acabas de salvar –sonrió, abrazando a la mujer.

–No se preocupe.

«Primer paso, completado» –se dijo en silencio cuando se sentó en el sofá de la habitación.

Ahora solo tocaba esperar a que Chris entrara por esa puerta, pediría el desayuno, arreglaría la mesa lo más bonito y decente y esperaría.

Para no despertar sospechas en la empleada que tendía la cama, Dulce se quitó los pendientes y la chaqueta. Sacó de su pequeña maleta una bolsita de aseo y se metió al baño, que por alguna razón le resultó reconfortante. Es que olía a él, y con ese aroma de fondo terminó por convencerse de que estaba haciendo lo correcto.

Para cuando salió la mujer ya no estaba, y le había dejado una cajita de chocolates que decidió abrir mientras miraba en la carta del restaurante. Descolgó el telefonillo e hizo el pedido de su desayuno antes de recostarse en la cama y encender la televisión.

Vio sobre la mesita de noche una playera de Chris, y mientras veía noticias locales, la abrazó como si su vida dependiera de eso. Recibió al servicio de habitaciones aspirando el olor de la prenda, pero cuando se acordó que tenía una maleta abajo, volvió a actuar.

–¿Cree que me pueda hacer un favor? –le preguntó al joven que acomodaba la mesa.

–Claro, dígame.

–Nos llegó una maleta en la mañana, pero como mi esposo iba de salida, la dejó en el lobby. Me dijo que la subiría cuando llegue, sin embargo, me acabo de dar cuenta que ahí están mis suplementos, es que estoy embarazada –sonrió, acariciándose el vientre–, y necesito tomarlos antes del desayuno. ¿Usted podría...?

–Claro que sí –le devolvió la sonrisa–, la traigo en seguida. Y felicidades por el embarazo ¿tiene malestares?

–¡Muchas gracias! Y ahora mismo no, ya sabe, un que otro antojo, pero...

–Si necesita algo no dude en avisarnos, por favor.

Cuando el encargado salió de la habitación, se acercó a la mesa medio puesta y se llevó una galleta a la boca. No estaba embarazada ni tenía antojos, pero si un hambre maldito porque no había comido desde ayer. Los huevos revueltos le abrieron más el apetito, no obstante, se vio obligada a contenerse y se puso en la tarea de terminar de arreglarlo todo. Tenía que ser recíproca, si le estaban ayudando, ella también haría lo mismo.

Descargó todas las cosas del carrito y el encargado le agradeció una vez trajo la maleta de ruedas, que ella recibió con total emoción. Cuando estuvo sola por fin, sacó un vestido floreado y unas sandalias negras con tacón que dejó sobre la cama antes de correr a darse un baño. Supuso que Chris tardaría un buen rato.

Para su mala suerte, Chris no tardó lo suficiente, pues llegó a la habitación poco después de que se metiera a bañar. Si se había sorprendido con la mesa puesta para dos en la entrada, estuvo a nada de caerse de espaldas al ver una maleta tirada a los pies de la cama, otra más pequeña al lado y ropa de mujer extendida. Escuchó de fondo el agua de la ducha caer, y maldijo al hotel por lo bajo.

Tenía a una mujer en su habitación, que seguro se había confundido y había mandado a poner una mesa que pensaba compartir con su esposo ¡no con él!.

Tuvo el impulso de hablar a la recepción, no obstante, se propuso esperar a que la mujer saliera para aclarar las cosas por lo bajo. No quería un escándalo ahora. Incómodo, se sentó en el sofá que daba hacia la ventana y vio encima unos pendientes que le resultaban conocidos.

Creyó habérselos visto puestos a Blanca, su ex suegra, el día de la cena de compromiso.

Pero vamos, había muchas piezas iguales, además, con lo obsesionado que estaba con todo lo referente a Dulce, no le sorprendería si se estuviese tratando de una alucinación.

«¿Qué tal tu día, Chris?» –recibió un mensaje de Roberta.

«Como todos. Sin novedad» –respondió al instante.

«¿Sin ninguna novedad? ¿ninguna, seguro?»

Se quedó a media respuesta al escuchar que la puerta del baño se abría. Rogó a todos los santos para que la mujer saliera vestida, o al menos que no fuese una loca que crea que alguien estaba invadiendo su habitación. Se armó de valor para levantar la mirada, pero se arrepintió y el móvil se le cayó al suelo.

¡Esto no podía seguir así! su locura estaba sobrepasando todos los límites.

Mirándolo sorprendida, envuelta en un albornoz, Dulce se sostenía gran parte del cabello para que no mojara el suelo. Algo ya le estaba saliendo mal, pues se suponía que Chris tenía que llegar después, cuando ella estuviera lista y no así.

–Cuidado, se te puede romper –le dijo.

Oh, Mierda.

Todo parecía tan real, hasta su voz.
Definitivamente, tenía que internarse en un hospital psiquiátrico. Ella no sabía que iba a estar aquí, además ¿para qué vendría?

–¿Hola? ¿Chris?

–¿Dulce? –preguntó en susurro.

Aún incrédulo, se fue acercando poco a poco, con miedo, con el corazón latiéndole a mil por hora, con un rayito de esperanza que se desvanecía con los recordatorios de la mente. Les invadió el olor a cítricos que tanto le gustaba, el shampoo de manzanilla y la loción frutal que Dulce usaba siempre después del baño.

Pero tenía que estar loco, debía estarlo, porque no había forma de que ella estuviese aquí, saliendo de su baño, esperándolo con una mesa súper organizada y bien servida.

Dulce dejó de respirar cuando Chris, todavía en trance, posó sus manos sobre sus hombros cubiertos por la tela del albornoz. La acarició con total devoción antes de aventurarse a seguir más allá, pasó por su cuello, por sus oídos, por sus mejillas y llegó a la punta de su nariz, helada por el reciente baño. Y cada toque la estremecía.

–¡Dulce!

Ella no fue capaz de decir nada, ya sin importarle que su cabello mojara el suelo, tomó impulso y lo abrazó fuerte. Puso su cabeza sobre su hombro y se echó a llorar de impotencia, de alegría por tenerlo aquí, con el corazón latiendo cada vez más rápido por esa esperanza que parecía crecer más.

Todavía incrédulo, le correspondió al abrazo mucho más fuerte, queriendo evitar que, en caso se tratase de un sueño, ella no se le escapara otra vez. Algo en su pecho se estrujó con el llanto desgarrador, y las lágrimas que se colaban por la camiseta corta le estaban quemando el alma.

–Perdóname, mi amor. Por favor perdóname.

Eso terminó por romperlo más. Él no tenía que perdonarle nada, y le dolía verla así y saber que era por su culpa.

–Muñeca, yo no tengo que perdonarte nada.

–¡Sí tienes! –respondió, aferrándose a su cuello–, porque te he mentido y esas malditas mentiras me tienen al lado de un abismo. No quiero perderte, porque si tú te vas, me muero.

–No me vas a perder nunca. Yo siempre voy a estar para ti.

–¡yo no quiero que estés para mí como un amigo, maldita sea!

–Dul, es lo único que...

Esa seguridad que pareció volverle al cuerpo después de abrazarlo la impulsó a dar un paso atrás para mirarle a los ojos. Se limpió las lágrimas con la mano antes de hacer hasta lo imposible por no seguir llorando, al ver que esa era tarea casi imposible, se resignó.

–Cuando me dejaste plantada yo prometí olvidarte, convertirte en solo una cicatriz, volver a ser feliz y enamorarme de alguien más...

–Y estabas en todo tu derecho, muñeca –le susurró él, acunando su rostro con sus manos.

–Pero yo no sé cumplir una promesa, porque en dos años y medio no he logrado olvidarte, ni convertirte en solo una cicatriz. Te amo más que antes y no me perdonaría si por mi maldito orgullo tú te vas. No me perdonaría si el final de nuestra historia es el de esa carrera de autos.

–¿Sabes que no tienes que hacer esto, ¿verdad?

–¡Sí tengo! Porque todo lo que te dije es mentira, porque no he podido olvidarte y porque no eres solo una cicatriz. Nunca he sido más feliz de lo que fui contigo. Y también es mentira que esté aquí solo por compromiso. Sí, es verdad que tengo una deuda, pero no de agradecimiento, si no de amor, una deuda con nuestra historia... conmigo.

–Dul...

–¿Te acuerdas que te dije que no puedes odiar a alguien que has querido de la noche a la mañana?

–Sí.

–Durante dos años quise odiarte, arrancarte de mi corazón, dejar de pensarte –el corazón de Chris se saltó un latido–, pero cada día que pasaba sentía que te amaba más. Me odiaba por eso, no sabes cuánto, y como última carta para odiarte de verdad, decidí ser la actriz de mi propia vida. Si gritaba a los cuatro vientos que te odiaba y fingía estar bien, a lo mejor a mi corazón le quedaba claro ¿no? quería convencer a todo el mundo para convencerme a mí.

–me convenciste a mí.

–Y nunca me pude convencer yo. Ahora estoy segura de que nunca voy a dejar de amarte, y por eso estoy aquí, porque necesito que me perdones.

–Muñeca, yo no tengo nada que perdonarte –la volvió a abrazar.

–Te hice daño con mis palabras, con mis acciones, con mis intentos por olvidar. Y lo hice porque no sabía la verdad, pero igual, no tiene justificación.

–Tú estabas actuando como tenías que hacerlo.

–Y gracias a eso ahora tú quieres olvidarme, por eso estás aquí, por eso...

–¡Eso no es cierto!

–Por eso estoy aquí, porque te amo y no quiero perderte.

Entonces, se besan.

Hay una antorcha esperanzadora encendida alrededor de dos almas que creen volver a ser ellas después de mucho tiempo. Cuando sus labios se rosan ya no hay cargo de consciencia, ni advertencias de la parte racional. Ya no hay mentiras, ni secretos; solo un futuro imponente que se cierne ante el pasado.

«Te amo y no quiero perderte» retumba en la mente de Chris, y sabe que él tampoco quiere perderla otra vez. Su corazón ha vuelto a latir con normalidad, como si ya no le faltara nada, porque con Dulce lo tiene todo. Deja de sentirse el hombre más infeliz de la tierra y pasa a ser el más feliz, el más afortunado.

Se besan otra vez y las piezas del rompecabezas se acomodan solas. Dulce encuentra en los brazos de Chris su lugar seguro, él en su boca el antídoto para tanto dolor.
Todo vuelve a ser como antes en cuestión de segundos, que se permiten olvidar los últimos dos años y medio que pasaron separados.

La carga después de un rato y se sienta con ella en la cama. Ignora que tiene el cabello súper mojado cuando la recuesta sobre su pecho, en una respuesta silenciosa a su confesión. Besa su cabeza en repetidas ocasiones y quiere grabarse su olor, porque una parte de su mente todavía no asimila las cosas.

–Nunca me vas a perder, muñeca –le susurra y ella sonríe ocultando la cara en su pecho.

–Te amo, Chris.

–Yo te adoro.

Los pedacitos de quien algún día fue Dulce María Espinosa parecen pegarse poco a poco. La confirmación de Christopher le devuelve la seguridad, la confianza y la valentía. Todo ha salido bien porque ella lo ha hecho bien.

Muy comprometedor talvez, poco feminista quizá. A lo mejor lo peor que en estos tiempos se puede escuchar, pero con Christopher siente que vuelve a ser ella. Algún día alguien le dijo que sabes que amas a esa persona cuando te miras en el pasado y ves que ahora eres alguien mejor, y ella lo confirma.

Confirma también que entre las muchas cosas que le dijo y fueron ciertas, está esa. "la vida se equilibra sola".
Christopher era la pieza que le faltaba a su vida para equilibrarse sola.

–¿Entonces? Cancela todo lo que querías hacer aquí. Yo no quiero que me olvides y tú no quieres hacerlo. No tiene caso que cambies toda tu vida, porque está en México.

–Muñeca...

–olvida eso de poner una sucursal aquí, por favor.

–¿Qué?

–Ya no tienes que hacerlo, porque no vas a olvidarme y...

–Muñeca, yo no pensaba irme.

Confundida, Dulce se suelta del abrazo y se acomoda su lado. Vota el cabello hacia atrás y lo encara.

–¿Qué? ¿por qué estás aquí, entonces?

–Vine porque necesitaba solucionar unas cosas.

–¡pero Roberta...!

–Muriel se está tratando aquí, le queda poco tiempo de vida y quiso verme. Si es verdad que vine también para alejarme un poco, pero no quería...

–Me mintió. Roberta me mintió.

–¿Qué?

–Roberta me dijo que tú te quedarías a vivir aquí porque querías olvidarme y era la mejor manera de aprender a vivir sin mí, lejos.

–Eso no es cierto, muñeca. Quería aprender a vivir sin ti, pero yo sabía que no iba a poder olvidarte, y que la distancia solo me iba a torturar más.

Ahora lo entendía absolutamente todo. Resulta que Roberta estaba muy segura que todo iba a salir bien porque Chris no se estaba yendo para siempre. Le dijo para cuando programar su vuelo de vuelta porque Chris lo tenía programado para ese día.

«No se lo voy a perdonar» –le gritó su parte racional que todavía odiaba las mentiras.

Pero otra, embriagada de felicidad y con ganas de nuevos comienzos, le dejó claro algo. Sin ella nunca le hubiese hablado con la verdad, porque se dio cuenta de las cosas en el momento que creyó haberlo perdido para siempre.

–Entonces lo planeó todo –susurró, recostándose en el hombro de Chris–. Me hizo pasar la peor noche de mi vida haciendo creer que te había perdido para siempre, que estabas decidido a olvidarme y yo no lo podía soportar.

–Estás aquí, sin embargo. Y es el mejor regalo que he recibido en toda mi vida –le contestó él, abrazándola un poco más.

–Quizá sin su ayuda nunca me hubiese atrevido y sí te hubiese perdido de verdad –concluyó tras un buen rato en silencio–, ¿qué sigue ahora?

–Terminar todo lo que dejamos pendiente.

Y volvió a besarla con urgencia, necesidad, vehemencia. Con todas esas ganas que reprimió durante dos años y medio.

En silencio le agradeció a Roberta, ya después tendría tiempo de ajustar cuentas con ella, de recriminarle por haberle mentido, pero, por, sobre todo, ya habría tiempo para agradecerle esa mentira que ahora la tenía aquí, con esa sensación de tenerlo todo.

Después de desayunar como en los viejos tiempos, Dulce terminó de alistarse para acompañar a Chris. Salieron de la habitación de la mano, y para mala suerte de Dulce, se toparon con el que hacía servicio de cuarto, que había venido a recoger todos los platos.

–Buenos días, señor –saludó él–, no me conoce, pero ¡felicidades! Hacen una bonita pareja y un bebé lo va a completar todo.

–¿Un bebé?

–Bueno, quizá una bebé. Felicidades, de todos modos.

–Creo que tú estás...

–Mi amor, el joven está hablando del bebé –llevó sus manos entrelazadas a su vientre–, muchas gracias...

–Julio –respondió él.

–Gracias, julio. Es que Chris todavía no termina de creérselo.

–Si tiene algún antojo, o algún imprevisto, no dude en llamarnos.

–Así lo haré, pierde cuidado.

Dulce arrastró a Christopher de prisa porque corría el riesgo de que su mentira quedara al descubierto. Una vez dentro del ascensor ella se echó a reír al ver el rostro pálido de su... ¿qué eran, ahora?

–¿Embarazada?

Un flash de la "noche de despedida" que al final no fue de despedida le golpeó la mente. pero ese día...

–No, Chris.

–Pero ese chico...

–le tuve que decir eso para que trajera mi maleta. No podía subir a tu habitación con una maleta súper grande porque la gente sospecharía.

–¡Pero ese chico ahora piensa que vamos a ser papás!

–Algún día lo seremos, niño –sonrió antes de besarlo.

El corazón de Chris se volvió a saltar un latido, pero esta vez, de felicidad. Era una promesa explícita, que guardaba la apariencia de un simple comentario y que, a la vez, escondía mucho.

"Algún día lo seremos", le dejaba claro que quería más, que también moría por completar todo aquello que quedó inconcluso.

El destino no era tan cruel como se suponía. Escribió una historia cargada de dolor, secretos y mentiras en cadenita que envolvieron a mucha gente, traiciones, engaños, heridas que todavía quedaban por cicatrizar. Pero le estaba dando un final digno de retratar, al lado del amor de su vida, y más convencida que antes de que era fuerte, invencible y valiente. "Solo los cobardes nunca pierden", la frase se le quedó tatuada en el alma como un recordatorio de los obstáculos que le tocó sortear, el pasado que se vio obligada a aceptar y el futuro que se cernía ante ella como el inicio de un libro nuevo, pero distinto.

Hubo un momento en que le dolió respirar, le costó levantarse para caminar una vez más y estaba a nada de dejar de creer. pero entonces, esas fuerzas que le impedían dejarse vencer le hacían entender que lo que no le mataba le hacía más fuerte. No se levantaba por suerte, si no por valentía y ese carácter que más que heredado parecía forjado.

Vaya que sí tenía cicatrices después de todo. Las verdades que le fueron reveladas juntas o en fragmentos la apuñalaron varias veces, la falta de cariño de quien consideraba su madre, el poco entendimiento por parte de su padre. La traición, sus errores, su boda fallida, sus intentos de olvidar en el suelo eran cicatrices, pero de esas que le decían que había sobrevivido, que le recordaban cuan fuerte y valiente era.

No se arrepentía de nada. Porque incluso de todas las mentiras que había dicho con el objetivo de olvidar logró aprender, y le sirvieron, de igual manera, para recuperar su felicidad.

A cuestas entendió que la única cosa imposible había sido olvidar al amor real, intentar borrarlo de su vida y convertirlo en solo una cicatriz. Ya tenía claro que ser la actriz de su propia vida nunca servía, que más que ayudarla la destruía y la encerraba en un laberinto sin salida.
Olvidar a Christopher era la única batalla que no había logrado vencer, y por eso estaba allí, acompañándolo a visitar por última vez a su media hermana, por la que no sentía nada, por cierto. Ni odio, ni rencor, ni rabia, ni amor. tan neutrales eran sus sentimientos hacia Muriel Hernández, que cuando los médicos les avisaron del deceso, no movió ni un solo músculo. Permaneció impasible ante la mirada perdida del médico, que repitió en más de una ocasión que había hecho todo lo humanamente posible.

–¿Estás bien? –le tocó la mano a Chris.

–¿Era lo mejor, ¿no? aquí ya no le quedaba nada y sufrió mucho más de lo que podía soportar.

–Es increíble hasta donde llegó la obsesión de Claudia –recostó la cabeza en su pecho–. Esperemos que los locos del manicomio la atormenten hasta...

–Dul –advirtió él, acariciándole la cabeza.

–¿Qué? incluso si logran hacer que quiera morirse no es castigo suficiente. Lo que sí le va a doler en el alma, si está cuerda, claro, es saber que no tiene absolutamente nada y que no consiguió separarnos como quería –levantó un poco la cara para ver a Chris–. ¿Qué pasa, niño?

–Le hice mucho daño. Vivió engañada, creyendo que realmente la quería, sin atención, sin un matrimonio de verdad. Nunca me lo voy a poder perdonar.

–Pudo darse cuenta de lo que pasaba y no lo hizo. Supongo que llegó un punto en que le gustaba creer que tenía un matrimonio perfecto, no sé

El destino también creó en un mismo personaje a un héroe y a un villano; a un caballero y a un ogro; a un protagonista de ensueño y a un desalmado. Christopher se convirtió en todo eso para proteger a Dulce, y aunque teniéndola tan cerquita mirando hacia la playa creía que todo valía la pena, no dejaba de sentirse culpable. Pero él también tenía que entender que así era la vida. mientras unos ganan, otros pierden; la felicidad de muchos les cuesta la vida a otros pocos; y el amor de una pareja deja a corazones rotos en el camino. Aún no se ha inventado al ser que consiga tener contento a todo mundo, y quizá ese sea el secreto de la vida con toques trágicos y dramáticos. La infelicidad como consecuencia de la felicidad plena.

El aire fresco de las playas del caribe golpeaba en sus cuerpos mientras asimilaban cómo sus vidas habían cambiado desde la boda fallida hasta aquí, que volvían a encontrarse y se prometían en silencio estar juntos asta la eternidad. Curioso, sabiendo que Dulce también había llorado su desilusión de hace casi tres años en una playa, a las olas del mar les había prometido olvidar a Christopher y convertirlo en "Solo una cicatriz".

Ahora, sentada en un balcón de hotel mirando al mar, al lado del amor de su vida, volvía a hacer una promesa que no se lleven las holas como la anterior. "Ser feliz, pase lo que pase". "Ser ella pese a las adversidades". "No intentar convertir al amor real en solo una cicatriz".

–Pero lo realmente importante es que estamos aquí, juntos –concedió Chris, levantándose de las hamacas con Dulce en brazos–, y vamos a tener una luna de miel por adelantado. Como recompensa a la boda fallida.

–¿Con anillo y todo?

–Con anillo, uvas, champaña, rosas en la cama y entrada tal cual.

La cargó como si fuese una princesa y antes de entrar a la habitación depositó dos besos en su frente. El primero, por el que le debía de hace tres años; el otro, que venía cargado de la renovación de todas sus promesas. Hacerla feliz, cuidarla y dar su vida por ella si es necesario. La sonrisa que dulce le dio en respuesta pareció ser suficiente para llenarle el alma y hacerle explotar de felicidad. Esta vez también agregó otra promesa a la lista: no dejarla escapar por nada ni por nadie.

Dulce miró sorprendida a la cama llena de pétalos y rosas rojas, pues en un momento creyó que se trataba de un comentario al azar. Cuando Chris retiró un ramo de sus flores favoritas para depositarla con cuidado suspiró, experimentando una felicidad inmensa que no había experimentado nunca.

Le quitó las sandalias de tacón, encendió las velas de la mesita de noche y sirvió dos copas de champaña. Llevó las uvas bañadas de chocolate a la cama y utilizó el control de los equipos para poner música bajita.

Con las primeras notas de violín se arrodilló al piel de la cama y sacó una cajita de terciopelo de su bolcillo. La abrió en cámara lenta, disfrutando de ver la expresión sorprendida y los ojos brillantes de la mujer de su vida.

–Cásate conmigo, Dul –pidió en un susurro.

Sin importarle que pudiese derramar las copas y las uvas en el proceso, se levantó de golpe y se abalanzó en Chris envuelta en llanto.

–¡es igualito! ¿cómo...? Yo lo tiré al mar ese día y...

–me metí a rescatarlo.

–¡Eso no es cierto! Ni siquiera sabías donde estaba. ¿cómo...?

–mandé a hacer uno parecido porque tenía la esperanza de que volvieras para ponértelo –se lo extendió.

–¿parecido? ¡es idéntico!

–Tiene una piedra más, muñeca. Y es por la nueva promesa que me estoy haciendo.

–¿Cuál?

–Cuando mandé a fabricar el anillo me prometí que, si tú volvías, nunca más te iba a dejar ir. Cásate conmigo, muñeca –le volvió a susurrar.

–¿Esta vez de verdad?

–Esta vez de verdad. Si quieres, vamos ahora mismo. ¿quieres?

–Quiero –le sonrió entre lágrimas.

Se tomó un buen tiempo para colocarle el anillo con cinco piedras de diamante incrustadas, que tenía como inscripción algo que le arrugó el corazón a Dulce «la vida se equilibra sola»

–Te amo, muñeca.

–Yo te amo más, Chris.

Entonces, se besaron. Lento, sin prisa, en señal de que tenían toda la vida para hacerlo cuantas veces quieran y de todas las maneras posibles.

Fue un reconocimiento de aquellos labios que pensaron nunca más volver a sentir, de los que le quitaban el sueño por las noches y les atormentaban en el día. Esa droga adictiva de años pasados, el símbolo del lugar seguro y del estado de calma.

La prueba tangible de que la vida sí se equilibraba sola.

El cello de todas su promesas.
El recordatorio de que el amor real, verdadero y eterno nunca podría llegar a ser "Solo una cicatriz".

–¿por qué brindamos?

–Porque tengo al lado a la mujer más fuerte y valiente del mundo. invencible, decidida, capaz y toda una guerrera. No sabes cuánto te admiro, Dul.

–Entonces yo voy a brindar porque tengo al mejor novio del mundo, que está dispuesto a dar la vida por mí y a ponerme por encima de su propia felicidad. Eres mi héroe y yo también te admiro por eso.

y el amor también consistía en eso. En respetar y admirar a la otra persona.

–porque nos vamos a casar –continúa Chris tras darle un beso corto.

–Y porque estamos teniendo nuestra primera luna de miel. Quiero que la otra sea en la India, por cierto.

–Y porque al final no me he convertido en solo una cicatriz.

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