Epílogo
–No me gusta el vestido.
Roberta la mira expectante. No puede decir eso justo hoy. No cuando eligió este modelo de entre los muchos que le presentaron, no cuando tuvo más de seis meses para hacerle los cambios que consideraba pertinente. No puede, porque apenas hace una semana, cuando fue la prueba final, estaba más que encantada con el vestido. Blanco, con corte princesa y escote en forma de corazón. Bastante sencillo y elegante, con un tocado que hacía juego hasta con los zapatos de tacón.
La tarde, majestuosa y cálida como en toda la primavera, se podía apreciar desde el gran ventanal de la suite. Habían elegido un hotel campestre a las afueras de valle de bravo y las vistas que les ofrecía eran espectaculares. Lamentablemente Dulce, en un estado de locura indescriptible no podía disfrutarlo. Se había levantado muy temprano de lo más tranquila, sin nervios a la vista y ansiando el momento de la boda; sin embargo, toda esa calma desapareció el mismo día, cuando llegó el personal de maquillaje y peinado para comenzar con su trabajo.
Volvió a instalarse en su cuerpo una inseguridad desgarradora. ¿y si Chris otra vez le dejaba plantada?
¿Y si Claudia salía del manicomio y convertía a su boda en una tragedia?
El recuerdo amargo de años pasados se hizo presente, tan nítido y cruel como aquel día. Ella con un vestido azul al lado de su padre en la puerta de la iglesia. Las palabras de Anahí "todavía no ha llegado". El niño con la carta. Su corazón rompiéndose en miles de pedacitos. Sus tacones resonando por el pacillo de la iglesia y el "no habrá boda" antes de salir corriendo. Se vio llorando en una playa solitaria y luego aventando el anillo para hacerse una promesa: "convertirlo en solo una cicatriz".
Tantas cosas pasaron desde entonces, que se preguntó si no se había tratado de un sueño, si acaso todavía seguía en los Ángeles y esta solo era una alucinación. Las posibilidades de que este día se arruinara eran muchas, porque había cosas que no se olvidaban.
–tampoco me gusta el peinado ¿podemos probar con un moño...?
–¡Que ya no hay tiempo, Dulce! –Rob le cogió del hombro, con miedo a arruinar el vestido.
–Y este collar..., dicen que las perlas traen mala suerte ¿me alcanzas el joyero de mamá, Maite?
La ginecóloga, con siete meses y medio de embarazo, estaba odiando en silencio a su amiga por haber elegido justo estas fechas para casarse. ¿Acaso no podía haberlo hecho un poquito antes? Quería lucir un vestido bonito, unos tacones altos y no un vestido holgado y sandalias planas. O después, cuando su hija ya estuviese en sus brazos. Moverse le fastidiaba un poco, así que de mala gana caminó hacia la habitación para traer los dos joyeros de Blanca.
A Ani la fecha tampoco le sentaba bien, a Mía, su bebé de seis meses, le acababan de vacunar y estaba más insoportable que nunca. Pero hasta la hora de la boda la dejó con su niñera, no quería ni podía perderse los últimos momentos de soltera de su mejor amiga.
–ya cálmate, Dul. Estás súper nerviosa –consoló la rubia, acomodándole el tocado.
–¡Yo no estoy nerviosa! Solo quiero que todo salga perfecto y no me gusta el vestido, ni el maquillaje, ni el peinado. Las perlas son de mal agüero y no...
–te propusimos comprar joyería nueva, te negaste –le recordó Roberta, poniendo en orden un mechón de su cabello.
–gracias –dijo Dul cuando llegó Mai–. Diamantes, no. No combinan con el vestido. Esmeraldas, puede ser. Oro solo, es muy común. Plata...
Soltó un fuerte suspiro para evitar que las lágrimas agolpadas en sus ojos se desbordaran, estaba delante de todas sus amigas y de su séquito de preparación, así que no se podía dar el lujo. Apretó fuerte los pendientes plateados en un intento de disipar ese cosquilleo que le atacó el pecho.
Eran los mismos que había usado Blanca Guadalupe en su boda. Cuando era niña, le encantaba ver el álbum de fotos de ese día y haciendo alarde de su inocencia, le dijo a su hermana Blanca que se los pondría cuando se casara.
La primera vez ni siquiera lo pensó. Pero ahora...
–también es común –provocó Roberta.
Se miró el anillo de rubíes y de diamantes que tenía en el dedo, abrió la otra mano para ver los pendientes y pasó sus ojos hacia la gargantilla y la pulsera que descansaban todavía en el joyero.
Era la pulsera favorita de su madre, la misma que le prestó para la cena de su compromiso.
El juego estaba hecho de rubíes de plata de ley. Discreto como tanto le gustaban, bonitos y especiales.
–¿Estás segura? –le preguntó la morena al reconocer la pulsera.
–Combina con todo –respondió simplemente, quitándose el collar de perlas y los aretes.
–Dulce no. La boda de Blanca y tu padre terminó muy mal. Las joyas están malditas y...
–Ani, calma –se quiso convencer–. Es hora de darle otro destino a esto.
–¿Esto usó esa vieja el día de su boda?
–Roberta –Dulce la fulminó con la mirada.
–Perdón ¿vas a utilizar lo que usó tu madre en su boda?
–La pulsera y los pendientes siempre me han gustado. Además, la gargantilla es sencilla y combina con todo.
–¿Quién te entiende? Dices que las perlas son de mal agüero y ahora quieres usar esto ¡que sí es del diablo!
Roberta intenta quitarle la gargantilla de las manos, no obstante, Maite hace uso de toda la fuerza que le queda para ponerse en medio.
–Rob, déjala. Si se va a sentir feliz con eso está en todo su derecho.
–¡Que no, joder! Estas joyas están malditas. Tu padre la engañó luego y...
–¡Pero Christopher no va a hacer lo mismo! –le gritó Anahí.
–puede pasar algo, no sé...
–Roberta, nada malo va a pasar –razonó la morena–. Supongo que es un tributo que le quieres rendir a blanca ¿verdad?
Las críticas llueven si hablamos de cómo ha cambiado la relación de Dulce y Blanca en este último año y medio. Con las secuelas del accidente tan marcadas, le quedó claro desde un inicio que no podía dejarla sola. Así que después de haberse mudado a la residencia de Christopher, diseñó y mandó a construir una pequeña cabaña en el jardín trasero. La veía a menudo, se cercioraba de que estuviese bien y le daba esa tan ansiada segunda oportunidad.
Por razones obvias a alma la noticia le tomó fatal, pero supo en seguida que pese a todo el daño que había causado su peor enemiga, Dulce la quería. Y le revolvía en el estómago, pero no podía hacer nada.
–Muñeca, estás preciosa –las chicas se apartaron cuando llegó blanca del brazo de su enfermera.
–Gracias, mamá.
"mamá". Después de muchos años podía disfrutar esa palabra sin remordimientos por sentir cariño por la hija de la mujer que más daño le había hecho.
–Las vas a usar –observó, perpleja–. Muñeca, no creo que sea buena idea.
–Cuando era niña soñaba con casarme con estas cosas, y quiero cumplirlo –le respondió, antes de susurrar–. Aunque tengo miedo que la historia se repita, o que pueda pasar algo parecido. No sé.
–No va a pasar nada. Porque a ti no te están obligando a casarte, Christopher te adora y tú a él. Es el amor más bonito que he visto jamás. Así que, si quieres usarlas, adelante. Y sonríe, que acabo de ver por el balcón y ya te está esperando.
–Te quiero –le dijo Dul, aguantando las lágrimas.
–Yo te adoro y no sabes lo feliz que estoy porque por fin lo vas a lograr –le abrazó rápido por miedo a arrugarle el vestido o quitarle el maquillaje–. Eres la novia más bonita de todo el mundo.
Mientras blanca le echaba perfume y le entregaba el ramo tocaron a la puerta y fue Roberta la encargada de abrir. Maite y Anahí voltearon los ojos cuando escucharon el ruido de los tacones acercándose por el recibidor. Una se puso pálida, la otra, tensa hasta más no poder.
Alma Rey abrazó fuerte a una de sus gemelas antes de levantar la mirada a la otra, que hablaba sonriente con su peor enemiga.
–Estás muy linda, Alma –alagó Anahí.
–ustedes también lo están niñas –les sonrió de lado–. ¿Ya listas?
–Listas.
–A bajo hay un novio ansioso –continuó la mujer, queriendo aligerar sus ganas de golpear a Alma–. Y un padrino vuelto loco con todo. Deberías darle una mano, mi amor.
–Ya está suficientemente grandecito, además, tiene que darme mi espacio –le respondió Rob, metiéndose un chocolate a la boca.
Dulce estaba enfrascada en una charla de lo más entretenida con su madre, ignorando por completo a sus amigas, que intentaban disimular las caras de preocupación.
–Para cuando tengas que decir los botos, no mires al público. Cierra los ojos o mira a Chris.
–No me los he aprendido –le confesó–, ¿puedo leer?
–Como te sientas más cómoda, pero los que te dan son tan tradicionales, que sé que tú puedes improvisar algo más bonito.
–¿Puedo decir lo que quiera? –Blanca asintió.
–Ahora, muñeca. No dejes que te abracen antes de las fotos, tienes que salir perfecta. Le pedí a la seguridad que controle para que no te lancen arroz, eso es de muy mal gusto.
–¿Quién va a hacer eso?
–Nunca se sabe –le acomodó un pliegue del vestido–. Procura que...
–Estás preciosa, mi reina.
Oh. Oh.
Dulce medio giró la cabeza para ver a Alma, que traía una cajita en las manos. Su relación había cambiado un poquito, ahora ya la toleraba más e incluso le dio la invitación para que viniera a la boda. No le iba a decir ni "mamá", ni "te quiero", y tampoco se había atrevido a darle esa oportunidad que tanto quería. Pero ¿algo es algo, ¿no?
–Gracias –respondió sin una pisca de emoción.
–¿Nerviosa?
–Tranquila.
–Chris ya está abajo.
Quiso que su confirmación le cambiara la expresión, pero eso no sucedió.
–Lo sé. mamá me lo dijo.
–Yo te traje esto –le extendió la cajita.
–Gracias.
–Me haría muy feliz si lo usas hoy.
–Lo lamento, pero...
–Estás usando las joyas de... –se percató y algo se sintió pesado–. ¡Quítatelas!
–¿Perdona?
–Quítate las joyas, mi amor. Están malditas y no quiero que nada arruine tu día.
–No voy a arruinar nada. A mí no me están obligando a casarme, Chris me adora y nunca me engañaría.
–Mi amor..., lo mejor es que uses otras joyas nuevas. Yo te traje un...
–Lo veré después. Igual, muchas gracias. ¿Tienes los anillos, Rob?
–Dulce, son nuevos comienzos y...
–Desde que era niña soñaba con usar estas joyas el día de mi boda –le cortó tajante–, y la historia no tiene porqué repetirse.
–Si así lo quieres –concede no tan convencida–. Me gustaría que uses, al menos, algo de lo que te traje.
La tensión es palpable en la suite. Las damas de honor se debaten entre adelantarse para dejarlas solas o quedarse para ver en qué termina todo; blanca se acomoda el abrigo irritada, porque no soporta estar en el mismo lugar que la amante de su esposo; Alma les ruega a todos los santos para que su hija acceda a su petición. Dulce, precisamente, quiere agarrar un cuchillo para cortar el mal rollo de sus madres, porque el duelo de miradas y malas caras en el que se baten empeora sus nervios.
Traga en seco antes de rasgar el papel de la caja. Encuentra una medalla con dije de luna, una pulsera con varias perlas incrustadas, un juego de pendientes largos y un prendedor que, a diferencia de las demás cosas, sí llama su atención. es más pequeño, más sencillo y, por consiguiente, discreto.
No tiene que pensarlo mucho para decidir que no va a usar ni la pulsera, ni los pendientes, ni la medalla. Y no es por rencor, puesto agradece el bonito gesto. Es porque entre las muchas cosas que le hacen diferente de su madre, están los gustos.
–Usé los pendientes y la pulsera en mi boda. Algo prestado –señala Alma, emocionada–. La medalla es algo viejo y el prendedor algo nuevo.
–No los voy a usar –comienza con cautela y Roberta carraspea–. No me gustan las joyas cargadas.
–Si las miras bien no están...
–Mi hija no necesita bañarse en piedras para resaltar –provoca Blanca–. Hay gente que puede brillar por sí sola, sin diamantes ni perlas grandes. Nunca le han gustado los detalles exagerados –susurra–, ella sí tiene clase.
–Claro que tiene clase. Menos mal no aprendió tus malas mañas. Porque una mujer con clase nunca robaría a un bebé.
Hay fibras sensibles que Dulce no va a permitir que se toquen el día de su boda porque sabe que la mínima mención del pasado deja a la vista un sinfín de heridas y cosas que no se olvidan. Una cosa lleva a la otra como si de una cadenita se tratase. Alma le recuerda a Blanca que le quitó a su hija, Dulce recuerda que su madre biológica fue amante de su padre y destrozó a una familia. Eso, de inmediato, le lleva a acordarse de la muerte de Blanca y de todo lo que hizo Claudia, que según lo normal debe estar en el hospital siquiátrico.
Y las inseguridades vuelven a surgir. Claudia ya le arruinó la boda una vez ¿si aparece y lo destroza todo de nuevo?
Incómoda, abre el prendedor y se lo coloca en el vestido procurando que no sea tan visible.
Roberta agradece en silencio que Blanca suelte un suspiro y no responda.
–Algo regalado –se fuerza Dulce–. Muchas gracias, Alma.
–No tienes que agradecerme nada. Estás hermosa. Y ¿no te gustaría darles una oportunidad a las joyas?
–Hoy no, por favor –le pide–. ¿Llevas el ramo, Roberta?
–Y los anillos –secunda Maite.
–Los tiene Diego –Rob se pone detrás de Alma–. ¿Lista?
–Lista.
Abraza a todas sus amigas, a su hermana, a su madre y todo el mundo se sorprende cuando recibe a Alma con los brazos abiertos. Deja que le vuelva a acomodar el tocado, le acepta un beso en la mejilla y se deja hacer la señal de la cruz.
–Gracias por dejarme estar aquí...
Le responde con un asentimiento antes de hacerse un par de fotos que espera, marquen el fin de su soltería de verdad. Un flash de una sesión apresurada dentro de la limusina hace más de tres años le golpea ensombreciendo su mirada un instante. Como si de un video se tratara, el "no puedo" escrito con tinta negra en la carta llega a su mente, acompañado por esa sensación de vacío y su alma desgarrándose en miles de pedazos y cree estar muriéndose en vida otra vez. Aun así, se fuerza a sonreír mientras baja las escaleras con ayuda de su hermana.
Está segura de que lo ama más que hace cuatro años, pero también de no estar dispuesta a pasar por la misma humillación dos veces. Confía en Christopher, mas no en su hermana ni en el hospital siquiátrico. El destino ya le ha hecho tanto daño y no le sorprendería si le vuelve a jugar sucio otra vez. Por ello, rompe las reglas de protocolo y suerte cuando pide hablar con su novio.
Necesita encontrar en la intensidad de sus ojos miel esa calma y confianza que tiembla más que nunca.
El novio no puede ver a la novia vestida de blanco antes de la boda porque es de mal agüero dicen todos. Sus damas confían ciegamente en que esta vez va a ser diferente e incluso su madre se lo recuerda en vano, pues no hace caso. Su mala suerte empieza con la locura de Claudia y las jugarretas sucias del destino, no con una tradición que le puede arruinar la vida en cuestión de milisegundos.
Christopher la entiende como siempre, así que no hace falta que le expliquen la situación cuando ante la atenta mirada de todos los invitados, baja del altar y camina a paso rápido hacia el exterior del toldo. Muchos de los invitados conocen el desenlace de la primera boda y empiezan a murmurar, hasta algunos se atreven a coger sus cosas para abandonar el lugar. Pero Anahí es quien se llena de valor y tal cual hizo su amiga en u pasado, camina hacia el micrófono para hablar. No dice "no habrá boda", lo resume en que hay un inconveniente que el novio tiene que solucionar.
El corazón de Chris se salta un latido al ver a Dulce vestida de novia sosteniendo un ramo de tulipanes en la mano. Hay un flash de recuerdos, un pinchazo que advierte los miedos actuales y la incertidumbre del futuro mientras corre a abrazarle fuerte, ignorando que en el proceso se le podía arrugar el vestido, correr el maquillaje o destruir el peinado elaborado.
Es un abrazo cargado de añoranza, esperanza y melancolía por todo el tiempo que les quitó el destino. Una promesa silenciosa de seguir luchando contra todo y todos. La confirmación de que las cosas irán bien y que ahora nada ni nadie podrá separarlos. El fin de una historia y el inicio de otra que también los pondrá a prueba.
Hay abrazos que son sinónimo de calma, de seguridad y de confianza. Otros que sellan promesas nunca dichas, inicios y finales. Y el de Dulce y Christopher era una mezcla de todo.
–Todo está bien, muñeca –le susurró luego de cortar el abrazo.
Entre ellos no hacía falta más. Esa conexión especial que habían experimentado desde el primer día se fortalecía con el tiempo, y a veces solo hacía falta una mirada, un rose o una palabra para entenderse.
Dulce encontró en ese abrazo y en esas palabras la seguridad que necesitaba para volver a caminar hacia un altar. Bastó una sonrisa perfecta para esconder sus miedos y lanzarse al vacío, porque confiaba en que él estaría listo para sostenerla en cualquier momento.
Con esa misma complicidad en las miradas, se tomaron de las manos y caminaron hacia el inicio del camino cubierto con pétalos rojos. Roberta, entendiendo la decisión no verbalizada, les hizo una seña a los músicos antes de movilizarse con las damas de honor hasta el altar.
Otra vez, la gente empezó a murmurar. Estaban sorprendidos por el cambio repentino de planes y por no ver al novio esperando en el altar.
Con la suave melodía de los violines y los aplausos de fondo, Dulce y Christopher caminaron despacio por el pacillo que los conduciría a la primera escalinata del altar, en donde ya esperaban los padrinos junto a las dos madres de Dulce.
Su historia se había basado en clichés mal contados. A Dulce su padre no la llevó al altar, ni amenazó a Chris antes de entregar la mano de su hija, ni se quedó a respaldarla en la ceremonia. Entraron tomados de la mano y ese "Estás hermosa" no se escuchó ante el sacerdote, se escuchó en medio del camino, cuando el novio se acercó a su oído para susurrar en un tono que le erizó la piel.
Perdida en los ojos miel de su novio, Dulce terminó de entender que el amor verdadero no podía convertirse en "solo una cicatriz". No es cuestión de tiempo, ni de determinación; si algo es real, sería eterno en la mirada de un corazón extranjero.
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