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CAP 39

–¿Y? ¿te vas a quedar llorando todo el día? ¿esa es tu forma de luchar para no perderlo?

–¿Qué puedo hacer?

Después de confirmar lo que ya se imaginaba, Dulce se encerró en su departamento para llorar, derrotada. La vida otra vez se burlaba sin piedad, pues pisoteó, con tan solo una frase, esa idea de que Dulce podía lograr todo lo que se proponía. No era tan fuerte, ni tan valiente; más bien era una cobarde que cuando se sentía perdida no veía una salida.

Estaba viviendo a la deriva, sin rumbo y dirección, sin motivos aparentes para seguir. Christopher decidió poner distancia y la única culpable era ella, por no atreverse a hablar, por no desafiar a ese sentimiento de orgullo que tanto daño le hacía.

Roberta abrió las cortinas medio conmovida por el estado deplorable de su hermana. Culpable sí era, por decirle sin piedad que Chris se iba para empezar una nueva vida lejos de ella. Pero ante situaciones desesperadas, soluciones locas y arriesgadas. Dulce tuvo mil oportunidades de hablar y no fue capaz de hacerlo, así que necesitaba un empujoncito, cruel, pero efectivo.

–No quieres perderlo y la solución está en tus manos –se sentó en la cama con los brazos cruzados.

–¿Cómo? Él ya está lejos.

–Ve a por tu felicidad, Dulce. Es fácil, solo compras un boleto de avión y asunto solucionado.

–Ni siquiera sé dónde está.

–No sabes cuanto me fastidia la gente que le busca peros a todo. Si sigues así, vas a tener que resignarte a perderlo, y es lo más cobarde que puedes hacer.

–¿Y si cuando estoy con él no puedo decirle todo?

–Lo habrás perdido para siempre, entonces.

–Lo he intentado muchas veces, pero ¡no puedo! Hay algo que me impide hablar, que me...

–Has actuado como debías porque estabas dolida. Y tú crees que él no te va a poder perdonar, pero sin pedírselo ya te ha perdonado. La que no te va a poder perdonar si sigues en esta situación y lo dejas ir voy a ser yo.

–yo no me voy a poder perdonar jamás. Mientras él arriesgaba todo para protegerme, yo....

–Tú tienes el poder para ya no hacerle más daño y para enmendar todo lo que hiciste y todo eso que no te perdonas. Dile que todavía lo amas, que no has podido olvidarlo.

–¿Y si no me cree? Ya le he mentido mucho.

–Tus ojos le van a hacer dudar, como siempre que le has dicho "ya no te amo" y tus ojos gritaban otra cosa.

–Chris piensa que si quiero volver con él es por cargo de consciencia, por presión, por la necesidad de retribuirle lo que hizo por mí.

–Si piensa eso es porque te ha creído todas las mentiras. Si no lo buscas, ahora sí que te vas a odiar el resto de tu vida.

La pelirroja sonrió levemente cuando Dulce se incorporó para abrazarla. Su plan estaba funcionando, y quizá después la odie un poquito por haberle mentido, pero si no era así, las cosas no se arreglarían jamás y ella no se lo perdonaría. Era su forma de agradecerle a Chris todo su apoyo, de ver feliz a su hermana y de continuar con su intento de recuperar el tiempo perdido.

–Te quiero, Rob.

Más que un "te quiero" por parte de su madre biológica o de su padre, desde que supo que tenía una hermana gemela estuvo esperando este momento. El abrazo no fue con impotencia como el de ese día en el hospital, fue con cariño recíproco.

–Yo también te quiero, Dul.

No pudo evitar soltar un par de lágrimas de felicidad, porque ese espacio de su corazón que había estado vacío todo la vida se acababa de llenar al completo. El siguiente paso luego de encontrarla era forjar un cariño sincero, y lo había conseguido.

A ambas les hubiese gustado jugar juntas con las muñecas, con los juegos de cocina o por el jardín de alguna casa. Les hubiese gustado hacer travesuras, ser cómplices la una de la otra y contarse las experiencias de esa primera ilusión. Pero el hubiera no existe, así que nadie dice nada.

Toca mirar al futuro, tejer carpetas de macramé, estar en las bodas la una de la otra, acompañarse en el proceso de embarazo y hacer que sus hijos crezcan juntos para darles todo el amor del que fueron privadas.

Mientras Dulce compra un boleto de avión por internet, Rob le arma una maleta con todo lo necesario, porque tendrá que quedarse a acompañar a Christopher hasta que termine todos sus pendientes. La ropa resiente el tiempo que se mantuvo guardada, pero poco o nada importa. Empaca accesorios por si tienen una escapada romántica a las playas de Cuba, mete ropas de baño y algún que otro juego de lencería que le parece combinable.

–Sale mañana, a las ocho. ¿qué haces?

–te hago la maleta, y agradéceme porque ni siquiera se la hago a Diego.

–¿No es mucho?

–es lo necesario –responde, señalando a las dos maletas–, tenemos que ir a por unas sandalias más a la moda, estas ya no están en tendencia.

–Puede que no me quede ¿sí lo sabes, ¿verdad?

–No seas tan pesimista. Te vas a quedar.

Opta por no decir nada pese a que la seguridad de su hermana la confunde. Se mantiene pegada al teléfono finalizando con la compra del boleto y la reservación de un cuarto de hotel, por si las cosas no salen como espera.

De la mujer segura ya no queda ni rastro, pues la invade una cortina larga de pesimismo y miedos. Se desconoce.

Partió a los Ángeles con el corazón roto, pero con una seguridad envidiable que le obligaba a mantener la cabeza arriba. Estaba convencida de olvidarlo y quizá el que no lo halla logrado es causante de los miedos que la consumen ahora.

–¿Está bien el vuelo de regreso para el 11?

–¡no! tienen que disfrutar de varadero –le sonríe con picardía–, ponlo para el 25.

–¿Eso no es mucho?

–¿Cómo crees? Es lo necesario para una buena reconciliación.

–Rob, si las cosas no salen bien...

–¡Vas a volver el 25, joder!

El 25, porque ella misma se encargó de instruir a la secretaria de Christopher en la compra del boleto. Esa era la fecha que tenía programada para su regreso, dos semanas lejos de todo para sí, en efecto, hacerse a la idea de que nada sería como antes y para que pudiera cumplir la última voluntad de Muriel.

–A veces las cosas no salen como pensamos –susurró Dul más para sí misma que para su hermana.

–Pero esto si va a salir como queremos. Si no, termino con Diego.

–¿Qué me estás ocultando? –la castaña se pone de pie.

Los ojos de Roberta titubean con la mirada acusadora que le sostiene Dulce, sin embargo, tras tomar una fuerte bocanada de aire, se vuelve a llenar de valor.

–¿Debería ocultarte algo?

–Nadie arriesga su felicidad por una apuesta. ¿Por qué estás tan segura que todo saldrá bien?

–¿Porque se aman, talvez?

–¡No me respondas con otra pregunta!

–Y tú no estés viendo cosas donde no las hay –mete un vestido playero a la maleta de forma descuidada–. Está bien que tu vida halla sido todo un drama de novela, pero deja las paranoias.

–Tu vida también a sido un drama de novela –ataca ella.

–La diferencia es que yo no busco ser protagonista y no me hago problemas, ya sabes –echa otro vestido.

–¡Ya es demasiado! No me estoy yendo por un mes.

–No sabemos como está el clima, a que lugares vayas a ir, con que ropa estará él. Tienes que llevar todas las opciones posibles porque quiero fotos bonitas, nada de atuendos básicos.

–Lamento decepcionarte, Rob, pero yo no me fijo en todas esas cosas.

–Deberías, porque, así como vas... Acepta que te dé algunos consejitos de belleza ¿sí? Serán gratis, lo prometo.

–Lo pensaré –su hermana sonríe victoriosa–, y te daré una respuesta el 30 de febrero, no te preocupes.

Roberta levanta una de las cejas, furiosa, y justo cuando está a punto de abalanzarse sobre su hermana para responderle, su móvil, que hasta entonces permanecía en la mesita de noche, se ilumina con un mensaje.
La pantalla es amplia, así que las dos, una por instinto y la otra por necesidad, voltean las miradas hacia el móvil.

«No sabes lo feliz que me hace leer esto. ¿Está bien hoy a las cinco en el café cerca al bufete?»
Alma.

La cara de Dulce pasa de la concentración a la sorpresa, luego a un leve gesto de molestia y finalmente, al desinterés. Su hermana la observa medio dudosa, sin saber cómo abordar el tema.

–Bueno, sí te estoy ocultando algo –se balancea de un lado al otro–. Alma me escribió el martes, quiere que nos empecemos a conocer y lo estuve pensando. Porque para mí tampoco es fácil...

–No tienes que explicarme nada, Rob. Es tu vida y decides que hacer con ella.

–Sé que no actuó bien, que hizo las cosas sin pensar en las consecuencias y que la culpa de lo que pasó en el pasado es también suya. También sé que no voy a poder verla como mi madre rápido, porque la vida me ha dado otra y la quiero con todas mis fuerzas. Pero nada pierdo intentando conocerla, le dije que haríamos las cosas sin forzar nada, y que veríamos como se va dando todo. ¿No te molesta?

–¿por qué debería molestarme? –se ríe–, si es lo que quieres y te va a hacer feliz, adelante. Estás en todo tu derecho de intentar conocerla y ella en todo el suyo de... ¿recuperarte?

–Sí, pero después de lo que pasó, no creo que...

–Arruinó el velorio de mi padre y no se lo puedo perdonar –levanta una de sus manos–, porque sí, le hizo mucho daño, fue un maldito mujeriego empedernido, desgraciado, poco hombre, mal ejemplo, no supo ser padre cuando tuvo la oportunidad. Pero ya no estaba, y se merecía, al menos, una despedida digna. Pese a todo lo que es yo lo quería, es más, lo quiero como no tienes idea y tampoco le voy a poder perdonar fácil, pero es mi padre. ¡Crecí con él, maldita sea!.

–Lo sé, Dulce. Si la frené ese día fue precisamente por eso, porque te vi mal, destrozada, sin ánimos de seguir y eso no lo podía soportar. Te entiendo a ti, y la estoy comenzando a entender a ella, permaneció callada durante 25 años y vio el momento como su única oportunidad de encontrar venganza.

–Por su culpa mi madre va a necesitar ayuda de por vida. ¿Sabes lo frustrante que es tener que esperar a que pueda pronunciar una frase coherente? –Roberta la mira sin saber que decir–, y sí, ya sé que es un castigo divino por habernos separado, por haber planeado el accidente de la primera amante de papá, por haber metido a Alma a la cárcel. Hasta incluso por haberme privado de cariño toda la vida. Pero joder, por más que lo he intentado no puedo dejar de verla como mi madre, no puedo odiarla así porque sí, y me duele verla en ese estado.

Dulce no frena el llanto que se acumula en sus ojos. Se sienta al borde de la cama y no esconde la cara.

–Insúltame si quieres, deja de hablarme si es necesario, pero si tengo que poner la felicidad de mi madre –enfatiza las palabras–, por sobre la de Alma, lo haría sin pensar. porque a ella la quiero, y Alma es una desconocida que queriendo o sin querer me ha hecho daño.

–Así como tú no puedes enojarte porque le estoy dando una oportunidad a Alma, yo no puedo dejar de hablarte porque eliges a tu madre por, sobre todo. Porque aquí no pasa como en las telenovelas en las que cuando las protagonistas conocen a su madre verdadera corren a abrazarla y se tira una escena emotiva, aquí los sentimientos no surgen de la noche a la mañana y tampoco se olvidan fácil.

–A lo que voy con todo esto, Roberta, es que los problemas que yo puedo tener con Alma son míos, y tú estás siempre al margen. A mí me ha jodido la vida y ella lo sabe, a ti no, y si quieres conocerla, no me voy a oponer.

–me dijo que le pediste que se alejara de ti.

–Cuando me siento preparada, si algún día lo estoy, le daré esa oportunidad. Por el momento estar lejos es lo mejor.

–me alegra que no te estés cerrando a la posibilidad de entablar algo con ella –suspira aliviada.

–Pero por ahora no.

–Y estás en todo el derecho de hacerlo. Ella ya nos encontró, es lo que quería, pero supongo que también tenía presente que nada iba a ser bonito de la noche a la mañana.

–Sobre todo si tiene en cuenta sus acciones –espeta con resentimiento.

En el juego del destino siempre van a haber heridos. Los errores del pasado tardan en ver florecer sus frutos, pero lo hacen tarde o temprano. Blanca con Claudia en la cárcel, Alma con el rechazo de Dulce. Y es que así es esto, nadie sale invicto porque cuando se libran batallas siempre hay daños. Algunos más terribles que otros, pero daños al fin.

Christopher a la hora de querer proteger a Dulce, por ejemplo. Mientras habla con los doctores de Muriel se intenta hacer a la idea de que Dulce debe volar lejos de. Se aseguró de ponerla a salvo y en el proceso ella fue olvidándolo poco a poco hasta el punto de convertir su recuerdo en "solo una cicatriz".

Dulce a la hora de mentirle tanto a Christopher, pues ahora tiene que luchar contra el miedo que le taladra el cuerpo. Su mente dispara a cada nada sus palabras cargadas de odio y rencor, y su corazón, cansado de sufrir, parece latir cada vez más lento. Mientras espera que el tiempo corra para abordar el avión, tiene que hacerse a la idea de que no es tan fuerte ni segura como parecía; la invade el pesimismo, los fantasmas del pasado, el peso del presente y un signo de interrogación no le permite ver las cosas con claridad.

Para Roberta las cosas tampoco son tan fáciles. Con el recuerdo del pasado intacto y sus intentos por asimilar su nueva vida, se ve obligada a sentarse con su verdadera madre sin saber como es que se entabla una conversación. Alma tiene miedo a decir algo y fracasar, porque siente que ya ha perdido mucho y no se puede permitir perder el único rayo de esperanza que se mantiene firme en medio de tantas ruinas. Con pesar, la madre de las gemelas parece entender que esta guerra no la ha ganado ni Ella, ni Blanca; si no el destino, que sí se ha salido con la suya.

–Estas son las fotos –Roberta dejó caer sobre la mesa un álbum grueso.

A Alma el corazón se le agrietó cuando vio la imagen de una bebé con vestido rosa en la portada. "Roberta pardo", 06 de diciembre. Se leía en la parte superior.

–Eras preciosa –susurró, delineando con sus dedos la carita de la imagen.

–Esa foto me la hicieron el día que llegué a casa.

Ni bien abrió el álbum se echó a llorar, pero esta vez, la mayoría de sus reproches no fueron para Blanca ni para Fernando. Fueron para la vida, pues le había privado de cargar a una niña tan linda entre sus brazos, de verla crecer, de amamantarla, de escuchar su primera palabra.

"Mamá", había sido esa primera palabra según el álbum que leía. Y se sintió mal al entender que era para otra mujer y no para ella.

–¿Eras una bebé tranquila?

–No –se esforzó por no llorar–, mamá dice que dormía por el día y hacía escándalo por las noches.

–¿te enfermabas mucho?

–No.

–¿Sabes? Me gustaría conocer a tu madre algún día. Quiero que me cuente cómo eras, que te gustaba, si dormías rápido. ¿Crees que ella...?

–Estará encantada –le sonrió–, vendrá el mes que entra, tiene que darle el visto bueno al departamento.

Veía las fotos con una mezcla de alegría y nostalgia. En su mente imaginaba escenarios distintos en los que ella era quien le daba su primera comida, quien la acostaba para dormir o quien le peinaba con dos moñitos. Le hubiese gustado ser quien armara el álbum, quien pusiera las estrellitas al inicio de cada página y cada mínimo detalle del fondo. Se perdió 25 años que no recuperaría ni con todo el tiempo del mundo, pues Roberta ya había crecido y nunca más volvería a ser una bebé.

Tenía la oportunidad de acompañarla en muchos otros momentos de su vida. En su boda, en el nacimiento de sus hijos, en sus cumpleaños; pero se perdió su primera palabra, su primer paso, las tardes de tareas cada que llegaba del colegio, las primeras inquietudes de adolescente. Le pesaba no haber sido la primera persona a quien le compartió su primera decepción amorosa, o la experiencia de su primer beso.

En el mismo cuadro temporal, pero en una situación distinta, Dulce ayudaba a empacar las cosas de su madre, pues la venta de las propiedades de Claudia no había sido suficiente para termina de pagar la hipoteca. No podría llevarse nada más a parte de sus pertenencias personales y eso después de tanto insistir al abogado del banco. Dejaría atrás muebles, fotos y todas las decoraciones que traía en cada uno de sus viajes. Bajillas, espejos, cuadros, referencias a monumentos grandes, una colección completa de vinos antiguos. Y le dolía como si le estuviesen arrancando la piel sin anestesia; de todos los finales posibles nunca pensó en este. Sin dinero, sin casa, casi sola.

Casi, porque todavía tenía a Dulce.

Su único consuelo era saber que Alma tampoco estaba siendo completamente feliz, porque el daño ya estaba echo y toda la vida se iba a pesar por no haber compartido 25 años con sus hijas. No debía, pero pensaba en la infelicidad de su peor enemiga en estos momentos porque sí le había echo daño en un pasado, acostándose con su esposo en su propia casa y traicionando la confianza que ella le brindó desde el inicio, y ahora, terminando de arruinar la reputación de su familia para después dejarla en un estado desesperante.

Dolida, se aferró a sus dos joyeros como si su vida dependiera de ellos y los arrojó en una de las maletas en las que Dulce ponía su ropa. Tiró también un portarretrato del viaje a Disney de hacía 20 años, con su esposo y sus tres hijas en donde sorprendentemente, la estaba cargando, y no estaba fingiendo ninguna sonrisa.

–Supongo que ya no va a necesitar de mis servicios –comentó la enfermera, abatida.

–Pero por supuesto que sí –respondió Dulce sin dejar de ver el portarretrato–. Mientras las cosas se arreglan van a quedarse en mi departamento. No es muy grande, pero van a tener todo lo necesario. No puedes dejarla sola –agregó suplicante.

–No se preocupe, señorita.

–¿Y-y-y tú? –Blanca la miró.

–Mañana me voy a Cuba, necesito solucionar unas cosas –suspiró–. Necesito recuperar unas cosas.

–A... A... A Chris...

Algo se sintió pesado en su pecho cuando miró a su madre a los ojos,. No quería hacerse ilusiones, no obstante, esa seguridad al momento de hablar le gritaba que sí la conocía. Mucho.

Se apresuró por cerrar la maleta antes de pedirle a la enfermera que le ayudase a cargar las otras dos. Con una de sus manos libres ayudó a que Blanca le diera un último recorrido a su casa, que también ella aprovechó para traer a su mente algunos recuerdos que permanecían bloqueados. No supo si la imagen de una niña de casi dos años a la orilla de la piscina era imaginaria o si realmente ocurrió, pero no pudo evitar reproducir un par de líneas.

Dulce pequeña a nada de ingresar a la piscina para intentar recuperar el coche de su muñeca.
Un pie sobre el agua y unos fuertes brazos cargándola para evitar que pusiera el otro pie.

–Eso no se hace, Dulce –la mujer besó su cabeza.

–Ca... pum.

–¿Se te cayó el coche? –la niña asintió–, ahora vamos a mandar a alguien a que vaya a por él. Pero tú no, puedes caerte.

Le dio vuelta en sus brazos y le quitó las zapatillas mojadas, antes de sentarse con ella en uno de los camastros de la propiedad.

–Prométeme que no vas a volver a hacerlo –le pidió, tocando la punta de su nariz con un dedo–, ¿me lo prometes?

–Sí –le respondió ella, todavía señalando el coche en el agua.

–¡Cata! –llamó sin soltar a la niña.

–¿Pasó algo, señora? –la mujer llegó corriendo con el delantal de cocina en las manos.

–Te he dicho infinidad de veces que dejes la puerta del jardín cerrada, y que vacíes esta piscina.

–Las niñas jugaron ayer y...

–¡Pero hoy no! Dulce se salió y estuvo a nada de meterse ¿sí sabes lo que pudo haber pasado?

Sobresaltada, Dulce movió la cabeza y volvió a la realidad, negándose a aceptar la escena que reprodujo su mente. Si tanto la odiaba ¿porqué no dejó que se cayese a la piscina? Al fin y al cabo, sería un accidente, y tendría la oportunidad perfecta para deshacerse de ella, conseguir que Alma sufra y no tener el vivo recuerdo del engaño.

Se alejó del vidrio que daba hacia la piscina y suspiró, medio confundida y agobiada. Les agradeció el gesto de amabilidad a los agentes del banco y ayudó a que su madre subiese al auto. Con las dudas carcomiéndole la mente se puso al volante, levantó el volumen de la radio lo más que pudo y se dispuso a conducir.

No le sirvió de mucho, ya que la invadió otra imagen que le hizo frenar de golpe. Ella sentada frente a un espejo y su madre detrás, trenzando el cabello castaño mientras cantaba una vieja canción. Era pequeña, de tres o cuatro años, posiblemente, y se sintió mucho más confundida al no hallar explicación para que esos recuerdos hayan permanecido ocultos durante mucho tiempo.

¿Y si solo es un juego de tu mente?

¿Y si te lo quieres imaginar para no sentirte tan mal, ni traicionada por estar ayudándola?

Talvez cuando era pequeña la quería, y luego dejó de hacerlo, o... ¡no sabía! Y se quiso arrancar la cabeza al recordar la escena del bufete y la del hospital, casi al simultáneo. Sabía mucho de sus gustos como para nunca haber estado cerca. El café cargado y con cuatro cucharaditas de azúcar fue una preferencia que adquirió ya en la adolescencia, y por ese tiempo ya tenían discusiones todos los días, a todas horas, cada que compartían espacio.

Le regaló un bonito anillo de diamantes cuando cumplió 15 años, y le prestó su pulsera favorita para cuando Christopher fue a cenar a casa de sus padres para anunciar su compromiso. La vio en la casa de modas en su última prueba de vestido, y pese a que le halla dicho que no iría, fue a su boda fallida.

Le mandó una carta cuando vivía en los Ángeles con una sola frase escrita: «Lo que no te mata te hace fuerte, solo los cobardes nunca pierden. Entiéndelo»

Y aunque no le respondió, desde ese día cada que podía y que era necesario repetía esa misma frase. Le costó, pero aprendió que perder también era de valientes, y que estar viva era el claro ejemplo de que era fuerte.

Ella le hizo fuerte, pues un flash de su encuentro luego de que ella abandonara su casa para vivir sola la invadió. "Son cicatrices que te dicen que has sobrevivido a una traición".

Si había partes de su mente que le cuestionaban porqué todavía la quería, ahora ya lo tenían bastante claro. Eran pocos, pero había momentos en los que sí la había tratado como una hija, si recibió consejos y... a su manera, pero palabras de consuelo.

Lamentablemente, nada de eso era suficientemente fuerte para olvidar que la separó de su hermana y de su madre. Sin embargo, bastante convincentes para seguir con ganas de ayudarla.

–Es-es-es- es para ti.

Dejó la taza de café en la mesa de centro cuando su madre se sentó a su lado con los dos joyeros en sus manos, extendiéndoselos. La enfermera, apoyada en el respaldar del sofá no entendía nada, miró con curiosidad la escena un par de segundos antes de fijarse en las cajas que sostenía la mujer.

–Podrías vender las joyas y...

–Son para ti –consiguió decir tras un rato tartamudeando.

–¿Gracias? –respondió parpadeando–, ¿por qué?

–Porque eres mi hija, y te quiero.

Le costó, pero al decirlo sintió que se estaba quitando un peso de encima. Miró en silencio todas las expresiones de Dulce y se echó a llorar por todo. Por su final tan miserable desde su punto de vista, por haber desaprovechado momentos a su lado, por no haberle dado a ella como hija biológica.

Lloró porque la tenía a su lado pese a todo, porque le estaba ayudando y no tenía intención de dejarla tirada, como seguro cualquier persona dolida hubiese hecho.

–Claudia lo es, de verdad, y le hubiese gustado tener algo tuyo.

–p-p-pero t-t-tú eres diferente.

No le pidió permiso para abrazarla, ni para hacer que Dulce dejara su cabeza sobre su pecho.

–No me arrepiento de haberte dejado conmigo –consiguió decir después de mucho intentar, y su hija la miró expectante–, pero sí me arrepiento de no haberte dado todo lo que necesitabas.

Al ver que no iba a decir nada, entre tartamudeos y nerviosismo siguió hablando.

–Una mujer dolida hace muchas cosas, no me había engañado una vez, pero sí fue la más fuerte. Porque, aunque no me creas, yo le llegué a tener cariño a Alma. Por las noches la mandé a terminar el colegio, y apoyé el tratamiento de su madre en la clínica. La traté mejor que a cualquier empleada, y me pagó así. No estuvo bien, y seguro la vida no me va a alcanzar para pagar el haberles quitado a sus hijas, pero no me arrepiento; porque mientras ella sufría por no encontrarlas en la cárcel, yo sufría porque Fernando no me amaba, porque mis hijas crecían cada vez más distantes la una de la otra y porque luchaba con mis ganas de quererte y mi deber de odiarte. No me arrepiento de nada porque gracias a eso te tengo aquí y eres la mujer que eres ahora, fuerte, valiente e independiente, que después de todo todavía sigue con ganas de triunfar y de recuperar lo que le quitaron. Ve a por Chris, dile todo lo que sientes y sé feliz, muñeca.

***
¡Es este y el final! así que disfrútenlo mucho.
Un beso:)
Daina ☺

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