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CAP 38

–¿Dónde están mis hijas? ¡me han robado a mis hijas!

A las gemelas se les cayó el mundo cuando el juez, luego de analizar todas las pruebas presentadas, dictaminó el traslado inmediato de Claudia espinosa a un hospital psiquiátrico penitenciario donde esperarían su recuperación para su traslado posterior a uno de los penales del norte, en donde cumplirá condena por el homicidio en pleno uso de sus facultades mentales del ex jefe de gobierno León Bustamante. 25 años en prisión, fue la decisión final, puesto se trataba de un alto mandatario político.

Su deterioro mental quedó en evidencia en el momento en que los guardias se acercaron a esposarla, pues comenzó a alegar que no entendía porqué la encerraban a ella si fue una víctima a quien le arrebataron a dos gemelas. El médico tuvo que administrarle un calmante en una sala llena hasta la bandera con periodistas y gente del círculo cerrado de los Espinoza.

–Sí que está loca –comentó Roberta.

–Eso parece –musitó su gemela, con expresión neutra y mirada fija en el juez.

–relájate, Dul. Algo es algo, no te arrugues por gusto –la vio sonreír de medio lado–, Diego y yo iremos a firmar el contrato del departamento en un rato ¿nos acompañas?

–Siempre y sí se quedan, entonces.

–Por supuesto. El departamento está increíble, tienes que verlo.

–Si quieres, más tarde. Necesito pensar.

–¿Sí sabes que tú puedes evitar todo esto, ¿verdad? Es cosa de levantarte, pedirle para hablar un rato y...

–Déjalo así, Rob.

Sentada al lado de su hermana, Dulce no estaba para nada contenta. Ni el encierro en el hospital ni su posterior condena en el penal iban a devolverle la tranquilidad que perdió por su culpa hace tantos años. Se estaba haciendo justicia, pero a medias, porque el mal sabor de boca y el dolor que por poco la mata no se estaban remediando. Pero cada quien cosecha lo que siembra y para comprobarlo estaba su madre, que, desde los últimos asientos junto a su enfermera, miraba con los ojos vidriosos como terminaba su hija.

Una de ellas, porque Blanca prefería mantenerse aferrada a que Dulce también lo era.

Roberta y Christopher se acercaron al abogado para darle las gracias por el trabajo, pues, aunque al igual que su hermana la pelirroja creía que no era castigo suficiente, ya lo estaba asimilando. Además, su inestabilidad mental era un castigo divino, mucho mejor a los años en prisión.

Cuando la sala comenzó a vaciarse, Blanca se acercó apoyándose en su enfermera a Dulce, que aguardaba el despeje del área para poder salir.

–ya tienes que irte a casa –Dulce miró de reojo a Chris que abrazaba con cariño a su hermana.

¿Porqué Roberta y no ella?
Lo peor era que si se lo proponía, podía estar ahí. Solo era cuestión de acercarse para desmentir las cosas que supuestamente habían quedado claras la semana pasada, en esa pista clandestina.

–Su madre quiere ver a Claudia, señorita –le contestó la enfermera.

–El juez está allá, haber que te dice –señaló al hombre que firmaba unos documentos con los abogados–. Aunque creo que hoy no se va a poder, está en medio de sus escenitas.

Pese a sus intentos, no tenía la mente enfocada en el juicio y en los líos con su madre. Christopher ocupaba sus pensamientos todo el día, y por las noches no podía ni cerrar los ojos debido a la culpa que le atacaba sin piedad. Así que cuando ayer le dijo que quería asistir al juicio, accedió, sin poner peros ni equilibrar los pros y contras en una balanza.

«Blanca ya estaba suficientemente grandecita como para decidir lo que le hace bien o mal a su salud ¿no?» –se recordó al ver el rostro pálido y al sentir la respiración agitada.

–Ya le di un calmante a la mitad del juicio –explicó la enfermera–, pero está demasiado alterada y eso complica su proceso.

–No..., ella no..., ella no...

Tan alterada estaba, que ni siquiera podía hablar. Tartamudeó un par de cosas sin sentido, y medio conmovida por la situación, Dulce la rodeó con uno de sus brazos.

–mañana la vas a ver, mamá. Ahora tenemos que ir a casa.

Blanca asiente, pues, aunque necesite hablar con Claudia no puede darle la contra a Dulce. Es lo único que le queda y mientras viva se va a aferrar a la idea de no perderla. Espera a su lado que la sala se despeje, quiere decirle muchas cosas, sin embargo, no puede.

A Dulce el pecho se le contrae al ver salir a Christopher antes que todos. Algo se siente mal a cerca de que en vez de acercarse a despedirse lo haga desde lejos, con un leve movimiento de manos frío por donde quiere verse. Saludo amable sí es para dos conocidos que se ven después de mucho, no para ellos, que conocen todo uno del otro. Es más bien un golpe cruel en las costillas que quita el aire y arde por dentro. Y no hay más culpable que ella.

Sale del recinto medio atontada por el golpe. Tiene el impulso de ir a la camioneta que sale de uno de los estacionamientos, romper el vidrio y aclarar las cosas en frente de todos, mas no lo hace. Se queda a despedir a su madre en un taxi antes de subirse al asiento trasero del auto de Christian, que ha venido a recoger a su novia. La etapa de esconderlo ya pasó, así que es momento de lucir a la doctora perroni por todo lo alto. Se siente una carga, un verdadero estorbo y se lamenta en silencio, porque seguramente así se sentía Maite cuando Christopher iba al departamento que compartían.

«Esperen que traigo el violín» –decía la morena antes de desaparecer.

Entiende a su amiga, las mil escusas que ponía para no estar con ellos. Es la primera vez en su vida que se siente un vicho raro, fuera de lugar. Y no le molesta la cara radiante de la doctora, ni la forma en que Christian le detalla por el espejo; se molesta porque ella pudo haber evitado esta situación.

–¿A dónde, pollita roquera? –su amigo de travesuras frena en un desvío.

"Hasta que se da cuenta de su presencia", quiere reclamar, mas no lo hace, porque sabe que cuando se está con la persona que amas el resto deja de importar.

Mira por la ventana antes de enfocarse en la pareja de tórtolos, es una pregunta muy ambigua, predispuesta para muchas interpretaciones y situaciones. En cualquiera de ellas, su respuesta es única: "No sé".

No sabe a donde ir, no sabe que rumbo tomar en su vida, no sabe que hacer con sus sentimientos, no sabe ni siquiera que es lo sagrado que le impide hablar con la verdad.

No sabe porqué se echa a llorar, arruinándoles el día a sus amigos que no tienen la culpa del desastre de su vida.
Solo sabe que necesita a Christopher.

Maite se baja del auto para ir a su rescate. La abraza fuerte, pero, aunque es un tanto reconfortante, algo en su fragilidad esperaba otros brazos, otro aroma, a otra persona. No está acostumbrada a llorar sin Christopher, o por él, que al final resulta ser la misma cosa.

Se recompone un poco, pide disculpas por el papelón y su amigo, gran sabedor de la forma que tiene para desconectar, le da las llaves de su auto. Christian asegura bien a su novia en el copiloto, ella no es de hacer cosas tan arriesgadas como Dul y no se perdonaría si le pasa algo. Le quita el techo al descapotable antes de subirse atrás, listo para la aventura.

Dulce está igual de mal que Christopher, y él puede llorar, enfocarse en su trabajo o olvidarse del mundo. Pero ella no, la gran prueba es que la ha visto llorar.

–Sácalo todo, pollita –le sonríe.

La doctora resiente el rugido salvaje del motor y opta por mirar hacia atrás. Chris le da un par de golpecitos en el hombro en forma de "calma" justo en el momento en que Dulce acelera, tomando uno de los desvíos que llevan a la autopista más grande de la ciudad. No va a velocidad normal, ni un poquito rápido, va desafiando todas las leyes de la física y de la mecánica. Se salta rompe muelles, pasa las curvas sin frenar y en vez de asustarse, se ríe cuando uno de los semáforos inteligentes captura el doble del kilometraje permitido.

Es más, no sabe a dónde va, pues cuando llega a la entrada de la autopista, se da media vuelta.

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Ahora resulta que ni siquiera se pueden sentar a hablar de temas netamente profesionales. Christopher nunca llega a la revisión final de planos del hotel pardo, lo hace Christian, alegando que su amigo le está haciendo la entrega de un condominio a un diputado. Puede soportar todo, que él salga antes de las ocho para no cruzarse con ella en el comedor, que llegue extremadamente tarde a dormir, o que le salude con la cabeza cada que se encuentran. Pero esto rebaza el límite de su paciencia.

«tú no lo evitabas tanto cuando estabas decidida a olvidarlo» –le repitió su mente.

«¿A no? ¿se te olvidó que no volviste en dos años?»

«pero cuando tuviste que hacerlo, hasta te quedaste en su casa sabiendo los riesgos que corrías»

«Porque pensabas que así lo ibas a poder superar más rápido, convenciendo al resto de que solo era una cicatriz»

«¡ese no es el punto! El punto a discutir es que está actuando como un niño. Tiene que aprender a separar los temas personales de los laborales»

Era fácil aconsejar desde fuera, lo había dicho tantas veces, que ya le debería haber quedado claro. Pero si ella se había ido a los Ángeles el mismo día de su boda fallida, fue porque sabía de sobra que no iba a poder separar el tema personal de lo laboral.

Aquí tenía un trabajo estable. Era arquitecta de la constructora Von Uckermann y trabajaba de la mano con el mismísimo gerente, ganaba súper bien y se estaba haciendo un nombre a base de esfuerzo. Lamentablemente, la humillación, la decepción y el engaño no le iban a permitir continuar. No, porque se podía romper en cualquier momento, porque en un ataque de ira podría gritarle a Christopher todas sus verdades. Así que se fue.

–¿Dónde está Christopher, Lupita?

–Buenas tardes, señorita Espinosa. El señor salió –la miró interrogante a espera de más–, fue a la entrega de los condominios del señor Montes.

–No debe tardar, entonces. Lo voy a esperar –le sonrió, triunfante–, adentro ¿me llevas un vaso de agua?

–Señorita... –alcanzó a decir antes de que abriera la oficina–, el señor no va a regresar.

–Claro, como es el dueño puede tomarse la tarde libre cuando se le de la gana, ¿no? qué barbaridad.

–No, señorita. Lo que le decía a la señora rey –señaló con la cabeza a la mujer sentada en uno de los sofás–, el señor va a irse.

Oh. Oh.

Algo similar al desespero se instaló en su pecho, tan hondo que se le hizo dificultoso respirar. Su corazón pareció perder el ritmo habitual de sus latidos y sintió que se fue apagando poco a poco.

¿Se iría, así como ella lo hizo hace dos años para olvidarlo?
¿Se iría para aprender a vivir sin ella?

¿Se iría ahora, que Dulce estaba gestionando sus asuntos para vivir en México definitivamente?

–¿Co..., Co..., ¿cómo?

–Pensé que se lo había dicho. Si tiene que ver algún asunto del trabajo con él, puede hacerlo con el señor Christian. Está encargado de todo.

Pasó por el lado de Alma sin dedicarle una mirada, presionó el botón del ascensor y en vista de que no pensaba llegar pronto, se aventuró a bajar por las escaleras con tacones. La secretaria de Christian estaba hablando con un señor a quien por supuesto, no le prestó atención, ya que se adentró sin tocar a la oficina de su amigo, que revisaba unos documentos mientras comía una paleta.

Ignoró los gritos de la secretaria, las protestas del hombre, el ruido del telefonillo que comenzó a sonar sin un motivo aparente.

–¿A dónde se fue?

–Hola, pollita. Yo también estoy muy bien, gracias –le respondió, sacando un par de paletas de un cajón–, ¿quieres? están...

–¿A dónde se fue?

–¿Quién? ¿Maite? Está atendiendo un parto, creo.

–¿A dónde se fue Christopher, imbécil?

–¡No me insultes! –se puso una mano en el pecho–, soy un ser muy sensible. Todavía no asimilo que exista una pollita igual que...

–¡No estoy para juegos! ¿a dónde se fue Christopher?

–A Cuba –le respondió, agobiado.

¿Quién entendía a las mujeres? Pensó, cuando Dulce salió de la misma forma en que entró. Creyó ver que se quitaba los zapatos para correr mejor, y que aventaba una carpeta a un sofá, y se echó a reír. Hacía mucho no veía una escena tan de su amiga por la constructora, exactamente hace dos años y medio, porque la boda fallida se llevó todo lo divertido de los días de trabajo.

Tras ofrecerle una disculpa a uno de sus clientes por la escena de Dulce, lo invitó a pasar a la oficina y mientras le explicaba los cambios que tenían que realizar a los planos, no podía dejar de pensar en las cosas que seguro se está imaginando Dulce. Pero es su culpa, pues no se esperó ni siquiera un segundo para que le explicara la situación.

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–no sé, Diego. Estos muebles ya no me convencen, creo que mejor los cambiamos.

–Pero si en la mañana estabas feliz.

–¡no combinan con las lámparas! –se quejó ella, señalando el juego de lámparas que le había mandado su madre–, y estas si tienen que ir, sea como sea.

Diego dejó la computadora sobre la mesa de centro para acercarse hacia su novia, que analizaba la distribución de la sala con una de las lámparas en la mano. Por puro capricho de Roberta, su madre le mandó varias cajas con cosas que su padre les había regalado para ambientar su casa antes de la boda. Les echó un vistazo a las cosas regadas por el suelo y suspiró, derrotado.

También estaban empaquetados los caballitos que León había mandado a fabricar para sus futuros nietos, que, por la crueldad del destino, ya no podría conocer.

–Estos caballos los vamos a poner en el jardín –se apuró Roberta al ver el rostro desencajado–, y cuando llegue león...

–No le vamos a poner león a uno de nuestros hijos, Rob.

–Se va a llamar León –sentenció ella–, se lo prometí a tu padre.

–¿Y si es niña?

–nuestro primer hijo va a ser un niño –su seguridad le sorprendió–, más bien, dime ¿qué hacemos con los muebles?

–Sí combinan, Rob.

–¡No! o bueno... no me gusta cómo queda. Siento que opacan a las lámparas.

–Rob, relájate –le acarició los hombros–, ¿porqué no te acuestas un rato? Creo que estás demasiado alterada.

–¡No puedo! Tengo que terminar de decorar la casa. Y si no lo hago voy a seguir pensando y no quiero –confesó, recostándose en el pecho de su novio.

–A ver, intensa ¿qué te preocupa tanto?

–Tengo miedo en darle una oportunidad a Alma.

–Si es por tus padres, creo que ellos se van a sentir encantados de que conozcas a tu madre y...

–Es por Dulce. Queriendo o no le ha terminado haciendo mucho daño, tanto que le ha pedido que se aleje, porque ella cree que cada que está cerca su vida se arruina más. Y vaya que sí le ha dado motivos para creerlo.

–Tienes toda la razón del mundo, pero digo, a veces me pongo a pensar en Alma y seguro no ha sido fácil.

–Claro que no, pero cómo dice Dulce..., esto no hubiese pasado si ella hubiese tenido claras las cosas. Culpa de Fernando también es por faltarle a su esposa, pero de Alma también.

–Nada justifica que le hayan quitado la oportunidad de ver crecer a sus hijas.

–A veces pienso... ¿y si hubiese crecido con ella? A lo mejor ni siquiera te hubiese conocido, no sé... ¿Cómo hubiese vivido?

–Con mucho amor, seguramente –le da un beso en la frente–, y nosotros seguro sí nos conocíamos, porque estamos destinados a ser. Ya te hablé de las llamas gemelas el otro día.

–Hice feliz a un matrimonio que no podía tener hijos, mi amor. Gracias a ellos soy quien soy y no me veo siendo alguien más. para serte sincera, por más oportunidades que le pueda dar a Alma..., no la voy a poder ver como mi madre.

–eso no lo puedes saber ahora.

–ya ves a Dulce, pese a todo el daño que le ha hecho blanca, todavía la quiere, se preocupa por ella. Porque es su madre.

Diego no le pudo responder nada más porque les interrumpió el ruido insistente del timbre, acompañado por golpes desesperados en la puerta. Furiosa, Rob dejó con cuidado la lámpara en uno de los sofás y fue a abrir, dispuesta a mandar a la mierda a quien sea que esté afuera.

–¿Con qué derecho toca así a mi puerta? ¿acaso no tiene...?

–Christopher se va a Cuba –le interrumpe Dulce a medida que entra empujándola–, y sé que tú lo sabías.

–Yo estoy cansada porque tengo muchas cajas que abrir, tú cómo estás, hermanita? –le dio un par de golpes en el hombro.

–¿Por qué no me dijiste que se iba? ¿para qué se va?

–¿Cómo estás, Dul? –le saludó Diego, sonriente.

–Te voy a mostrar los caballos para mis hijos, ¡mira! –Rob le señaló a los animales del suelo.

–¿Para qué se fue Christopher? –gritó, desesperada.

–Chris solo fue a...

–Christopher solo fue a intentar olvidarte –las palabras de Roberta fueron un golpe certero a las costillas–, va a poner una nueva sucursal de la constructora y ya, a empezar una nueva vida.

–Rob, eso no es...

–¿Por qué me miras así? –le dio un golpe a su novio antes de centrarse y su hermana, que ya tenía una mano en la boca–, tuviste todas las oportunidades del mundo y no supiste aprovecharlas. Cada acción tiene una consecuencia.

–Quizá si voy al aeropuerto puedo...

–Ya salió su vuelo, Dulce –siguió Roberta, apretando el brazo de su novio.

–no lo puedo perder –susurró, rompiendo en llanto.

No lo podía perder ahora que lo necesitaba para que su vida se equilibre.
No lo podía perder porque lo amaba.

No lo podía perder porque no se lo perdonaría jamás.

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