CAP 33
Quizá si les hubiese prestado un poquito de atención a los libros trágicos del colegio las cosas serían diferentes. Dulce llegó a un punto en el que explicó todas las desgracias de su vida con el echo de que siempre les rehuyó a los libros dramáticos; quizá toda la tragedia que prefirió no leer se estaba volcando en la realidad. Era eso, o que el destino, con ganas de ver una novela en vivo y en directo, escrita por el mismo, decidió ignorar a las millones de personas de la tierra para centrarse en ella.
Su apellido se volvió tendencia en las redes sociales en cuestión de horas como si se tratase de algún lío de celebridades. Ni la clasificación de México al mundial de fútbol, ni la supuesta ruptura de Shakira y piqué, ni la guerra de Rusia y ucrania; "Detienen a Claudia Espinosa", "Dulce Espinosa tiene una gemela", "Fernando Espinosa engañó a su esposa", "revelaciones llevan al hospital a la viuda de espinosa", "Dulce Espinosa vuelve a caer en las redes de Christopher Von Uckermann"...
La prensa no se quedó atrás, los noticieros nocturnos dejaron de lado los líos políticos para centrarse en lo acontecido horas atrás y su móvil explotó en llamadas de medios que le buscaban para dar entrevistas. A la mañana siguiente la detención de su hermana, el estado de salud de su madre y el show de Alma rey eran titulares de los periódicos y portadas de las revistas de sociales. Su foto se posicionó en los quioscos como la más importante, mientras que los periodistas comenzaban a acechar el hospital, el bufete de sus padres, su casa e incluso la constructora de Christopher.
«Ni televisa se atrevió a tanto. Un triángulo amoroso desata tragedia en la crema y nata de la sociedad mexicana» –Leyó en el periódico que le ofreció Chris.
¡Vaya mierda!
–el doctor dice que tiene que estar en observación, por si hay alguna lesión más grabe. Está débil, ha perdido mucha sangre.
–¿Sabes que si no quieres estar aquí no tienes que hacerlo, ¿verdad?
–No lo sé, Chris. Se supone que tengo que odiarla, me alejó de mi madre y me hizo vivir sin amor, pero...
–La quieres.
–Todavía no me hago a la idea de que no sea mi madre –confiesa tragándose las lágrimas–, y sí, supongo que la quiero... no puedes odiar a alguien que has querido por mucho tiempo de la noche a la mañana.
Rogó que Chris note el doble sentido de la frase, porque también iba para él, iba como un intento de hacerle olvidar todo lo que le había dicho.
Él la miró por un largo rato, quizá en un intento por descifrar lo que escondían esos ojos que antes lo miraban con adoración. Ella quería que sus ojos le gritaran todo eso que no se atrevía a decir por cobarde, por ese maldito orgullo que ni siquiera le dejaba respirar en momentos como este.
¿Por qué si está enamorada de otro te necesita a ti? –recordó las palabras de Roberta.
"Porque eres lo único que encontró a la mano" –recibió una respuesta equivocada por parte de su subconsciente, que estaba intentando hacerse a la idea de haberla perdido.
–¿Por qué a mí?
–¿perdona?
–¿Por qué me pediste que estuviera contigo ahora? Después de todo, yo pensé que...
–Porque como dijiste en algún momento, por sobre todas las personas que tengo a mi alrededor, te tengo a ti.
–Pero no soy el único.
–Si te molesta puedes...
–Me llena el alma saber que cuentas conmigo, pero ¿por qué?
–Porque eres la única persona capaz de darme calma en estos momentos, porque eres mi lugar seguro y porque cuando te miro llego a creer que todo estará bien.
Su corazón se alteró como hace mucho no pasaba, comenzó a latir fuerte, con prisa, con una alegría que dejó de experimentar el día que la dejó plantada. Todos esos pedacitos regados encontraron la manera de pegarse rápido, y su alma, que guardaba un rallo de esperanza, se sintió satisfecha.
–¿Eso soy para ti, Dul?
–Eso y mucho más.
–Quizá no es momento, pero ¿tu novio?
¿Por qué demonios no pensó antes de hablar? ¿por qué rompió el momento así?
–Quise decir...
–Francisco no es mi novio, Chris.
Oh. Oh.
Pero él mismo había escuchado ese "cariño" que ni en cinco años de relación se atrevió a decirle, vio sus manos unidas y la vio sonriendo como hace mucho antes no lo hacía.
–Intenté salir con él, pero no funcionó. Creo que han dejado la vara muy alta.
Christopher maldijo en silencio al desgraciado que eligió ese momento para marcarle a Dulce. Se quedó con las ganas de preguntarle muchas cosas. Necesitaba que terminase lo que quería decir, ¿acaso no podían esperarse un ratito más?
"Creo que han dejado la vara muy alta" –repitió su mente, como si se tratase de alguna oración religiosa.
¿Él? ¿o alguien más?
«Alguien más, por supuesto», se intentó convencer de eso, pues comenzó a salir con el tal francisco mucho antes de enterarse de la verdad. La vara muy alta no era precisamente dejarla plantada en el altar, humillarla y casarse con alguien más.
También le hizo falta escuchar todo eso que significaba para ella, quizá era el momento de volverle a repetir cuanto la amaba, que por verla feliz estaba dispuesto a todo.
Si le quedaban dudas porqué es que la quería tanto, se tomó unos minutos para observarla detalladamente. Sus labios, su voz, sus ojos más tristes que de costumbre, su rostro. Todo en ella era perfecto, incluso cuando no se había cubierto las ojeras.
–Era Roberta –se guarda el móvil en el bolcillo–, ya están de camino al cementerio.
Frustrado, puso en marcha el auto mientras que Dulce, aparentemente ajena al momento que rompió Roberta sin querer, abrió la guantera con la esperanza de encontrar alguno de los discos que tanto les gustaba escuchar. Grande fue su sorpresa al verlos organizados a la par de las libretas y los lapiceros. Vio también un paquete de sus pañuelos favoritos y una cajita de los caramelos que le encantaban que retiró casi al instante, como queriendo comprobar que se había quedado ahí desde hacía dos años y medio.
Sellado, con fecha de fabricación resiente y fecha de vencimiento lejana. Lo miró varias veces con la idea de haberse equivocado, no obstante, siempre veía lo mismo y cada que lo hacía sentía el mismo golpe seco de las costillas.
–A ti no te gustan –atrajo la atención de Chris, que tenía la mirada al frente como si no quisiera verla.
–¿HMH?
–Los caramelos de limón, no te gustan –miró la caja, luego a ella, a la caja otra vez y finalmente, volvió a posar sus ojos en Dulce–, tampoco son los de hace dos años.
–Los compro cada que voy al supermercado.
–Costumbre, seguramente.
–Porque siempre tuve la absurda esperanza de que volvieras para abrir esa guantera tal y como lo has hecho.
–¿Absurda?
–Sí, porque después de esto tú te vas a ir otra vez, y nada va a ser como antes. Seguro voy a seguir conservando discos que no escucho, pañuelos que no uso y seguiré comprando tus caramelos favoritos; en vano, porque te vas.
–Chris...
–Supongo que tengo que hacerme a la idea de saberte bien, pero lejos.
–Todavía no sé si me voy a ir –susurró jugando con su cabello.
–Pero sabes que nada va a ser como antes. Yo te amo, y tú..., tú ya me has olvidado, con justa razón y todo el derecho del mundo, evidentemente.
No fue capaz de abrir la boca para contradecirlo y él eligió tomar ese silencio extenso como la confirmación que necesitaba. Le dedicó una última mirada nostálgica antes de volver a centrar su vista en la carretera, ignorando ese golpeteo agónico del centro de su pecho.
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–Alma –Diego le mostró el móvil a Roberta.
–Cuélgale –le respondió ella, caminando hacia su hermana.
–ha llamado como veinte veces ¿si es importante?
–Cada acción tiene una consecuencia, Diego –le miró sobre su hombro–, puede estar todo lo dolida que quiera, con justa razón. Pero no era el momento porque el bienestar de su hija estaba en juego.
Se acomodó la pañoleta negra como si estuviese posando para una sesión de fotos y se alejó rápido para alcanzar a su hermana, que tiraba el primer puñado de tierra sobre el cajón de su padre al lado de Chris, que tiraba pétalos rojos. Vio en cámara lenta como se apartaban de la mano para dejarles el camino libre a los trabajadores, que comenzaron a cubrir la tumba.
Les agradeció en silencio a los agentes de seguridad que estaban apartando a la gente que llegaba con el objetivo de tomar fotos o buscar más chismes, pues ella misma se había encargado de gestionar la situación por la tranquilidad de su gemela. La prensa yacía expectante a lo lejos, no obstante, lo único que iba a poder captar era a la bola de hipócritas que no tenía otra cosa mejor que hacer.
–me siento como un príncipe de Inglaterra –comentó Christian mirando a los guardias.
–Disfrútalo mientras puedas –Rob señaló con la cabeza a la tumba del costado–, ¿ella es...?
–blanca, la hermana mayor de Dulce. Bueno, tu hermana mayor.
–¿La conociste?
–no, pollita. Conocí a Dulce semanas después de que ella muriera, pero por lo que nos contó, era lo más parecido a gente normal de esa casa. Ni loca, ni infiel, ni...
–Déjalo así mejor –esbozó una media sonrisa.
–Aparte de Dulce, nadie de aquí la conoció –se adelantó a la inspección de Roberta–, o quizá esos señores..., quien sabe. Pero como no les vas a ir a preguntar.
Le hizo una seña con la cabeza al círculo que estaban formando todos y se acoplaron en silencio. Al centro, una Maite más calmada, dirigía la oración de despedida a quien fue en vida Fernando Espinosa.
Chris se dividía entre seguir la rutina de rezo y consolar a Dulce, que lloraba aferrada a su pecho sin querer ver como cubrían a su padre de cemento. Se tuvieron que acercar para depositar las primeras flores un rato después, y sintió que una parte de su alma también se rompía cuando la mujer que amaba se fue al suelo, desconsolada.
–¿Por qué me dejaste? –sollozó sobre la lápida improvisada–, ¿no te bastó con dejarme sola toda la vida? ¿Por qué ahora si te necesito más que nunca? Te perdono, papá, pero por favor, no me dejes sola.
Se movió hacia la tumba del costado tras unos minutos golpeando la madera sin éxito, retiró el bonito arreglo floral con tulipanes y fijó sus ojos en la foto de su hermana.
–¡Tú también me dejaste sola! Y aunque en ese momento me mandaste a alguien como recompensa, no tienes idea de lo mucho que te echo de menos justo ahora. necesito un abrazo, un beso, un maldito cuento para dormir y para olvidarme de toda esta pesadilla que estoy viviendo... te necesito a ti.
Diego tomó de la mano a su novia para impedir que se acercara, muy en el fondo sabía que el desahogo a veces era necesario, incluso para una persona que, según él, por el hecho de seguir en pie pese a los juegos de la vida de estos últimos días era fuerte, invencible y admirable. Con Roberta ya le había tocado entender que tras esa coraza de hierro se escondía un ser frágil, con miedos y muchas heridas; pero al ver el estado de su gemela, lo comprendió.
A Chris no le importó ensuciarse el traje al momento de arrodillarse al lado de Dulce. Le atrajo hacia su cuerpo y en vez de decirle que todo iba a estar bien, comenzó a acariciarle la cabeza. Odiaba verla así, tan indefensa, tan frágil, desorientada y destrozada por dentro y por fuera.
Enterró una parte de su alma con Blanca hace ocho años y hoy volvía a suceder lo mismo. Bajo las capas de cemento y madera, junto al cadáver de su padre, yacía un pedacito de Dulce Espinosa. Ese mismo pedacito que durante años le pidió un poquito de amor, un beso, un abrazo, un cuento de buenas noches; el que con su muerte quedó sin explicaciones, con el sabor amargo de ese último "te quiero".
Cuando se sintió un poco más repuesta, se limpió las lágrimas antes de levantarse para depositar un par de rosas rojas en los floreros. Ese "Adiós" que susurró dos veces no parecía ser un "hasta pronto", pues no sabía cuando se encontraría dispuesta a volver, de hecho, vino a ver a Blanca por última vez al día siguiente que Chris le pidió matrimonio y de eso ya había pasado muchísimo tiempo.
Salió escoltada por todos sus amigos y los guardias hasta el auto, y aunque tuvieron que hacer malabares, consiguieron que ni la prensa ni la gente chismosa se le acercara. Lamentablemente Roberta no contó con la misma suerte, pues en el afán de proteger a su hermana, se topó de frente con una cámara y unas preguntas poco delicadas a las que tuvo que hacer frente sin mucha delicadeza.
–No es momento, pero ahora me tienes a mí. Para lo que quieras –le susurró la pelirroja una vez estuvieron sentadas en los asientos traseros del auto de Christopher.
–Gracias por los guardias, por las flores y por estar aquí, Roberta. Creo que sin tu ayuda..., bueno, su ayuda –enfatizó señalando a los hombres de adelante–, no hubiese podido enterrar a mi padre sola.
–Todos aquí sabemos lo difícil que es. Chris con su padre, Diego con León, y yo también, porque lo veía como un padre..., y si se muere Antonio, mi padre, no sé si sería tan fuerte como tú.
–Ahora soy todo menos fuerte –se cubrió la cara.
–Lo eres, Dulce. A pesar de todo lo que te a tocado vivir, y a la misma vez, estás aquí –Diego le miró por el espejo retrovisor.
–Te quiere mucho –susurró Dul luego de regalarle una sonrisa a medias–, no cualquier novio asimila el pasado de su novia tan rápido y lo acepta.
–Ha tenido tres años para asimilarlo, aunque lo hizo mucho más rápido que yo.
–¿Cuánto te costó?
–Aunque no lo creas, todavía me cuesta hacerme a la idea de que hay alguien idéntica a mí, que ya la conozco y que está aquí, ahora mismo.
–¿y lo otro?
–Mis padres me contaron desde muy chiquita que no había nacido de ellos, y debo confesar que nunca me interesó saber quienes eran mis verdaderos padres, hasta que Claudia llegó y... –la miró con duda–. A veces pienso que hubiera estado mejor sin saberlo, pero luego me acuerdo que siempre quise una hermana y lo desecho.
Quiere decirle que tener una hermana no es tan bonito como parece, pero se calla cuando la invade un recuerdo de Blanca y ella jugando a las escondidas en el jardín de su casa.
–Como que ya es muy tarde para eso –murmura, pero Rob lo entiende.
–Nunca es tarde dice mi madre. Nos hemos perdido juegos de niñas, fiestas de jóvenes y muchas discusiones, pero todavía estamos a tiempo de acompañarnos en nuestras bodas, ver a nuestros hijos..., ir juntas a las clases de zumba y a las de tejer carpetitas de macramé.
–todavía quieres casarte –sisea Dul.
–¡Por supuesto! No me voy a quedar con las ganas y no pienso darle el gusto a Claudia. Lo arruinó una vez, pero una segunda ya no. ¿Tú le vas a dar el gusto a Claudia?
–Lo cierto es que casarme nunca a sido una de mis prioridades. Si no se dio, no se dio y...
–Pero puede darse –señala con discreción al hombre que baja la ventanilla en el grifo.
Dulce se echa a reír para ocultar sus nervios.
–¿De qué te ríes? Yo sé que él estaría encantado..., todavía guarda los anillos que no pudo darte –le susurra lo último.
–las cosas han cambiado.
–pero sus sentimientos no. Lo sigues amando, él también; ahora que ya sabes la verdad...
–Precisamente por eso, Roberta –se recuesta en el asiento, abatida–, le dije tantas mentiras, lo rechacé tantas veces. No me va a perdonar.
–¿Él te dijo eso?
–yo no perdonaría a alguien que me ha mentido tanto, que me ha hecho sufrir, que en vez de agradecerme por haberle protegido me manda a la mierda una y mil veces.
–Chris sabe que si lo hiciste fue porque tenías un mal concepto de la situación. Más bien lo que tienes que hacer es recordarle cuanto lo amas, decirle que no le has podido olvidar y todas esas cosas, porque el muy idiota te ha creído cada mentira como los niños con el ratón de los dientes.
–No creo que...
–Lo que yo creo, Dulce, es que tú no te perdonas y por eso no eres capaz de pedir disculpas ni de hablar con la verdad.
–¿perdonarme, por qué?
–¿No me acabas de decir hace un rato que no perdonarías a alguien que te ha dicho tantas mentiras? Ese alguien eres tú.
–Si no lo hice todavía es porque no se ha dado el momento.
–¡Hubieras dicho antes! –Rob se levanta un poco y da dos golpecitos en el hombro de Christopher.
–¿Qué...? –Dul aprieta los dientes.
–párate aquí, Chris. Mientras Diego y yo vamos a comprar agua porque me muero de sed, Dulce tiene que decirte algo importante.
–Eso no es...
–¡Apúrate! Siento que he estado sin agua ochenta horas.
–Roberta... –le dedica una mala mirada cuando siente que Chris aparca a un lado–, tenemos que llegar con los demás.
Su hermana no le responde y cuando abre la puerta, ella le coge la pañoleta negra con fuerza, como queriendo evitar que salga. Roberta es astuta, así que con un ágil movimiento se la quita de los hombros, le sonríe y se va.
La puerta se cierra en sus narices y ve derrotada que su hermana toma de la mano a su novio y se alejan, sonrientes. Se percata que ella le dice algo en el oído a él que sonríe y la besa.
La besa como Chris le besó tantas veces en un pasado, sin prisa, sin el temor de que sea el último beso o algo prohibido que alguno de los dos quiere evitar.
Dulce y Christopher se ven tal como eran en un pasado en la pareja que se aleja sonriente, y ambos extrañan ser así.
–¿Necesitas algo, Dul? –Chris medio recuesta su asiento para mirarle a los ojos.
Ella no puede verle a los ojos, así que mira por la ventana cerrada, confundida.
Le pesa aceptarlo, pero Roberta tenía razón. ¿Cómo va a pedirle disculpas si ella no se perdona?
Siente que lo ha traicionado y se odia por hacerlo. Ha llegado un momento en que se siente tan miserable, que cree no merecer todo lo que Chris a echo por ella.
Su mente parece no tener fuerzas para seguir rebatiendo, porque solo hay un fuerte cargo de consciencia que le dice que mordió a la mano que siempre veló por su seguridad. Incluso más que sus propios padres.
–Yo..., no...
–¿Qué pasa, Dul?
Siente que no se merece escuchar el diminutivo de sus labios, ni las suaves caricias que dibuja Chris en su frente.
Es solo una palabra «Disculpa», pero no puede.
Prueba con un «te amo», pero tampoco le sale.
–Solo..., solo quería agradecerte.
¿Puede agradecer, pero no puede pedir perdón ni abrir su corazón?
Maldita mierda.
Chris deja caer sus ojos, cargados de decepción y falsas esperanzas. Por un momento pensó que ella le diría...
Que estúpido ¿no? si ya le había dejado claro más de una vez que no lo amaba.
Y seguro lo de la mañana había sido un simple momento de debilidad, un "Desliz". Incluso lo más probable era que después de saber todo lo que fue capaz de hacer por ella, lo veía como un buen amigo, un confidente y alguien que siempre estaría allí.
Solamente como eso.
–Sabes que no es necesario.
–Sí es necesario, porque después de todo estás aquí. Siempre has estado cuando más te he necesitado y la vida no me va a alcanzar para agradecerte. Por defenderme de Claudia, por protegerme, por estar en el hospital, por haberme apoyado hoy.
–Roberta también estuvo ahí.
–Y se lo agradezco, pero lo que has hecho por mí, es más. Gracias por prestarme tu pecho para llorar, por darme un abrazo cuando más lo necesito..., gracias por todo.
–Siempre puedes contar conmigo. Para lo que quieras.
Tendría que resignarse a tener ese papel, el de amigo incondicional. Porque al de novio ya no podía aspirar.
–Tú también puedes contar conmigo, Chris.
Chris se estremece cuando Dulce se acerca para dejar un beso suave en su mejilla. Hubiese preferido que se lo de en los labios, pero se conforma con ese rose suave y con el olor a cítricos colándose en su espacio.
Dulce también quiere besarle en los labios, dejarle claro que esto no tiene porqué quedarse solo en esto, pero no se atreve.
No puede, porque no se perdona.
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