CAP 29
De por sí recuperar 25 años con su hermana y con su madre iba a ser imposible. Roberta pardo estaba convencida de que cada minuto que pasaba sin hacer nada se sumaba al tiempo que habían estado separadas, y si podía evitar que esas horas, minutos y segundos se siguieran incrementando, lo iba a hacer. Con esa única idea en mente, dejó a su novio en el departamento y se dirigió al hospital central, donde Fernando Espinosa estaba internado desde ayer en la noche.
Christopher le pidió paciencia, pero sentía que paciente ya había sido los últimos tres años, en los que respetó a ralla lo que le pedía el arquitecto. No arrebatos, no acercamientos, cero intento de mantener contacto con su gemela.
Cuanto más tiempo pasaba, Dulce vivía más minutos engañada. Revelar la verdad no solo le serviría a ella para recuperar a su gemela, también le beneficiaría a Christopher, a Alma rey, a la ex pelirroja. Incluso Anahí podría irse tranquila a su luna de miel.
Con un leve cosquilleo en el estómago, la estilista se adentró a la sala de espera de cuidados intensivos. Escuchó de fondo una voz parecida a la suya y cuando quiso encontrarla con la mirada, la vio de espaldas.
–ya ha tardado mucho, con lo despistada que es seguro se ha perdido. ¿Te imaginas que halla entrado al área de los bebés?
–No creo, cariño. Seguro su llamada se extendió y está...
–Buenas tardes –saludó Roberta a medida que se iba acercando a las tres mujeres que tomaban café.
Resulta increíble la cantidad de cosas que pueden pasar en una fracción de segundos, en una sala pequeña de hospital, en un momento tan esperado para unos y desesperante para otros.
A Maite se le resbala la taza de café de las manos, se le cae el celular y se le descompone el rostro. Está viendo a la gemela de Dulce en vivo y en directo.
Doña Blanca parece no ser consciente de que tiene al lado a la niña que crio como suya y solo a unos pasos a la que abandonó en un pasado. Se pone de pie, se quita el abrigo y suspira, confiando en que todo saldrá bien.
El rostro de Dulce es un digno poema de retratar. Pasa del asombro a la conmoción, de la sorpresa a un cierto toque de familiaridad, del enojo a casi querer llorar y, finalmente, esboza una media sonrisa.
Tiene en frente a su doble, es como si se estuviese viendo en un espejo solo que con su antiguo cabello rojo. Movió la cabeza un par de veces al verse invadida por un nítido recuerdo de estar haciéndose fotos con Christopher en una laguna, ¿por qué ahora?
Roberta contuvo las ganas de correr a abrazar a su gemela, pero ¿Por cuánto tiempo más? ya había esperado pacientemente dos años, sin embargo, no se atrevía a acortar la distancia.
–Es... –Maite cortó el silencio.
–¿Qué haces aquí? –preguntó blanca con serenidad–, ¿no te bastó con lo de ayer?
–lamento mucho el estado de Fernando, pero...
–Pero si a mi padre le pasa algo la única culpable vas a ser tú –se acercó Dulce–, ¿Con qué derecho te apareces así, sin ponerte a pensar en lo que puedes causar?
Roberta abre la boca, pero no sabe que decir. Dulce no se a sorprendido como pensaba, no ha preguntado porqué el parecido, ni ha sentido las mismas ganas que ella por abrazarla. La está mirando con algo similar al odio, y por más que lo intenta, no puede soportarlo.
¿Desde cuándo sabe que existe?
–Muñeca, tienes que entender que ella no sabe cómo han pasado las cosas realmente, es hasta cierto punto entendible que esté dolida.
–Quizá tengas razón, pero yo no lo puedo ver así. ¡Casi matas a mi padre! por tu culpa ahora está conectado a muchos aparatos, necesita una operación urgente y... –señaló a Roberta–, ¿no te dio ni un poquito de pena? Es tu...
–¿Cómo me puede dar pena el hombre que nos separó?
Dulce soltó una carcajada seca, sin sentimiento, sin fondo, sin motivo.
–Él no nos separó, en tal caso, ve y échale la culpa de tus traumas a la mujer que te trajo al mundo.
–¿Pero qué demonios dices?
–Eso, que las cosas no son como crees y si quieres ajusticiar a los culpables, ve a otro lado a buscarlos. Aquí no los vas a encontrar.
–¡Tienes a tu lado a la mujer que...! –gritó la pelirroja con impotencia.
–¿A la mujer que me crio? ¿a la que me hizo fuerte y me preparó para soportar todo esto? sí, y no sabes cuánto se lo agradezco. Tengo al lado a mi madre –dijo lo último un poquito más bajo, temiendo romperse en cualquier momento.
–¡Ella no es tu madre!
–Para mí sí lo es –blanca sonríe levemente–. No sabes cuanto me apena habernos conocido en esta situación, que no sepas cómo han pasado realmente las cosas y que le hallas echo esto a papá. Pero, de todas formas, me da mucho gusto conocerte, es medio raro, pero...
–La que no sabe como han pasado las cosas eres tú, esta mujer...
–Baja la voz, estamos en un hospital –razonó su gemela, extendiendo una de sus manos–. Mucho gusto, Roberta.
Ese primer contacto fue electrizante y reconfortante; cálido y frío; respetuoso y atrevido; extraño y ligeramente conocido. A Roberta se le formó un nudo en la garganta y Dulce desafió en silencio a las lágrimas que se agolpaban en sus ojos.
Solo en ese momento, cuando sus miradas se encontraron y sus almas parecieron abrirse, descubrieron cuanto habían necesitado este acercamiento. Algo en sus corazones pareció llenarse.
Dulce sentía que le faltaba algo... ¿Christopher, quizá?
Roberta se sintió plena, como si ya no le faltase nada más.
Pero en medio de esa confusión de sentimientos y sin decir absolutamente nada, ante la atenta mirada de una conmovida Maite y una blanca expectante, se fundieron en un abrazo largo.
--------------------***--------------------
–Entrégate, hija.
Claudia miró a su padre furiosa, extrañada, con un ápice de resentimiento.
–¿por qué habría de hacerlo?
–Mataste a un hombre –insistió medio agitado–, secuestraste a tu hermana...
–¡Ella no es mi hermana!
En parte, Fernando Espinosa tenía claro que la culpa era suya. Por haber cometido tantos errores en el pasado, por no ser lo suficientemente fuerte para luchar, por haberlas separado, por no haber estado presente para la formación de sus hijas. Lo que le estaba pasando era el Carma. Ya había perdido sus empresas, estaba casi en la ruina, una de sus hijas lo odiaba, la otra estaba loca de odio, una ya estaba muerta y..., a él ya no le quedaba mucho.
Es cierto que cada quien recibe lo que se merece. Si siembras rosas, cosechas rosas; si siembras hiel, cosecharás de lo mismo y si hieres queriendo o sin querer, terminarás herido.
–¿Por qué, hija? ¿por qué las odias tanto? Ellas no tienen la culpa..., no tienen la culpa de nada.
–Porque me arruinaron la familia –se acercó un poquito más a él–, porque Dulce siempre me quitó todo lo que quería para mí, porque a ellas todo les sale bien y yo no he podido conseguir nada. Porque si nunca hubieran nacido, a lo mejor blanca estuviera aquí todavía, ustedes serían felices y yo..., yo podría estar con Christopher.
–Mi amor..., Christopher nunca...
–¡Christopher tenía que ser para mí!
–Estás mal, Claudia –su pulso comenzó a alterarse–, Dulce no te quitó nada, nadie te quitó nada. Tú, en cambio...
–Fue satisfactorio ver llorar a Roberta cuando maté a su suegro ¿sabes? –recordó con una sonrisa macabra–. Ver la angustia de Christopher, saber que es infeliz junto a Muriel. Saber que Dulce estaba destruida el día de su boda fallida..., lo único que me faltó fue verla llorar... pero no es tarde...
–¿Qué hice mal, Claudia?
–¡Todo! desde engañar a mi madre una y otra vez, hasta querer divorciarte para casarte con la empleada. Desde preferir a Dulce por sobre todo..., hasta ahora, que me estás pidiendo que me entregue a la policía ¡por ellas!
–¿Tu madre... tu madre sabía...?
–¿Para qué? a ella también la odio, porque sé que en el fondo siempre quiso que Dulce fuera su hija y yo no. Aunque ¿sabes? Aprendí mucho de ella..., aprendí a odiar como ella, solo que eso de abandonar a una bebé en el orfanato lo llevé al siguiente nivel.
–Tienes que entregarte a la policía –suplicó–, por piedad, muñeca.
–No, papá. No hasta que acabe lo que quiero, y tú no tienes que decir nada...
–No puedo ser cómplice de un asesinato...
–ya fuiste cómplice de uno ¿crees que no sé del accidente que orquestó mi madre para que muriera tu primera amante? ¿o que intentó matar a Alma tirándola de las escaleras? Si en ese momento no dijiste nada, ahora tampoco tienes que hacerlo, yo soy tu hija.
–Precisamente por eso..., porque eres mi hija y no quiero que...
–tú no vas a decir nada, papi –le despeinó el cabello–, porque no me costaría nada desconectar este cablecito y...
Nunca había sentido tanto miedo como ahora. Pese a que le tocó vivir toda su vida al lado de Blanca, una mujer cargada de odio por los engaños, la tranquilidad con que hablaba su hija le heló la sangre.
Se sintió la peor persona al mirar lo que había creado. Un monstruo que ni siquiera tenía piedad de él, que era su padre.
Claudia le guiñó el ojo antes de retroceder, dejó un besito en su frente y se fue recordando, antes de cerrar la puerta, su advertencia anterior al señalar el cable del respirador.
--------------------***--------------------
Invadida por una profunda y extraña sensación de satisfacción, Dulce salió del hospital casi huyendo. Necesitaba estar sola. Quería tomarse un respiro para entender y asimilar el revuelo de las últimas horas, reírse del destino un ratito por sus jugarretas absurdas, evaluar las cosas dejando de lado susceptibilidades y presiones.
De no ser por el destino ya estaría en los Ángeles, dispuesta a retomar su vida desde donde la dejó estancada por la boda de Anahí. Debería estar luchando para olvidar a Christopher con ayuda de su "amigo" Francisco, tendría que olvidar la última noche a su lado, sus palabras absurdas, sus besos, el recuerdo de sus manos recorriendo su cuerpo. pero ahí estaba, manejando en la ciudad de México sin rumbo aparente después de haber descubierto que su verdadera madre la quería como billete de lotería, que tenía una hermana gemela y que su padre no tenía muchas posibilidades de seguir.
Un día te levantas convencida de tener una hermana viva y otra muerta, y al otro conoces a tu gemela.
un día crees que tu único problema es olvidarte de tu ex, y al otro te dicen que no eres hija de quien creías y que tu verdadera madre es una arribista.
Vida de mierda.
Mientras conduce llora de rabia, porque le robaron la oportunidad de crecer con su gemela, porque ahora son dos simples desconocidas con la misma cara y un cierto toque de familiaridad. Llora porque no soporta la idea de ser hija de una arribista que le iba a arruinar el matrimonio a alma, por ser producto de un engaño y porque quizá, con lo enredado del destino, ese halla sido el antecedente para que la dejaran plantada en el altar.
Una vez escuchó que los hijos pagan el karma de los padres. Y vaya que sí era cierto. Padre infiel, madre arribista..., hija engañada y humillada delante de todos.
–Gracias por joderme la vida desde que nací, Alma rey –murmura estacionando su auto–, pero si lo hiciste en un pasado fue porque no podía defenderme. Ahora si quieres guerra, guerra vas a tener.
Ignora de manera épica a la vendedora de helados y a la de algodones de azúcar. Cree empujar a unos cuantos niños, pero no le importa, solo corre hacia el viejo árbol sin ramas y se abraza a él como si fuese un salvavidas, como si todavía conservara algo de Christopher.
Su subconsciente le ruega al cielo para que, así como hace ocho años, el arquitecto se aparezca con el perro de su hermana, la abrace y luego la lleve a por una cerveza artesanal de café. Necesita tenerle cerca, escuchar su voz, que le acaricie el cabello.
pero sabe que él no va a aparecer porque las casualidades no pasan dos veces y ella no piensa llamarle, porque ni en estas circunstancias va a ceder.
En cambio, y por primera vez en su vida, decide conformarse.
Se conforma con el árbol que contribuyó para que se conocieran por primera vez, con el recuerdo de sus brazos sosteniéndola fuerte y con su olor todavía impregnado en sus fosas nasales.
–la vida se equilibra sola, linda.
Es ella quien lo repite en voz alta, pero su corazón parece reproducir la voz de Christopher. Es tan real que cree sentir sus dedos en su mejilla y el temblorcito de su cuerpo al interactuar con ese timbre ronco y profundo.
En un pasado la vida se había equilibrado sola. Le quitó a su hermana Blanca y le regaló a Maite, a Anahí, a Christopher.
Ahora también tenía que hacerlo.
La ex pelirroja volvió al hospital casi por la noche, después de haber ido a por una cerveza artesanal y haber manejado como una loca toda la tarde sin rumbo fijo. Ya había llorado todo lo que tenía que llorar, y con la mente más despejada, estaba dispuesta a conocer a su hermana, a darse una oportunidad más con Blanca y a centrar toda su energía en conseguir un corazón para su padre.
Antes de subir a la sala de espera le compró un jugo y unas galletas a su madre, una caja de chocolates para matar el tiempo y unas barras de cereales para engañar al estómago. Estaba, sorprendentemente, feliz.
Porque la vida se iba a equilibrar sola ¿no?
Al menos en eso Christopher nunca le había mentido.
–Te compré unas galletas y un... –se quedó a media frase al reconocer a las dos personas que yacían sentadas en los sofás.
"Pídele que te diga que la vida se equilibra sola" –le suplicó su corazón antes de empezar a latir fuerte.
Otra vez las ganas de llorar la invadieron, tuvo esa necesidad de dejar todo lo que traía en el suelo para lanzarse hacia él, esconder su cabeza en su pecho y...
Por su puesto que no lo iba a hacer, así fuese la única persona en la tierra, no lo iba a hacer. Ya no, porque las cosas habían cambiado y no era la misma estúpida que le confiaba su debilidad a Christopher.
–Gracias por el jugo, pero odio la piña –le respondió Roberta, acercándose para quitarle las galletas.
Dulce la miró con una ceja levantada, ¿con qué derecho le quitaba sus cosas?
–¿Qué haces aquí? ¿acaso no tienes otra cosa mejor que hacer? –su mirada estaba puesta en Roberta, pero nunca supo a quién le quería hablar.
A lo mejor a Christopher, que no tenía ni siquiera porqué enterarse del estado de su padre. O quizá a Roberta, con un poquito más de derechos, pero igual.
–A mí también me da gusto verte ¿a dónde fuiste, he? –se metió una galleta a la boca–, te estuve esperando toda la tarde.
–que te importa –le lanzó una mirada furtiva a Chris, que no había dejado de mirar la interacción.
–Eres una mal educada, ¿así tratas siempre a tus visitas?
–Tú no eres mi visita. Te invitaste sola, y que dejes mis galletas también estaría bien.
–Perdóname, pensé que eran una cortesía, una disculpa por desaparecerte tanto tiempo. Están deliciosas, por cierto, tienes que darme el dato –continuó, extendiendo la bolsa hacia el arquitecto–, ¿quieres?
–la maleducada es otra. Atrevida y naca también, por cierto –se apresuró por quitarle las galletas.
–¿Naca?
–Sí, naca. No se habla con la boca llena y no se come con la boca abierta –se tragó el orgullo y se acercó al arquitecto–, ¿y tú, ¿qué haces aquí?
–me enteré lo de tu padre y quise venir a decirte que cuentas conmigo para lo que quieras, Dul.
–Sí, bueno. Igual no hacía falta –dejó el baso de jugo sobre la mesita.
–Mira quien me dice a mí mal educada. Un gracias no está de más.
–¡No te metas!
–Yo me meto donde quiera.
–Si quieres ver a mi padre para pedirle disculpas, pídeselo a su doctor, yo no hago ese tipo de favores. Y por favor, procura entrar con una enfermera, no quiero más... "accidentes" –enfatizó la última palabra.
–¿Por qué querría pedirle disculpas a ese hombre? Más bien, la que tiene que pedir disculpas es otra –Rob le dedicó una sonrisa a Christopher.
–¿Qué te tomaste, he? ¿acaso las galletas tenían droga? –se sentó en uno de los sofás–, yo tengo que pedir disculpas, que disparate.
–no es ningún disparate. No sé, mira bien en la sala.
Dulce intercaló miradas entre su gemela y su ex antes de soltarse a reír. A ella nunca le había echo nada, incluso le invitó las galletas que eran para su madre. Y a Christopher... ¿disculpas, por qué?
A ella la había dejado plantada en el altar, en tal caso, él tendría que pedir disculpas una y otra vez. De rodillas.
–no todos son capaces de hacer sacrificios tan grandes –continuó la pelirroja, mientras Chris le suplicó con los ojos que parara–, poner tu bienestar por sobre su felicidad y credibilidad.
–Voy a llamar a un doctor –Dul volvió a ponerse de pie–, no estás nada bien.
–también deberías pedirte disculpas, por intentar creerte algo que no pasa ni en tus sueños. Olvidar no es tan fácil, y en caso de que lo hallas logrado, no hay porqué...
¿estaba hablando de Christopher, acaso? Pero ¿cómo sabía lo que había pasado entre ellos? ¿con se atrevía a afirmar que no lo había olvidado?
¿Y si solo era una mala jugada de su mente, que estaba a la defensiva por los últimos acontecimientos?
–Si necesitas algo, no dudes en llamarme –Chris se levantó y se acercó a Dulce, medio con pánico por no saber qué hacer.
Roberta no estaba midiendo sus palabras, y si no le ponía un alto, era capaz de decirle toda la verdad. Ahora no era el momento.
Dulce no pudo reaccionar para esquivar el abrazo, ni siquiera fue capaz de alejarse para evitar el beso en la frente que llegó después. Puso una de sus manos de manera inconsciente en la cintura del arquitecto con el único propósito de aspirar su olor un ratito más.
–Buenas noches, espero no llegar muy tarde –saludaron a lo lejos, haciendo que Dulce y Christopher se alejaran.
O. O.
Alma rey vio desde la puerta una escena que le dejó paralizada. Sus dos hijas, una recostada en la pared y la otra... la otra en brazos del arquitecto que le estaba haciendo los planos a su esposo. Tenía que ser parte de su imaginación.
Dulce vio de frente a su verdadera madre, y aunque los ojos se le llenaron de lágrimas de resentimiento, sintió como la furia comenzó a adueñarse de todo su cuerpo. ¿Qué pretendía aquí?
–quédate, Chris. Quédate, por favor, quédate –susurró antes de caminar en línea recta.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro