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CAP 26

-------------------3 AÑOS ANTES-------------------

No supo cómo, pero Diego Bustamante la había convencido y ahora mismo estaba camino a la iglesia. Con un vestido blanco largo, una cola de más de dos metros y un ramo de rosas rojas, Roberta Pardo había sufrido una transformación exquisita, de vez en cuando se miraba en el espejo de las ventanas y no lo podía creer. Se estaba muriendo de nervios por dentro, pero no lo iba a demostrar, y aunque sus ojos irradiaban felicidad, un extraño cosquilleo en el estómago le hacía dudar.

¿Por qué, si estaba completamente enamorada? ¿por qué, si era con lo que venía soñando desde hacía 6 meses?

Nunca se había imaginado estar en esta situación, pero cuando toca toca, y Diego Bustamante consiguió debilitar esa coraza que usaba como mecanismo de defensa.

–No te desvíes, Martines. No quiero que la prensa nos persiga, hoy no.

El padre de su novio era el jefe de gobierno, y desde su punto de vista estaba un poquito loco, porque se había encargado de que dos camionetas los escolten hacia la iglesia, según él, para evitar que la prensa o sus contrincantes los persigan.

–Estamos tomando un atajo, señor. Ya lo hablé con los escoltas y....

–¡No te das cuenta que puede ser peligroso! –se alteró león, al voltear y no ver las dos camionetas–. Donde...

–Cálmate, león. Te vas a arrugar, no creo que sea para tanto.

–¿cómo no? acabo de salir de una contienda política y mis opositores están maquinando todo para destruirme, si nos descuidamos..., pero para qué hablar de esto contigo ahora, niña, si eres terca y...

–odio a los escoltas, no quiero vivir toda mi vida a la sombra de desconocidos.

–te tendrás que acostumbrar porque he dispuesto para ti a partir de hoy un equipo. Ser la esposa del hijo de león Bustamante no es tan sencillo, Robertita. Vas a estar en la mira de mis contrincantes y si te pasa algo, mi hijo se va a desenfocar.

–Ambos sabemos que lo haces porque me quieres...

–porque quiero que mi hijo tenga una carrera sin distracciones.

–Y porque me quieres y porque estás feliz de que haya aceptado la propuesta de tu hijo.

–Sigue soñando –esbozó una sonrisa–, ¿se puede saber qué estás haciendo? –le preguntó al chofer, cuando vio que se adentraban a una carretera medio extraña.

–Tomando un desvío.

Roberta miró por la ventanilla y sintió una punzada extraña, esto no estaba nada bien. había muchos caminos para llegar a la iglesia, pero ninguno incluía una carretera desolada, porque el lugar en donde se iba a casar estaba en el corazón de la ciudad, tal como su suegro había sugerido.

–Si no quieres que te despida vas a dar media vuelta, ahora mismo –amenazó León, sacando el móvil de uno de sus bolcillos.

La pelirroja supo que nada estaba bien cuando en vez de acatar la orden del gobernador, el chofer aceleró al tiempo que bloqueaba las puertas y las ventanas. En un intento por disipar el miedo que le invadió de repente, fijó sus ojos en la tierra que levantaba el auto al ir tan rápido, porque nadie la podía ver flaquear.

–Detén el auto –volvió a decir León.

–Como ordene, señor –concedió por fin el chofer, después de largos minutos en silencio.

–Pero mira a quién tenemos aquí..., al jefe de gobierno y a Roberta Pardo –se escuchó la voz de una mujer.

Todo pasó en cuestión de segundos.

El chofer desbloqueó las puertas y antes de que Roberta o león pudieran abrirlas, se abrieron desde fuera. Dos hombres encapuchados sacaron al jefe de Gobierno y otros dos, se encargaron de sacar a una pelirroja con expresión neutra, como si no estuviese siendo parte de un intento de secuestro.
"Intento", porque Roberta ya estaba pensando en la manera de escapar. Porque tenía que llegar a su boda y porque la vida no podía ser tan desgraciada en estos momentos.

–Aprendan a perder de una maldita vez –escupió León–. Las elecciones ya pasaron y...

–No se trata de una guerra política, señor –volvió a decir la misma mujer.

–¿Qué quieren? ¿dinero?...

–El dinero a mí no me hace falta, y para ser sinceros, usted a mí me importa una mierda –se acercó la mujer, haciendo señas para que soltaran a Roberta y a su suegro–, digamos que estuvo en el momento y en el lugar equivocado..., es todo. la que me importa de verdad eres tú, hermanita.

Muerta de miedo por dentro, Roberta soltó una carcajada irónica, le lanzó una mala mirada al hombre que tenía detrás y se acercó, intimidante.

–No puedo ser hermana de una desquiciada. Si esta es una broma párala aquí, reina. No sabes con quien te estás metiendo.

–¿Con quién? ¿con la futura nuera del jefe de gobierno? ¿o con una bastarda?

No le avergonzaba, pero eran contadas las personas que sabían que Roberta pardo había sido adoptada en Cancún hace 25 años por una pareja que no podía tener hijos. Nunca le interesó saber nada de las personas que la habían dejado abandonada hasta hoy.

–¿Quién eres y que quieres? –respondió con tranquilidad fingida.

–Vaya, vaya, vaya, hasta en esto te pareces a Dulce –empezó, acercándose un poquito más–. yo que pensaba que lo único que tenían en común era la misma carita y el mismo color de cabello teñido..., aunque pasé por alto que las dos se van a casar, y ahora ¡tienen el mismo carácter!

–¿Quién demonios es Dulce?

León, que hasta ese momento se había permanecido de pie, se acercó con cuidado hacia Roberta, la tomó de la mano y se dispuso a hablar.

–No saben con quien se están metiendo, si no quieren...

–Aquí las amenazas las doy yo, señor –Claudia le quitó el seguro a la pistola que tenía en la mano y apuntó a Roberta–, si yo no soy feliz, ni tú, ni tu gemela lo van a ser...

–¿Qué gemela? Estás completamente loca –Roberta sintió que se le iba la voz.

–eso te lo voy a explicar después, por el momento... ¡llévensela!

–¡Sobre mi cadáver! –gritó León abrazando a Roberta.

–usted lo quiso así, no yo.

Dos disparos.
Sangre que tiñó el vestido.
El abrazo con menos intensidad.
Un grito de dolor.

–¡León, no! –Roberta se fue al suelo con el cuerpo cada vez más débil de su suegro.

No le importó que su vestido se manchara, ni que el maquillaje se corriera a causa de las lágrimas de impotencia. Se arrancó el velo de la cabeza y lo colocó en el pecho de su suegro para evitar frenar la sangre, cuando sintió por detrás como la tomaban dos hombres.

Se vio forcejeando para que la soltaran hasta que uno de ellos le colocó un trapo con olor fuerte en la boca y no supo más.

León en el suelo ya sin fuerzas, con un disparo en la cabeza y otro en el costado, vio como subían a la novia de su hijo a una camioneta. No lo había podido impedir.

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–¿dónde está dulce? ¿qué demonios le hiciste a Dulce?

Asustado tras recibir una foto de su novia con el rostro cubierto y las extremidades atadas, Christopher accedió a encontrarse con Claudia Espinosa, su pesadilla desde hacía un par de meses, tras enterarse que estaba a nada de casarse. No iba a permitir que le hicieran daño, porque juró protegerla de todos y de todo, y si era necesario, para hacerlo vendería su alma al mismísimo diablo.

La amaba de verdad, y con tal de verla feliz estaba dispuesto a todo. Porque en eso consistía el amor, en hacer sacrificios para ver feliz a quien quieres.

–¿un saludo al menos? ¿Dónde quedaron sus modales, Arquitecto Von uckermann?

Claudia, sentada cómodamente en un sofá, miró complacida el rostro de desesperación de quien hasta hoy había sido su cuñado.

–¿Qué le hiciste a Dulce, maldita? –se acercó furioso y la tomó de los hombros.

–nada, todavía. ¡Y ya déjame!

–¿Dónde demonios está dulce? –gritó, alejándose.

–Con sus amigas, en su departamento, comprando cosas..., yo qué sé.

–¡Dime la verdad! ¿Dónde está Dulce? ¿qué le hiciste?

–Se parecen muchísimo ¿verdad? La misma cara, el mismo color de cabello..., hasta el mismo carácter ¿puedes creerlo? Lástima que hayan crecido separadas...

–¿Qué quieres, Claudia? No estoy entendiendo tu juego.

Claudia se puso de pie y señaló una puerta metálica.

–Te quiero presentar a alguien.

–No voy a caer en tu juego...

–¿Quieres saber dónde está Dulce? –Christopher la miró, más confundido que asustado, de verdad estaba loca–, vamos.

Medio intrigado y enojado, Christopher ingresó a la habitación tras Claudia y ahí la vio. Atada de pies y manos, ya sin el trapo en la cara, con un vestido de novia manchado de sangre.

–¿Qué le hiciste, maldita? –preguntó, corriendo desesperado hacia la mujer.

Christopher sintió un vacío en el estómago al ver la mirada neutra que le regalaba "Dulce", no se parecía en nada a la cargada de amor que le había regalado esta mañana, cuando se despidieron para ir a trabajar.
ella, por su parte, lo miró con parsimonia. ¿Quién era? ¿Qué quería?

–Mi vida, ¿qué te hicieron? –intentó acercarse un poco más para quitar las cadenas.

–¡no me toques! –gritó ella, sacudiéndose con dificultad–. ¿qué demonios quieren? Ya mataron a león, me trajeron aquí y ahora resulta que...

–Dul...

–¡No soy dulce! –volvió a gritar, desencajando el rostro de Christopher–. Y si se te murió alguien parecido a mí y quieres sustituirla, de una vez te digo que...

No la pudo seguir escuchando, porque, en definitiva, no era Dulce.
Su Dulce no lo podía mirar así, sin expresión en los ojos.
Físicamente eran idénticas, y aunque en un principio creyó que era ella, ahora estaba seguro de lo contrario. Había algo en sus ojos, en su expresión, en su forma de actuar.

–Ella es Roberta pardo –se adelantó Claudia–, y él es Christopher, el prometido de tu hermana gemela.

–¿Qué gemela?

–¿Me estás diciendo que Dulce...?

–Para hacerles la historia corta, hace un poco más de 23 años mi padre se metió con una de nuestras criadas, que como quería escalar y convertirse en la señora de la casa, se embarazó. Para mi padre solo fue un desliz, pero uno que arruinó a mi familia, y aunque mi madre hizo todo para salvar las cosas, nada fue igual.

–Yo no tengo la culpa de las porquerías de tu padre...

–Nuestro padre, hermanita –corrigió Claudia, desatando las cadenas de las manos de Roberta–. Digamos que la estúpida de Dulce y tú son producto de ese desliz.

–No es momento para que inventes historias trágicas –Christopher se intentó convencer–, acepta que Dulce es mejor que tú y que nunca vas a poder...

–ustedes y la zorra de su madre arruinaron el matrimonio de mis padres ¡arruinaron a mi familia! Porque desde que nacieron nada fue igual. Tuve que crecer al lado de una bastarda que siempre se creyó mejor que yo, me robó el amor de mi padre, la atención de mi hermana mayor..., todos los chicos que me gustaban terminaban fijándose en ella, incluso él, Christopher –señaló al arquitecto, todavía impactado–, y yo no puedo permitir que sean felices. Ni ella, ni...

–¡Yo no tengo la culpa! Si tienes problemas con ella y si no has sabido ser mejor, arréglatelas tú. ¿Por qué me metes en tus traumas?

–Porque no puedo permitir que ningún producto de ese engaño sea feliz, porque dicen que la sangre llama y porque ustedes no son mejores que yo. Dime, Roberta ¿no te interesa saber porqué te dejaron a ti en el orfanato y no a Dulce?

–Nunca me a interesado saber nada de mi pasado –respondió a la defensiva.

–Porque tienes el mismo lunar que tu madre en el brazo, y mi madre no quería cuidar a alguien que le recordara a la zorra por la que mi padre estaba dispuesto a dejarnos. Dulce no lo tiene, por eso se la quedó, te iba a matar, pero hizo mal. Porque tuviste incluso una mejor vida que yo, con padres ricos, una vida de ensueño, hija única, un novio de revista... ¡no te lo merecías!

–Ya lo entendí todo –levantó las manos victoriosa–, te arde que seamos mejores que tú, te molesta que tengamos mejores cosas y no soportas la idea de vernos felices. ¿Qué sigue ahora? ¿reunirnos? ¿matarme y matar al novio de mi gemela?

–Diego Bustamante ahora está yendo a recoger el cadáver de su padre, lo he mandado a seguir –desbloqueó su móvil y le enseñó un video, antes de voltearse a mirar a Christopher–. Mi querida hermanita está saliendo de la casa de novias..., ¿qué tal si le prendo fuego a su auto? O mejor ¿si hago que la choquen para que parezca un accidente? Con lo despistada e imprudente nadie se daría...

–¡No te atrevas, Claudia! –el arquitecto se le abalanzó para quitarle el celular.

–¿tanto la quieres? –chilló alejándose–, ¿porqué a ella y no a mí?

–Porque tú solo das asco –respondió Roberta, quitándose la última cadena de los pies–, porque entre alguien igual a mí y tú hay una diferencia abismal, y nadie en su sano juicio te elegiría a ti.

–Ten cuidado, Roberta. Puedo llamar y ordenar que..., ¿entierren vivo a tu novio al lado de su padre? O ¿Qué tal...?

–¡Ni se te ocurra, maldita perra! –gritó la pelirroja dándole dos bofetadas.

–No me vuelvas a tocar, o tu novio y tus padres no la cuentan –amenazó alejándose–, si yo no soy feliz ustedes no tienen que serlo. Ya arruiné tu boda, te maté al suegro y solo queda impedir que ustedes se casen.

–No vas a...

–¿por qué no le cuentas con cuantos disparos murió León Bustamante? –sonrió paseando por la habitación–, te recomiendo que veas muy bien el vestido, porque así puede terminar el de Dulce el día de la boda, lamentablemente, con ella..., descansando en el infierno.

–¡A Dulce no le hagas nada!

–Aunque pensándolo bien... tengo ganas de que se conozcan, a ver qué pasa –Claudia tomó a Roberta de los hombros–, ¿Cuánto pagarían por las dos en un prostíbulo de Europa? Ya tengo a una, y a la otra puedo mandar a traer ahora mismo, con una llamada.

–¿qué quieres para no tocar a Dulce?

–A dulce, ¿solamente a ella? ¿Qué pensaría si sabe que has conocido a su hermana y que no has hecho nada para defenderla?

–¿Qué quieres para no tocarlas?

–No necesito que me defiendas, muñequito –se adelantó Roberta–, no me van los príncipes azules.

–No te cases con ella.

–Pídeme lo que quieras, cualquier cosa, pero...

–Déjala plantada o se van a un prostíbulo, las dos.

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