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CAP 24

Abrió los ojos lentamente sintiéndose más invadida que de costumbre. Y es que hace dos años acostumbrarse a la idea de despertar sola le había costado, pero ahora el despertar en brazos de alguien le resultaba extraño. Se removió un poquito para poner distancia sin romper el contacto, puesto lo estaba disfrutando. Sí, era extraño e incómodo, pero desgraciadamente reconfortante y cálido.

Muchas noches fueron las que soñó con su cercanía, con su olor amaderado colándose por sus poros y con su respiración pausada golpeando en su piel. Otras tantas, rodaba por la cama en busca de sus brazos o de su pecho. No obstante, eso era parte del pasado, ahora se dormía y despertaba sola, no le hacía falta un cuerpo cálido al lado, pues las cobijas le brindaban el calor suficiente. Por eso, le resultó en medida extraño descubrirse al amanecer a su lado otra vez.

Los recuerdos de la noche anterior llegaron de golpe, haciendo tambalear a todos sus esfuerzos por convertir a Christopher en solo una cicatriz. Su corazón seguía firme con su decisión de no olvidar, su mente con la de dejar todo atrás; ella, en una montaña rusa de sensaciones disparejas sin precedente.
A medida que fue acostumbrándose a la sensación de estar con alguien otra vez, fue dándole paso a una sensación de seguridad. Una vocecita en su interior le dijo que ese era su lugar seguro, así como cuando nos ponemos un suéter favorito o como cuando llegamos a casa después de un día difícil. Allí estaba calientita, plena, se sentía en paz.

Se tomó un segundo para observar al hombre de su lado. Su cabello empezaba a brillar con la luz del sol que se colaba por la ventana, tenía una sonrisa genuina en la cara y unos labios que ella moría por besar.

Su mente frenó sus ganas por volver a acurrucarse. Le recordó que de no ser porque la dejó plantada en el altar, hubiesen podido despertarse así todos los días. Y eso fue suficiente para que, dolida con Christopher y con sus decisiones, se levantara a toda prisa de la cama. Tras arreglarse un poco en el baño, se fue vistiendo con la ropa que encontró regada por el suelo de la habitación. Una vez estuvo lista, volvió a acercarse a su ex y sonrió, nostálgica.

–Lástima que no halla podido ser, por tu culpa –enroscó sus dedos con cariño en su cabello–. No te voy a poder perdonar, pero está bien, sin rencores. Y dejando de lado lo que me hiciste, fue una buena noche.

"Te amo", quiso agregar, mas no se sintió capaz de abrir la boca.

Nunca más lo volvería a besar, ni a abrazar. Ya no volvería a dormir con él, ni a despertar entre sus brazos al otro día. Pero se iba tranquila al saber que no había sido su culpa, Christopher los había condenado a los dos.

Su corazón dolía, pero ya no importaba, porque la vida tenía que seguir.

Y vaya que la vida tenía que seguir, pues ni bien salió de la habitación, se encontró frente a frente con la esposa de Christopher.

O. O.

–¡eres una desgraciada! –gritó Muriel rompiendo en llanto.

–Buenos días, señora...

–¿Todavía tienes el descaro de mirarme? ¡dormiste en la cama de mi marido! Te acostaste con él como si fueras una ramera y...

–A ver, a ver, a ver. Lo que quiera, le acepto lo que quiera, pero no me insulte.

–¿Entonces que quieres? ¿qué te felicite por verte salir de la recámara de mi marido? –se acercó furiosa–. No puedo creer que me hallas caído bien cuando te conocí ¡hasta me preocupé por ti! Por si se te olvidó, Christopher está casado conmigo, llevamos dos años de feliz matrimonio y ¡tú lo acabas de arruinar todo!

–¿Solo yo? –se rio dulce, sin bajarle la mirada–, para que halla engaño tiene que haber consentimiento de ambas partes. Yo no soy de obligar a la gente, querida.

–Y todavía tienes el descaro de aceptarlo –intenta reír, pero no puede porque sus ojos no han dejado de derramar lágrimas–. ¿No vas a hacer el intento de negarlo como la gente con un poco de decencia?

–Decencia si tengo, créeme. Pero no soy mentirosa, y no ganaría nada negándolo. Sí, pasamos la noche juntos, porque ambos así lo quisimos ¿ya?

–¡es un hombre casado, estúpida!

–La casada no soy yo, así que mejor reclámale lo que quieras a él –se dio media vuelta dispuesta a seguir con su camino.

Dispuesta, porque Muriel tomó fuerzas que no tenía para echársele encima.

Una cachetada medio mal, otra regular y la última, que terminó por romperle el labio.

–¡eres una zorra barata! Te acostaste con mi marido como una ramera y no te importó que fuera el hermano de tu mejor amiga. No te importé yo, ni nadie, porque a las mujeres de tu clase no les importa nada –gritó mientras Dulce se sujetaba la mejilla, mirándole furiosa–. Eres una porquería, pero ¿sabes qué? Las mujeres como tú siempre se quedan en nada, nunca van a ser señoras porque solo sirven para eso.

Le habían dolido las bofetadas y sus palabras la estaban enfureciendo cada vez más. La miró desafiante y Muriel no bajó la cara, también estaba dolida.

–¡Con razón te dejaron plantada en el altar! Seguro tu novio se dio cuenta de la mujer con la que se iba a casar y se arrepintió. Por eso te dejaron vestida y alborotada, ¡porque eres incapaz de formar una familia! ¡porque eres una zorra ramera hija de Puta!

Muriel le dio tres bofetadas de intensidades diferentes. Ella, por el contrario, se acercó y le dejó dos en cada mejilla, igual de fuertes y precisas.

–En tu miserable vida vuelvas a insultarme ni a suponer cosas de mi pasado –habló con neutralidad, pero esa mirada que le había lanzado era más poderosa que las palabras–. ¿Dices que no valgo nada? ¿que soy una zorra que se mete con hombres casados? Querida, tú y yo no somos tan diferentes –añadió luego de soltar una carcajada fuerte–, ojo por ojo, diente por diente.

–¿De qué hablas, maldita? –Muriel todavía se cogía las mejillas.

–No sabes cuánto tiempo estuve esperando el día en el que pudiera enfrentar a la mujer que me robó todo –empezó destilando veneno en cada palabra–. Yo me acosté con tu marido, pero tú me robaste a mi novio.

Volvió a tirarle una bofetada, el doble de fuerte que las anteriores.

–¡me robaste lo que más quería en la vida! porque el hombre que ahora dices que es tu marido se iba a casar conmigo, pero llegaste tú y mandó a la mierda todo –Muriel se tocó el pecho y a Dulce el gesto le pareció dramático–, ¿qué? ¿ahora me vas a decir que no sabías?

–Yo...

–Si, me dejó plantada en el altar por ti. Pero se acaba de dar cuenta que me cambió por algo peor y desde que estoy aquí me a rogado porque lo perdone. Si yo quiero ahora mismo te deja para irse conmigo, pero yo no ruego ni perdono, eso te lo dejo a ti, querida.

–¡eso no es cierto! ¡nada de lo que dices es cierto!

–Perdónale esto y sigue fingiendo que tienes un matrimonio feliz, pero de una vez te digo, que mientras te toque, va a estar pensando en mí. Porque ¿qué crees? No me ha olvidado y eso lo he comprobado.

–¡Eres una...!

–no, querida, no. ¡Ni se te ocurra volver a insultarme! Yo solo jugué a recuperar lo que me quitaste, pero ni creas ¿eh? Para mi ya es parte del pasado. Aunque digo, una noche no está mal, ¿no?

Muriel quiso volver a golpearla, pero justo antes la puerta se abrió y Christopher salió directito a atrapar su mano en el aire.

–¿Qué está pasando aquí?

–¡Dime que no es cierto, dímelo! –le pidió Muriel, cuando se giró para mirarle a los ojos.

–Vamos a ver si eres tan sinvergüenza para no decirle la verdad.

–¿De qué hablas? –preguntó confundido, buscando los ojos del amor de su vida.

–nada, a tu esposa le acabo de hacer un recuento de como pasaron las cosas. ¿A poco no sabía que tú me dejaste por ella? –fingió sorpresa.

–¿eso no es cierto, ¿verdad? ¿ella está mintiendo?

–¡Vamos! ¡atrévete a negarlo delante de mí!

–Muriel yo... –intentó sin éxito.

–¡Niégaselo! –Dulce metió más presión.

–Chris...

–¡Niégaselo, desgraciado! ¡atrévete! Mejor dile que ella fue siempre el cuerno, y que me habla de moralidad cuando la primera que incurrió en ese principio fue ella.

–Chris, por favor.

–es cierto, lo que Dulce está diciendo es cierto –susurró después, al verse aturdido por los gritos y súplicas.

–No es cierto, yo no...

–Ay ya, supéralo. Y mejor me voy, que para dramas no estoy –se giró despacio, satisfecha con la imagen de Muriel rompiendo en llanto–. Disfrútalo, querida, te lo regalé hace mucho. Aunque gran cosa no es, ya has visto que te engañó también a ti.

–¡Dulce espera! –Christopher quiso ir tras ella.

Necesitaba que la noche terminase de otra manera. No debía estar terminando así.

–¿ya vez, querida? Tu esposo sigue buscándome a mí.

–¡Christopher quédate! Me tienes que explicar muchas cosas –lloró aferrándose a la manga de la chaqueta.

Una vez más la perdía, y ahora sí para siempre. Christopher miró por largos minutos hacia las escaleras, por donde a paso lento, desaparecía la mujer con quien había pasado la última noche. El llanto de Muriel no fue capaz de impedir que sus recuerdos viajasen lejos, a sus besos, a su cuerpo, a su sonrisa, a sus ojos, a su voz y a esa última cosa que le dijo antes de salir.

El ruido de la puerta cerrándose lo rompió mucho más. Su corazón, ya en pedacitos, volvió a deshacerse porque ya no la tendría nunca más. Sintió un vacío extraño en su alma y quiso morirse. Ella se iba para siempre.

Volvió su atención a Muriel, que se veía desconsolada, dolida, decepcionada y con la presión medio alterada. Les suplicaba a gritos que le explicara todo, pero no sabía cómo contarle, y si de verdad debía hacerlo. Era consciente del daño que indirectamente le hizo todos estos años al rechazarla y tenerla como un mueble, pero no podía ni quería remediar las cosas.

–Vamos por tu medicina –la tomó en brazos al ver la debilidad en su rostro.

–¡No quiero medicinas! ¡quiero que me digas la verdad! –se tomó un momento para toser–, ¿por qué te casaste conmigo?

–Prometo que te explicaré todo, pero por favor, vamos por la medicina –rogó, desesperado.

No podía tener una crisis con él.

A regañadientes logró llevarla a su habitación para buscar la medicina, cuando la hubo tomado, Muriel lo acompañó hacia el comedor en donde se sentaron, uno al frente del otro, sin saber cómo actuar. Ya nada podía ser como antes.

–Primero yo... primero creo que debo pedirte perdón –terminó por fin, luego de pensarlo mucho–. No fui el esposo que buscabas y nunca lo intenté porque no te amo. Tú, al igual que Dulce, eres víctima de todo esto. No te merecías nada de lo que te di, porque eres una....

–¡ya dime! ¿por qué te casaste conmigo? –gritó desesperada–. ¿Por qué lo hiciste, si no me amas como yo te amo a ti?

–Primero déjame terminar, por favor. Tú eres una mujer excepcional, cualquiera hubiese estado encantado de casarse contigo, pero yo...

–¡Dímelo ya! ¿Por qué te casaste conmigo?

El ruido de pasos firmes vino acompañado con la presencia de Anahí, que tenía toda la cara embarrada en una mascarilla ploma.

–¡Ay deja de gritar! No ayudas en nada en mi momento de relajación y para mi boda tengo que estar...

–¡Cállate! –Ani se abanicó la cara, para comprobar lo que había escuchado.

–¿Me gritaste?

–¡ya cállate! Dime, Christopher ¿por qué te casaste conmigo?

–Yo...

–Si tu griterío era por esto, yo te lo voy a decir.

–Anahí, por favor –pidió su hermano, tocándose la cabeza–. Déjamelo a mí.

–¡Dímelo ya! ¡dímelo! ¡dímelo que me estoy muriendo! ¡y tú vete de aquí! –miró a la rubia.

–¡Ay ya! –le gritó ella de vuelta, cansada de todo esto–. ¡Se casó contigo para defender a Dulce de Claudia! ¡Se casó contigo porque era la única forma de mantener segura a quien realmente quiere!

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