CAP 22
Mientras Christopher abría lata tras lata en su departamento y Dulce María intentaba convencerse de que su ex estaba desvariando por tanto alcohol, el detective de Maite y Anahí les hacía una revelación desgarradora que aclaraba mucho, y a su vez, confundía más.
El 06 de diciembre de 1995, en una cabaña frente a una playa de Cancún, Alma rey, entonces empleada doméstica del matrimonio Espinosa, con ayuda de una partera traía al mundo a dos niñas idénticas, producto de su romance con su patrón.
Esas mismas dos niñas que días mas tarde, le fueron arrebatadas cruelmente de sus brazos gracias a una mentira espeluznante. La esposa de su amante le había hecho creer a la policía que Alma le había arrebatado a su hija, y como la justicia es corrupta y la seguridad violable, construir la mentira no había sido difícil.
Una gemela se convirtió en la hija de Blanca y creció a su lado como Dulce Espinosa Saviñón, hoy en día la arquitecta que había ido a triunfar a los ángeles. La otra, sin embargo, había dado a parar a un orfanato dirigido por monjitas y tiempo después fue adoptada por un matrimonio americano que no podía tener hijos. Era hoy en día Roberta pardo, una estilista simpática que, según el detective, sí conocía a Christopher.
Por otro lado, y al mismo tiempo, Alma rey, la madre de las gemelas, hacía una investigación exhaustiva sobre la mujer que le había enfrentado en la junta esta tarde. cuando tuvo los datos en frente, no supo si llorar o reír por la ironía de la vida.
Dulce María Espinosa Saviñón había nacido en Cancún, el 06 de diciembre de 1995, y no había duda que se trataba de su hija. Porque Blanca Guadalupe no había estado embarazada.
El hueco que desde hace 25 años se hallaba vacío al centro de su pecho, se llenó ha la mitad al asimilar que ya había encontrado a uno de sus motores. Ya la conocía, y, de hecho, le había declarado la guerra de manera indirecta.
Ninguno de los involucrados pudo dormir esa noche. Mai y Ani esperando que fuese el día siguiente para enfrentar a Christopher y buscar más piezas, Alma intentando asimilar que ya tenía a su hija, Dulce dándole vueltas a las palabras absurdas de su ex, y Christopher desahogando su dolor en el alcohol.
----------------***----------------Un sol resplandeciente poco habitual
La mañana siguiente llegó más gélida que de costumbre, con una lluvia torrencial poco común en esta época del año. Por alguna razón el día pintaba triste y sombrío, como si el destino hubiese confabulado con el clima para ambientar un escenario perfecto que, dentro de poquito, sería testigo de la revelación de muchas verdades.
Con ese pensamiento llegaron Maite y Anahí al departamento de Christopher, pues si no había llegado a dormir a casa, el único lugar en el que podía estar era allí. Grande fue su sorpresa al ver el para briza del deportivo hecho trizas a la entrada, y mucho más cuando luego de que el portero les prestara una llave para ingresar, vieron decenas de latas de cerveza regadas por el suelo.
–Voy a preparar café –susurró Maite, señalando al sofá.
El arquitecto escuchó entre sueño un ruido lejano muy parecido al piqueteo del martillo y se removió incómodo, al sentir un golpecito seco de la herramienta en la cabeza.
–¡Despierta, Christopher! –gritó su hermana dándole una palmadita en la cabeza.
Christopher medio abrió los ojos luego de que lo sacudiera durante unos segundos, y se sorprendió al ver en frente a su hermana, con uno de esos conjuntos de blusa y falda que usaba cada que tenía un juicio. Se removió en el sofá hasta una posición sentada y en el proceso escuchó un crujido extraño en su cuello.
había dolido, pero a comparación del dolor infernal de cabeza que se cargaba no había sido nada.
Cayó en cuenta de que no era ningún martillo el que sonaba, eran los tacones de Anahí. Además, nadie le había golpeado la cabeza con una herramienta.
–¿Qué haces aquí? ¿pasó algo? –se cogió la cabeza con ambas manos como para disipar el dolor.
–La que hace preguntas ahora soy yo ¿por qué estás así? ¿qué pasó con el auto?
–Lo choqué –su mente desbloqueó recuerdos que hubiese preferido enterrar.
–¿y lo dices tan tranquilamente? A ver, mírame –ordenó.
–Ahora no, Anahí. Me está doliendo la cabeza.
–Con la borrachera que te pegaste es obvio. Pero ¡mírame!
Anahí se sorprendió al ver los puntos adornando parte de la frente de su hermano, y entendió al tiempo que no se había tratado de un accidente simple.
–Los frenos no me funcionaban y...
–Chocas el auto, te haces daño, y resulta que te tomas como 20 latas de cerveza en una noche. ¿Qué te está pasando?
–la vi –decirlo es como recibir un dardo al centro del pecho.
–¿A quién?
–A Dulce.
–¿Y eso qué? Supuse que te gustaba verla.
–Me gusta verla solo a ella. Pero no sabes cuanto odio verla al lado de alguien más –la cara de Anahí era todo un poema–. La vi ayer con su novio, y sabes...
–¿Qué novio?
–No sé, tú debes saber. Pero dolió tanto, que...
–Seguro viste mal y...
–¡¡Iban de la mano! –gritó, poniéndose de pie–. Y ella le dijo cariño.
En ese momento, Ani sintió un vacío desgarrador en el pecho, pues también le dolió. Pero a ella no le dolió que estuviese con alguien más.
Le dolió saber que Dulce no le había dicho nada.
Le dolió entender que las cosas habían cambiado tanto, que su supuesta "mejor amiga" ya no confiaba en ella como antes.
–Precisamente de ella he venido a hablarte –dijo tras medio asimilar las cosas.
–Ya déjalo, Anahí. Lo mejor es que...
–Tómate esto –llegó a su lado Maite, con una taza de café y una pastilla–, pero despacio, que tenemos que hablar largo y tendido.
–¿De qué? –cogió la taza y corrió a sentarse en la mesa del comedor.
–De dulce, ya te dije.
–No quiero hablar de ella, al menos, hoy no.
–¿Por qué Claudia espinosa fue testigo de tu boda?
Mientras a Christopher se le resbalaba la taza de las manos, Anahí fulminó con la mirada a su amiga, ese no era el modo de abordar las cosas.
Al arquitecto el mundo pareció caérsele a los pies, se supone que esa era información delicada y nunca nadie debía descubrirla. No supo si el zumbido de su cabeza era por la resaca, o por el zumbido de esos secretos que tanto escondía.
–¿De dónde sacas eso?
–De tu acta de matrimonio. Ahora responde.
–Claudia es amiga de Muriel y... –suspiró un tanto aturdido.
–No, Christopher, así no, con mentiras ya no –suplicó su hermana, mirándole con esos ojitos que le desgarraban el alma–. Quiero que por una vez en tu vida dejes de mentir y me digas ¿por qué te casaste con Muriel? ¿por qué dejaste al amor de tu vida en el altar?
–porque me enamoré y...
–¡Vete al diablo con eso! –la morena golpeó el suelo fuerte–. Te estamos dando la oportunidad de que nos digas la verdad, porque nada nos va a costar seguir investigando hasta llegar al fondo de las cosas.
–¿Seguir? –preguntó confundido.
–Sí, seguir, porque tu hermana y yo contratamos un detective. ¿Quieres saber lo que descubrimos?
–¿Por qué se meten en cosas que no les importan?
–¡Sí nos importan! Dulce es mi amiga, tú eres mi hermano y no podía vivir tranquila viendo como desgracias tu vida escondiendo algo.
–Anahí, lo mejor para todos es que dejes las cosas, así como están –se cubrió la cara con las manos, en un claro gesto de desesperación.
–Demasiado tarde, querido, ya sabemos que Dulce tiene una gemela con la que te has estado viendo todos estos años. Sabemos que son hijas de Alma rey...
–¿Qué? –Christopher creyó haber escuchado mal.
–No mientas, tú si lo sabías y...
–¿Me estás diciendo que Roberta y Dulce son hijas de Alma rey de Reverte, la esposa de mi cliente?
–En efecto, Blanca la acusó de robo de infantes y les quitó a sus hijas. A una la crio, y a la otra... tú lo sabes bien.
Una sensación extraña subió desde su estómago hasta la garganta. Por eso Alma le recordaba a Dulce, por eso creía ver la misma sonrisa y el mismo movimiento de cejas sincronizadas. Por eso la esposa de martín estuvo más de 10 años en la cárcel, y por eso había comprado las acciones del bufete de los Espinosa.
Hace un tiempo le prometió a Roberta hacer hasta lo imposible por encontrar a su madre biológica, y aunque él no fue quien lo descubrió de forma directa, ya lo sabía y era lo único que importaba.
–Es que... eso es...
–también sabemos que Claudia estuvo en tu boda, que se encuentra frecuentemente con Muriel y que Blanca, su madre, dejó 2 años antes en un orfanato a tu querida esposita.
–Yo no sabía...
–¿Cómo vas a relacionar todo lo que te decimos para que nos cuentes la verdad? ¿cómo conociste a Roberta? ¿Claudia tuvo algo que ver en tu decisión de dejar plantada a Dulce?
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En su cabeza aún daba vueltas esa última frase de Christopher: "para salvarte a ti y a Roberta". La gente solía decir que los niños y los borrachos nunca mentían, pero Christopher, como en todo, era la excepción. Si había sido capaz de dejar a una mujer como ella en el altar, de engañarla con sus palabras lindas y de no mostrar ningún signo de que era infiel, no le debía sorprender que ahora estuviese inventando cosas y hasta nombres.
Pero Dulce maría se prometió hacía un tiempo no dejarse engañar, y aunque su intento por explicar su actuar tan cobarde la dejó pensando toda la maldita noche, no iba a caer. Porque de estúpida no tenía nada, y de la mujer que confiaba ciegamente en el arquitecto solo había recuerdos. En definitiva, era una de las tantas mentiras de su ex novio.
Habiendo decidido olvidar las últimas palabras de Christopher, llegó a la oficina de sus padres lista para revisar carpetas repletas de archivos legales. Se llevó con la sorpresa de que Claudia no estaba, sin embargo, a quién sí vio fue a su madre, que la recibió más emocionada de lo que acostumbraba. Le dio un abrazo, le dijo cariño e incluso, la invitó a una taza de café.
Nunca habían estado tanto tiempo sin pelear, y aunque ella ya no era la niña que moría por recibir atención de su madre, lo disfrutó todo. En un punto las atenciones de su madre le llegaron a parecer empalagosas, pero no dijo nada por miedo a arruinar el momento.
–Claudia me contó que estuviste ayer en la junta –asintió con la cabeza–, ¿qué te pareció esa tal Alma?
Si mostrarse amable con Dulce le resultaba terrible, el echo de tener que pronunciar el nombre de su peor enemiga mucho más. Ayer se había enterado de que Alma rey había comprado sus acciones, y le sentó pésimo, todavía no se hacía a la idea de que ella ahora era dueña de todo lo suyo; no obstante, no le daría el gusto de verla humillada.
Por eso, tragándose la furia y con una falsa sonrisa en el rostro, dejó de lado el día de Spa que tenía con sus amigas para hacerse presente en el bufete que ya estaba siendo remodelado. Iba a jugar con todas sus cartas y tenía un Haz bajo la manga, Dulce.
–Con ese aire de dueña y señora de todo esto, desesperante. Y con las entrevistas que ha dado desestimando mis capacidades, en definitiva, no es de mis personas favoritas. Es pedante, pero lo que me causa gracia es que cree que puede intimidar a cualquiera con sus palabras y con su mirada.
–Supongo que por eso estás aquí –miró de reojo las carpetas apiladas en su escritorio–. ¿Qué quieres hacer?
–¿Yo? Nada, digo, esta es la empresa de mi familia y darme unas vueltas...
–Yo sé que no he estado muy cerca de ti, mi amor. Pero soy tu madre y aunque no me creas, te conozco muy bien. Sé cuando algo te molesta, y sé que cuando te ofendes preparas algo para callarle la boca a todos.
–Lo he pensado mucho y todavía no sé que hacer. Yo de cosas legales no sé nada, y aunque esté aquí, supongo que tengo que hacer algo para...
–Si nos unimos, podemos lograr grandes cosas.
–¿La conoces ya?
–Hace un tiempo tuvimos un altercado porque le gané una licitación, y si ha comprado las acciones del Bufete es porque quiere fastidiarme.
Dulce no pudo responder ni preguntar nada porque la puerta se abrió sin delicadeza, dándole paso a una imponente y pulcra Alma rey. El rostro serio, la mirada fija al frente y un porte que buscaba ser intimidante.
–Por lo visto usted no tiene modales –la encaró Dulce, antes de que su madre pudiera decir algo–. Es que al final, el dinero y el poder no te dan clase ni educación.
Blanca sonrió orgullosa, mientras que Alma hacía todo lo posible por no llorar. De emoción, de nostalgia, de...
¡Era su hija! Y le tenía rencor.
Se moría por estrecharla entre sus brazos, por oírle decir mamá y porque recuperasen todo el tiempo perdido.
–Déjala, mi amor. Así son los nuevos ricos –Blanca se levantó de la silla–, hasta que nos volvemos a ver, Alma rey. ¿cómo has estado?
–Pero que cinismo el tuyo, querida Blanca –dice tras soltar una carcajada–. ¿De verdad quieres que hablemos de cómo he estado?
–No sé, dime tú.
–Mejor te cuento que ahora estoy feliz. Te gané, y ahora todo esto es mío. Más bien, lo que yo no entiendo es que haces aquí.
–te recuerdo que todavía seguimos teniendo el 15 por ciento de acciones –coloca una mano en el hombro de Dulce.
A Alma le molesta, pero no puede hacer nada. No todavía. Y blanca, disfruta ver el rostro de impotencia de su enemiga, puesto es consciente de que a estas alturas ya debe saber la verdad.
–Pensé que estabas tan dolida, que ya habías decidido tirar la toalla. Eres cobarde, y no soportas que alguien más te halla ganado. Siempre has sido así y la verdad, ya me estaba resignando a no verte por aquí.
–Pues te equivocas. Estoy aquí y vamos a pelear por lo nuestro.
–¿Vamos? ¿tú y quien más?
–yo y mis hijas –hizo énfasis en lo último y Alma sintió una punzada en el pecho–. Porque la vida me ha quitado a una, pero ahora tengo a dos hijas maravillosas que me apoyas. Cosa que tú, no tienes.
–La vida es tan cruel que le da la dicha de ser madres a quien no se lo merece. Apostaría todas las acciones a que fuiste una pésima madre, por eso se te murió una...
–¡No le permito que hable de mi hermana! –Dulce se pone de pie, y le mira desafiante–. Tampoco le permito que juzgue así a mi madre.
Eso a Alma le duele, y quiere gritar que su madre es ella.
–Ay, muñeca. Si tú supieras...
–Mi nombre es Dulce, no muñeca. Y ¿qué tengo que saber según usted?
–Nada, nada, cariño. Se llena la boca con acusaciones y palabras vacías, porque es lo único que puede hacer ya que no tiene hijos.
–¡Eres una desgraciada! Pero no sabes cuanto me alegra verte, porque te juro que me vas a pagar todo lo que me has hecho. Y te voy a tener suplicando perdón de rodillas.
–Quien va a tener que irse de aquí con todo ese ego por el suelo va a ser usted, señora.
Alma no puede decir nada.
–Esta batalla la has ganado tú. Pero, así como te gané en el pasado, la guerra la gano yo.
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