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CAP 20

Aunque ahora tenían más dudas que certezas, Maite y Anahí estaban convencidas de que al rompecabezas le hacía falta piezas y que, si de verdad querían completarla, debían involucrarse un poquito más. La investigación del detective avanzaba a pasos pequeños y certeros, pero ellas están jugando contra el tiempo, Dulce está a nada de irse y sin ella aquí, nada valdría la pena.

Aún sin asimilar la existencia de alguien idéntica a Dulce y la posibilidad de que las una un vínculo más que físico, Maite y Anahí dejan sus responsabilidades habituales en un segundo plano. Mientras la rubia delega los preparativos de su boda a su asistente y la emoción genuina por estar a nada de llegar al altar parece mermar un poco, la morena archiva una serie de capacitaciones sobre maternidad que debía dar en los corporativos de bienes raíces.

La ginecóloga contacta a Roberta pardo por Instagram y dejando de lado la sorpresa por verla tan igual a su amiga, le manda un mensaje casual, para ver si esto de hacer amistades por la red funciona. Necesita saber más de ella, de sus padres, de su círculo cercano; ¿acaso ella sabe de la existencia de Dulce?

Como Roberta es estilista, Mai le dice que necesita un cambio de imagen urgente. Le cuenta que se siente insegura de quien es, que no le gusta su color de cabello y que está pensando en ponerse lentes de contacto.

La supuesta gemela no muestra interés por profundizar en ningún momento. Le da siempre consejos objetivos, y pese a los intentos de Perroni, nunca habla de su vida privada.

Nunca, hasta que la morena sube una historia del logo de la constructora en la que trabaja su novio, solo por casualidad.

La reacción de corazón rojo que llega a su móvil un par de horas después explica mucho y a la vez, genera un montón de dudas. La cosa empeora cuando luego de cinco minutos, como si Roberta se hubiese dado cuenta de lo que hizo, elimina el me gusta.

¿Por qué, si solo fue una simple interacción?

«¿Conoces al dueño de la constructora?», luego de un rato, Mai se da cuenta que no eligió bien la pregunta, y se da un golpe mental.

«No, fue un error de dedo. Me suele pasar con frecuencia. ¿trabajas allí?»

Ahora sí la ginecóloga piensa mejor su respuesta, y le dice que la constructora hizo la casa de sus padres y que está muy agradecida por las atenciones, el servicio y la disponibilidad del arquitecto.

A la par, Anahí hace hasta lo imposible por congeniar con la esposa de su hermano. No la soporta, es más, se puede decir que la odia por destruir algo que consideraba perfecto, pero se traga su orgullo al invitarla a ir de compras. Según ella, porque sus amigas están actuando súper raro y porque esto de la boda la tiene muy estresada. Le cuenta que quiere comprar ropa linda para la luna de miel, y que le quiere hacer un regalo especial a su hermano.

Mientras pasean, Any piensa en lo "afortunadas" que son algunas al poder gastar sin límites. Le molesta que Muriel use el dinero de su hermano como si fuese suyo, y más le incomoda tener que soportar su estúpida sonrisa cada que habla de Christopher.

O es muy inocente, o de plano idiota.

Está segura de que, si hay un premio para la persona más idiota, Muriel se lo llevaría sin competencia. Actúa como si tuviese un matrimonio perfecto, un esposo detallista y una vida de ensueño, así como las verdaderas esposas de los hombres de negocio.

La abogada no puede contralar esas carcajadas que se le escapan de vez en cuando. Su hermano no quiere a Muriel y nunca va a hacerlo. En la oficina no piensa en ella, ni les habla a sus socios de lo maravillosa que es su mujer. Si Christopher sonríe, es por Dulce.

–¿crees que a Chris le guste? –le muestra una camisa negra.

–Sí, claro.

¿Cuánto habrá gastado ya en comprar cosas que Christopher ni siquiera va a ver?

–La puede combinar con este chaleco, ya sabes, para que cambie un poquito su estilo.

Ha pasado casi media mañana y no ha logrado sacarle información, así que asiente de manera distraída y voltea la mirada, como si hubiese visto a alguien conocido.

–¿Claudia? –murmura, consiguiendo que Muriel mire al mismo punto.

–¿He?

–No me hagas caso. Me pareció ver a una conocida, pero no.

–Claudia –repite, volviendo la mirada a las prendas que sostiene.

–Sí, Claudia espinosa, tenemos amigos en común pero no la veo hace mucho.

–¿La hija de Fernando?

–¿La conoces? –pregunta con interés.

–Sí, somos amigas.

–¡mira que casualidad! ¿y se conocen de...?

–Coincidimos en una exposición de cuadros. Es más, ella fue testigo de mi boda –hace una pausa y sonríe–. Bueno, gracias a ella tu hermano y yo nos volvimos a encontrar.

Claudia lo planeó todo. Pensó, mientras se apoyaba ligeramente en uno de los estantes.

–Esto sí que es interesante, y muy de novela ¿no crees?

–Sí, hasta las cosas pasaron súper rápido. Chris me pidió matrimonio cuatro meces después y nos casamos luego de un par de semanas.

–¿Tan rápido? ¿y enamorarse, conocerse?

–yo ya estaba súper enamorada. Me enamoré cuando lo vi por primera vez, en la cena de nuestros padres. Aparte, como dice Claudia, todo sale mejor cuando no se planea.

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La venta de acciones del bufete de los Espinosa es la noticia del momento, la caída de status y las pocas posibilidades que tienen para recuperarse se analizan no solo en revistas empresariales, también en redes sociales. Cuando Dulce abre su perfil por rutina, se encuentra con muchos mensajes de apoyo y publicaciones en las que la etiquetan.

Es hija de Fernando y Blanca Espinosa, todo el círculo social lo tiene claro y más claro tiene que está alejada de su familia, pero los analíticos dicen que esta crisis también la afectará a ella. Han pasado ya dos años, pero las amistades más cercanas a sus padres no dejan de ver los escenarios paralelos.

Si se hubiese casado con Von Uckermann, quizá su familia no estuviese pasando por esto. El arquitecto habría comprado las acciones solo para darle gusto a su esposa.

Suelta una risa irónica al ver el comentario lastimero que tiene a continuación. "pero lamentablemente no la quiso lo suficiente y prefirió a otra".

«Prefirió a alguien que no te llega ni a los talones» –insistió su parte racional–. «Y en el caso que quisieras ayudar a tu familia, podrías hacerlo sola».

Gozaba de un sueldo exquisito y una posición envidiable, también contaba con una buena cuenta de ahorros y como era sabido por todos, ahora era dueña de un hotel innovador en los Ángeles.

Pero ella no ayudaba solo porque sí. Nunca le pidieron ayuda y estaba mejor así.

–Supongo que es parte de la vida. Un día estás arriba y al día siguiente estás abajo –murmura tras apagar el móvil.

–¿No has pensado en ayudarles?

–No me necesitan –responde simplemente–. Además, yo nunca hubiera comprado esas acciones. El ámbito legal no está entre mis intereses para invertir.

–Pero sí un circuito de motos –Francisco busca unir sus manos, sin éxito–. ¿Ya lo pensaste?

–Sí, y aquí no pienso poner nada. La propuesta es interesante, pero en los ángeles.

–Podrías estar cerca de tu familia.

–Cada quien está mejor por su lado –toma un sorbito de café–. Pero cuéntame algo ¿por qué tanto interés en quedarte?

Hace un par de días, Francisco había llegado con una "propuesta excelente", quería poner un circuito de motos a las afueras de la ciudad y necesitaba un inversor más. Dulce aún no tenía claro si era un intento más por conquistarla, o si realmente le apasionaban las carreras y la ciudad.

–Me encanta el ambiente, además tu familia y tus amigos están cerca y...

–Deja de hacer las cosas por mí, porque si no te has dado cuenta todavía, odio que la gente quiera quedar bien conmigo.

–Sabes que quiero lograr con esto, Dul.

Definitivamente, el diminutivo de su nombre sonaba mejor si lo pronunciaba...

–Así solo vas a espantarme y lo digo en serio. No sé, invítame a uno de tus viajes, vamos de mochileros a sur américa o algo así.

–¿Aceptarías?

–Propónmelo y veamos.

Aprovechando el desconcierto de su acompañante, Dul volvió a centrarse en las noticias de su familia. Quien había comprado las acciones era Alma Rey, la esposa de un importante abogado y parecía tener ganas de hacer reformas en el bufete. Al ver su foto le invadió un sentimiento de familiaridad, pero desapareció justo cuando leyó una parte de la entrevista que hablaba, indirectamente, de ella.

El reportero le había preguntado si era consciente de que las hijas de los Espinosa habían terminado sus estudios en universidades prestigiosas y si no temía que en cualquier momento se les ocurriera darle guerra.

"El que hallan terminado en buenas universidades no me dice nada. Han tenido la oportunidad y han demostrado no tener la capacidad de levantar el imperio".

Una aparecida no la iba a ofender de esta manera, ni siquiera la conocía y ¿ya se atrevía a tildarla de incapaz?

Enojada, Dulce tragó los últimos sorbos que le quedaban en la taza y con una seña, apuró a Francisco para salir de allí. Si algo le dolía de verdad era que hirieran su orgullo y dudasen de sus capacidades, así que mientras su "amigo" pagaba, se prometió cerrarle la boca a Alma rey.

A tanta insistencia de Christian, Christopher había salido de su oficina para comer. No había desayunado, a media mañana no acompañó a sus amigos a por el café diario, no almorzó y pensaba quedarse toda la noche a terminar los planos que le faltaban. Trabajar era la mejor forma de anestesiar al corazón, de ya no pensar más en ella, de olvidar, por momentos, la desgracia de su vida.

Su mundo pareció caerse a pedazos en cuanto empujó la puerta de la cafetería. La campanita que anunciaba la llegada de un nuevo cliente sonó justo cuando su corazón, ya echo trizas, se rompía un poquito más.

Su Dulce, la niña de sus ojos, se acercaba a la puerta con alguien más.

Ese alguien, a quien odió de inmediato, le apretaba la mano tan fuerte como él hacía hace un par de años.

Por primera vez en mucho tiempo sintió asco de algo, las ganas de vomitar lo que ni siquiera había comido se hicieron presentes y se vio obligado a dar la vuelta. No podía seguir viendo eso que tanto había temido desde que la dejó plantada en el altar.

No podía seguir viendo al amor de su vida con alguien más.

–Gracias por el café, cariño –la voz melosa de Dulce le taladró los oídos.

Lo peor del caso es que muy en el fondo, el arquitecto Von uckermann sabía que iba a pasar. La había dejado ir, y ella estaba en todo el derecho de rehacer su vida.

¡Pero cómo dolía escuchar que ya le tenía un apodo cariñoso a alguien más!

Y a él, ni siquiera en todos los años de noviazgo le había podido decir "Cariño".

Odió como nunca los apodos cariñosos, odió a las parejas que caminaban tomados de la mano.

Pero, sobre todo, odió al destino, y odió a Claudia Espinosa.

"El amor real es querer ver tu sonrisa, aunque estés con alguien más". Lo pensó, pero fue incapaz de aceptarlo.

Una vez dentro del auto, presionó el acelerador tan fuerte que el sonido del motor llamó la atención de muchos transeúntes. Pero no le importó, porque en estos momentos, con el alma ya destrozada y el corazón sin fuerzas para seguir latiendo, que le metieran a la cárcel por infracción le tenía sin cuidado.

¿De qué servía hacer lo correcto cuando ya la había perdido?

¿De qué servía querer seguirla cuidando cuando alguien más lo haría sin esconderse?

Una parte de su esencia se había quedado en la puerta de la cafetería, y el brillo miel de su mirada se había ido al verla de la mano con alguien más.

Mientras conducía, maldijo a Claudia una y mil veces, incluso, cuando no pudo aplicar los frenos al estar cerca a un poste, deseó que se muera.

Y mientras su mente se apagaba ante el ruido sordo del choque del auto con el poste, gritó cuanto odiaba a Claudia.

El vidrio del parabrisa se quebró en un abrir y cerrar de ojos, así como su mundo al ver a Dulce. Y mientras intentaba asimilar que su auto estaba empotrado en un poste, sus recuerdos viajaron al pasado.

–Hoy llorará –comentó satisfecha, cuando Christopher cerró la puerta del carro–. ¡Y más cuidado, que me ha costado un dineral!

–Yo no puedo hacer esto, Claudia... no puedo –susurró, cuando la mujer encendía el motor.

–Ya lo estás haciendo, cuñadito. No había tenido tiempo para decírtelo, pero gracias por darme gusto.

Apretó con fuerza el acelerador y el auto se alejó de la playa, del hotel y de Dulce, que seguramente, ya estaba preparándose para entrar a la iglesia.

–¡Yo no puedo hacerle esto! –gritó Christopher, abriendo la puerta.

–¡He, no te conviene! –gritó Claudia, frenando estrepitosamente–. Si quieres bájate, pero ahora mismo yo hago una llamada y se la llevan, a ella y a su maldita gemela. Así que piénsalo bien, ¿vas a bajar?

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