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CAP 18

–Señor Christopher, acaba de llegar la señora Alma rey de reverte –escuchó la voz de Lupita en el contestador–. ¿La hago pasar?

–Sí, pero antes ofrécele un café, un trago... dale lo que te pida.

En la constructora Von Uckermann los clientes eran tratados con amabilidad infinita, puesto que se conservaba la fiel creencia de que cuanto más cálido sea el trato, había más probabilidades de que los prefirieran por encima de sus competidores. Esta táctica resultó ser un éxito desde su ejecución, ya que además de cumplir con el objetivo inicial, sirvió para atraer a más personas. El servicio pulcro, la entrega a tiempo y la sonrisa de todos sus empleados explicaban a la perfección porqué estaban entre las empresas más importantes de la industria de la construcción.

También era cierto que, desde hacía un tiempo, sus fundadores llegaron al acuerdo de que a los clientes importantes y de renombre, se les tenía que dar un trato más que amable y especial. Así eran las cosas en el Márquetin, si una constructora tenía en su cartera de clientes un apellido de empresario ilustre, era buena, respetada y exitosa. Ese era el caso de Martín reverte, fundador de uno de los bufetes más reconocidos en américa. De por sí el apellido ya tenía historia, pero el abogado encontró la fórmula perfecta para dejarlo en lo alto.

Para Christopher era un honor construir la casa de Martín, ya que había elegido a su constructora muy por encima de los arquitectos reconocidos que seguramente conocía, así que se propuso no solo entregar uno de sus mejores trabajos, también darle a él y a su familia un trato más que especial. Reverte no tenía hijos. Las investigaciones que hizo junto a su secretaria le arrojaron que se había casado hace 10 años con Alma rey, una ex presidiaria acusada de intento de robo de infantes a la que defendió en un juicio largo.

–Buenas tardes, señor Von Uckermann –la mujer saludó desde la puerta.

–Buenas tardes, señora Rey. Por favor, adelante –añadió cerrando con sutileza el archivo con la información.

Christopher se puso de pie para recibir a la esposa de su cliente como era debido. Mientras él rodeaba el escritorio, Alma caminaba despacio por la oficina, saboreando el ruido que provocaban sus zapatos golpeando contra las cerámicas.

Al arquitecto esa seguridad que demostraba Alma al caminar le recordó a Dulce, pero supuso que era una jugarreta de su mente y de su corazón que se negaban a perderla definitivamente.

–Un gusto en conocerla, señora –dejó un beso suave en su mano–, para nosotros es un honor trabajar con usted y con su esposo.

–El gusto es mío, señor Von Uckermann.

–por favor, dígame Christopher. Eso de señor me hace sentir muy viejo y puede parecer, pero no lo soy.

La risa genuina de Alma consiguió que el corazón de Chris se saltase un latido. Su mente evocó una de las tantas veces en las que Dulce le había sonreído de la misma manera, y no era una exageración ni un reflejo.

Miró confundido a la mujer que seguía sonriendo, porque las risas podían ser parecidas, pero nunca idénticas.

–¿Pasa algo?

–Su sonrisa... –murmuró–. No me haga caso, estoy un poco cargado –finalizó negando con la cabeza.

Corrió una silla para Alma, le pidió el bolso y lo colgó en el respaldar. Mientras volvía a tomar su lugar tras el escritorio, el recuerdo de la sonrisa de su otra personita especial también le vino a la mente. ¿Y si Alma era...?

Se explicaba más fácil por qué la risa de su otra personita especial y la del amor de su vida se parecían, debido al parentesco que las unía. Pero ver ese mismo gesto en la cara y ese brillo especial que hechizaba a cualquiera en Alma le resultó extraño.

Lo peor vino después, cuando sus ojos chocaron con la mirada chocolate de la mujer. Tan igual a la de Dulce, tan limpia, tan profunda, tan...

¿Acaso todo era producto de su imaginación?

Mientras le mostraba los avances de la construcción, Chris analizaba a detalle cada expresión de su rostro. El pequeño lunar bajo la nariz captó su atención de inmediato, pues era el mismo que tenía ella y que tanto se esmeraba por ocultar. Movían las pestañas de la misma manera sincronizada, y dejando de lado algunos pequeños detalles, los rasgos eran los mismos.

No iba a decir que Dulce era la copia de aquella mujer, pero las similitudes que encontró ya lo tenían confundido. En su vida solo había visto a dos personas idénticas, la mujer que le había robado el sueño y...

Conmocionado, asustado y un poco aturdido, luego de terminar la reunión con la esposa de reverte, Christopher le pidió a su secretaria una investigación profunda sobre la vida de aquella mujer.

Los recuerdos de hace tres años, los secretos que se vio obligado a guardar y ese par de verdades amargas que escondía con recelo le cayeron como un balde de agua fría en cuanto se puso de pie.

El impacto lo desestabilizó un poco, así que se vio obligado a recostarse ligeramente sobre su escritorio.

Dulce lo veía como el malo de la historia, como ese desgraciado que la dejó plantada el día de su boda para irse con otra, como un farsante que nunca la amó y que solo quiso jugar con ella.

Su hermana y sus amigos le exigían explicaciones lógicas. Recriminaban con frecuencia sus acciones y decían no conocer a este Christopher.

Para sus conocidos, era simplemente el novio que dejó plantada a una mujer excepcional en el altar por cobarde. Para el mundo exterior un arquitecto exitoso que lo tenía todo.

Él se definía como el hombre más desgraciado e infeliz de la tierra. Se culpaba todos los días por haber dejado a Dulce, por no haber tomado otra decisión y ¿qué hubiera sido sí...? Era una pregunta recurrente que no le dejaba vivir en paz.

Pero el destino tiene muy claro quien es Christopher en realidad, y sabe que todo el que juzga está equivocado.

Sabe que él no es malo, ni desgraciado, ni infiel, ni mentiroso. Tiene claro que solo ha sido culpable de hacer hasta lo imposible por proteger a Dulce por sobre todas las cosas, incluso por sobre su propia felicidad. También reconoce que, en ese proceso de intentar ser el héroe, terminó lastimándola más que nadie.

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¿Dulce debía sentirse la mujer más feliz del mundo, ¿no?

Hacía poco más de una semana había puesto punto final a una historia con trama terrible y personajes desesperantes. El desenlace fue triste, pero tenía puntos suspensivos como indicio de que la protagonista tenía mucho por recorrer. Ahora, sin el desgraciado que le había roto el corazón en más de una ocasión.

Ahora estaba saliendo con un hombre atractivo, conocedor de la vida, divertido y un "alma libre" tan igual que ella. <No le fue difícil encontrar pretendiente, así que, si se seguía la regla, Dulce tendría que estar rebosante de alegría.

No obstante, mientras Francisco le hablaba de un paisaje natural a las afueras de la ciudad que quería fotografiar, ella tenía la vista fija en el líquido negro de su taza, y no le estaba prestando atención porque su mente le jugó una mala pasada al traer a Christopher a la partida.

¿Por qué pensaba en su sonrisa y en su voz cuando ya había decidido olvidarlo?

No lo buscó, pero una serie de recuerdos viejos llegaron a su mente con fuerza para hacerle tambalear. Y pese a que puso todo su esfuerzo en no dejarse dominar, su corazón le traicionó sin vergüenza cuando comenzó a latir de manera descoordinada.

Un hombre más que atractivo en frente, un lugar caro y elegante, su café favorito entre sus manos y la promesa de un nuevo comienzo tatuada en su parte racional. Era la combinación perfecta, y ella lo sabía, pero lamentablemente, su corazón se negaba a aceptarla.

No podía disfrutar las salidas puesto que cada que lo intentaba, el recuerdo de Christopher se colaba como queriendo marcar territorio y de paso, con el objetivo de dejar claro que no lo iba a olvidar tan fácil.

Eso era frustrante.

–¿Me estás escuchando, preciosa? –preguntó Francisco, apretando una de sus manos.

–Claro que sí –sonrió para compensar su demora en responder.

–¿Entonces, aceptas? –ella cerró los ojos un poco aturdida y el rio.

–¿Qué?

Se sintió estúpida. Apretó fuerte el asa de su taza y cerró los ojos, maldiciendo a sus recuerdos una y otra vez.

En un intento por minimizar el percance, se llevó la taza a la boca. Le dio un par de sorbos que le supieron a gloria, ya que el café tenía el poder de relajar todo su sistema.

–Te decía que yo sé que es muy pronto –empezó Francisco, con una sonrisa que la aturdió un poco, no era la de Chris–, pero... yo quería... ¿quieres que lo intentemos?

Escupió el café que había bebido, justo al tiempo que la taza se le escapaba de las manos.

Como recurso de escape podía pedirle que se explique mejor, sin embargo, eso era algo que usaba la gente estúpida e incapaz de pensar.

"Acepta, no pierdes nada con intentarlo" –escuchó una vocecita de la consciencia.

"Si lo haces, vas a cometer un error. Tú no estás enamorada y..." –intentó el corazón.

"Para eso lo vas a intentar. Enamorarse toma tiempo y mientras más lo conozcas..."

"No vas a poder porque estás enamorada de Christopher y el Clavo saca a otro clavo aquí no sirve".

"Lo que sientes por Christopher no es amor. Solo estás confundida y qué mejor que Francisco para seguir con tu vida"

"Seguir con tu vida no significa forzar sentimientos"

"Nadie va a forzar nada" –calló su mente–. "No pierdes nada con darle una oportunidad. Si funciona, súper bien, si no, al menos lo has intentado ¿no?"

La vida ponía oportunidades en frente, y era decisión de uno tomarlas o dejarlas.

Dulce estaba cansada de sufrir, de estar enamorada de alguien que hacía mucho tiempo ya no sería nada por ella. El saberse la novia que no olvidaba fácil, que se había quedado en el pasado y que tenía que soportar ver a su ex con su nueva pareja era agotador.

El no poder ser feliz, el dormir sola por miedo, el no sonreír ni caminar de la mano con alguien le frustraba muchísimo. Así que optó por silenciar a su corazón, y se prometió intentarlo, porque la historia de la mujer plantada en el altar ya tenía un final y epílogo perfecto.

–Vamos a intentarlo –concedió tras un largo silencio–. Lo vamos a hacer si tú estás dispuesto a tenerme paciencia y a ir despacio.

–Todo lo que quieras, Dul.

El diminutivo no le gustó para nada, sonaba mejor en los labios de...

Justo en ese momento su móvil comenzó a vibrar y el nombre de su padre apareció ocupando toda la pantalla. Su corazón se saltó un latido, pues hacía muchísimo tiempo no hablaba con él.

–Perdóname, tengo que contestar –se alejó de la mesa–. ¿Sí, papá?

Un sabor amargo le recorrió la boca al pronunciar la última palabra. Muy en el fondo, su mente se moría por quitarla de la frase al creer que no existía motivo para usarla.

El título de padre se gana, y Fernando nunca hizo gran cosa para lucirlo.

–Hola, princesa –Dul pareció recibir un golpe fuerte al centro del estómago y sus ojos se llenaron de lágrimas–. ¿Por qué no me contaste que estabas en México?

–¿Para qué? –espetó sin tacto–. Al final de todo no iban a tener tiempo ¿no? ¿por qué querrías verme después de dos años cuando en ese tiempo ni siquiera te atreviste a ir a visitarme?

–Hija, si no lo hice fue porque...

–No te estoy pidiendo explicaciones. ¿Qué quieres?

–Quiero verte, mi amor.

Eso le había dolido muchísimo y el significado de la frase estuvo a nada de hacerle flaquear, sin embargo, recordó a tiempo que estaba acompañada.

–Yo no –se pasó una mano por los ojos.

–Mi amor... te extraño mucho. Quiero abrazarte, quiero...

–Para eso tuviste años, papá. Pero no parecías extrañarme mucho cuando te ibas de viaje sin siquiera despedirte de mí. Ahora soy yo la que no quiere verte, porque no me haces falta.

En parte mentira, en parte verdad. Siempre necesitó de cariño y palabras bonitas provenientes de sus padres, no obstante, la vida le enseñó a ser fuerte y a valerse por sí misma, sin necesitar de otros para estar bien.

–Mi vida, yo...

–Ya déjalo, papá –interrumpió cansada.

–¿Ven a cenar esta noche a casa, ¿sí? –suplicó Fernando Espinosa del otro lado–. A tu hermana y a tu madre les va a dar mucho gusto verte y...

–Lo dudo –rio sin ganas–, nunca les he importado lo suficiente, ni a ellas, ni a ti.

–No digas eso, Dul –el hombre estaba a nada de llorar–. Dime que sí vendrás, por favor.

Pese a todo el daño que le hizo sin darse cuenta, Dulce todavía lo quería mucho. Era su padre, y si había algo que no se podía negar, era precisamente eso.

También quería a su madre a pesar de su desamor, de su desapego, de su desinterés y esa mirada de rencor que le lanzaba con frecuencia.

Su mente se reusaba a aceptarlo, pero su corazón todavía guardaba un especio pequeñito para ellos.

Así que aceptó, sin muchas ganas, sin esa alegría genuina que se supone despierta cuando vas a ver a tus padres.

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–Lo estamos perdiendo todo, mamá –se quejó Claudia, al tiempo que golpeaba fuerte la mesa del comedor–. A lo mejor a ti no te afecta, pero más adelante a mí sí. ¿Sabes que ese poco porcentaje de acciones que tenemos lo vamos a dividir entre dos, y yo me voy a quedar sin voz ni voto cuando eso pase?

A blanca Guadalupe tampoco le hacía mucha gracia deshacerse de gran porcentaje de sus acciones, por eso hizo hasta lo imposible para no ir a la reunión de compra y venta.

Entre las muchas cosas que compartían madre e hija estaba el nivel de vida lujoso y extravagante que, de hecho, les había orillado a vender las tres cuartas partes de sus acciones totales. La familia espinosa estaba a nada de quedarse en la ruina, y la única forma de no venirse abajo era rematando parte de su corporativo.

–A Dulce no le interesa la empresa, Claudia. Así que no va a reclamar nada en un futuro.

–¿Cómo estás tan segura? Papá ya hizo su testamento y...

–Está en México y no se ha dado ni una vuelta por la empresa ¿de verdad crees que le interesa? No va a reclamar nada. Tu hermana es una desobligada y malagradecida, mira que no venir a visitarnos –cada palabra venía cargada de veneno letal.

–¿Sabías que estaba en México?

–Una amiga la vio el otro día con Anahí. Pero por una parte es mejor que no se halla aparecido por aquí, cuando está lo arruina todo y lo que quiero ahora es estar en paz para asimilar todo esto.

–¿Asimilar que ahora alguien tiene casi todo lo que nos pertenecía? Fíjate que yo nunca me voy a hacer a la idea, Mamá. ¿acaso no podías buscar otra alternativa?

–¿Y cuál otra, Claudia? –Blanca se levantó de la silla, exaltada–. No teníamos dinero y nos iban a quitar la casa, teníamos que pagar la hipoteca. ¿Acaso hubieses preferido quedarte en la calle y con acciones que cada día se desvalorizan más? gracias a la transferencia de acciones ahora estás comiendo, estás en tu casa y nadie habla mal de nosotras.

–Que bonito por ahora ¿verdad, mamá? Te recuerdo que cuando papá muera, todo esto se va a dividir en dos, y yo me voy a quedar sin nada. No sabes cómo me gustaría.

–¿Cuándo pensaban decirme que Dulce estaba en México?

Blanca le hizo una seña de silencio a su hija a medida que se daba la vuelta para enfrentar a un furioso Fernando Espinosa. Tenía el teléfono en la mano y lucía más abatido que nunca.

–¿Dulce está en México? –la sorpresa que fingió fue poco creíble–. No sabía nada, mi vida.

Fernando podía seguir reclamándole y empezar una nueva discusión, más no tenía ánimos ni ganas de hacerlo. Así que luego de asentir, miró a su hija a la espera de una respuesta clara.

–Si ella no nos dijo nada es porque no quería que nos enterásemos, ¿no crees? Seguro no quiere vernos y no la podemos forzar.

–¿Y por qué será, ¿no?

–¿Por qué más va a ser? Porque es una malagradecida –chilló Blanca–. Y aquí no hay punto de discusión, si no ha venido, mejor para todos porque así estamos en paz.

–¡Es tu hija, Blanca!

–Hija que te recuerdo, yo nunca pedí –susurró con cautela.

–Fuiste tú quien se empeñó en tenerla con nosotros. La separaste de su...

–¿Cállate, quieres? deberías agradecer que al menos, te permití que te quedaras con una.

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