CAP 16
--------------------ACTUALIDAD---------------
Dulce llegó a creer que el destino la había elegido para ser la protagonista de una de esas historias dramáticas que tan bien le salían escribir. No supo si la novela inició el día en que conoció a Christopher, cuando él la dejó plantada o ahora, que se encontraba a pocos pasos de ese árbol al que, siete años atrás, se había aferrado para no derrumbarse.
Como cosa increíble, ese árbol seguía en pie. Un poco más grande, viejo y sin tantas ramas, pero vivo. La falta de hojas por culpa del viento de otoño que ya se iba no pareció ser un problema, puesto que seguía igual de imponente.
–Christopher tiene que ver esto –murmuró sonriente.
Él debía ver esto, y entonces, mirándole triunfante, ella podría decirle: "El tiempo no conoce de lamentos, han pasado dos años y todo ha cambiado, la vida no se detiene y ya te he olvidado".
Lo último era falso, pero nadie iba a refutar nada si tenía una prueba tangible como el nuevo aspecto del parque. Una pileta con forma de cisne resalta justo al centro, otras 2 del mismo modelo se encuentran a cada extremo, y hay más áreas verdes de las que recordaba.
Le faltó la supervisión de un buen arquitecto, pensó, y casi al instante se golpeó el pecho con fervor. Para su gusto no había quedado tan bien, pero lo que aquí importaba era el cambio indiscutible.
Junto a su entonces novio, visitó este mismo parque por última vez hace casi dos años y medio para hacer un picnic absurdo. No toleraba la rutina del arquitecto y necesitaba desconectar del caos de su próxima boda, además le encantaban hacer estas cosas cursis en lugares... "extraños".
¿Por qué actuabas así, Dulce María? Le preguntó su consciencia en cuanto se proyectó sentada en el suelo, con la cabeza recostada en el pecho de aquel ser insignificante.
Gritó al ver en ese recuerdo su sonrisa embobada al escucharle hablar. ¡No era Dios, ni un ser mitológico digno de admirar!
Mirando el panorama en retrospectiva, el arquitecto no era tan guapo ¿verdad?
«Nada de otro mundo. En los ángeles hay sementales», acotó su parte racional.
«Nunca encontraste esa sonrisa, ni esa mirada intensa en la que te perdías todas las noches, ni esa voz ronquita que te dejaba sin aliento, ni esos brazos que siempre...»
–¿Qué mierda?
El corazón solía hacerse presente en el momento menos indicado, con reflexiones tan absurdas que parecían haber olvidado todo lo que sufrió por su culpa. Pese al engaño, seguía latiendo por él, y de vez en cuando, como hoy, se rebelaba ante lo correcto para traer recuerdos.
A Dulce le gustaría deshacerse de ese músculo traicionero, culpable de que, pese a sus mil y un intentos, Christopher no sea solamente una cicatriz.
Porque ahora que estaba sola, frente a ese árbol del destino, podía reconocer a su pesar, que, aunque lo gritara a los cuatro vientos, aunque fingiera que ya era parte del pasado y que no le afectaba nada, su corazón todavía bombeaba fuerte al escuchar su nombre. Y se desgarraba un poquito más cada que el flash del engaño se hacía presente.
Y saltaba siempre que recordaba un beso, una palabra, un momento, una sonrisa...
y luego, cuando ella está vulnerable, relega de sus funciones principales a la razón para imponer sus deseos. Como esa noche en el jardín, por ejemplo.
La razón y el corazón iniciaron, exactamente hace dos años, una batalla que escapa de su control, una batalla que día con día la deja más dañada y hace casi imposible que logre lo que se propuso.
No sabe qué hace aquí, ni como llegó, ni que está esperando para irse, ni siquiera porqué está en casa de Anahí.
No tiene claro porqué un dolorcito insoportable se instala de su cuerpo al pensar en él, en su nueva realidad y en el futuro que tiene junto a su esposa.
No entiende nada cuando lanza una piedra que encontró por ahí hacia el otro lado. Ni cuando patea el tronco del árbol fuerte después de un rato.
No sabe ni entiende nada al momento de echarse a llorar como años atrás.
Esta vez, él no llega con el perro y la abraza. No puede hacerlo porque llora por su culpa, por sus mentiras, porque aún lo sigue amando. Dulce tiene que levantarse sola, consolarse sola y después irse a tomar una cerveza a ese bar sola.
–la vida se equilibra sola, Dulce –se repite levantando la copa–. Y va a equilibrarse cuando te largues de esta maldita ciudad.
Ruega mentalmente para que este sea el final de la historia dramática que el maldito y asqueroso destino quiso escribir con su vida. Solo quiere estar en paz, que ya no hallan más casualidades, ni encuentros, ni nada que le vuelva a unir a él aparte de la boda de Anahí. Es más, ese día se podría escribir un epílogo que termine justo cuando ella atrape el ramo y grite a los cuatro vientos que puede volver a enamorarse y que muy pronto se casará, muy lejos. Está cansada de sufrir, de ser ese títere que tiene que seguir al pie de la letra lo que estipula su escritor.
***
–Hilda, ¿de casualidad viste un portafolio rojo?
–El otro día guardé todos los portafolios de tu habitación en la biblioteca. Pero no recuerdo ver un portafolio rojo ¿no lo habrás dejado en tu oficina?
–De allí vengo, y no hay nada. También he buscado en la biblioteca, y no está.
–Siempre te he dicho que tienes que ser ordenada con las cosas. ¿Es tan importante?
–Demasiado. Necesito el testamento de mi padre y las escrituras de la casa de Cuernavaca, y en ese portafolio guardamos todo lo que tiene que ver con eso.
–¿Para qué quieres eso, niña?
–mi padre dejó estipulado que esa casa sería mía en cuanto me case, y bueno... Christopher me pidió que vaya adelantando todo el papeleo, ya sabes. Él ahora está en otra onda y me juró que yo tenía ese portafolio. ¡pero no está!
Según ella, la última vez que vio ese portafolio rojo fue exactamente un mes antes de la fallida boda de su hermano. Al igual que ella, Christopher debía recibir de herencia una casa en un valle cercano, y como Anahí estaba más familiarizada con esos trámites, se ofreció a hacerse cargo.
Ani y Chris acordaron desde un inicio hacer las cosas tal como se estipulaban en el testamento de su padre. Desde el fideicomiso, las inversiones en bolsa, las acciones y propiedades, hasta la pensión que recibirían cuando sean viejitos. Prometieron que por nada de mundo adelantarían ni retrasarían nada, como una manera de homenajear a quien en vida fue el fundador del imperio Von Uckermann.
Por eso, a casi nada de su boda, le urgía encontrar ese portafolio con los permisos necesarios para tramitar el traspaso de escrituras. Estaba más que estresada, desesperada y ansiosa, y estos esfuerzos le resultaban sumamente perjudiciales. Las arrugas, el semblante, el cabello.
–¿No lo tendrá tu hermano?
–él dice que no, pero yo no me voy a quedar con la intriga. Iré a buscar a su despacho.
–Pero él no quiere que...
–Él no quiere que su esposa ingrese, yo puedo hacerlo y esto es una emergencia.
La advertencia de Hilda no tuvo el efecto deseado, Anahí subió las escaleras ignorando a su nana para dirigirse a al estudio de su hermano. El olor que la envolvió al cerrar la puerta era una mezcla extraña entre madera, licor y un perfume que su hermano había dejado de usar hace mucho tiempo. Las paredes la transportaron al pasado con las fotos y los diplomas bien enmarcados, y el retrato que yacía al fondo le recordó a su mejor amiga.
«Para que siempre te acuerdes de mí». fueron las palabras de Dulce, cuando Christopher destapó el regalo en su cumpleaños número 20.
Tomó una fuerte bocanada de aire antes de comenzar a buscar. Chris tendía a ser un poco olvidadizo, así que no le sorprendería si lo encontraba por aquí. Rebuscó entre portafolios de la universidad, carpetas repletas de planos, libros raros y nada.
–Tienes que aparecer, por piedad –susurró mientras abría el primer cajón del escritorio con la llave que encontró, solo segundos antes, en la porta lapiceros.
Al parecer, Christopher no servía para esconder cosas.
Ya había buscado en todos los estantes del estudio, solo le faltaban los cajones y aunque le resultó un poco invasivo, no pudo arrepentirse. Ya luego le explicaría todo, confiaba ciegamente en que él no se enojaría. Siempre había sido su princesa y le perdonaba todo, así que estaba a salvo.
Miró con cuidado el contenido del primero, pero lo cerró casi al instante. Tenía una guitarra vieja, carritos de colección y las plumas que su padre solía usar para firmar cosas importantes.
–¡aquí estás! –Chilló de emoción al abrir el segundo cajón, en donde vio el portafolio inconfundible.
Tenía las iniciales de su padre al canto, así que no tardó en tomarlo. Quizá por la emoción o la desesperación, en el proceso, dejó caer una serie de papeles que se desparramaron por el suelo.
Tras dejar el portafolio sobre el escritorio, se puso de cuclillas para recoger el pequeño desastre. Levantó el primer grupito de papeles grapados y los reconoció como el acta de matrimonio.
Registro civil de Monterrey, 06-08-2016.
Christopher Alexander Von Uckermann Portilla y Muriel Hernández del Águila.
Testigos: Luis Párraga y...
No podía ser. Seguro estaba leyendo mal. Enfocó los ojos otra vez, suspiró profundo y leyó el nombre del último testigo.
Claudia Blanca Espinosa Saviñón.
–¿Claudia? –sintió que el corazón se le detuvo un instante.
¿qué hacía Claudia en el matrimonio de su hermano?
¿Qué hacía la hermana de Dulce allí, como testigo?
¿Qué hacía la mujer que siempre había envidiado a Dulce viendo como es que Christopher se casaba solo horas después de haber abandonado a su novia?
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