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CAP 15

La herida que le dejó el haber perdido a Blanca seguía abierta. Ha pasado una semana desde que la enterraron y desde que vio a su ex novio en la cama de su otra hermana. También hoy se cumplían siete días de aquel encuentro con el extraño que además de abrazarla mientras lloraba, se tomó un tantito de tiempo para escucharla. Hasta entonces Dulce no sabía que necesitaba desahogarse, ni que recordar la voz del chico guapo sería el impulso con el que se levantaría todas las mañanas.

Lo malo del asunto era que, pese a haberse mentalizado que se trató de un encuentro casual, no podía olvidarlo. Un par de veces se arrepintió por haber arrugado la servilleta, y el nombre de aquel Chico guapo revoloteaba en su cabeza frecuentemente.

«Christopher».

Llegó a creer que era precisamente ese nombre el que le trajo tanta buena suerte. Además de conseguir trabajo como encargada de una librería por las tardes, encontró un departamento a muy buen precio. Lo compartía con una estudiante de ginecología de tercer semestre que resultó ser un pan de Dios, o bueno, hasta el momento; porque Dulce María tenía claro que no podía confiar.

–Hice un pastel de vainilla ¿quieres que te sirva un poco? –preguntó Maite, su compañera de piso, cuando la vio salir de su habitación.

–Gracias –se sentó en una de las bancas altas–. ¿Esperas a alguien?

–A una amiga. La invité a cenar ¿no te molesta, ¿verdad?

–Para nada, es tu departamento.

–Nuestro –la morena puso el plato en la mesa.

–Gracias.

–No es por nada, pero me queda delicioso.

–Es raro ¿sabes? –opinó llevándose un trozo a la boca–. Como que la cocina no es compatible con la medicina. O bueno, con ginecología.

–Más bien creo que se complementan. ¿qué tal?

–Me encanta.

–Está echo con leche de almendras, es que el hermano de mi amiga es intolerante a los lácteos y a veces viene a llevarse un poco de lo que preparo. ¡ah! Por cierto, estudia arquitectura, como tú –a Dulce parece no importarle el dato–, si necesitas ayuda con algo, él podría echarte la mano.

–Gracias por el dato –responde restándole importancia.

–Y si necesitas ayuda legal, mi amiga está estudiando derecho.

Dulce movió la cabeza un poco extrañada. En primer lugar, odiaba pedir ayuda y así fuera el mejor arquitecto de su generación, no se la pediría a un ser que ni siquiera conocía. En segundo lugar, no recordaba haberle pedido a Maite datos tan irrelevantes.

¿para qué le serviría a ella una estudiante de derecho?

–Si tu padre se niega a seguir pagando la universidad, ya tienes a alguien. No podrá llevar el caso, pero es muy ingeniosa y seguro se le ocurre algo.

Dulce soltó una carcajada como agradecimiento antes de centrarse en terminar el pastel. Estaba delicioso, tanto, que después de un rato se descubrió pidiendo un poco más. La morena se mostró contenta por el resultado del postre, puesto que, hasta el momento, este había sido el segundo acercamiento más largo entre ambas.

Maite dejó de lado el cuchillo para abrir la puerta mientras la pelirroja se apresuraba en preparar una taza de café. No le interesaba conocer a la amiga de su compañera de piso en lo más mínimo, además mañana tomaría un examen bastante importante así que necesitaba estudiar.

–Espero que hallas preparado el pastel con leche de almendras.

Mierda, pensó ella, cuando el agua caliente que intentaba servir se derramó en su mano.

Su mente hizo un corto circuito al creer reconocer esa voz, que una semana atrás le dijo que la vida se equilibraba sola. Vio su sonrisa, sus ojos...

Definitivamente, se estaba volviendo loca.

Christopher era un desconocido y la vida no podía ser tan desgraciada como para volver a ponerlo en su camino. No, porque se había mostrado vulnerable ante él y porque para acabarla, le terminó contando toda su vida.

–Dulce –le llamó Maite–, ¿estás bien?

–Solo se derramó un poco de agua.

–Bueno, te presento a Anahí, mi mejor amiga –ella levantó la cara y le sonrió a la rubia que apareció en su campo de visión.

–Mucho gusto, Dulce. Maite me habló mucho de ti.

–El gusto es mío –volvió su atención a la tarea anterior–. Termino esto y las dejo solas, no se preocupen.

–Mai, apúrate, por favor. Tengo que terminar unos planos para mañana y....

Dulce se arrepintió de haber buscado a la voz con la mirada. Recostado en el marco de la puerta de la cocina, con una sudadera del Barcelona, estaba el tal Christopher, ese que le había invitado una cerveza hace 7 días.

–Hola, linda –se frustró por no haber insistido más con preguntarle su nombre.

Un cosquilleo extraño recorrió el estómago de Christopher al encontrarse nuevamente frente a la pelirroja. Tenía el cabello recogido en un moño poco elaborado, restos de pastel decoraban sus labios haciéndolos ver... diferentes, y una expresión de querer que la tierra se la trague adornaba su rostro.

Se pasó toda la semana pensando en ella. En sus lágrimas, en los sollozos, en su historia, y por, sobre todo, en aquella sonrisa perfecta que lo dejó atrapado.

Christopher Von Uckermann se caracterizaba por ser perseverante y optimista. Aunque esto se vio un poquito debilitado en esta última semana, luego de que la hermosa pelirroja arrugase la servilleta con su número. Las probabilidades de volver a coincidir eran nulas, sobre todo aquí, en la casa de la mejor amiga de su hermana; esa misma casa que le había ofrecido y que ella rechazó, asegurando que tenía otro lugar en mente.

–No intentes coquetear en mi casa –regañó la morena–. Dulce, este es el hermano de Anahí, Christopher. El arquitecto del que te hablé. Chris, te presento a Dulce, mi Roommate.

Chris sonrió victorioso. Se llamaba Dulce, y vaya que sí era dulce. Aquella sonrisa que vio el otro día lo confirmaba.

La presentación apresurada de Maite obtuvo como única respuesta silencio. Anahí, recostada ligeramente sobre la barra, intercaló un par de miradas entre su hermano y la pelirroja. Tuvo desde siempre un sexto sentido para descifrar la situación, y ahora le decía que ellos ya se conocían.

El dilema del arquitecto es complicado. Se debate entre preguntarle cómo está y bromear sobre el destino, o actuar como si recién acabase de conocerla. No hace nada, debido a que no sabe cuál es la reacción que ella espera.

–Hola, Christopher –saluda tragándose el nudo de la garganta.

Su nombre nunca le había gustado tanto como ahora. Definitivamente, cuando ella lo dice suena a gloria.

–Hola, Dulce.

Se siente mal, frustrada, enojada y quiere llorar. Sin embargo, no puede darse el gusto de derrumbarse delante de él otra vez. Maldice a la vida por su jugarreta tan fuera de lugar, volver a encontrarse en un mismo lugar es humillante. Su orgullo parece pisoteado, su dignidad arrugada, su filosofía de vida traicionada.

Maite no se ha dado cuenta de que el ambiente está tenso. Se encuentra bastante entretenida en servir una buena porción de pastel, que pasa por alto cuando Dulce hace caer, por pura casualidad, una bandeja llena de manzanas.

–Te ayudo –ofrece Chris, arrodillándose en el suelo.

–Si quieres –contesta simplemente–. Lo lamento, Maite, no me fijé.

–No pasa nada –la morena ya lo ha notado–. ¿Buscabas algo?

–Una bandeja para llevarme el café y el pastel.

Deja que Christopher recoja el resto de manzanas, ya que no tolera estar tan cerca. Su olor, su presencia.... Todo le recuerda al momento de debilidad de hace una semana.

–Cómo ¿no te quedas a cenar con nosotras? –pregunta Anahí queriendo averiguar algo.

–No puedo, mañana tengo un examen importante.

Odia dar explicaciones, sin embargo, las da. Y segundos después, se arrepiente.

–Tú misma has sido testigo de las veces que se ha desvelado tu hermano por estudiar, entiéndela. También va a arquitectura.

Para Dulce son simplemente coincidencias. Primero el encuentro del otro día, segundo este y tercero, que estudien la misma carrera. Para él, en cambio, es el destino.

Se enoja con la vida, con las malditas coincidencias, consigo misma. A veces el estar vulnerable te lleva a actuar de maneras inimaginables de las que, en un futuro no tan lejano, te arrepentirás y desearás borrar, retroceder el tiempo o cualquier otra alternativa eficaz.

Tras la muerte de Blanca supo que debía enfrentar la vida sola, enfrentar sus errores. Pero nunca imaginó que además debía hacerles frente a las casualidades de la vida.

Chris le agradece al destino, a los ángeles divinos, al universo y a todas las constelaciones. No identificaba porqué, pero le hacía mucha ilusión compartir más de una cosa con ella.

La vería no solo en casa de Maite, también en la universidad.

–Que maravilla –Chris dejó la bandeja en su lugar–, ¿te gusta la carrera, Dulce?

–De lo contrario, no la hubiese elegido.

Su respuesta es tosca, tanto, que deja a Chris por un momento rezagado.

La verdad es que cuando escuchó su nombre en ese timbre tan ronco, algo se quebró en su interior. Se asustó tanto, que decidió ignorar la reacción dispareja respondiendo rápido.

–¿Se conocen? –Any aprovecha que su hermano se queda sin palabras para preguntar.

–Yo... es...

–Nos vimos el otro día en un parque –lo interrumpe, cargando la bandeja con la cena–. Ahora, si me permiten, permiso.

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Odia levantarse temprano, sobre todo si es culpa del sonido insistente y poco melódico del timbre. Maite no está en casa, así que con los ojos rojos y el cabello enmarañado corre a hacerse cargo de la situación. Tiene un pijama de unicornio que consiguió el otro día de oferta en el supermercado, porque no se puede dar el lujo de gastar mucho; al menos, hasta que se contacte con su padre para hablar de la mensualidad.

Ella no espera visita de nadie, por ello, ni bien descuelga el intercomunicador, habla.

–Maite no está. Adiós.

–No vine a verla a ella, vine a verte a ti –alcanza a oír antes de devolver el telefonillo a su lugar.

No está loca. Christopher, ese arquitecto que le viene persiguiendo desde hace un tiempo, ha venido a verle.

Desde aquel terrible reencuentro no se han vuelto a cruzar. Siempre ha visto la manera de huir cuando él viene por alguna u otra razón, es más, según Maite, nunca antes había venido a su casa con tanta frecuencia.

Quiere colgar, la invade un impulso para hacerlo. Lamentablemente, algo la frena, ese mismo algo que la frenó en el parque cuando quiso huir.

–No entiendo para qué.

–Te compré empanadas. Supe que no tienes clases hasta hoy al medio día, y como Maite salió tan temprano, pensé que a lo mejor no tenías qué desayunar.

Perfecto, ahora sabía que en la cocina era un desastre.

¿O se lo había contado? No se acordaba, y ahora eso era lo menos importante.

Dulce le abrió la puerta de mala gana, pero en seguida se arrepintió, cuando supo que él la estaba viendo tan mal arreglada.

–Bueno, gracias por las empanadas. Ya puedes irte –le quitó la bolsita.

–Me estás evitando –afirmó al ver que le volvía a dejar la salida libre.

–¿Perdona? ¿por qué tendría que hacerlo?

–No lo sé, dime tú.

–No somos amigos ni nada por el estilo ¿por qué tendría que hablar o estar contigo?

–Porque quiero conocerte un poco más. Dulce, desde el encuentro en el...

–Olvídate de eso. Borrón y cuenta nueva, has de cuenta que eso nunca pasó ¿OK?

–Es que sí pasó. ¿Me estás evitando por lo de ese día?

–Si te conté todo lo que te conté fue porque juraba que no volvería a verte, y ¡mira esta porquería!

–Puedes querer muchas cosas, pero el destino...

–El destino no existe, es una maldita coincidencia y ya –hace una pausa para tomar aire–, ¿ahora entiendes porqué digo que la vida está en mi contra? Si tan solo hubiera controlado un poquito mis impulsos.

–El hubiera no existe, Dulce. Pero el destino sí.

–Ya déjalo, Christopher. Solo..., solo... solo olvida que me conocías de antes para llevar la fiesta en paz. Odio que la gente me vea vulnerable y tú ya me has visto así –se sincera.

–Y si ya me has abierto un poquito tu alma ¿por qué no dejas que te conozca un poco más?

–¡porque no quiero! Porque ya fue suficiente y no puedo verte a los ojos sabiendo que he llorado en tus brazos. Esa no es la parte que yo quiero que la gente conozca de mí.

–Entonces deja que conozca la otra parte de ti, Dulce.

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