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CAP 13

-----------------SIETE AÑOS ANTES-----------------

A Dulce Espinosa le tocó aprender de los golpes de la vida, hacerse fuerte con el tiempo y armar un mecanismo de defensa para afrontar su destino. Marcada por el desprecio inexplicable de su madre, la indiferencia de su padre y el odio de Claudia, su hermana del medio, se vio obligada a construir una filosofía de vida distinta. No podía verse vulnerable pese a que el mundo se le estuviese rompiendo a pedazos. No debía llorar en frente de la gente, porque inspiraba lástima.

Eso explicaba perfectamente la expresión neutra que adornaba su rostro en el funeral de la persona más importante de su vida. La que le había enseñado a amar, y la que le dio a "Familia" un significado concreto. Su confidente, amiga y consejera. Quien prefería ser castigada en su lugar, su hermana mayor, Blanca.

La tierra no solo cubría el cuerpo de su hermana, también una parte de su alma ya desgarrada. Tuvo que apretar los ojos con fuerza para no echarse a llorar en cuanto el cajón desapareció de su vista por completo. Se sintió vacía, desorientada, sola. Ahora sí ya no tenía a nadie, era el momento de afrontar su realidad sola, sin el refugio de un abrazo o de una palabra de aliento.

–Cuanto siento la pérdida, Dulce –la palmadita que le dio la amiga de su madre le resultó patética.

Así siguieron otras tantas palabras de supuesto consuelo. El protocolo del funeral le resultaba tan falso y patético a la vez, ya que ninguna de las personas reunidas alrededor sabía lo que en realidad estaba sintiendo.

–Compórtate y agradece –le murmuró su madre, apretándole el brazo más de lo necesario.

–Déjame –exigió en un tono más alto.

–No me faltes el respeto, niña. ¿Acaso no sabes dónde estamos? –clavó las uñas en el brazo de su "hija".

–estamos en el funeral de mi hermana, no en una de esas reuniones ridículas en las que compiten por quien tiene los mejores modales y el mejor estilo. La que no lo diferencia eres tú.

Blanca quería gritarle, pero no se podía dar el lujo en medio de tantas figuras importantes de la élite. Optó por quitarse las ganas apretando fuerte el brazo de Dulce, que no tardó en soltarse sin tener la más mínima delicadeza.

–Ya no soy una niña, Blanca –espetó furiosa–. Y este moretón que estoy segura me has dejado, puede ser prueba suficiente para denunciarte.

–¡No me amenaces!

–Tómalo como quieras. Pero en tu vida vuelves a tocarme.

–¿Quién te has creído para...?

–Antes no hacía nada porque estaba ella, pero ¿sabes qué? Ya no está –la voz se le quebró un momento–. Y ahora te voy a dar guerra, porque he soportado demasiado y ya no más.

–¿Qué has soportado demasiado, dices? –se burla–. La que ha tenido que soportarte todos estos años he sido yo.

Dulce quiso preguntar por qué tanto desprecio, sin embargo, su orgullo no le permitió flaquear.

–Ya no vas a tener que hacerlo más –la mirada desafiante que lanzó era capaz de congelar a cualquiera–. Me voy de la casa.

–¿Y de qué vas a vivir, muñequita?

Fue una bofetada atroz. Así solía llamarle su hermana, que, aunque tenía el mismo nombre que su madre, eran completamente diferentes.

–No te importa.

Antes de que Blanca pudiese replicar, apareció Fernando, que parecía bastante afectado por la situación. A Dulce le resultó hipócrita, puesto que nunca había sido un padre cariñoso ni presente. ¿acaso se arrepentía de su desinterés?

–Dejen de discutir ¿sí? No es momento.

Si él se había dado cuenta, existía la posibilidad de que los presentes lo hallan notado también. Y eso, sinceramente, a Dulce María le tenía sin cuidado.

–Para ti nunca es momento, papá –le refutó–. ¿también quieres guardar apariencias? ¿fingir que eres un padre afectado pese a que nunca estuviste para ella?

–¡sí me duele! –sus ojos estaban a punto de desbordar–, y no quiero fingir nada. No sabes como me gustaría retroceder el tiempo y...

–Ya, papá. Déjalo –tomó su bolso del suelo–. A mí tus palabras no me conmueven. Y el tiempo no se puede retroceder.

–Pero todavía puedo arreglarlo, contigo.

–No voy a ser el reemplazo de Blanca. Y gracias, pero ya he aprendido a vivir con tu ausencia –soltó antes de mirar a su madre–. Yo me voy, porque este funeral es tan falso como la familia que dices tener.

Se acercó al nuevo lugar de descanso de su hermana, miró la lápida y suspiró, derrotada. Sabía que tenía que dejarla ir, pero qué difícil era siquiera pensar que ya no la volvería a ver nunca más. Quería decirle tantas cosas, echarse a llorar ahí mismo, no obstante, se dio la vuelta y salió, sin despedirse de nadie.

El trayecto a casa le sirvió para intentar procesar lo ocurrido. La imagen de su hermana desangrándose en una camilla no le dejaba en paz. Pensó en las muchachitas que podrían estar sufriendo lo mismo, y en el montón de culpa que tenían los padres. Porque cuando analizaba todo, comprendió que la responsabilidad de una tragedia como esa era compartida.

Blanca Espinosa se sumó a la larga lista de jovencitas desafortunadas que perdían la vida al practicarse legrados en manos de gente inexperta. Ni siquiera el tener una buena posición económica y contactos por doquier le habían salvado de tan horrible destino. La ilegalidad del aborto, la falta de comunicación en casa, el miedo a manchar la imagen intachable de su familia, constituían la serie de factores que le llevaron a tomar aquella decisión.

Su curiosidad se hizo presente en cuanto detectó los ruidos extraños provenientes de la segunda planta. Sabía que su otra hermana estaba en casa, supuestamente porque se sentía indispuesta y rota por dentro. No obstante, Dulce sabía de sobra que había sido por puro desinterés y falta de cariño. Rio amargamente mientras subía las escaleras, como era de esperarse, sus padres decidieron creer en las mentiras de Claudia; era una excelente actriz.

–Espero que ya te encuentres mejor –dijo al acercarse a la puerta de la habitación–, porque van a llegar en una hora con todos los invitados para...

Sus palabras se quedaron en el aire al abrir la puerta totalmente. ¡No, Dios mío, ¡no!

Su novio de toda la vida, memo, estaba en la cama con su hermana. Ambos desnudos, con una capa de sudor cubriéndoles la frente. Sin duda, irrumpió en un mal momento.

Su corazón volvió a romperse, y no precisamente por la traición de su novio. SI no por la de su hermana. ¿por qué justo hoy? Se cuestionó, conteniendo una vez más las lágrimas.

¿Por qué justo hoy, que estaba vulnerable por la muerte de Blanca?

Volvió a reír internamente, Claudia sabía cuanto le había afectado lo ocurrido, y la odiaba tanto, que al final no le importaba hacerle sufrir un poco más.

Aún con el alma y el corazón destrozados, Dulce sopesó las cosas. No iba a gritar como estaba deseando, porque sería darle gusto a Claudia y traicionar su dignidad. Vio la sonrisa triunfante de la chica y el pánico del chico un instante, para luego adentrarse un poco más a la habitación.

–¿Y decías, Claudia? –escupió en tono calmado–, no sabía que el sexo era buena cura para la indisposición.

–Ya vez, hermanita –respondió la otra, sin tener la decencia de cubrirse–. Es un muy bien remedio, sobre todo cuando lo hago con Me...

–¡Cállate, Claudia! –se levantó el chico–. Dulce, juro que te lo puedo explicar. Yo...

La pelirroja soltó una fuerte carcajada. Quizá irónica, pero ciertamente amarga y cargada de dolor.

–¿me vas a explicar como te follabas a mi hermana? –caminó por la habitación un rato, intentando contenerse más–, perdona, pero no estoy interesada en saberlo. Recomponte, que tus padres no tardan en llegar con sus invitados –miró a Claudia.

–¿Así, nada más? me he acostado con tu novio, Dulce –provocó.

–No me importa –mintió–. De ti puedo esperar lo peor, y de él... ya estamos viendo que se conforma con poquito ¿no?

–¿Qué estás insinuando? Yo soy mejor que tú.

–No parece –se acercó a la puerta–. Si envidias todo lo que tengo es porque en el fondo sabes que yo soy mejor que tú. Mira ahora, recogiendo las migajas que yo he dejado.

–Si se metió conmigo es porque soy mucho más mujer que tú.

–No, querida. Si se ha metido en tu cama es porque yo soy mucha mujer para él, y tiene que buscarse a alguien a su mismo nivel para no sentirse inferior.

–¡no te voy a permitir que...!

–¿Que me siga burlando? No te preocupes, ya me voy.

Decidió que no se derrumbaría en casa, así que, tras meter cosas importantes en una maleta pequeña, salió de ahí, dispuesta a no volver. Cuando se descubrió bastante lejos, se abrazó al primer árbol que vio y lo dejó salir. La pérdida de blanca, el encontrarse sola en medio de tanta mierda, la traición de su novio y, por, sobre todo, la de su propia hermana.

Era fuerte, pero quizá no tanto, porque nunca se preparó para soportar todo al mismo tiempo.

Parecía invencible, pero estaba rota por dentro.

–Me dejaste sola –le gritó al aire.

Christopher Von Uckermann estaba enojado. Se había quedado a cargo del demonio que su hermana tenía como perro y ahora ya no sabía qué hacer. Llevaba más de 15 minutos intentando atraparlo, nada más que el animal corría más rápido que un maldito auto.

¿Por qué no le había puesto la correa, maldita sea?

¿Por qué no lo dejaba y ya, para que luego le atropellase un auto? Al menos así ya no tendría que soportar sus fastidiosos ladridos todas las mañanas.

Porque Anahí lo odiaría, y era la persona más importante en su vida y no soportaría su desprecio. Así que ahí estaba, corriendo tras "estrellita" que de pequeñita no tenía nada ¿he?

La perra se giró para sacarle la lengua antes de volver a correr, pero esta vez, con destino específico. Tenía un árbol de pino favorito, a los pies del que siempre se sentaba a reposar cuando venía con su dueña de verdad. Lamentablemente, hoy las cosas se veían un poquito diferentes. Alguien estaba abrazando el tronco.

La primera reacción del perro fue ladrar fuerte, como pidiéndole a la mujer que se alejara lo que era suyo. Solo que ella estaba bastante concentrada en dejar salir todo el dolor que le invadía y no le hizo caso.

Christopher llegó a creer que todo el mundo estaba loco. Primero su hermana, por dejarle al monstruo, luego él mismo, por correr hasta agotar sus fuerzas. Y ahora esa pelirroja que estaba abrazando un árbol.

¿Quién abraza un árbol en su sano juicio?

La mujer podía estar loca, pero por eso no iba a dejar que el perro la atacara. Así que con todo lo que tuvo de fuerzas, llegó en el preciso momento en que "Estrellita" ponía sus patas delanteras sobre la mujer.

–¿Por qué te adoptaron? Todo el mundo estaba mejor sin ti –reclamó alejando al animal–. Lo siento, ella... ella...

¿qué le iba a decir ahora?

Dulce separó la cara del tronco, miró al hombre que ahora sostenía al perro que segundos antes, le había movido las orejas de manera juguetona. Lo primero que le pasó por la mente fue que alguien le estaba viendo llorar, luego, que estaba actuando como una loca y, finalmente, que el chico era guapo.

Pero quería seguir llorando, así que, para no verse tan desquiciada, se levantó del suelo y corrió directito hacia el hombre de traje que ya había soltado al perro. Quizá por locura, destino o instinto, se aferró en la camisa como si en el mundo ya no hubiese nada más.

A Chris le tomó por sorpresa, pero las mismas fuerzas magnéticas del destino hicieron que la apretara fuerte a su pecho.

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