CAP 11
Christopher llegó a casa aún con el corazón latiendo fuerte y esa sensación de plenitud que le producía ver a quien, en un pasado, lo miraba con ojos rebosantes de amor. Le hubiese gustado congelar el tiempo en la sala de juntas, en el preciso instante en que todo parecía ser lo que hacía mucho ansiaba volver a tener. Lastimosamente el reloj corría rápido y el destino no estaba de su parte, ya que las cosas debían seguir el amargo camino que con sus acciones él mismo se encargó de labrar.
Su esposa se encargó de hacerle ver que lo que acababa de vivir era efímero cuando corrió a su encuentro para besarle despacio. El golpe de realidad cayó justo al centro de su pecho, consiguiendo reabrir heridas y enterrar momentos recientes.
–¿Cómo te fue, mi amor?
Solo pudo pensar en que la sonrisa de Muriel no se parecía en nada a la de Dulce. No le alborotaba el pecho, ni le llenaba el alma.
–Bien. Solo estoy un poco cansado –murmuró incómodo.
–Antes... ¿quieres que te sirva la cena?
–No tengo hambre.
–Hice pollo con verduras –siseó–. Bueno, Ilda me ayudó un poco.
–Mañana ¿sí? –de pronto se sintió ansioso.
–Está bien. Si quieres puedo hacer que te relajes con unos masajes...
Intentó acercarse, y él retrocedió en modo automático. Su subconsciente ya estaba imaginando un mundo alterno, en el que no era ella quien lo esperaba en las noches; si no Dulce, con el pelo alborotado y la cena seguramente quemada.
–Voy a subir a descansar. Tú también has lo mismo que ya es tarde –Y se dio la vuelta, dejándola con un mal sabor de boca.
Antes de encender la luz de la mesita de noche se quitó la corbata, que había comenzado a resultarle extrañamente incómoda. Miró su cama, luego el retrato en blanco y negro que reposaba en una de las repisas y soltó un suspiro que era difícil de identificar. Porque estaba cargado de añoranza, de frustraciones, de culpas, lamentos y desesperación palpable. Todo en la habitación le recordaba a ella, es más, todavía podía encontrar su olor a vainilla en cada rincón. Quizá era una confusión del corazón, o la mezcla incesante de recuerdos que le atormentaban.
El cansancio era notorio en su rostro, sin embargo, su mente se negaba a dejar de pensar. Terminó por abrir el balcón en busca de aire.
La noche pintaba gris y apagada, así como sus ganas de vivir. Miró las flores, luego el cielo que albergaba la luna, y, finalmente, detuvo sus ojos en la mujer que yacía recostada en el pasto con la cabeza entre las piernas.
La obscuridad hizo dificultoso identificar de quien se trataba, y cuando lo hizo, algo se rompió en su interior.
¿qué hacía Dulce allí?
No hizo falta que mirase su rostro para saber que había llorado, porque la conocía tan bien, que sabía que el jardín era su lugar favorito para esconder sus tristezas. De repente se preguntó cuántas veces en los últimos dos años se sintió así y quién la abrazó en sus peores momentos. Pero, por, sobre todo, le urgió saber quién estuvo a su lado consolándole después de aquella boda fallida.
Sin tener consciencia de lo que hacía o de lo que su impulso podía traer como consecuencia, se colocó la primera casaca gruesa que vio en su vestidor y salió. El aire helado se metió en sus pulmones casi al instante, tiritó de frío, pero no retrocedió.
Una vez estuvo abajo, corrió con sigilo hacia la mujer que se acurrucaba en su propio cuerpo. Como siempre pasaba al tenerle cerca, su pecho se infló y volvió a creer que lo tenía todo otra vez. Convencido de lo que hacía, Christopher se sentó a su lado antes de atraerle con uno de sus brazos. Como lo supuso, estaba temblando.
Besó su cabeza despacio, pero cuando terminó no fue capaz de separarse. ¡cómo había extrañado el olor que desprendía la ex pelirroja!
Como había extrañado tenerla entre sus brazos sin que importe nada alrededor.
Una parte de su consciencia le gritaba que tomase distancia, porque se estaba dejando abrazar por la persona que se suponía, ya había enterrado en el pasado. No obstante, el dolor que le recorría el cuerpo después de haber recordado traiciones pasadas le hizo flaquear, y aunque buscó, no encontró la fuerza que se necesitaba para huir. Dulce se acurrucó fuerte en el pecho de su ex, volvió a oír su corazón y cerró los ojos al reconocer esa sensación de paz que recordaba apenas.
Entonces dejó que sus lágrimas se resbalaran sin pudor. Lloró por él, por lo que dejó escapar, por la traición que aún dolía, por que no podía superar el pasado, porque, simplemente, el sentimiento de no tener nada la invadió otra vez.
Pese a que su consciencia gritaba fuerte que no estaba bien, su corazón bastante desgastado, por tanto, prefirió acallar los reclamos con latidos crudos. Luego se arrepentiría, pero necesitaba sentirse segura con urgencia. Ya más tarde pensaría en que esa "seguridad" que le proporcionaba Christopher solo era una ilusión; ahora era momento de dejarse ir.
–Te amo –murmuró él, sintiendo que se estaba rompiendo por dentro.
Ella no respondió. Lloró más, queriendo entender la relación de sus palabras con sus acciones, que claramente era inexistente.
–¿ME quieres contar? –prosiguió tras un silencio que le pareció eterno.
Y sin saber por qué, entre hipidos, Dulce terminó contándole todo.
–Tú también me has hecho daño, y estoy rota por dentro.
La confesión los rompió a ambos. A ella, porque tomó consciencia de lo que había dicho, y a él, porque la culpa comenzó a carcomerle el alma. Era cierto.
¿Qué le iba a decir ahora?
Intentó buscar alguna palabra que simplificara lo que no podía decir, y al no hallarla, optó por abrazarla aún más. Dejó su cabeza sobre el cabello castaño para que el dolor que corría por su cuerpo terminase. Pero no pasó.
–No tengo a nadie. Estoy sola y por más que intento, no puedo seguir.
–Tienes a Any, a Poncho, a Maite, a Christian... me tienes a mí.
Ella negó con frenesí, porque desde hace mucho tiempo ya no contaba con él. Para ser precisos, desde que en vez de decirle a la cara que no se iba a casar, mandó una maldita carta que nunca cubrió todas las interrogantes.
Ya no contaba con él, porque le había engañado.
Ya no contaba con él porque estaba casado con alguien más.
Ya no lo hacía, porque sus acciones le demostraron que nunca la amó.
El último pensamiento fue causante de que saliera de su ensueño gris. Despegó la cara del pecho de Christopher, limpió sus ojos con brusquedad y se puso de pie, pese a que sentía morirse por dentro. En su cara aún quedaban rastros de su momento de debilidad, sin embargo, la expresión neutra que adoptó tenía el deber de contrarrestar a las evidencias.
–¿Estás... estás bien?
–Lo que no te mata te hace fuerte, Christopher.
–No intentes borrar todo lo que acaba de pasar con...
–¿qué acaba de pasar según tú, Christopher? Porque para mí está claro, fue un desliz que tiene cualquiera.
–No puedes decir eso, no después de que me confesaste lo...
–A veces estás tan cargada de estrés, que sueles decir cosas incoherentes. Pasa página, porque mi mundo ya no gira a tu alrededor.
–No me pidas que pase página cuando yo todavía te sigo amando, Dulce.
–Bonita forma de amar –el tono irónico brilla con cada palabra–. Porque amas lastimas, porque amas te casas con otra, porque amas traicionas.
–Porque amas prefieres dejar ir a tener que...
El flash que cruzó por la mente de Christopher en ese instante lo dejó helado, No tuvo más remedio que mirar a otro lado, tomar aire y negar.
–¿No se te ha ocurrido ninguna excusa creíble? –se burló la pelirroja.
–No es una excusa... yo...
–¡Tú nada! –levantó la voz–. Te voy a rogar que me dejes en paz, deja de buscarme, porque ya ha cicatrizado todo como para que vengas y...
–¿Dices que ya ha cicatrizado todo? –Chris se pone de pie, invadido por algo extraño que consigue que pierda la calma–. Vamos a comprobarlo.
Y antes de que Dulce pueda si quiera parpadear, le toma fuerte el rostro y une sus labios, con algo parecido al deseo combinado con urgencia.
Se muere por corresponderle, más no lo hace, porque tiene dignidad, orgullo y palabra. Se aleja como si los labios que tanto le gustaban en el pasado quemasen, para después lanzar una mirada cargada de resentimiento en todo su esplendor.
–¡en tu vida vuelvas a hacer esto!
Quiere golpearlo, besarlo, odiarlo y amarlo. Cosas tan contrarias que la confunden más, pero no lo suficiente para quedarse. Se da la vuelta, con el corazón latiendo fuerte y el alma a punto de colapsar; con la cabeza en alto, la expresión indiferente.
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