CAP 10
Se sentó a la cabeza de la larga mesa que abarcaba gran parte de la sala de juntas, al lado izquierdo yacía una pantalla gigante y al frente un estante con muchas de sus maquetas que precisamente hoy, le parecían creaciones ajenas. De más estaba decir que en los últimos días no había podido dibujar nada, ni siquiera una proyección de espacios que antes hacía en menos de 3 horas. Christopher Von Uckermann consiguió posicionarse como uno de los arquitectos más reconocidos de México, lástima que ahora el título esté en juego gracias a las constantes jugadas de su corazón.
–¿necesita algo más, licenciado?
–Eso es todo, ya puedes retirarte –murmuró posando la vista en la humeante taza de té.
La orden de Christian había sido clara, ¿quién diría que su amigo descarriado le estaría dando indicaciones? El punto aquí era que le estaba salvando la vida y la reputación, quedó en venir con un ayudante magnífico, que, por cosas del destino, era la mujer que tanto amaba y a la que tanto había lastimado.
Debía quedarse aquí, pese a que sus emociones estuviesen jugando en contra. Sentía que su corazón latía más rápido que de costumbre, como si acabara de correr en una maratón hasta el mismísimo Acapulco. Las manos le sudaban, tenía un nudo en la garganta y los recuerdos pasados hacían las cosas incluso más imposibles.
Ella y él en la misma sala, culminando detalles para el proyecto final de la pelirroja.
Él, dándole consejos a su entonces novia de como es que debía hacer proyecciones.
Ella dejando caricias suaves en los hombros de un Christopher bastante estresado.
Ambos terminando de hacer la lista de invitados para la boda.
Definitivamente, era feliz, y esa felicidad que experimentaba cada que veía a la pelirroja adentrarse por aquella puerta dejó de hacerse presente hace exactamente 2 años.
–Buenas noches –el saludo se escuchó lejano, y aún así levantó la mirada, topándose justamente con ella.
Su perfume había cambiado, ya no era el mismo olor a cítricos que le calaba los huesos. Una parte de su cuerpo esperaba un acercamiento, que le rodeara el cuello y que quizá, dejara un pequeño beso en sus labios. No obstante, lo que pasó lo dejó desubicado.
Dulce se acomodó al otro extremo de la mesa, dejó sus cosas sobre una de las sillas libres y sacó su móvil.
El ambiente era tenso, el silencio palpable, los miles de sentimientos visibles ante un simple suspiro.
El aire de la habitación tenía una mescla extraña de amor, dolor, resentimiento, lamentaciones, odio. Era como si el oxígeno se hubiese combinado con un tipo de gas dañino para los pulmones, la única diferencia era que, en este caso, esa sustancia dañaba los pedazos del alma ya maltratada.
–Hola, Dul. ¿cómo estás?
El diminutivo que años atrás le era familiar sonó incómodo, la castaña arrugó la nariz, intentando ignorar la brecha de su estómago. Ya no le gustaba escuchar que le llamase así, no, cuando le había destrozado la vida con una simple carta.
–¿a qué hora vendrá Christian? –prefirió responderle con otra pregunta, porque muy dentro de su ser quería gritarle que no estaba bien, por su culpa.
–No debe tardar, fue a supervisar una obra y me avisó hace 10 minutos que estaba en camino.
–A esperar, entonces –murmuró.
–Más bien, me gustaría aprovechar esto para agradecer que estés aquí, es un cliente muy importante y no queremos perderlo.
–No hay de qué, lo hago por Christian y Poncho, sé cuanto aman esta constructora. Por las personas que amo soy capaz de hacer todo.
Nadie dijo nada más. Dulce optó por revisar su móvil, tenía que monitorear como iba todo en los Ángeles. Christopher por su parte sintió la absurda necesidad de solo observarla, detalló su rostro, su expresión concentrada, pasó por sus labios, miró sus manos sin argolla.
Ya no tenía el diamante rosado apetecible para la vista.
Ya no lo tenía porque no eran nada.
–¡Ya llegó tu persona favorita, pollita Roquera!
Dulce se levantó de golpe antes de correr hacia la puerta sin perder tiempo para fundirse en un abrazo que necesitaba hace mucho. Dejó que su amigo la rodeara fuerte, en recompensa de todas las fechas importantes que pasaron lejos. Recordó lo bien que se sentía estar en México, con sus amigos.
De todos, era Christian ese cómplice en aventuras que muchas veces terminaban en problemas graves. Sus carreras en motos los hicieron parar en la delegación, las noches en antros gracias a sobornos terminaban en un regaño, las veces que se pasaban apuntes en evaluaciones se cerraban con castigos que siempre eran suspensiones.
¿cómo no lo iba a extrañar?
Christian la levantó como si no pesara nada, tomó impulso y comenzó a girar con ella. Las carcajadas inundaron el ambiente, al mismo tiempo que el corazón del arquitecto Von Uckermann se contraía.
Veía la escena sin parpadear, sintiendo una especie de celos por su amigo ¡cómo le hubiese gustado ser él quien le sostuviera en el aire!
–No sabes lo mucho que te eché de menos –susurró la pelirroja, una vez que recuperó la compostura.
–¿Y cómo no? ¡soy tu persona favorita! ¿o me cambiaste ya?
–Claro que no –rio–, siempre lo serás.
–Más te vale, más te vale.
–¿Cómo has estado? –arregló su cabello.
–Súper bien, solo que me hace falta una buena salida como antes, tú ya sabes.
–Cuando quieras, pollo loco.
–Primero quiero solucionar el lío en el que nos a metido aquí, el que se hace llamar presidente de la constructora –bufó señalando a su amigo.
–Bueno –Dulce se vio obligada a fingir una sonrisa–, aquí vez cuanto compromiso se tiene con el trabajo.
Era una indirecta, desde luego.
–Debemos entenderlo, ya es la edad.
–O seguro no sabe cual es el significado de "compromiso" –puntualizó destilando odio.
–Lo sé muy bien, Dul –empezó Christopher, después de haberse tragado el nudo de su garganta–. Es una obligación o acuerdo que se tiene que cumplir.
–Entonces no sabes como es que se tiene que cumplir –siguió atacando, a punto de descontrolarse.
Silencio.
Toda la empresa estaba en completo silencio.
El único ruido palpable era el de la ventiladora encendida.
–Después seguimos debatiendo sobre esto, primero a terminar –el pollo rompió la incomodidad–, escúchenme atentamente, que explicaré todo.
Debía prestarle atención, pero el cruce de miradas que empezó entonces los frenó. El tiempo se había detenido en cuanto los ojos miel con los castaños se encontraron, despertando sensaciones que ambos creían extintas.
Mientras él sentía que la vida le volvía a sonreír, ella se odiaba por no poder borrar estas emociones. Lo seguía amando ¿para qué mentir?
–Entonces, teniendo de base estas escalas, comencemos. Ustedes vayan haciendo la maqueta simple del posible departamento, yo haré el resto. Este hombre quiere que se incluya una especie de castillo, para su hija menor.
Dulce espabiló con la voz de su amigo, se quitó el abrigo mientras Christopher dejaba caer sobre la mesa una cartulina grande. Así no quisieran, tendrían que dialogar, ponerse de acuerdo, discutir ideas, respirar el mismo aire.
Ella era experta en ocultar emociones ¿no? entonces no sería tan difícil.
Dicen por ahí que el alumno supera al maestro, quizá ese sea el caso de Dulce, que después de haber tenido a Christopher como mentor, sabía las mejores estrategias de dibujo al revés y al derecho. Cogió el primer lápiz que vio y se centró en hacer mediciones de los ambientes principales.
Habían comprobado que, pese a los años, a la distancia y a las heridas del pasado, seguían complementándose muy bien. Sin necesidad de hablar ya sabían que estaba pensando el otro, como quería hacer las cosas y que tenía planeado. Sin embargo, leerse la mente no basta cuando se intenta hacer un departamento tan extravagante como este, así que, después de un buen rato en completo silencio, se vieron obligados a mirarse a los ojos para discutir.
–Las ventanas no pueden ir aquí porque se quiere que el sol ingrese por completo y esto es todo lo contrario –comenzó ella, golpeando de manera desesperada la punta de su lápiz.
–tampoco podemos colocarlas al otro extremo porque llegaría demasiado sol. En cambio, si las colocamos así, no se recibiría tanta luz, pero se evitaría el exceso de rayos por las mañanas.
–¿sí sabes que existen cortinas o persianas, ¿no? si la gente quiere, dejará entrar a los rayos y si no, puede cerrar las cortinas y...
–En vez de esta ventana, aquí pueden ir las televisiones. Justo al frente del vestidor, para que...
–No todas las personas quieren televisiones en su habitación ¿sabes? –refutó Dulce.
El corazón de Christopher saltó de alegría al verle con el ceño fruncido. Era su expresión favorita y amaba ser causante de esos arrebatos de furia.
–Entonces un escritorio –usó el tono conciliador de siempre.
–¡De ninguna manera! Ahí tiene que ir una ventana –determinó.
La discusión se alargó unos minutos más, hasta que Chris, conocedor de la terquedad de Dulce, le planteó una solución a la que por más que intentó, no pudo negarse. Un balcón que daba directo al jardín trasero del edificio. Sin buscarlo estaban volviendo a ser los arquitectos que se sentaban por la noche a dibujar viviendas que siempre eran un éxito.
Las risas fluyeron en el transcurso de las horas, las bromas amenizaron el ambiente hostil y por una fracción de tiempo, se olvidaron del pasado doloroso que había terminado por partir sus corazones.
–Somos el éxito –aplaudió el pollo observando la maqueta lista después de largas horas de trabajo–. Si al menos te plantearas volver y...
–No, pollito. Yo tengo una vida echa en los Ángeles, proyectos que no puedo dejar abandonados y si te soy sincera, no tengo ganas de volver.
El arquitecto uckermann tragó fuerte, porque estaba claro que no quería volver por él.
–entonces mientras estás aquí nos podrías ayudar a diseñar, obviamente te pagaríamos ¿qué dices?
–Que tengo que pensarlo –se levantó a tomar su abrigo–. Ahora, si me permiten, voy a irme. Es muy tarde y tengo que descansar.
Se despidió con la mano y salió, experimentando un grupo de sensaciones diversas que habían terminado con su tranquilidad. Llegó a la mención en la madrugada, que lucía fría y desolada.
Cuando estaba a punto de acostarse, recibió una llamada que terminaría por desestabilizar su intento de mantenerse a flote.
–Dulce Espinosa en la línea –susurró, temiendo que alguien pudiese despertar.
–¿No me reconoces, hermanita?
–¿qué quieres, Claudia? –respondió tras una pausa.
–Pero que mal me saludas, no nos vemos hace... ¿3 años? Creo que días antes de tu boda –rio–, bueno, boda fallida, para precisar.
–¿qué quieres, Claudia? –la voz chillona de su hermana conseguía irritarle.
–me enteré que estás en México, y es una falta de respeto no venir a ver a nuestros padres que siempre te han dado todo.
–No he tenido tiempo.
–¡ah! No has tenido tiempo de venir a vernos, pero si tienes tiempo para estar con Anahí –reclama con falsedad–. Por cierto ¿ya has visto a su hermano? ¿has conocido a su esposa? Que, por cierto, Muriel es una persona impecable. Por algo te ha de haber cambiado por ella ¿no?
Su mandíbula se tensa, comienza a respirar con dificultad y aunque quiere gritar, no lo hace. Porque es consciente de que su hermana quiere verle perder la calma. El patrón a sido el mismo desde que tiene uso de razón, Claudia hace hasta lo imposible porque caiga en sus provocaciones, como cuando se acostó con su primer novio, por ejemplo.
–Ya la he conocido, pero no he hablado con ella lo suficiente como para sacar conclusiones. Aunque, la regla de formación es que te cambian por algo peor ¿no la has escuchado?
–Pero te ha cambiado, y no lo vas a negar. Cuéntame algo ¿cómo has hecho para superarlo? ¿ya lo as podido olvidar? ¿sigues llorando por su engaño?
–Es parte del pasado, hermanita.
–Ojalá no vuelvas a enamorarte –dice con pesar–, digo, tienes tan mala suerte, que todos tus novios terminan engañándote. Memo, Aldo, Christopher. No sabes cuánto me apena.
–A mí lo que me apenan son las zorras, que se conforman con ser platos de segunda mesa –y ese fue un punto bajo, que hirió el ego de su hermana en lo más profundo.
–¡mide tus palabras, hermanita! –grita histérica–. Más bien, debe apenarte que nadie te quiera. Porque yo no lo hago, mi madre mucho menos y mi padre, aunque quiera demostrar que sí, tampoco lo hace. Ni siquiera Christopher y tu jurabas que era el amor de tu vida.
–¿para eso has llamado, Claudia? –le estaba doliendo todo.
–No, la verdad es que llamaba para decirte que me alegra que te hallan dejado plantada en el altar. No he podido comunicarme contigo hasta ahora, por eso lo tarde de mi confesión.
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