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CAP 04

Hace dos años esta tención no se habría producido, los temas de conversación sobraban, todos querrían tener la palabra. Pero ahora era totalmente diferente. Nadie hablaba, sumidos en sus pensamientos con una tasa de café en frente ya a punto de enfriarse.

Todo le temblaba, no le salía palabra alguna, estaba al asecho y lo sabía muy bien. Dulce María se odiaba por permitir que su corazón y sus malditos sentimientos reaccionaran de la peor manera en momentos como este. Todavía lo amaba, su cuerpo necesitaba que la apretara a su pecho como años atrás; pero ella iba a luchar porque la razón gane en esta oportunidad, no debía y no quería flaquear. Agradeció entonces saber ocultar muy bien sus emociones, su rostro aparentaba tranquilidad, fuerza y decisión, aunque por dentro sea todo lo contrario.

No lo iba a engañar, conocía muy bien esa coraza, ese mecanismo de defensa, y ahora sabía que ella no estaba bien. Sus ojos fijos en la taza de café y su rostro sin mostrar expresión podían engañar a cualquiera, pero a Christopher Von Uckermann solo le confirmaban algo: estaba sufriendo más de lo que se imaginó.

–Dul, háblame de tu hotel –Anahí rompió el silencio con lo primero que le pasó por la mente.

–¿eres administradora en un hotel? –esta vez intervino Muriel con una sonrisa ingenua.

–Sabes que lo he creado con el único propósito de salir de la rutina –enfocó su mirada en la de su amiga.

Rutina, la maldita rutina en que su vida se había convertido desde hace dos años. ¿qué pensaría Dulce si supiera como todo su esfuerzo se vino abajo?, porque si, Christopher estaba completamente seguro de que su vida salía de la rutina gracias a Dulce. Se fue y su vida se derrumbó, cayó en la disciplina y no le quedó de otra que cumplir los horarios establecidos.

–Y no, yo soy arquitecta –hizo una pausa para señalar a Muriel–, perdón, pero ¿tú eres?

–Muriel Hernández, esposa de Christopher –su sonrisa se hizo más grande.

Esposa de Christopher.

Esas palabras le llegaron al corazón con tanta fuerza que consiguieron hacer que su mundo se caiga en pedacitos. ¿acaso por ella la dejó en el altar? Más preguntas como esa inundaban su mente, pero no obtenía respuesta. Estaba casado, había continuado con su vida, ¿qué podía esperar? Si fue él el que dañó y ella quien sufrió. ¿Dónde demonios quedaron las frases de te amo que le parecían las más sinceras?, ahora entendía que era Muriel Hernández, ya no ella.

–¿Cuánto tiempo llevan de casados? –preguntó sin pensar.

–Dos años, de hecho, la próxima semana va a ser nuestro segundo aniversario.

Sintió como un balde de agua fría caía sobre ella sin piedad, ahora ya no lo pensaba, estaba segura de que esa era la razón de su abandono en el altar. Todas sus preguntas tuvieron respuesta con esas simples palabras, "dos años". Por segunda vez en la vida sentía que le desgarraban el alma, quería gritar, llorar hasta derramar la última lágrima. Pero no debía hacerlo, Dulce Espinosa tenía que mantenerse fuerte, ya habría tiempo de derrumbarse en el suelo, ya habría tiempo de odiarse por haber sido tan estúpida e ingenua.

"Fuiste ingenua querida, muy ingenua al creer que habías encontrado el príncipe azul" –se decía.

–Pero miren como es la vida, yo me fui de aquí hace dos años –escupió.

–¿y eso? –Muriel se veía muy interesada.

–Por cosas de la vida que ahora no vienen al caso, ya no tiene importancia –dijo tragando los últimos sorbos de café.

Sufrimiento: esa era la palabra que debió utilizar, sufrimiento que él bien pudo haber evitar, pero no lo hizo. Se sentía la peor basura, el peor hombre de todos: la vida le había puesto dos opciones, y eligió esa, esa que duele, sangra y quema como el primer día; esa que, aunque pese reconocer fue la mejor.

–¿Tú no la saludas, mi amor? –Muriel preguntó sin saber lo que eso traía.

Mi amor, ¿qué irónico no? Hace dos años ella repetía con frecuencia esas dos palabras que significaban mucho, eran suyas, y ahora una extraña se las arrebataba como si nada. Odiaba a Muriel Hernández por ser quien ocupaba su lugar, por robarle todo lo que algún día le perteneció; iba a tratar de hacer lo mismo con Christopher, ya había encontrado los motivos necesarios para sacarlo de su corazón y de su vida, ella estaba dispuesta. Sin embargo ¿qué sería de su interior? Aquel que en dos años no logró olvidar y sanar, aquel que le recordaba a cada segundo que seguía teniendo poder sobre ella.

–Claro –susurró.

Suspiró antes de rodear la mesa circular hasta llegar a ella, que al sentir su presencia se puso de pie con rapidez. Pasó sus brazos por los hombros de la ex pelirroja, la abrazó con suavidad, para luego apretarla como hace dos años lo hacía.

Con la cabeza en su pecho, los brazos rodeando su cuello con fuerza y unas lágrimas rebeldes mojando su camisa. Así estaba Dulce Espinosa en esos momentos, acurrucada al hombre que amaba como nunca había amado a nadie, el hombre que conseguía quitar la gran coraza que cubría su verdadero yo. Pero también era el hombre que la engañó, jugó con ella y no le importó que sufriera, se casó con otra dejándola a la deriva; sí, solo hizo falta recordar eso para separarse de inmediato y volver a su postura normal.

Por un momento la sintió nuevamente como antes, sintió su camisa mojada por las lágrimas y supo que era ella refugiándose como años atrás. Él aroma de su ex pelirroja volvió a inundar sus fosas nasales, ese olor era mágico, todo lo que pedía en el mundo. Sin embargo, todas las sensaciones que llegó a experimentar se disiparon cuando Dulce se alejó con brusquedad, entonces la volvió a tener cerca, pero a la vez lejos, ella ya no estaba abrazándolo.

–El viaje fue algo pesado, voy a mi habitación a descansar –Dulce logró decir antes de correr hacia las escaleras.

–Yo voy a alistarme para ir a la oficina –Christopher dijo con un nudo en el estómago antes de desaparecer.

–¿pasó algo? –preguntó una desconcertada Muriel.

–No, nada que no hallas ocasionado tú –murmuró la rubia entre dientes.

–¿Perdón? No escuché bien.

–Pasó que ya es algo tarde y Christopher debe ir a la empresa, pasó que Dulce necesita descansar porque acaba de bajar de un avión... eso es lo único, y si ahora tú me disculpas voy a ir a hablar con una amiga.

–Anahí –Muriel alcanzó a decir antes de perder de vista a la rubia.

–¿sí? –preguntó suspirando con fuerza.

–¿no vas a ir al bufete?

–No, hoy tengo cosas más importantes que hacer, permiso –dijo ingresando al pequeño jardín.

Llegó a la habitación en la que Hilda dejó sus maletas, cerró la puerta con fuerza y cayó al suelo para dejar caer todas las lágrimas que contuvo durante mucho tiempo. Dos años de buscar las razones del abandono, dos años tratando de hacer entender a su corazón que Christopher debía salir, dos años de sufrimiento y de recuerdos que quería borrar; ahora se prometía olvidarlo de verdad, ahí estaban las razones, ahí estaba la justificación, se había casado ¡siguió adelante! Dejándola como un polvo con el que jugó y se divirtió a su antojo.

–¡estúpida! ¡ingenua! Eres una maldita tonta que creyó en todo –dijo golpeando su mejilla con fuerza– pero ya no. Tú, maldito corazón y todo mi cuerpo se van a dejar de tonterías para hacerme caso, él va a salir de aquí y va a ser "SOLO UNA CICATRIZ"

Se limpió con fuerza las últimas lágrimas que descendían por su rostro y se puso de pie. Caminó hacia la cama en la que ya estaba su maleta, la abrió para sacar un pequeño cuaderno.

Abrió una hoja en específico que comenzó a escribir en el avión, le completó unas cosas y decidió darle voz.

Necesitaba hablar con ella, sabía que no iba a poder arreglar las cosas, pero debía hacerlo. La amaba y se sentía una basura por haberla hecho sufrir tanto, ante sus ojos no valía nada, nunca se perdonaría lo que ocasionó su decisión. Christopher estaba decidido, llegó a la puerta de la habitación, y cuando estaba dispuesto a tocar escuchó algo que lo rompió por completo.

Quererte fue una estupidez total

Un paso más allá del bien y el mal

Una tormenta de dolor

Una historia de terror

Un sueño rosa que hoy es gris, palabras sin valor

Sé que fui ingenua

Y me sentí colgando mariposas en el cielo

Y hoy estoy temblando al ras del suelo

Fui ingenua y te volví mi aire

Y hoy la vida es un desierto por amarte a corazón abierto.

Intentaré reconstruir mi paz

Quemar tus besos no mirar atrás

Te di mi oxígeno y mi voz

Hice un mundo para dos

Hiciste que creyera en ti y después me dijiste adiós.

Y sí, talvez todo lo que decía esa letra que había convertido en canción era tan real como el vacío que sentía en estos momentos. Christopher terminó de oírla con cientos de lágrimas mojando sus mejillas, él también había hecho un mundo para dos, para él también era su oxígeno y su voz; sí, la vida era un desierto por amarla a corazón abierto. Dulce era su aire, pero quererla nunca sería una estupidez, él no iba a lograr quemar sus besos y no mirar atrás, porque simplemente la llevaba en la sangre.

Sentía que no iba a poder hablar, entonces decidió dejarla sola, ahora era lo mejor, él tenía que digerir todo lo que captó. Se dio la vuelta y cuando estaba a punto de marcharse la puerta se abrió dejando ver a la mujer que amaba, no estaba llorando, su expresión era neutra; era de esperarse, Dulce maría no dejaba rastro de sus lágrimas.

–Permiso –trató de pasar de largo.

No supo cómo reaccionó, pero lo hizo, con cuidado tomó su brazo impidiéndole el paso.

–Dul, Dul, tenemos que hablar –susurró.

–No me digas ¿quieres que te felicite por tu boda? Pues felicidades, muchas felicidades y espero que tú y tu esposa sean muy felices –se aclaró con un tono sarcástico.

–Dul, pequeña.

–Es que eres un maldito idiota, todavía tienes el cinismo de venir aquí a querer hablar conmigo... me dejaste vestida, alborotada y colgando de un hilo, pero ¿sabes algo? –él negó–, te agradezco que lo hallas hecho porque así me pude dar cuenta del gran error que iba a cometer... abrí los ojos y me di cuenta de la clase de persona que eres; durante estos dos años mi corazón estuvo buscando razones para tu repentino abandono, quería justificarte, ahora ya entiende porqué lo hiciste, me dejaste para casarte con otra mujer ¡dos días después de tu maldito abandono!

–Dul, es que eso no es así –trató de explicar con mil lágrimas rodando por sus mejillas.

–¡cállate y déjame hablar! Fuiste el único que me vio llorar, fuiste quien vio como de derrumbaba, te dejé conocer mi verdadero yo, y eso no te bastó. Si querías burlarte de mí no lo lograste ¿sabes?, sí lloré y lo reconozco, pero nunca... escúchalo bien, nunca delante de todos, no te iba a dar el gusto, yo no lloro en frente de nadie... y ese día no iba a ser diferente.

–Es que eso no es así. Dulce, por favor, escúchame.

–ya, eso no tiene caso, ahora no.

–¡escúchame maldita sea! ¡lo hice por ustedes!

–hay no me digas, me lastimas y dices que lo hiciste por mí, idiota no vuelvo a ser jamás. Pero sí me gustaría que te quede claro esto, mételo en la cabeza porque yo no vuelvo a repetir, si en mi vida fuiste lo más hermoso, lo más tierno y Dulce te convertiste en una historia de terror, en una pesadilla que poco a poco va saliendo de mí. La dulce que conociste ya no existe más, ¡ni contigo ni con nadie!, para mi tú, tú eres solo un error, un maldito error... algo de lo que me arrepiento como no tienes idea, ¡eres solo una cicatriz!

Las lágrimas bajaban sin poder evitarlo, estaban cargadas de odio, resentimiento y dolor.

–Dul, a que no sabes que tengo para ti, te va a encan –Anahí se quedó perpleja con lo que vio.

Vio cómo su hermano lloraba sin poder evitarlo, vio los ojos de su amiga como nunca antes, estaban cargados de odio, furia, dolor y resentimiento. Nunca imaginó presenciar esto, hace dos años lo único que veía eran pequeñas discusiones que tenían arreglo, pero nunca pasó por su mente ser testigo de algo así.

–Ya Any, vamos porque dije lo que tenía que decir –tomó a su amiga del brazo y la arrastró dejando atrás al que fue el amor de su vida.

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