CAP 03
Caminaba por el aeropuerto de la gran ciudad de México tratando de ocultar lo que en ese momento sentía; su corazón latía a mil, las manos le sudaban y sus piernas temblaban. Dulce Espinosa trataba de mantenerse tranquila, serena y sobre todo fuerte, pero sabía que cada paso que daba acercaba el gran momento, volvería a ver a Anahí, podría abrazarla; y también lo vería a él, a la persona que según su mente más odiaba.
Sí, luego de tanto pensarlo Dulce María llegó a una conclusión, como buena amiga tenía que estar junto a Anahí en los preparativos de su boda, tenía que estar en el proceso antes de llegar al día más importante para su amiga. Ella había hecho lo mismo, desde que le mostró el anillo de compromiso vio cada detalle; es más, fue la primera en iniciar preparativos. Y aunque todo se hizo por nada, la intención era lo que realmente importaba, Dulce sentía que tenía una deuda.
–¿a dónde la llevo, señorita?
El taxista le regaló una sonrisa cuando se subió al auto, como era de esperarse Dulce María no le devolvió el gesto. Se acomodó en la parte trasera con las maletas al lado, sus nervios estaban a flor de piel, lo único que pudo hacer fue respirar una y otra vez hasta estar algo más calmada.
–A la residencia Von Uckermann –contestó.
–Sí, claro, serían 35 pesos –el señor volvió a sonreírle señalando el taxímetro.
–Mierda –susurró al revisar el bolcillo delantero de su bolso.
¿Qué haría ahora? Los nervios le habían jugado una mala pasada, no había cambiado los dólares por pesos. Nunca le pediría disculpas al taxista, no se bajaría del auto para volver a entrar, ¿qué iba a hacer?
–¿Señorita la llevo?
–Sí, pero antes pase por un cajero para sacar dinero.
–Si no ha cambiado los billetes puede entrar nuevamente, yo la espero.
–Claro que no, yo odio salir con efectivo en el bolcillo y por eso necesito retirar.
El taxista rio por lo bajo y Dulce se dio un golpe mental, maldito corazón, malditos nervios, maldito todo el que se cruzara en su camino. No iba a aceptar que se le olvidó canjear los dólares, nunca reconocía sus errores y hoy no iba a ser la excepción.
El auto avanzaba por las calles del gran distrito Federal, donde algún día creyó tener su vida hecha, dónde se planteó ser feliz junto al amor de su vida. Pero ahora esa ciudad solo era una más de todas, su lugar estaba en los Ángeles, su nuevo comienzo estaba ahí. Todo seguía igual a como lo recordaba, gran congestión vehicular, algunas parejas tomadas de la mano, otro grupo de gente corriendo de un lugar a otro para no llegar tarde a sus trabajos y, en fin, ¡nada había cambiado!
Media hora después ya estaba parada frente a la puerta de la casa que le traía recuerdos que quería borrar de su mente a como dé lugar. Aún sus manos sudaban, sus piernas temblaban y su corazón latía a mil; volvió a sentir después de mucho tiempo las famosas mariposas en el estómago, su cuerpo la estaba traicionando. Era cobarde porque no se atrevía a avanzar para tocar el timbre, no podía.
–Venga, Dul, no tiene que afectarte, tú eres invencible, no puedes debilitar... ya lo olvidaste, para ti Christopher Von Uckermann es solo una cicatriz –se dijo a sí misma.
es que parecía que la vida estaba en su contra, durante todo el vuelo se había mentalizado no temer, entrar a esa casa como si nada y mostrarse indiferente. Dulce no contaba con que su corazón junto a todo su cuerpo le fallaran; su mente puede pensar algo, ella puede prometerse algo, pero ¿qué pasa cuando el corazón traiciona? ¿qué pasa cuando todo es más fuerte que la razón?
Suspiró profundo, se acercó con paso firme, y tocó el timbre sintiendo que en cualquier momento caería al suelo. Ella rogaba no encontrarlo, le pedía al cielo que haya salido, no lo quería ver, iba a flaquear y lo sabía muy bien. No pasaron ni dos minutos cuando una mujer de mediana edad le abrió la puerta, claro que la conocía.
Hilda Acosta, la empleada y nana de Christopher y Anahí.
–Buenos días ¿qué se le ofrece? –preguntó sin reconocerla.
EL cabello castaño le daba otro aspecto, Dulce sabía muy bien que Hilda no la reconocería.
–Hildita, vengo a buscar a Anahí, le quiero dar una sorpresa.
–Perdón, pero ¿usted es?
–Dulce, Dulce espinosa.
Los ojos de la mujer se vidriaron por completo, no pidió permiso y la envolvió en un abrazo que poco a poco Dulce correspondió. Hilda sabía lo importante que era para Anahí, una de sus mejores amigas, una de sus confidentes.
–Señorita Dulce, no la reconocí porque por lo visto volvió a su color natural.
–Pues sí, dejé el rojo porque ya era tiempo de hacerlo.
–Pero pase por favor, sé que muere por ver a Anahí y ella por verla a usted... bueno, también el señor Christopher –Hilda se abrió paso para que pueda pasar.
¿señor?
Aún no entendía por qué Hilda lo llamaba así, para ella siempre fue "joven Christopher", o a veces Chris. Las posibilidades le golpearon con fuerza, trataba de mantenerse tranquila y borrarlo, porque el solo hecho de imaginarlo la ponía totalmente mal.
Sus tacones resonaban con fuerza mientras caminaba, mantenía la cabeza en alto y la expresión seria. Toda una mujer empoderada que no le temía a nada ni a nadie, ese era su porte, eso aparentaba ser. Desde pequeña había sabido esconder muy bien sus sentimientos, nunca se mostraba débil ante el resto, para todos era invencible, fría y a veces hasta calculadora.
–espero que tengas las invitaciones al menos, porque no me voy a meter horas junto a ti a elegirlas –dijo al llegar a la entrada del comedor.
La rubia que tomaba desayuno junto a su hermano y su cuñada dio un brinco por el susto, esa voz, nunca podría confundirse. Al parecer no fue la única que se dio cuenta sin siquiera ver de quien se trataba, Dulce Espinosa estaba nuevamente en México. Anahí saltó de la silla para correr y abrazar con fuerza a la ex pelirroja.
–¿Dul? ¡Dul estás aquí! –Hizo una pausa– pero no entiendo, tú me dijiste que.
–Lo sé, pero quise darte una sorpresa –Dulce la interrumpió.
–No sabes cuánto te he extrañado, tengo que contarte muchas cosas, tenemos que ver muchos detalles.
–Y yo te extrañé también, ¿cómo has estado?
–Feliz, pero estresada. Preparar una boda es desgastante.
–Lo sé, hadita –vaya que lo sabía–, y si nos ponemos a trabajar cuanto antes no vas a tener que correr ese mismo día por un par de zapatos.
–Sí, Hildita por favor prepara una habitación para Dulce –pidió mirando a la empleada.
–¡no! No hace falta –dijo casi de inmediato.
–¿Cómo? Dul tienes que quedarte aquí.... ¿dónde piensas quedarte?
–En un hotel, o en mi departamento –remarcó las últimas dos palabras.
–Dul, no te veo hace dos años, quiero tenerte aquí conmigo –suplicó–
–Any, me pides mucho y yo –trató de explicar.
El corazón de Christopher latía con fuerza, era ella, su pequeña, su intensa favorita, su terremoto hecha mujer. La tenía solo a pasos de distancia, estaba hermosa como siempre, había cambiado el rojo de su cabello por un castaño que la hacía malditamente atractiva. Dos años sin ella, dos años imaginando el día en que tendría que verla de nuevo, dos años odiándose por causarle el mayor sufrimiento de todos.
–vamos Dul, podemos hacer pijamada como antes, invitamos a Mai y todo lo que quieras, di que sí –suplicaba la rubia.
–Any, Any... es que.
Entonces Anahí comprendió la gravedad de su error, le estaba pidiendo un imposible, Dulce aún seguía amando a su hermano, y no iba a soportar vivir en la misma casa junto al hombre que la dejó plantada en el altar. Aunque ella se esmere en negarlo ya tenía claro que el amor real y verdadero nunca se va a poder olvidar.
–ya Dul, no te preocupes, pero si quieres podemos ir a mi habitación a platicar –tragó con fuerza.
Maldito corazón, malditos sentimientos y Maldito Christopher.
No iba a permitir que Anahí siguiera pensando que aún sentía algo por Christopher, todos debían creer que eso ni siquiera le afectaba. Era Dulce espinosa, fuerte, invencible y aquella mujer incapaz de mostrar sus verdaderos sentimientos ante el resto; para todos Christopher Von Uckermann ya no formaría parte de su vida.
Ella podía, claro que podía hacerlo, ante todos la herida que aún seguía sangrando, doliendo y quemando como el primer día sería "solo una cicatriz"
–Sabes que hadita, tienes razón, para que ir a un hotel o a mi departamento si puedo quedarme contigo, para recuperar el tiempo perdido –sonrió mientras que su corazón latía a mil.
Anahí suspiró, su amiga nunca cambiaría, Dulce ante todos seguía siendo la mujer invencible, fuerte y valiente que algún día conoció. Ella más que nadie sabía lo difícil que resultaba hacer que la ex pelirroja se mostrara como realmente es, una mujer débil, frágil y con muchas cicatrices; incluyendo en ella una herida que aún sangraba, dolía y quemaba.
–Dul, Dul es que no es necesario, por un momento deja de lado esa coraza y dime la verdad, por favor –susurró.
–Any, me voy a quedar aquí porque si piensas que aún me afecta te equivocas, nada que ver, ya es parte del pasado... es más, te acepto un café y unas galletas de las que hace Hilda.
Claro que no iba a ser nada fácil, su maldito corazón la traicionaba, sus sentimientos iban en contra de lo que quería y debía hacer. Pero tenía que demostrarles a todos que Christopher Von Uckermann ya no le importaba, en lo más mínimo, todos debían creer que solo era una cicatriz. Aprovecharía eso para hacer que todo su cuerpo entienda eso, aprovecharía para intentar sacarlo de su corazón.
–Está bien Dul, vamos a comer –Anahí la abrazó con fuerza– Hilda una taza de café y más galletas por favor.
–Claro que sí señorita, también voy a preparar la habitación.
Dulce se adentró al comedor con la cabeza en alto, la mirada fija en todo, pero a la vez en nada, su expresión seria y el aire de superioridad que ya era característico en ella. Entonces lo vio, tan guapo como siempre, maldita sea, iba a flaquear.
¿Dónde había quedado todo lo que debía hacer?, durante todo el vuelo se había mentalizado para este momento, pero ya no quedaba nada. Solo bastó ver sus ojos para flaquear ante él, todavía podía dominarla si quería.
Sus promesas y juramentos ya no servían de nada, ahí estaba ella, tan indefensa y frágil ante él. Se odiaba por flaquear, odiaba a su corazón y a sus malditos sentimientos por traicionarla cuando más los necesitaba.
–¿ella es? –Muriel rompió el pequeño silencio mirando a su esposo.
–Dulce maría Espinosa, una de las mejores amigas de Anahí –respondió con un nudo en el estómago.
Su inconfundible aroma estaba más cerca que antes, la volvía a tener en el mismo lugar, en la misma mesa. Sin embargo, ya nada era como antes, ni siquiera se habían saludado y eso lo consumía por dentro. Se sintió el más idiota de todos, el más cobarde, un imbécil totalmente, desgraciado, ¡le había hecho mucho daño!
La había conocido en todos los sentidos, él conocía perfectamente su coraza de mujer fuerte e invencible.
Se sentía el hombre más afortunado porque descubrió la mujer que se escondía detrás, una niña frágil, con miedos, y muchas cicatrices del pasado. Había sido quien la veía llorar, había sido quien la levantaba y el que velaba todos sus sueños. Sí, dulce María siempre fue rebelde, impulsiva, arriesgada; tenía un lado tierno, que solo muy pocos conocían.
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