Sólo un espejo.
Y ahí se encontraba ella: admirándose, de pie justo enfrente mío antes de irse al trabajo. Arreglaba un mechón de su cabello que se había soltado de su gorro para el frío y caía de manera rebelde sobre su mejilla. Se veía hermosa, como todos los días. Con su sonrisa de oreja a oreja que achicaba sus brillantes ojos marrones. Ella siempre se veía tan feliz, tan viva. Pero, con el pasar de los días, su sonrisa estaba desapareciendo. Ya no se detenía a tomarse una foto cuando le encantaba el conjunto que llevaba.
¿Qué le pasaba a ella? ¿Acaso no veía lo hermosa que era? Ya no se vestía como antes e incluso no se veía como era ella, ya no se veía su habitual brillo como antes. Cuando sus amigos venían a casa, era el único momento en el que sonreía, aunque su sonrisa era falsa, y sus amigos unos tontos que no se daban cuenta de lo que le sucedía a ella. Un día, cuando sus ojos estaban tan rojos de llorar y las bolsas debajo de sus ojos tan marcadas, se detuvo frente a mí y me golpeó con su puño. Una y otra vez. Me golpeó tan fuerte que me rompí en pedazos, y mis fragmentos caían ruidosamente al suelo de madera. ¿Cómo es que nadie había hecho algo para ayudarla?
Esperé que se retractara y tratara de unir mis pedazos, esperé que lamentara lo que hizo, pero nunca sucedió. En cambio, utilizó mis pedazos para hacer la cosa más horrible que ella había hecho jamás. Le imploré una y otra vez que parara, que dejara de hacerse daño, que dejara de hacernos daño. Pero, como es obvio, ella no me escuchaba. Su muñeca antebrazo izquierdo tenía el corte más largo y horrendo que había visto en mi vida. No sé cuántos días pasaron cuando nos encontraron. Sólo sé que de un momento a otro alguien abrió la puerta principal y se arrodilló junto a nosotros cuando nos encontró tirados en el salón de ella. Lo reconocí a los pocos segundos, él venía a menudo y se abrazaban y besaban mucho, pero no del modo que los amigos lo harían. Ella había dejado de llorar unos minutos después de haber usado mis pedazos para cortar sus venas. Ya no se movía, y la persona que la tenía apretada contra su pecho lloraba en el cabello de ella. Él lo sabía, estoy seguro. Lo sé porque yo también lloraría por ella, si no fuese sólo un espejo.
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