Uno.
—Dick, ¡vamos! ¡Baja rápido!
El joven Richard Grayson se escapaba a través de la ventana de su habitación en la enorme mansión en la que vivía, otra vez, ya que se había vuelto costumbre salir con su grupo de amigos en la medianoche todos los días de la semana. Colgaba de unas sábanas amarradas entre sí y bajaba con agilidad como un gato.
—¡Genial!—exclamó Victor Stone, uno de los amigos de Richard— ¡Vamos!
—¡Baja la voz, por favor!—susurró Dick, finalmente tocando el suelo con los pies— Bruce podría escuchar.
El joven logró equilibrarse y salió corriendo delante de sus amigos, que lo siguieron fielmente. El único rastro hacia ellos serían un par de carcajadas infantiles.
—¿Dónde iremos esta vez?—preguntó la linda amiga de cabellos rosas y crush secreto de Grayson, Koriand'r—
El grupo entero lo pensó por un segundo mientras corrían, cosa que no se le dio muy bien a uno de los cinco.
—Vamos a bailar—sugirió Rachel Roth, la misteriosa chica de piel pálida y cabello oscuro—. Hay una fiesta en el club de la calle diez.
—¿Ese raro club lleno de gente rara?
—¡¿De qué hablas?!—preguntó el menor del grupo, Garfield Logan— ¡Ahí sólo entran personas cool! ¿O estas asustado?
Dick miró a su amigo, indignado, como si lo estuviese retando.
—¿Por qué estaría asustado? Vamos a ese club.
—¡Sí!
—¡Así se habla!
Corrieron hacia la calle diez como si sus vidas sociales dependieran de ello, cosa que era así. Socializar con la gente cool era la salvación adolescente del olvido.
Entraron al club como si nada; entraban todos, podía entrar hasta un vagabundo, un drogadicto, un robot o un sicario, y nadie decía nada, sólo disfrutaban, o te tomaban de la mano y te arrastraban a su mundo psicodélico o hacían como que tú no existías.
Miraron alrededor, era "hermoso": chicos y chicas de todos los estilos imaginables conviviendo en un mismo espacio.
—¿¡Quiénes son los Jóvenes Titanes!?—gritó Stone, poniendo un brazo de forma horizontal en el aire, al medio de todos sus amigos—
—¿Te acabas de inventar eso?
Todos pusieron sus manos sobre la de Vic, hasta Rachel. Era la pura entretención adolescente, los estudios se volvían una preocupación mayor comparados a años anteriores, la amistad real era la única distracción de los tormentosos pensamientos estresantes y repetitivos sobre "la importancia de graduarse", discurso que ya les entraba por un oído y les salía por el otro de tantas veces que lo habían escuchado.
—¡Nosotros!—gritó el grupo al unísono mientras alzaban sus manos, antes de estallar en risa—
Jamás habían visto ni vivido algo tan electrizante, no dudaron ni un segundo antes de que sus sentidos los obligaran a bailar toda la malnacida noche.
—Los alcanzo, chicos.
—Está bien.
—No te pierdas.
Dick miró a su alrededor. Aún no se animaba a bailar, menos a hablar con alguien, tanta gente pero nadie con quien quisiera realmente pasar el rato.
Entre todos los fiesteros jóvenes, un hombre contrastaba en el paisaje. Tenía sus ojos pegados en él y sólo él, y no los quitaba por nada del mundo... Bueno, no exactamente "ojos" en plural. Lucía una intimidante barba de candado corta, con patillas, y un parche negro donde debería ir el ojo derecho, haciéndolo parecer el más rudo del lugar. Su pelo era blanco, no como la nieve, sino como la espuma de una amarga cerveza.
Una seductora sonrisa apareció en su cara debido a que notó que el muchacho lo estaba mirando de vuelta, y seguido, caminó hacia el inmóvil joven.
—Ey, niño.
Dick no confiaba para nada en ese extraño, algo le daba mala espina sobre su prominente actuar. Aunque no pudo evitar de que le parecía interesante, alguien maduro entre el mar de gente que te besaba en la oscuridad y se marchaba para siempre.
—¿Eh?—fue la sílaba que preguntó Grayson, hasta casi derretirse involuntariamente en una caliente sopa de hormonas sexuales al sentir el exótico y deseado olor a licor caro y el tacto de la gran mano del tipo en su hombro derecho—
¿Y esa sensación? ¿Qué era? ¿Qué significaba?
—Que atractivo eres tú—confesó el mayor sin discreción alguna—. ¿Qué haces por aquí, tan solo?
—Nada—batalló con seguridad—. Vine con unos amigos, y... si me disculpa, señor, iré con ellos ahora.
El hombre agarró el hombro del chico con más fuerza, lastimándolo un poco y haciendo que soltara un pequeño quejido, cosa que agrandó la sonrisa del contrario.
—No me llames señor, por favor, llámame Slade. Slade Wilson—dijo con un gusto único, como si la palabra "Slade" supiera bien. No podía dejar ir a ese tierno chico que robó su corazón—. Dime, dulce muchacho, ¿cuál es tu nombre?
La manera en la que le dijo "dulce muchacho" hizo que a Richard le latiera el corazón más fuerte, tanto que casi lo podía escuchar aún con la música a todo volumen y el griterío de la gente loca. Por un momento en su vida se sentía especial, lo único que su corazón deseaba era dejarse caer en los brazos de ese desconocido que probablemente le doblaba la edad.
—Di... Richard Grayson.
Aplausos, le acabas de dar tu nombre completo a un tipo con pinta de villano súper malvado que hace experimentos en un excéntrico laboratorio de ciencia ficción, niño calenturiento.
—Richard—repitió Slade, con elegancia—.
Y el maldito no lo soltaba.
—¿Qué pretendes?
—Quiero divertirme contigo.
Dick se estaba poniendo ansioso. En ese punto era más que obvio que lo que él buscaba era algo que no le podía dar en ese momento.
—¿Diver...
—¿Salimos por la puerta trasera?
—¿Qué?—preguntó Grayson, alarmado— ¡No! ¿Qué? ¡No puedo hacer eso! ¿Cómo te atreves a sugerir algo así? No... ¡No haré eso contigo!
Wilson puso su otra mano sobre el hombro izquierdo del chico y lo sobó, mirándolo como si fuese lo más mono, asustado y sin experiencia.
—Ni...—continuó, temblando de nervios— Ni siquiera te conozco... Ya debería irme, suéltame.
A su cerebro no le gustaba esto, estaba mal, pero su corazón era un rebelde luchando por manipular su mente.
—Está bien, ya. Pero no puedo dejarte ir para siempre.
Slade metió su mano en el bolsillo interno (o "secreto", como le gustó llamarle a Richard) de su chaqueta de cuero y sacó un pequeño pedazo de papel que le entregó al de cabello negro.
—Llámame si cambias de opinión—se acercó al oído del chico, antes de dejar un corto beso en su mejilla y susurrar—. Sé que lo harás, dulzura.
Slade pretendió mirarlo por última vez en esa traicionera noche y se marchó del lugar, dirigiéndose a la misma puerta trasera de la que planeaba salir con Dick para hacerle Dios sabe qué tipo de cosas.
No, ¡no podía acabar así! ¿Qué tal si lo llamaba y no respondía? Nunca había sentido algo así, y necesitaba más. Eso no era su cordura hablando, sino las luces ultravioletas del club.
—¡Espera! Eh...
El mayor se volvió para mirarlo nuevamente. Su corazón estalló en mil pedazos, un adulto jamás había puesto tanta atención en él, no se sentía "digno".
—No... Slade... Yo...
Se sintió bien decir su nombre.
Él sólo sonrió y despareció entre la oscuridad de la noche. ¿Era esa una técnica? ¿Dejar a tu presa toda extasiada e insegura de cada acción que realiza e irte, dejando atrás solamente tu cautivante olor a licor, la saliva de un ósculo y un papel con un número telefónico?
¿Eso duró cinco minutos, o mil horas?
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