8° CAPÍTULO
SELENA
Con todo ya coordinado con Luisma, me dirijo a lo que alguna vez fue mi hogar, seguida por la compañía de mudanza. Dejaré la casa, pero no le dejaré nada dentro a ese desgraciado. Por lo menos podré vender las cosas para obtener un poco de dinero y poder pagarle a Luisma.
Al llegar, me pongo frente a la puerta. Millones de sentimientos se arremolinan en mi interior. Nunca pensé que me despediría de esta casa y menos que sería de esta manera. Entramos todos en silencio. Los chicos comienzan con su trabajo en la planta baja mientras yo me dirijo al piso superior para sacar la ropa de los chicos.
Mi mente se llena de innumerables momentos en los que fuimos felices, en los que trabajamos codo a codo. Nunca pensé que el mismo hombre que me prometió el cielo y la tierra sería el mismo que me dejaría sin nada y literalmente en la calle. Respiro profundo, dejando atrás mis pensamientos, recojo las bolsas que contienen la ropa de los niños y la mía.
De pronto, escucho gritos provenientes de la calle, son gritos incomprensibles. Me asomo por la ventana y diviso a Javier junto a un hombre presumo que debe ser su abogado. Dirijo mi vista hacia detrás de él y puedo observar el auto con el parabrisas destrozado, abolladuras y espejos rotos. Sonrío al ver el “arte” que hice en su coche. Javier levanta su cabeza y, al verme a través de la ventana, apunta en mi dirección y grita groserías mientras camina hacia el interior de la casa.
Me preparo mentalmente para el desagradable show que se aproxima. Siento cómo Javier ingresa a la habitación seguido por el hombre y solo me avienta una carpeta, la cual me golpea el rostro. No tuve tiempo de reacción para impedir aquel horrible acto. Sin ningún ápice de arrepentimiento solo me grita —¡Fírmalo de una maldita vez, Selena! — mientras me mira a los ojos con autoridad.
Me recuesto en el borde de la cama, mientras miro su cara de satisfacción, una lágrima baja por mi mejilla y cae sobre el papel. Lo miro aún aturdida y me echo a reír, Javier se queda atónito por mi comportamiento; y la verdad ni yo misma me entiendo. De repente me levanto bruscamente para coger un bolígrafo antes de firmar el acuerdo.
—¿Quieres el divorcio? Pues bien, te lo daré con gusto, estuve casada contigo por ocho largos años de mi vida y nunca te conocí en verdad, este papel representará para mí una venganza de tu parte y lo tomaré como tal, a partir de ahora, ¡Iremos por caminos separados!
Contengo las lágrimas y sonrió con la cabeza en alto mientras firmo los papeles del divorcio. Cierro la carpeta y se la aviento a la cara, tal como lo hizo él antes, con toda la rabia que aún tengo acumulada. Lo siento por mis hijos, pero deseo que quede en la calle, maldito perro bastardo, o mejor aún, que no vuelva a tener una erección.
Javier ni se inmuta por mi acto; solo sacude pelusas inexistentes de su traje y luego recoge la carpeta — ¡Por fin me libraré de ti! —dice, mirando el acuerdo. Luego se lo entrega al señor parado a su lado. El que solo ha sido un espectador de todo este circo.
Veo que Javier tiene más cosas que decir, así que empiezo a moverme con las bolsas en las manos. Al pasar por su lado, lo miro sonriendo—¡Que seas feliz con ella! Espero que sea por poco tiempo antes de que te cambie por otro con más plata —sentencio, saliendo de la habitación, caminando como modelo de pasarela sin mirar atrás, con el único objetivo de llegar al parque de al lado donde me esperan Luis Manuel y los niños.
Le doy las últimas indicaciones a los chicos de mudanza y me dirijo al auto donde están mis hombres. Me subo con mi mejor cara de tranquilidad —Mamá, ¿ya no viviremos aquí? —escucho preguntar a Greivin, a lo que volteo a mirarlo y veo una lágrima en su rostro.
Sonrío y estiro mi mamo para acariciarle el rostro —No, mi niño lindo, ahora el Tío Luisma nos dará un lugar donde vivir mientras pueda pagar algo solo para nosotros —miro de reojo a Luis Manuel, quien mantiene su vista en el volante manteniéndose ajeno a la escena. «¿Será acaso que Luis Manuel está arrepentido? No, no pienses eso. No ahora…»
Mientras estoy en mis pensamientos, escucho la voz de mi otro hijo—¡Por tu culpa nos quitaron la casa! —grita Brayan desde su asiento, cruzando los brazos sobre su pecho y mirándome con el ceño fruncido.
Su acción me desconcierta, por lo que mi mirada queda fija en él —¡No es así! Simplemente, el banco se la quiso quedar —respondo con tono suave para que él se calme.
Para él, mis explicaciones no valen —¡Quiero ir donde papá! —exige, con los brazos aún cruzados y desvía su cabeza hacia la ventana.
Doy un suspiro para poder calmar mi corazón —Eso no va a ser posible, y tú lo sabes muy bien, así que resígnate a obedecer. — digo con un tono más firme. Él mantiene su mirada hacia la ventana, claramente molesto, ya que comienza a inhalar y exhalar por la nariz con rapidez.
Acerca mis brazos a Greivin y lo abrazo con fuerza. Mientras intento calmar mi dolor, me siento abrumada, apuñalada y frustrada ante sus preguntas. Pero, ¿qué podía hacer? No era capaz de contarle la verdad. Es un problema entre su padre y yo. A pesar de que él se merece el odio de sus hijos por dejarlos en la calle, no haré eso; que él mismo se gana su camino.
—¿Por cuánto tiempo viviremos con este señor? —pregunta Greivin con tono inocente y algo preocupado, permaneciendo en mi pecho.
Acaricio su cabeza con amor—Será por poco tiempo… Te lo prometo. — afirmo, cerrando los ojos y apoyando mi mentón en su cabeza. No quería ver el rostro de Luis Manuel en este momento.
No es fácil dejar la casa que durante tanto tiempo llamé hogar, pero aquí estoy, con el corazón roto y con muchas ganas de llorar, camino a un destino incierto. Estoy acompañada de un hombre que pocas veces había visto, pero que me ha demostrado ser mejor que muchos otros que conocí en mi vida. Me ofreció su ayuda desinteresadamente. ¿Quién en su sano juicio mete en su casa a una familia que no conoce?
Ha estado lloviendo durante los últimos días; el cielo ya estaba vaticinando el desastre que quedaría en mi vida y lloraba conmigo para drenar el dolor. Con pasos firmes, ingreso a esta mansión, limpiándome los zapatos y sacudiendo las gotas de agua que bajaban por mi ropa. Dos empleados ya nos esperaban con una enorme sonrisa tatuada en sus rostros y, casi de inmediato, nos dan la Bienvenida.
Luisma les indica a los chicos el camino para que puedan escoger sus cuartos. Brayan y Greivin se precipitan por las escaleras para cumplir lo indicado. En cambio, yo le pedía al universo que las decisiones que había tomado no fueran un error.
Siento la presencia de Luisma detrás de mí —¿Te encuentras bien? —pregunta, apoyando sus manos en mis hombres. Solo puedo dar un gran suspiro y asentir con la cabeza. Continuó observando lo hermoso y majestuoso de esta mansión. Nunca ni en mis sueños pensé que podría pisar una de ellas.
Siento que me empuja con cuidado —Pasa, adelante. —anuncia. Me ayuda a tener la fuerza que me faltaba para poder continuar mi camino. Entro despacio, observando las elegantes escaleras y el recibidor en el medio de ellas. Detengo el paso y, por unos segundos, mi corazón se acelera y mis manos comienzan a temblar. Es en ese momento cuando siento arrepentimiento por mi decisión apresurada.
Llevo las manos a mi rostro y luego a mi cabello —¡Esto es una locura! No puedo hacerlo —balbuceo, retrocediendo unos pasos. Luis Manuel, que estaba detrás de mí, me detiene y, sin decir una palabra, sostiene mi brazo suavemente para que entre a la extensa sala que estaba a un costado. “Después de la tempestad llega la calma”, dicen por ahí.
Mi corazón late con tanta fuerza que apenas puedo respirar con normalidad. «¡Por Dios! Lo que me espera este día», pensé, mordiendo el labio inferior. Mi mente es un caos, pero no quiero que esto me quite la alegría que siento en estos momentos; por fin tengo dónde vivir con los niños. Me volteo para mirar a los ojos a Luisma—¿Por qué eres tan bueno conmigo? —le pregunto, aun con lágrimas en los ojos. Él se queda callado, pensando en mi duda. Quizás incluso él no tiene respuesta, o no la quiere decir.
Me volteo y voy hacia la sala para sentarme en uno de los sillones de lujo dudando aún de mi decisión. Simplemente, no sabía si él lo había hecho por lástima o compasión, o porque quiere algo más de mí. Al pensar eso último se me eriza la piel.
Después de unos segundos, él se sienta a mi lado y frota mis manos de forma cariñosa para calmarme. Pasamos horas conversando y ya me sentía más tranquila. De pronto, miro mi reloj de muñeca y veo que ya era tarde, así que me levanto del asiento, le doy las buenas noches y me marcho al cuarto que él me había ofrecido para descansar, pero no antes paso por los cuartos de los chicos para asegurarme de que se encuentren dormidos.
Al siguiente día, abrí los ojos cansados de tanto llorar. Después de una noche larga y oscura, ver la luz de un nuevo día es muestra que todo se superará. El canto de los pájaros en los árboles hace eco en mis oídos y me hacen sentir más liviana y fuerte para lo que se vendrá.
En la cocina me encuentro con Jacinta preparando el desayuno, así que me dispongo a ayudar. En un par de minutos, el café está servido en la mesa y los niños disfrutan su delicioso gallo pinto con huevos fritos y pan tostado.
Tomo asiento y veo cómo Jacinta se dirige a la puerta trasera de la cocina —Siéntate con nosotros, Jacinta —le pido. Ella se voltea y niega, dando las gracias —Por favor, Jacinta —vuelvo a solicitar. —Nos preparaste este delicioso desayuno, por favor compártelo con nosotros.
Ella mira de mí a Luisma, que se encuentra parado en la puerta de la cocina, observando nuestra escena. Él no dice nada, solo se acerca a la mesa y se sienta en la cabecera. Tomo su silencio como una negativa y como punto final a nuestra pequeña discusión, por lo que decido no seguir insistiendo.
Ya en el auto, el hombre selecciona en la radio una música movida para alegrar el día. Miro a los niños bailar en sus asientos traseros, en tanto mis manos sudan por temor a enfrentar un desafío a estas alturas de mi vida.
Después de dejar a los niños en la escuela, nos dirigimos a lo que será mi nuevo día de trabajo.
—Buenos días —saludo con una sonrisa a la recepcionista de la entrada. Ella me responde de la misma manera. Al notar que no reanudo, me formula diversas preguntas para que pueda ayudarme.
—Buenos días, señorita —interrumpe Luis Manuel acercándose a mi lado —Viene conmigo —Termina de decir. La recepcionista asiente con la cabeza y le da los buenos días. Doy un suspiro profundo y le gesticulo a la recepcionista “un gracias” a la distancia.
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