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4° CAPÍTULO

Hoy, Javier tomó la decisión de partir de nuestro hogar, y este día quedará grabado en mi corazón como uno de los más desgarradores que he experimentado. Desde lejos, lo observo mientras prepara sus maletas, tan lleno de entusiasmo que sus canciones llenan de felicidad cada rincón de la casa.

Mientras tanto, yo me aferro a los quehaceres domésticos, buscando en vano una distracción. Desde la distancia presencio la despedida de nuestros hijos, así como las excusas que Javier da sobre su decisión, prometiendo verlos los fines de semana y días festivos. Con lágrimas en los ojos, concluye en un abrazo prolongado, tratando de aferrarse a lo que queda de su unión. Luego, sube al automóvil, pronuncia un último adiós y les lanza un beso. Todo esto lo hizo sin voltearme a ver, sin ni siquiera una gota de preocupación por mi bienestar. 

Al ver como se aleja de nuestra vida, me derrumbo en el frío suelo de la cocina, entregándome al llanto desconsolada. El tiempo parece congelarse en ese instante. Los últimos vestigios del invierno impregnan el aire, recordándome la ausencia gélida que se avecina en mi vida.

Después de un tiempo, subo las escaleras y me cobijo en la cama en busca de calor y consuelo. Al encender la calefacción, me sumerjo en un sueño profundo que me lleva hasta el próximo día, esperando encontrar alguna paz en el amanecer.

Siento a alguien ingresar a mi habitación, intento abrir mis ojos, pero estos se encuentran hinchados por el llanto de la noche anterior, luego a mis espaldas escucho a mi hijo preguntar. —¿Estás bien, mamá? —acercándose a la cama. Sé que es lamentable que mis hijos me vean de esa manera, pero debo dejar salir el dolor de una vez, para poder ponerme de pie para ellos.

Dirijo mi mirada hacia uno de los grandes amores de mi vida —Si lo estoy, Brayan. Tranquilo, ¿necesitas algo? —respondo intentando sonar calmada.

—No, mamá… Siga durmiendo, yo hago el desayuno. — suena comprensivo, a pesar de su edad, sé que entiende la situación en la que nos encontramos ahora, y debido a ello intentará ayudar en lo que más pueda.

—¿Será que puedes? — le pregunto, a pesar de que su comportamiento me conmueve y reconforta mi herido corazón. Pero necesitamos animar el ambiente, soy consciente de que le fastidia que dude de sus capacidades, así que él responde de inmediato —¡Ya no soy un niño! Ya tengo 8 años. — su tono es totalmente indignado, lo cual me hace sonreír, así que sigo  jugando con el —Para mí, sigues siendo mi bebé. —concluyo, atrayéndolo a mi cuerpo para abrazarlo con fuerza, a lo que él chilla de dolor. 

Mientras seguíamos en nuestro juego de cosquillas, escucho a mi otro  hijo desde el piso inferior —¡Mamá, te buscan! —grita. Nos detenemos para poder preguntarle quién es la persona en la puerta, su respuesta es totalmente desagradable. “La abuela”, solo de escuchar ese apelativo, un mal sabor de boca se apodera de mí, al recordar las mil y una vez que esa señora me ha tratado mal. Sin poder evitarlo gruño en voz alta —¡Lo que faltaba! — sin cambiar mi expresión de desagrado. 

—No te pongas así, mamá , no la contradigas y verás que todo está bien. Eso hago yo cuando se quiere meter conmigo. —afirma con inocencia mi pequeño. 

Suspiro con resignación —¡Ay, Brayan! Esa señora nunca me ha querido y con los últimos acontecimientos debe de estar brincando de felicidad. Seguramente viene a asegurarse de la situación y a restregarme las cosas a la cara. 

Mi pequeño me acaricia el rostro y me mira con comprensión —Simplemente no le hagas caso — Insiste. Estoy consciente de que tiene razón; por lo visto; él tampoco la soporta. 

Me levanto y voy  al baño para arreglarme un poco. No puedo permitir que esta mujer me vea derrotada; le quitaré esa satisfacción. Al estar un poco frío el clima, antes de bajar las escaleras, voy al closet por un abrigo. Cuando bajo, la veo parada en la sala de estar y me acerco a ella—Buenos días, suegra. ¿Cómo estás? — pregunto con cortesía, aunque en realidad no me interesa en lo absoluto. 

Me mira de pies a cabeza y me responde —No tan bien como tú — con una mirada de disgusto. 

Ignoro sus gestos y palabras, pues la conozco perfectamente y ella siempre busca motivos para pelear. —¿A qué se debe tan agradable visita? —consulto con sarcasmo. Ella sabe que tampoco es de mi agrado, por lo que me recrimina por mi hipocresía 

Se voltea dirigiéndose a los sillones de la sala mirándolos con fastidio. Lo piensa unos segundos, pero, aun así, pasa la mano por ellos para comprobar si tienen alguna suciedad. Toma asiendo y me mira —¿Dónde está mi hijo, Javier? —pregunta, mirando a su alrededor, fingiendo buscarlo, es más que obvio que esta bruja sabe todo lo sucedido.

Cuento hasta tres —Él ya no vive aquí. —le respondo, preparándome para su drama, por lo que me apoyo en el mueble frente a ella.  Escucho su grito de indignación mientras se levanta del asiento como un resorte. Miro mis manos para luego dirigir mi mirada a ella, sonrío levemente—¡Cómo escuchas! Él se marchó para irse a vivir con su secretaria. 

Se queda callada por unos minutos, tensando su rostro y apretando la mandíbula, enfurecida. —¡Todo esto es por tu culpa! —explota de pronto, escuchándose por toda la casa. 

Esto sí que es insólito, no puedo evitar decir —¿¡Perdón!? — frunzo mi entrecejo — ¿que culpa tengo yo de que su hijo jura que tiene 20 años menos y mágicamente le llegó la juventud?, o ¿por qué se vio con un poco más de dinero, se olvidó de su familia? — podría seguir dándole ejemplo, pero ella me interrumpe.

—¡¡Si tan solo fueras más mujer para mi hijo, esto no estaría pasando!! — me alza la voz con indignación. 

Abro mis ojos por el impacto de lo estúpido de su comentario, solo trago grueso y me  muerdo la lengua para no faltarle el respeto, aunque no se lo merezca. Desde muy niña mis padres me habían enseñado a obedecer a los adultos mayores, pero cuanto deseaba gritarle sus cuantas verdades en la cara.

Iba a continuar con sus palabras hirientes, pero de pronto, se queda callada, al ver los ojos asustados de Greivin y Brayan que la miran sin pestañas. Ella se da cuenta de la incomodidad y cambia el tono —¿Te acuerdas de lo que te dije cuándo te casaste? 

Busco en mi cabeza ese día, recordando —Sí, que este matrimonio no tenía futuro. —contesto con calma. Mientras le hago un gesto con mi mano a mis hijos para que vuelvan a su habitación.

Ella sonríe triunfante—¡¿Y tenía razón?! —  hasta da unas palmaditas, no lo puedo creer, está aplaudiendo. Lo único que puedo hacer es afirmar con mi cabeza —Solo a mi hijo se le ocurre casarse con una vagabunda como tú. — continúa con su veneno. Sé que en el fondo de su corazón está disfrutando este momento. 

Cierro los ojos y me contengo de no abofetearla en la cara. Después de unos segundos, levanto la cabeza con orgullo y la miro directo a los ojos —Señora, no quiero ofenderla con lo que le voy a decir, pero nuestros problemas siempre fueron por su culpa. Nunca buscó el bien en nuestro matrimonio, sino todo lo contrario: siempre envenenando la cabeza de Javier. Todo lo que está haciendo este momento confirma lo que estoy diciendo.

A pesar de que su expresión cambió mientras yo hablaba, vuelve a mostrar esa sonrisa cínica —Porque sabía que esto jamás funcionaria —responde con suficiencia — Tú nunca estuviste a la altura de mi hijo; el olor a pobreza se podía sentir a kilómetros. Aún no logro entender que vio Javier en ti. — Se sienta nuevamente en el sillón, como si la conversación fuera tan amena que amerita una taza de café acompañada de un delicioso pan recién salido del horno. 

El día en que decidimos convertirnos en novios, nos enfrentamos a una dura realidad: su madre no aceptaba nuestra relación debido a mis humildes orígenes y mi aparente falta de refinamiento. Sin embargo, Javier decidió desafiarla y nos casamos en una modesta iglesia, rodeados solo de unos pocos invitados. Aunque era predecible, su madre no asistió ni brindó su bendición; en su lugar, convirtió nuestra vida en un verdadero infierno, buscando constantemente motivos para separarnos.

Pongo la mano en mi boca, fingiendo pensar—Sabes, querida suegra, siempre hay que buscar lo positivo en las cosas. Alejarme de Javier no es la excepción. Por fin, dejaré de ver su rostro cuando venga a mi casa con sus malas vibras.  — respondo como si hubiera encontrado la cura al cáncer. Ahora soy yo la que sonríe; amo ver la expresión de ofensa en su rostro. Siento un alivio en mi alma, solo un poco. 

Ella se levanta del asiento tan rápido como puede y se dirige hacia mí con enojo —Selena, aprende a respetar. Aunque mi hijo te haya dejado, sigo siendo tu suegra. — dice, apuntándome al rostro. 

Mi sonrisa no se borra, a pesar de su cercanía — Eso será por poco tiempo, porque me divorciaré y por fin me libraré de usted y de su hijo. — digo con alegría. Esas últimas palabras me salieron del corazón. Por primera vez pude decirle las verdades en la cara sin tener cargo de conciencia. — Entiendo que para usted será muy duro, porque comprendo que me adora como yerna, pero tenemos que tomar caminos separados — añado, mirando con pesar,  poniendo la mano en mi pecho y a la vez limpiando una lágrima imaginaria. 

Se pone roja  de la rabia —¡Te quedarás sin nada Selena, te acordarás de mí! —Gruñe enfurecida. 

Comienzo a reír y me detengo abruptamente—Tus amenazas no van conmigo. Yo no te tengo miedo.  — le digo lentamente, con voz fría. Camino hacia la puerta principal y la abro. —Así que te puedes ir por donde viniste. — le hago el gesto con la mano para que se retire. 

Me mira con furia, odio y con un montón de sentimientos obviamente no buenos. Se acerca donde estoy y se coloca frente a mis narices. La distancia es tan poca que me asusta, pero no se lo demuestro; todo lo contrario, levanto mi cabeza con prepotencia, y afirmo mi postura recta. 

Ella abre la boca para decir algo, pero se arrepiente, y tira su cuerpo hacia atrás. Camina hacia la salida, pero antes de irse, se vuelve hacia mí y dice —Nunca encontrarás a un hombre mejor que mi hijo. 

Doy una carcajada —Te equivocas, señora. En la calle se encuentran hombres mejores y más guapos — me apoyo en la puerta — Tu hijo tampoco era la gran cosa, para ser sincera. Me siento estafada, ya que no era lo que me prometieron. — Hago el gesto como  si estuviera pensando – ¿No haces devoluciones?, ¿o ya me pasé del tiempo? No importa que no me puedas devolver el tiempo invertido, me doy como pagada con los maravillosos hijos que me dio. 

Suelta una fuerte carcajada falsa y luego responde —Conoces el dicho: “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”. Niego con la cabeza, lo que la anima a seguir. —Puede que te hayas casado con mi hijo y que este te haya llenado de lujos, pero lo vulgar y terrosa que eres nunca se te quitará.

Ya me cansó esta pelea estúpida —¡Por favor, Señora, váyase de mi casa! Si no quiere que esto pase más —ordeno entre dientes. 

Finalmente, parece entender que he dado por terminada la patética discusión. Solo me da una última mirada y se retira del lugar. Veo como se va alejando hasta llegar a la acera, así que cierro la puerta de un portazo y doy un gran suspiro. No negaré que las cosas que me dijo no me hirieron aún más mi roto corazón, pero como no le demostré a mi “marido” lo rota que estoy, menos le daré en el gusto a esta bruja. Lameré mis heridas sola en mi habitación, pero fuera de ella seré la leona que callaron durante años. 

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