35° Capítulo
Miro con desgana el desayuno, aprovecho que no hay nadie en la cocina y me deshago de él.
El olor al gallo pinto recién hecho hace que el estómago se me revuelva y el continuo dolor en mi bajo vientre que me ha acompañado desde hace semanas empeora las cosas.
Rebusco en mi bolso y me dirijo hacia la sala en busca de mi madre.
— Aquí tiene… —le digo estirando la mano para darle mi sueldo.
— Gracias, hija, te amo… —contesta, mientras recibe el dinero.
— A veces siento que cada día se me complican más las cosas mamá, temo un día no poder más y no tener cómo ayudar económicamente en la casa.
Siento las lágrimas picar en mis ojos, específicamente hoy me levanté con el cuerpo cortado y muy cansada
—No digas eso Selena, tú eres una mujer extraordinaria y pronto saldremos de esta, ya lo verás. — me anima ella colocando una mano cálida sobre mi hombro —Aparte yo sé lo que es criar hijos y te garantizo que no es nada fácil, pero como madre soltera lo estás haciendo bien…
— Gracias por tus palabras, realmente las necesito —contesto mordiéndome el labio inferior.
— ¿Hija, no se te hace tarde para el trabajo? —vocifera mirando el reloj de pared.
— ¡Tienes razón! — cierro el bolso y corro a coger el bus —te llamaré cuando llegue al trabajo —grito fuerte para que ella me escuche.
— Adiós cariño, pórtate bien —responde ella con el mismo tono de voz, tirándome un beso desde la puerta.
***
Suspiró cansada cuando finalmente termino de limpiar toda la casa. Agradezco profundamente a mi amiga por conseguirme este trabajo; pero la señora Sara es exigente y mandona; nunca la he visto sonreír, sus gestos agrios y sus palabras frías dejan en evidencia su mal humor.
Al dolor en mi vientre se le suman unas náuseas insoportables, sin poder evitarlo corro a los servicios que recién había limpiado y entre arcadas empiezo a vomitar. — No me puedo enfermar, mi familia depende de mí —pienso inmediatamente arrodillada en el suelo.
Sabía también que no podía darme el lujo de faltar un solo día, ya que la señora me lo rebajaría del salario. Trato de creer que estoy bien, pero es martes y los malestares continúan en aumento haciéndome imposible seguir con lo que estoy haciendo.
Me enjuago la boca y lavo mi rostro pálido, viéndome en el espejo, —! ¡No puedo seguir así! —digo en voz alta —visitaré al doctor y aprovecharé para darme un día libre para jugar con los niños…
Camino despacio hacia la habitación donde se encuentra Sara, viendo televisión.
— Señora Sara, perdón que le moleste, pero ¿Podemos hablar? —susurro mientras doy pasos hacia su dirección.
—¿Qué es lo que quieres, Selena? ¿No ves que estoy ocupada? — grita ella, levantando la mirada fría y dejando ver su malestar por mi pregunta.
— Quería preguntarte ¿Si podría marcharme? Es que no me he sentido bien.
— ¿Qué tienes?
— No lo sé — contestó bajando la mirada
—¿Estás o no estás enferma? —grita enojada
— Lo estoy —respondo temerosa.
— Puedes ir mañana al puesto de salud; tienes permiso tres horas en la mañana, y no me importa que tengas que hacer, si no llegas a la hora indicada, date por despedida.
— Entiendo —digo en tono suave mientras salgo furiosa del lugar
No debí creer que ella se apiadaría de mí y me dejaría irme a descansar.
Cuando llego a casa apenas tengo fuerzas para bañarme y comer. Intento poner mi mejor cara para que no se preocupen los niños cuando les leo su cuento antes de dormir; pero apenas se duermen, me cambio y caigo a la cama rogando para que mañana todo esté bien.
***
Despierto mareada y con el cuerpo un poco entumecido; me pregunto ¿Qué será este dolor? ¿Y por qué no se me quita?
Miro, mi bata de dormir y me asusta encontrar manchas de sangre en la fina tela blanca. Parece que finalmente me llegó la regla, el estrés de estos días debió retrasarla.
Intento levantarme, pero un pesar me responde por mi debilidad, no he desayunado y el hambre es mucho
¿Cómo haré para ir a trabajar hoy? —fue lo primero que pensé, antes de ir a la cocina por una taza de café.
La nevera está vacía y el cajón donde se guarda el diario también, intento no molestarme, pero es imposible, pues, solo podía reflexionar en los niños y que les daría de comer.
— Tranquila Selena, ya Fernando va a ir a comprar pan —escucho a mi padre detrás de mí.
Giro mi cuerpo hacia su dirección para reclamar, pero las piernas no sostienen más mi peso y caigo en sus brazos perdiendo la consciencia al segundo siguiente.
***
Los parpados me pesan, sin embargo, logro abrirlos lentamente; pestañeo varias veces intentando enfocar y me sorprende ver a mi madre de pie junto a la cama. En sus ojos puedo ver lágrimas de dolor o de alegría. Realmente no comprendía nada. No sabía qué estaba pasando y porque mi madre tenía una pequeña sonrisa en su rostro.
— Veo que ha recuperado la conciencia, eso es bueno — dice un hombre alto con bata blanca.
— ¿Dónde estoy? — pregunte aún aturdida.
—¿Cómo está mi hija doctor?
— Está bien, y podrá irse a casa en una hora, recuerde alimentarse bien y comer sano, nada de alzar pesado para que no sangres más, — continuó diciendo — necesito que venga el próximo mes para control prenatal y revisar que todo marche en orden ¿Estás de acuerdo Selena? —a lo que afirme con la cabeza, aun sin entender nada.
— Aquí estará sin falta… —responde mi madre tranquila.
— ¿Control… de que…? ¿Qué tengo? —pregunto aún confundida.
—Estás embarazada, señora — contestó él inquietó y algo molesto por mis interrupciones —Tienes que tomar ácido fólico y vitaminas.
Siento cómo un puño de acero va apretando mi pecho mientras las palabras van siendo asimiladas por mi cerebro
—Yo… yo no puedo estar embarazada, doctor, ya no tengo edad para…
—No te preocupes por eso, todo saldrá bien. Puedes irte, te veré el próximo mes —finalizo él algo irritado.
Escucho al doctor y solo ruego para que todo esto no sea más que un mal sueño.
— Tranquila Selena, tu familia está contigo y este retoño vendrá a alegrarnos nuestros días.
—¿Estaba bromeando mamá? No tenemos ni para comer y ahora esto —gruñí furiosa al comprender que estoy en la realidad
— Bueno, las dejo, tengo otra paciente que atender —dice el doctor, saliendo del salón
— ¡Cállate Selena! Porque si no te has dado cuenta estamos en un hospital… —grita mi madre furiosa.
— ¡No me importa, no quiero a ese bebe! —vociferó con lágrimas de rabia bajando por mi rostro.
— No digas eso, todos los niños son una bendición de Dios. Y ahora lo dices porque estás aturdida por la noticia, pero pronto se te pasara ese berrinche y lo amarás como los otros.
— ¿Y los niños? — pregunto mirando a mi alrededor.
— Están en la sala de espera —responde ella aun enfadada
Me levanto de prisa y busco la ropa que la familia había traído en una bolsa negra, para luego correr hasta, donde están.
Al llegar al salón, mi corazón se encogió cuando los vi a ambos jugar con un bebé de meses.
— Mamá, ¿ya estás bien? —corre Greivin al verme llegar y se abraza a mis piernas
—Si cariño.
— ¿Estabas llorando? —pregunta alzando su cabeza para verme con su pequeño ceño fruncido y se me revuelve algo por dentro al mirar a “mi caballero”
— Que bueno que ya estás bien —interrumpe mi padre, levantándose del asiento y me alegra que haya desviado la atención.
— Mamá tengo hambre —dice Brayan, mientras se acerca despacio para abrazarme también.
“Los hijos son una bendición” —las palabras de mi madre provocan un latigazo en mi corazón al sentirme rodeada por ellos; pero al que llevo en mi vientre no lo puedo ver así, no ahora… aunque me duela eso
— En la casa te doy cereal y un poco de leche —musito mientras sonreía.
—¿No comeremos en un restaurante camino a casa? —cuestiona el otro
— No…
— Ya vámonos de aquí, que tu madre tiene que ir a trabajar —interrumpe mi padre al ver mi incomodidad.
Al terminar de pronunciar esas palabras recordé la amenaza de Sara, donde solo me daba tres horas.
Miro el reloj donde marcaba el final del plazo establecido, tomo las pocas pertenencias que tenía en mi poder para salir de ese lugar, me despido de los niños en la parada de bus y amenazo a mi madre para que no diga nada, sé que mi padre tendrá muchas preguntas para las que no estoy preparada para responder con la verdad…
— Eres fuerte, eres fuerte, tú puedes… por tus hijos, tienes que hacerlo —me repito mientras me dirijo a casa de Sara; sin embargo, un par de lágrimas silenciosas recorren mis mejillas cuando casi de forma inconsciente llevo una mano temblorosa hasta mi vientre. —¿Qué voy a hacer contigo? ¿Cómo reaccionará tu padre?… No tengo otra salida, tengo que contárselo.—digo aún dudosa de mis palabras.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro