32° Capítulo
De camino al barrio pobre donde me vio crecer, rogaba a Dios que mi familia me recibiera y no cuestionen mi actuar en los últimos años.
—Mamá, ¿Viviremos aquí? —pregunta Greivin con ojos asustados, reflejando en su rostro miedo y desesperación.
—No lo sé, cariño—respondo con tristeza.
Bajo del autobús una cuadra antes de la dirección señalada, camino despacio por aquella calle sucia, llena de gente durmiendo en las aceras, los muros pintados con grafitis, con casas hechas de madera y otras de zinc; mientras doy pasos pequeños las personas del barrio me saludan, otros me abrazan y se llenan de alegría al verme llegar… Después de mucho andar me detengo en la entrada de la casa de mi familia.
Durante unos segundos permanezco de pie junto al portón de acero, inhalo profundo mientras paso ligero la mano sobre mi rizado cabello, y planchó el vestido liso color celeste.
— ¿Qué reacción tomará mi padre al verme? —, susurre con algo de susto.
Tomo aire de nuevo y camino hacia la puerta principal, el primero en verme, fue mi hermano menor Fernando que con modo serio me deja pasar, cinco minutos después estoy sentada en uno de los sillones de la sala, abrazando a mi madre y hablando con mi padre.
Los niños desaparecen en cuestión de segundos, cuando mi hermano les enseña la bola de fútbol para jugar.
Mientras conversamos mis manos no dejan de sudar, dejando en evidencia mi preocupación por la visita inesperada y las maletas en la entrada, provocándome un dolor de cabeza terrible.
La respiración se cortó tan pronto dije divorcio, las caras de asombro aparecieron y el disgusto de mi padre no se hizo esperar.
— ¡Claro está, vienes aquí buscando refugio! — dice mi padre furioso poniéndose de pie — ¿acaso no fuiste tú la que juró nunca más tocar pie aquí?
Afirmando ser éste el peor lugar de la tierra, que jamás volverías a pisar esta "pocilga" a como la llamaste.
Incluso dos veces trajiste a esos dos retoños para que los conociéramos y te fuiste tan pronto como llegaste, con el pretexto "que tenían que irse, porque tenían cosas más importante que hacer" con tu elegante y poderoso esposo.
Ahora llegas con las maletas llenas de ropa y sin un centavo en la bolsa, buscando refugio para poder vivir.
Cierro los ojos mientras una tímida lágrima baja por mi mejilla. Cuanta verdad tenía mi padre; de joven creía que la plata lo era todo, que al casarme con Javier mi mundo sería mejor, y por qué no pensar así, si él me prometió cielo y tierra. Sin imaginar que ese sería el comienzo de un infierno de años donde persistía la humillación, el racismo y la infidelidad.
— Papá lo siento. Yo nunca quise abandonarlos, simplemente Javier no me dejaba visitarlos.
—¡Excusas, puras excusas!
—Cariño, ya eso pasó, ella se enamoró del hombre equivocado —interrumpe mi madre con tono suave
— Ella se enamoró de los regalos que ese desgraciado le hacía. Y no me puedo quejar, si de ahí proviene todo esto: la casa, el tramo en el mercado y una estabilidad económica que ahora contamos. Pero todo lo hizo para conquistarnos y así lograr casarse contigo.
— Tranquilo Norberto, tranquilo, te va a dar algo —dice mi madre irritada por sus palabras.
—¡Ah!, pero él quería complacer a su padre; que en paz descanse. El maldito le ofreció sus bienes a cambio de una esposa y al no tener con quién hacerlo, se encontró a ti y zaz, encontró la indicada, la tonta Selena que estaba dispuesta hacer de todo para salir de éste lugar.
Me tiro a sus brazos pidiendo perdón por mis errores pasados, al principio él los rechazó vehementemente, pero después de un rato respondió dulcemente de la misma forma.
—Aún así... bueno… —tartamudea —a pesar de todo, eres mi hija, mi niña hermosa —susurro tocando mi espalda.
— Papá, ¿me puedo quedar aquí con los niños, por mientras consigo otra casa?
— Claro, mi terrón de azúcar, esta siempre será tu casa — responde más tranquilo.
Mi madre chilló emocionada, y no pude reprimir la pequeña sonrisa que aparece en mi rostro al verla tan feliz.
—¿Quieres una pastilla para esa migraña?
— Sí, mamá, por favor
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Capítulo especial: Fernando
Pasamos el resto del almuerzo escuchando la odisea que tuvo que pasar Selena en estos últimos meses, su nuevo amor, los lujos a los que vivió con ese desgraciado y el gran puesto en el que ocupó por tanto tiempo. Para terminar tirándolo a la calle como el exmarido.
Durante varios minutos de hablar, ella se queda callada y el silencio se apoderó del comedor, dejando en evidencia lo molesto que era imaginar la vida tan miserable que tuvo que pasar.
Miro a mi padre perdido en sus pensamientos, por lo que decido darle tiempo a que él le dijese algo. Pero al notar su indiferencia decido ser yo quien lo saca de sus pensamientos.
— Ese tipo te trató de ladrona, oportunista e interesada y, aun así, lloras por él, Selena — al ver cómo le bajan sin parar las lágrimas de su rostro.
— Usted no entiende, Fernando
— No, no entiendo cómo tú te dejas llevar por esos hombres. Tenga más carácter y deja ya de chillar. Dedícate a buscar un mejor futuro para tus hijos.
— Cuando seas padre y tengas tus propios hijos, entenderás.
Como extrañaba pelear con mi hermana, era un gusto que hacía tiempo no hacía y me llenaba de satisfacción, aunque la situación no ameritaba ese comportamiento, sentía que tenía que ser yo quien le dijera las cosas en la cara.
— Por supuesto, pero te aseguro que intentaré ser mejor padre que esos dos tipos juntos —gruño furioso mientras ella bufa y se queda callada.
— Fernando… — grita mi padre.
— ok, entiendo. — digo con disgusto. —Cambiando de tema, quiero comenzar a trabajar mañana y … —comienzo a decir, pero Selena me interrumpe atravesándome con la mirada.
— ¿Trabajar? – pregunta molesta —tú no vas a trabajar, tú vas a estudiar y serás un gran abogado.
—¿Qué? –pregunto levantándome de mi asiento —¡yo quiero ayudar en la economía de la casa! Y más en la condición en que nos dejaste.
—¡Cállate Fernando! No quiero un insulto más para tu hermana, tenga un poco de empatía, —vocifera mi madre observándome con superioridad. — no se te olvide que ha sido ella quien ha pagado tu carrera todos estos años —el pulso se me acelera del coraje que siento
—y la respuesta es no, no vas a trabajar, no lo necesitas, es mi última palabra. —vuelve la mirada a la mesa mientras mis ojos se llenan de lágrimas y huyó en carrera hacia el cuarto.
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