2° CAPÍTULO
Cansada de las sospechas de un posible engaño por parte de Javier y las teorías tontas que no me llevan a ningún lado, decido por cuenta propia descubrir la verdad.
Espero a que llegue el viernes por la noche, tomo un taxi y me dirijo a su lugar de trabajo. La lluvia cae rápidamente por toda la ciudad, provocando que el pavimento se moje por completo. Abro la sombrilla para protegerme, pero aun tomando ciertos cuidados, no impido que mis zapatos no se mojen.
Llego al edificio sacudiendo la ropa y me dirijo hacia la puerta corrediza, como de costumbre. Javier me había dicho que tendría una reunión de trabajo, así que arribo algo temprano para sorprenderlo. Los truenos suenan tenebrosos, poniendo mis pelos de punta. Abro la puerta del edificio, dejo la sombrilla a un lado junto con los zapatos, y sacudo las gotas de agua de mi vestido inútilmente con las manos.
Me dirijo hacia su oficina y empujo la puerta con sutileza. Escucho gemidos provenientes de dentro y asomo la cabeza, encontrándome a la secretaria subida en el escritorio con las piernas abiertas, mientras mi marido la embiste con fuerza. Respiro profundamente para no desmayarme, doy pasos firmes y seguros mientras mi corazón late sin parar.
—Hola, querido. ¿Cómo estás? — digo con voz serena, aunque por dentro mi corazón se esté rompiendo en pedazos en este momento.
Del susto, Javier intenta subirse los pantalones torpemente y con prisa, mientras la sinvergüenza cubre su cuerpo con las manos y baja del escritorio para correr al baño privado de la oficina. Lo miro fijamente, esperando su justificación de los hechos.
—¿Qué-e haces aquí-í Selena? —dice atropelladamente, mientras intenta acomodar bien su ropa.
Sin sacar la mirada de su rostro, respondo con ironía—¿Acaso no puedo venir a visitar a mi marido al trabajo? ¿O te tengo que pedir permiso?
—No, no, para nada, solo que… ella… Mariana … — intenta darme una explicación, pero ni siquiera puede procesar lo que dice, creo que su cerebro se ha desconectado de su boca.
Hace silencio por unos minutos, tratando de pensar en alguna excusa, pero sabe que por más mentiras que diga, las cosas ya están hechas. Me siento en una de las sillas frente a su escritorio y miro el portarretrato donde tiene la foto de la familia. «Que hipócrita».
— Sabes, lo que vi hoy no me sorprende para nada. Mi instinto de mujer ya me lo decía — hablo tranquilamente, cruzando las piernas en el proceso —pero tenía que comprobarlo por mí misma, por eso vine — continúo, con una frialdad que hasta a mí me asusta.
Él me miraba atónito por mi actitud, intentando encontrar las palabras adecuadas— Supuse que… ¿Cómo lo digo? — susurra, aun sin poder hilar las ideas.
Al ver que no continua, intervengo— ¿Qué te haría un berrinche? — digo, enarcando una ceja y sin quitar mi vista de su rostro.
Toma un largo suspiro y deja caer los brazos a sus costados— Sí, eso. — responde aún con la duda impregnada en todo su rostro.
Me levanto deprisa, coloco mis manos en el escritorio y mantengo mi mirada penetrante. No pienso flaquear en este momento.— Te equivocaste conmigo, yo no soy esa clase de mujeres. Yo me sé respetar. —digo con voz firme y fluida, para que lo comprenda.
Mientras tanto, la sinvergüenza sale del baño ya arreglada. — Doña Selena, ¿cómo se encuentra? — pregunta con desfachatez. Esto es increíble, se nota que no tiene un gramo de vergüenza, no la encontré jugando a las muñecas claramente.
Dirijo mi mirada hacia ella — ¿Cómo crees que estoy en estos momentos, Mariana? — digo con notable ironía.
— Yo te quiero explicar las cosas, lo que viste no tenía que suceder — me dice con la voz temblorosa. Ahora se viene a hacer la mujer dañada, que vaya donde su madre. Yo no le creo nada.
Ruedo los ojos — Niña, ¡cállate! No digas más, conozco la clase de persona que eres — le respondo furiosa, apretando los puños de mis manos. Si dice otra estupidez como esa, dudo que pueda seguir manteniendo la calma; la golpearé.
Pero mi “querido maridito” interrumpe mis pensamientos— No la trates así — me responde Javier, mirándome enojado.
Lo observo con notable burla— ¿Cómo quieres que la trate, Javier? ¿De Zorra? ¿O de trepadora? — le respondo mirándolo a los ojos, cambiando mi expresión a una seria en cuestión de segundos.
Pero la continúa defendiendo — Mariana no es nada de eso. — me responde.
Volteo a verla, y su rostro tiene una leve sonrisa de satisfacción al ver cómo mi marido la defiende. «¿Dónde quedó la niña indefensa y confundida de hace unos minutos?, maldita zorra oportunista y estúpido Javier que jura que es joven», pienso.
— Bueno, me retiro por ahora. Considero que mi presencia ya no es necesaria aquí. Te espero en casa, querido — lo miro a los ojos antes de preguntarle — me da curiosidad saber… ¿Cómo planeas explicarles todo esto a tus hijos, Javier? — A lo que él responde con silencio, sin encontrar palabras qué decir.
Giro mi cuerpo hacia la salida, caminando con la elegancia de una modelo de pasarela. Al llegar afuera de esa infernal oficina, corro al baño para dejar que las lágrimas fluyan. Permanezco escondida por un largo rato; no quería permitirme sufrir por ese desgraciado, pero por más que intento mantenerme fuerte, no lo consigo. Pero estoy conforme y feliz conmigo, porque Javier no logró verme destruida y menos la zorra de su amante.
Recuerdo los años que pasamos juntos, los planes a futuro y la promesa no cumplida de fidelidad eterna. Mojo mi rostro con las manos y salgo como si nada hubiera pasado; la lluvia ha cesado y los truenos se han disipado por completo, permitiéndome caminar en la acera con normalidad.
— Quizás lo único que pueda aliviar el dolor de mi corazón roto sea una buena botella de whisky, — pienso en voz alta.
El estruendo proveniente de un bar al otro lado de la calle captó mi atención, así que decidí entrar sin pensarlo dos veces y pido una botella de vino para calentar el ambiente. El lugar está tranquilo, con muy pocos clientes; miro el reloj que marca las ocho en punto, es temprano para un sitio de estos. Mirando alrededor, bebo el último sorbo y llamo al camarero para solicitarle otra bebida.
En ese momento, entra un cliente, se sienta en el mostrador no muy lejos de mí y pide un vaso de coñac. Aunque la oscuridad del lugar dificulta distinguir el color de sus ojos, su cabello rojo intenso e inconfundible es evidente. Por la forma en que su camisa se ajusta a su cuerpo, puedo concluir que posee un cuerpo bien tonificado. Debe estar acostumbrado a que lo escudriñen de esta forma, porque no se inmuta; sin embargo, no puedo evitar notar lo fatigado que luce su mirada.
Llega un momento en que se percata de mi mirada y me pregunta —¿No eres de aquí, verdad? — después de recibir su vaso de coñac. Mi semblante cambia de inmediato de uno dudoso a uno de desagrado, decido ignorar su pregunta volteando mi cabeza hacia el mesón y sigo bebiendo.
Pasan unos minutos, y el aún sigue esperando una respuesta de mi parte. Puedo sentir su mira sobre mí— Cuando una persona viene por primera vez a un bar, es porque le han roto el corazón.
Al ver que no obtiene respuesta, se vuelve completamente hacia mí y me dice — Vaya, parece que eres una mujer difícil. De todos modos, me presentaré. Soy Luis Manuel, aunque puedes llamarme Luisma — me volteo y él aprovecha para mirarme directamente a los ojos, extendiendo su mano para saludarme.
— ¿Eso es un apodo?, ¿o es un diminutivo de tu nombre? —le pregunto sin tomarle la mano y con la mirada un poco nublada, con tanto tiempo sin beber alcohol había sobreestimado mi capacidad de resistencia.
— Algo así — contesta él, mirando el vaso casi vacío —¿Quieres otro trago? — dice amablemente, creo ver una sonrisa entre la nubosidad de mi vista. Como dudo de mi capacidad del habla solo afirmo con la cabeza, y él solicita un trago a los camareros. Uno de ellos se voltea enérgico y se apresura para congraciarse con nosotros.
Después de un gran suspiro y solicitarle al camarero que dejara la botella, escucho su voz— En otra ocasión yo no le hubiese hablado, pero este día necesito olvidar mi pena — al terminar, bebe un gran sorbo directamente de la botella.
Me causa un poco de gracia su comentario, por lo que a pesar de la duda de como me saldrá la voz— Eso debes decirle a todas tus conquistas para que tengan lástima —respondo, sin dejar de observar mi vaso.
— Te equivocas, no solo tú tienes tu historia de desamor — comenta suspirando y luego toma un sorbo de su coñac.
Ya la duda se ha despertado en mi interior. Pude notar que era muy guapo y me pregunté que clase de pena de amor estaría experimentando— ¿Qué te pasó? ¿Acaso no pudiste llevar a una chica a la cama? — pregunto con un tono burlón en mi voz. Parece que la conquista de la noche no salió como esperaba.
—¡Qué mala eres conmigo! — responde balbuceando y levantando de nuevo la botella, — Pero para que sepas, no es nada como estás insinuando. Simplemente, la mujer que le prometí amor eterno en el altar, la cual juré amar y respetar por toda la vida, me dejó por otro. Como ves, nada importante.
No puedo creerlo, que pequeño es el mundo—¡Ya veo…! Eres de los nuestros, ¡bienvenido al club! — digo en son de broma, a lo que se echa a reír. No puedo evitarlo, el alcohol corre por todo mi sistema, me siento ligera y con muchas ganas de reír. A la mierda con este día, con Javier y la zorra.
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