16° CAPÍTULO
SELENA
Llego a casa agotada. Me quito los tacones nada más al cruzar la puerta de mi habitación y voy directo al baño. Giro la llave de la bañera y dejo correr el agua caliente, agregando suficiente jabón hasta que la espuma cubra la superficie.
Me deshago de la ropa con prisa y me sumerjo. El agua tibia envuelve mi cuerpo y, con un suspiro, cierra los ojos. Por fin, un momento de paz. Los músculos tensos comienzan a relajarse y, por unos minutos, el mundo deja de existir.
No sé cuánto tiempo pasa, pero cuando abro los ojos, mis manos están arrugadas, el agua se ha enfriado y un escalofrío me recorre el cuerpo. No me queda otra opción que salir. Me seco con calma, me pongo mi pijama de algodón y me meto en la cama. Apenas apoyo la cabeza en la almohada, el sueño me vence.
Han pasado más de dos meses desde que Luis Manuel me dio el puesto de secretaria en la empresa, y siento que he hecho un buen trabajo. Hay días agotadores, sí, pero debo admitir que me encanta.
Aunque no todo es perfecto. Las malas caras de Sofía y el trato áspero de Samuel me hacen desear, más de una vez, no ir a trabajar.
Por la mañana me levanto temprano camino a la cocina y me tomo mi tacita de café, como a mí me gusta. Alistó a los niños para que vayan a la escuela, como de costumbre hacen sus rabietas para ducharse y desayunar, doy unos cuantos regaños y amenazas, a lo que de mala gana obedecen y luego se van con Agustín el otro empleado de la mansión.
Ya calmado el ambiente de los gritos y arrebatos de niños desobedientes. Entro al cuarto y me enfundó en una enagua color negra con un saco del mismo color, una blusa de encaje blanco, tacones de punta redonda, me hago una coleta y por último me maquillo mi rostro con tonos pastel. Ya lista tomo el bolso de cuero y salgo a la carrera rumbo a la empresa.
Subo las escaleras de servicio a toda prisa, esquivando a un par de empleados que bajan con carpetas en las manos. No quiero esperar el ascensor. No tengo paciencia. Cuando llego al último piso, respiro hondo antes de cruzar la puerta hacia la presidencia.
Samuel está ahí. Me mira con fastidio y apenas mueve los labios en un saludo seco. No me sorprende. Sé que no le agrada mi presencia.
Durante semanas he estado preguntando a los empleados sobre los negocios de Javier en la empresa. Pero Samuel es demasiado astuto, no deja cabos sueltos, y Sofía se ha encargado de encubrirlo con su silencio. No me ha quedado otra opción que buscar pruebas por mi cuenta, arriesgándome a que me descubran. Luis Manuel tiene que saber la verdad.
Samuel se hace a un lado, y entonces aparece Sofía detrás de él. Su cabello húmedo gotea sobre los hombros, su rostro está limpio de maquillaje y su ropa luce descuidada. No hace falta ser un genio para saber que pasó la noche con él.
Su voz suena con esa amabilidad suya que me enciende las alarmas.
—Hola, Selena —dice, deteniéndose frente a mi escritorio.
No me gusta cómo suena mi nombre en su boca. No con ese tono.
—Hola, señorita —respondió, cortante.
Ella mueve la cabeza, como si analizara mi expresión.
—Hoy, mientras revisaba la lista de invitados, noté que tachaste un nombre que me llamó la atención —dice con falsa curiosidad.
Yo tenso. No esperaba que lo notara tan rápido.
—No sé de qué estás hablando. Y ahora, si me disculpas, tengo mucho trabajo que hacer —murmuro sin levantar la vista de la pantalla.
—¿Cuándo pensabas decirme que Javier es tu marido? —su voz cambia, dejando atrás la dulzura—. ¿Y por qué uno de los mayores clientes de la empresa no asistirá a la inauguración?
Levanto la vista y el miro directo a los ojos. Mi sangre hierve.
—¡Eso no es asunto tuyo! —espeto entre dientes.
Sofía se queda en silencio. Me observa con esa maldita expresión de superioridad, arquea una ceja y, sin decir nada más, se da la vuelta y se marcha.
Mis manos se aprietan sobre el teclado. Si cree que puede intimidarme, está muy equivocada.
***
SOFÍA
Ya en mi cubículo, vuelvo a repasar la lista de invitados. Mis ojos se encontraron en el nombre de Javier, escrito con esa caligrafía perfecta, pero tachado con precisión por Selena. Contemplo ese papel durante largos minutos; Cada trazo me recuerda la tensión que se esconde tras esa eliminación.
Con un nudo en el estómago, decido reescribir la lista. Vuelvo a anotar el nombre de Javier, esta vez registrando a Javier como invitado y, a la par, confirmando su asistencia.
El sonido insistente de un teléfono me saca de mi trance. Respiro hondo y, con la lista en mano, me dirijo hacia la oficina de Samuel. Al llegar, lo encuentro esperándome, la mirada fija en mí, en el silencio de la habitación.
Con pasos medidos, me acerco y le entrego la lista, en la que se observa claramente que he reinstaurado el nombre de Javier como invitado y confirmado. Samuel asiente mientras toma el papel y lo examina rápidamente. El ambiente se carga de una tensión casi palpable.
—Necesito que hagas algo por mí.
Su semblante serio y su actitud amable hace que encienda las luces de alarma. Aun con el desconcierto me obligo a preguntar:
—¿Qué debo hacer?
Él se inclina ligeramente, bajando la voz de manera confidencial:
—Dentro encontrarás instrucciones detalladas. Quiero que lo ejecutes de forma precisa y discreta. No puede haber errores.
Un escalofrío recorre mi espalda. Asiento lentamente, consciente de que este encargo es mucho más que una tarea sencilla.
Con el sobre bien apretado entre mis dedos, me despido de Samuel y salgo de su oficina. Mientras recorro el pasillo, hasta llegar a mi cubículo. Abro el sobre con manos temblorosas. Al leer el documento, siento que el peso de su contenido me aplasta. La gravedad de lo que él me presenta, me deja sin aliento, y en ese instante, no puedo contener el miedo.
Cojo el teléfono con nerviosismo y marco el número de Samuel. Mi voz se quiebra mientras hablo:
—No puedo hacer esto, Samuel.
Desde el otro lado, su tono es frío y amenazador:
—Más te vale que lo hagas, porque si no, te culpo a ti del desfalco, en vez de Selena.
Las palabras resuenan en mi mente mientras las lágrimas se acumulan en mis ojos. Con la voz apenas audible, pregunto, atónita:
— ¿Qué clase de persona eres?
Él se ríe sin ninguna calidez, respondiendo con una frialdad que me hiela la sangre:
—Una que se preocupa por nuestro bienestar. Lo único que debes hacer es transferir este monto a la cuenta de ella, y cuando tu querido jefe pregunte, le diremos que ha sido tu compañera de trabajo quien ha cobrado esas cuentas a sus espaldas.
Cuando llega el momento de firmar, mis manos tiemblan de una manera incontrolable. Con la pluma en la mano, estampa el nombre de Selena en los documentos. Siento mi cuerpo derrumbarse, como si cada fibra de mi ser se rebelara contra este acto. Nunca imaginé que llegaría a cometer algo así.
Cierro los ojos con fuerza y rezo al cielo, deseando que todo sea un sueño, que este instante sea producto de mi imaginación. Pero al abrirlos de nuevo, el papel firmado me mira con la cruda realidad y la certeza de que lo irreversible acaba de suceder.
La culpa me consume, y las lágrimas brotan sin permiso, resbalando por mis mejillas mientras huyo al baño, desesperada por ocultar mi debilidad. Sin embargo, en cuanto salgo, me encuentro con Luis Manuel, cuya mirada mezcla ternura y preocupación.
— ¿Qué te sucede, Sofía? ¿Por qué lloras así? —pregunta, apretándome en un abrazo que me envuelve y, a la vez, me exponen.
Intento disimular mi fragilidad con voz entrecortada:
—Nada, señor. Hoy simplemente… no ha sido un buen día para mí.
Levanto mi rostro, y aunque mis ojos están hinchados, se nota el dolor. Luis Manuel extiende aún más sus brazos, envolviéndome con una calidez que me hace sentir protegida. Sin decir más, me conduce a su oficina. Una vez allí, su tono se suaviza:
—¿Quieres un vaso de agua?
Asiento con la cabeza, manteniéndome en silencio. Pero su preocupación persiste:
—Dime, Sofía, ¿qué te sucede? ¿Confías en mí?
Lo miro a los ojos y, a pesar del torbellino que ruge en mi interior, mi corazón tarde con fuerza ante su cercanía. Su piel, cálida y suave, rosa la mía, y el aroma a colonia recién aplicada me embriaga, haciéndome olvidar momentáneamente mis pesares. Sin embargo, en un impulso de autoprotección, me levanto bruscamente, tratando de evadir su incesante curiosidad.
—Cosas de mujeres —murmuro, mientras me aparto bruscamente.
En ese movimiento descontrolado, el vaso de agua se inclina y derrama su contenido sobre su impecable traje. Contemplo, paralizada, cómo diminutas gotas caen y se deslizan por su saco. Luis Manuel intenta sacudirlas, pero sus manos apenas logran dispersar el agua, y mi rostro se sonroja, mezclándose la vergüenza con una culpa que me quema por dentro.
—Disculpe, señor, yo… —comienzo a tartamudear.
—No te preocupes, Sofía —me dice, con un dejo de irritación en la voz pero sin perder la preocupación—. En mi baño tengo una camisa de repuesto.
Sin pensarlo, exclamo: —¡Yo voy!
Corro hacia el baño y regreso en cuestión de instantes, sosteniendo la camisa como si fuera un salvavidas. Al entregársela, la tensión se vuelve casi palpable; su figura impecable y el ambiente cargado de una extraña intimidad hacen que, sin querer, muerda mi labio inferior mientras me acerco despacio.
—¿Te puedo ayudar? —susurro, tratando de suavizar el gesto al acomodar el cuello de la camisa.
—Sí, por favor —responde él, con una voz que parece querer borrar el caos reciente.
Justo cuando creo que la atmósfera se ha estabilizado, una voz inesperada irrumpe desde la puerta:
— ¿Interrumpo? —cuestiona Selena, y en ese preciso instante, tanto Luis Manuel como yo nos giramos para enfrentarla.
El mundo se congela a mi alrededor. Siento cómo, en ese breve segundo, la tormenta de mi culpa y mis emociones se intensifican, amenazando con derrumbar todo lo que intento mantener en orden.
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