15° Capítulo
SELENA
Luis Manuel está frente a mí, con esa calma imperturbable que a veces me desespera. Su postura lo dice todo: está cómodo, confiado, como si todo en su vida estuviera perfectamente bajo control. Yo intento concentrarme en lo que dice, en las palabras medidas que lanza. Pero no puedo. No cuando Sofía está sentada a mi lado, moviéndose como si toda la habitación girara a su alrededor.
Ella juega con un mechón de su cabello, retorciéndolo entre los dedos de una forma que solo puedo describir como descaradamente intencional. Sonríe, esa sonrisa amplia y calculada que me hace hervir por dentro.
— ¿Eso es todo? —pregunta, inclinándose apenas lo suficiente para que su blusa deje entrever un poco más. Su voz es dulce.
—Eso es todo por ahora —responde él, cruzando los brazos con calma —Sé que sabrás adaptarte a los cambios, como siempre.
“Como siempre.” La forma en que esas palabras salen de su boca, con una familiaridad casi íntima, me revuelve el estómago. ¿Qué tiene que ser tan personal con ella?
—Por supuesto, señor. Siempre estoy dispuesta a… adaptarme —responde Sofía, alargando la última palabra mientras lo mira con intensidad.
Luis Manuel parece inmune a su actitud, o al menos actúa como si lo fuera. Pero yo noto todo: la forma en que Sofía cruza las piernas con lentitud, cómo juega con el botón superior de su blusa, dejando entrever apenas lo suficiente para llamar la atención. ¿Por qué tiene que comportarse así?
No puedo evitarlo. Mi mente vuelve a lo que se dice en los pasillos. Hubo algo entre ellos. Algo breve, intenso, cuando él aún estaba recién divorciado. Una relación que ella no se molesta en ocultar del todo, como si quisiera que yo supiera que tiene una ventaja.
Sofía se levanta de su asiento, pero no sin antes lanzarme una mirada rápida, apenas un destello, suficiente para que mi piel se erice. Luego, vuelve a dirigir toda su atención a él.
—Sabía que lo entenderías. Siempre tan profesional —dice Luis Manuel, con esa voz serena.
Mi corazón tarde con fuerza, y mis manos se aprietan contra mis piernas. ¿Es necesario que hable así? ¿Tiene que ser tan obvio? Estoy aquí, pero ella actúa como si fuera invisible, como si yo no importara.
Ella sonríe y asiente antes de salir, dejando tras de sí un rastro de perfume que me parece demasiado intenso. La puerta se cierra, y el silencio en la habitación se hace insoportable.
Luis Manuel me mira, y aunque su expresión es amable, hay algo en sus ojos que no logro descifrar.
—Selena, espero que no te sientas intimidada por este nuevo rol. Confío en que estás aquí porque lo mereces.
—Señor… —respiro hondo, pero mi voz tiembla —Sé que Samuel opina que Sofía debería estar aquí, no yo, y… quizás tenga razón
Luis Manuel frunce el ceño, y por primera vez, su calma parece quebrarse, aunque solo un poco.
—No me importa lo que diga Samuel. Sé que este es un puesto importante, y tú te lo has ganado.
Sus palabras deben tranquilizarme, pero no lo hacen. ¿Y si se equivoca? ¿Y si todos tienen razón?
—Gracias por la confianza, pero no tienes que hacerlo solo porque somos… —las palabras se me atascan en la garganta.
—¿Novios? —interrumpe, con una sonrisa apenas perceptible.
—Sí.
—No lo he hecho por eso, Selena. Este es un puesto de gran confianza, y no confío en Sofía para ocuparlo.
Lo miro, buscando alguna señal de duda en sus ojos, pero lo único que encuentro es un rostro de disgusto ante mis dudas sobre el puesto, a lo que de inmediato decido cambiar de tema.
—Señor, termine con lo que me pidió. Ya tengo 70 personas confirmadas y las otras 30 quedaron en avisar en el transcurso de la semana.
—¡Perfecto! —dice, asintiendo con aprobación —¿Y la prensa? ¿Pudiste comunicarte con ellos?
—Se confirma la presencia de dos canales nacionales.
—¡Fantástico! —responde con entusiasmo —¿Y todo lo del evento? Mesas, platos, música…
—Hoy mismo me encargo de eso —respondo, intentando sonar más segura de lo que me siento.
Tomo aire antes de continuar, pero mi voz titubea un poco.
—Señor, sólo que…
Su mirada vuelve a clavarse en mí, expectante. Sé que él está esperando que continúe con la oración, pero las palabras se estancan en mi boca. La inseguridad, la presión, la sombra de Sofía… Todo se mezcla dentro de mí.
No puedo permitirme fallar.
— No te puedo acompañar ese día.
Mis palabras caen en él como balde de agua fría, lo se por la forma en que me mira, había estado hablando de ese día todo la mañana y sabía que él quería que fuera su acompañante esa noche.
— Explícate mujer —dice con firmeza a lo que me encojo de hombros.
— No puedo estar en el mismo lugar donde este Javier.
Él suspira, frustrado.
— ¿En qué idioma debo decirte, que al igual que usted no quiero nada con él? —habla cabreado.
Miro la lista de invitados en mis manos, como si eso pudiera darme una respuesta, pero nada. Siento su mirada fija en mí, intensa, y no sé qué decir.
—Sabes que puedes reorganizar la lista tú sola. Solo dime cuándo, dónde y a qué hora —me interrumpe, cerrando la conversación abruptamente mientras se inclina hacia su computadora.
Cuando llega la hora del almuerzo, regreso a mi cubículo con un casado envuelto en papel, lista para comer mientras termina algunos pendientes. Luis Manuel tiene una reunión fuera de la oficina, y quiero dejar todo en orden antes de que se vaya.
Mientras hago algunos bocetos, una idea me ronda la cabeza: hablar con Samuel sobre unos documentos que necesitan su firma. Decidió no postergarlo más y camino hacia su oficina.
Antes de llegar, escucha voces. Una en particular me resulta inquietantemente familiar. Me detengo frente a la puerta, dudando si regresar más tarde. Pero la curiosidad, esa que tantas veces me ha metido en problemas, me vensa. Coloco el oido en la puerta.
—Te prometo que te pagaré lo antes posible —dice una voz ronca que reconozco al instante.
—Está bien, pero que esto no pase de aquí. Si mi tío se entera, nos mata a los dos —responde Samuel, en un tono bajo y nervioso.
Mi corazón se acelera. ¿Qué está pasando aquí? Samuel mueve algo, una silla quizás, y entonces sé que es cuestión de segundos antes de que me descubran. Golpeo la puerta con los nudillos, finciendo seguridad.
La puerta se abre de golpe, y Javier sale apresurado. Su mirada me atraviesa como un cuchillo.
— ¿Qué haces aquí? —gruñe, con el mismo tono arrogante de siempre.
—Solo vine a entregar esto —respondo con calma aparente, acercándome a Samuel y extendiéndole los documentos.
—¿Se conocen? —pregunta Samuel, notando la tensión que crece entre nosotros.
Javier, con su eterno aire de superioridad, se cruza de brazos y sonríe con desprecio.
—Ella es mi exmujer, madre de mis dos hijos —responde, como si la sola idea le provocara un asco incontenible. Me mira de arriba abajo y añade —Selena, ¿qué demonios haces aquí?
Levanto la cabeza con toda la dignidad que puedo reunir.
—Aquí trabajo —respondo, sin titubear.
Javier arquea una ceja y lanza una carcajada burlona.
—Ah, ¿sí? ¿De limpia pisos? Porque dudo que sirvas para otra cosa.
Sus palabras me golpean como un puñetazo en el estómago. Me esfuerzo por no bajar la mirada, pero siento cómo una lágrima traicionera se desliza por mi mejilla. Respiro hondo. No le voy a dar el gusto de verme derrotada.
— ¿Qué estás haciendo aquí, Javier? —logro preguntar, ignorando a Samuel, que parece disfrutar de este espectáculo.
—Vine a invitar a Samuel a mi boda. —La sonrisa burlona de Javier se amplía mientras saca un sobre de su chaqueta y me lo tiende —Pensé que querrías saberlo.
—Déjalo donde quieras o llévatelo. No me importa —respondo, sin tocar el sobre.
—Ábrelo —insiste, como si esto fuera algún juego que no entiendo.
—No me da la gana.
Sus risas se funden en una sola.
Samuel, siempre en su papel de segundo, aprovecha para añadir:
—Vamos, Selena, tal vez sea lo más emocionante que te pase en el año.
Cierro los puños, pero mi voz permanece firme:
—Felicidades. —No es un deseo, es un escudo.
—Gracias —responde Javier, con sarcasmo.
El teléfono en el escritorio comienza a sonar, y Samuel se endereza, como si el ruido le hubiera dado una idea.
—Selena, contesta.
—Es hora de almorzar —respondo con frialdad —No voy a contestar.
Su rostro se tensa y su tono sube una octava.
—¡Te di una orden!
Antes de que pueda responderle, Javier se cruza de brazos y lanza otra burla, directo a mi herida abierta:
— ¿De verdad no sabes cómo contestar un teléfono? Qué patético, pero bueno, siempre fuiste inútil.
Samuel suelta una risa corta, como si disfrutara de la humillación.
—Si no sabes hacer eso, no entiendo cómo tienes el puesto de Asistente del Presidente —añade, dándome otra estocada.
La sorpresa se dibuja en el rostro de Javier.
—¿Asistente del Presidente? —repite, con las cejas alzadas.
Levanto la barbilla, sintiendo cómo una pequeña chispa de orgullo se enciende en medio del dolor.
—Sí, soy la asistente de Luis Manuel. Y ahora, si me disculpan, tengo cosas más importantes que atender.
Sin esperar respuesta, salgo de la oficina con pasos apresurados, ignorando las risas que quedan detrás de mí. Las lágrimas nublan mi visión, pero no me detengo. Cuando llego al ascensor, presiono el botón del estacionamiento con manos temblorosas. Necesito escapar, aunque sea por un momento.
***
SAMUEL
Las horas pasan sin darme cuenta mientras trabajo, concentrado en los números y balances. De repente, la puerta se abre lentamente, y Sofía entra con cautela, quedándose quieta frente a mí.
Levanto la vista y la observo de arriba abajo con desagrado. Su presencia me irrita. ¿Por qué tanto misterio? Vuelvo a lo mío, ignorándola, pero su expresión me inquieta. Algo no está bien.
—¿Qué ocurre? —gruño, caminando hacia ella con impaciencia.
—Señor, el jefe lo espera en su oficina.
Su voz tiembla, y eso enciende todas mis alarmas. Su actitud nerviosa confirma lo que temo: algo malo está por pasar.
¿Será que vio salir a Javier?
Mi corazón se acelera, pero mantengo el rostro serio. Sin decir más, atravieso la oficina y entro en el despacho de mi tío.
Lo encuentro revisando facturas, su ceño fruncido y su expresión tensa. Cada papel que hojea parece enfurecerlo más. Mi estómago se revuelve. Algo anda muy mal.
El silencio es insoportable hasta que su voz retumba en la habitación.
—Estoy preocupado, Samuel.
Su tono firme me hace tragar saliva.
—¿Qué pasa, tío? —susurro, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda.
— ¿Sabías que alguien dentro de la empresa nos está robando?
El aire se vuelve pesado.
— ¿Cómo así? ¿Por qué lo dice? —pregunto, finciendo sorpresa mientras mi mente trabaja a mil por hora.
—Clientes con crédito nos han llamado, quejándose de que se les está cobrando antes de tiempo, cuando aún no tienen dinero para pagar —dice, clavando su mirada en mí —Y otros aseguran haber pagado, pero en los registros no aparece nada.
Cada palabra es como un golpe directo al pecho.
—¿Acaso sabes algo?
Intento mantener la compostura, pero mi voz me traiciona cuando respondo:
—No, tío… no sé nada.
Siento cómo mi garganta se seca. Él me observa en silencio, analizando cada detalle de mi reacción.
— ¿Estás seguro? —insiste, sin apartar la mirada.
Me obligo a recomponerme.
—No te preocupes, tío, yo averiguaré lo que está pasando.
Intento sonar firme, confiado, pero sé que mi nerviosismo es evidente.
—Eso espero —responde, regresando su vista a la lista de cuentas.
El silencio vuelve a instalarse en la oficina, pero esta vez pesa más. Sé que sigue pensando en todo esto, que su mente no deja de dar vueltas. Durante años, ha construido este imperio con esfuerzo, aplastando a cualquiera que se interponga en su camino. No es un hombre fácil de engañar.
Lo veo analizar cada número con la misma precisión con la que ha manejado la empresa desde que empezó, dominando el mercado de repuestos y accesorios automovilísticos. Comenzó de la nada y ahora controla a los principales proveedores.
Él no tiene miedo de perderlo todo. Viene del barrio y nunca se ha avergonzado de sus raíces.
Yo, en cambio, crecí con todos los lujos que me dio. Nunca tuve que luchar por nada. Y ahora, con 25 años y algunas deudas acumuladas, sé que mi tío aún duda de que yo pueda algún día tomar su lugar.
Levanto la cabeza y veo que está a punto de preguntarme algo más. No pienso darle esa oportunidad, por lo que me adelanto.
—Con su permiso, tío, iré a revisar lo que está pasando.
Doy media vuelta y me alejo con pasos apresurados.
Siento su mirada en mi espalda, inquisitiva, desconfiada. Estoy seguro de que tiene más preguntas, pero antes de que pueda abrir la boca, yo ya he la puerta y salí de la oficina sin mirar atrás.
Mejor me quedo callado y espero pacientemente mi momento.
Mi tío no confía en mí todavía, pero tarde o temprano, esta empresa será mía. Y cuando llegue ese día, no dejaré que nada ni nadie me lo arrebate.
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