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13° Capítulo

LUIS MANUEL

El olor del gallo pinto y del café recién colado inunda la casa. A veces me pregunto cómo Jacinta logra convertir algo tan sencillo en un festín. Estoy sentado en la cabecera de la mesa, con la agenda bajo el brazo y un café humeante entre las manos, repasando mentalmente todo lo que tengo por delante. La inauguración de la nueva oficina no es un evento cualquiera; es la culminación de años de esfuerzo y sacrificio. Pero cualquier intento de concentración se ve opacado por el alboroto en el comedor.

Brayan y Greivin, como siempre, están llenos de energía, discutiendo por cualquier tontería mientras golpean con sus cucharas el borde de los platos. Entre sus risas y voces infantiles, la tranquilidad es un lujo imposible.

—¡Ya está casi lista la oficina nueva! —anuncio con una sonrisa y un entusiasmo que ni yo sabía que tenía tan temprano.

Las cabecitas de los niños se giran al unísono, con los ojos tan grandes y brillantes que casi me hacen olvidar la larga jornada que me espera.

—¿Vamos a ir a verla? —pregunta Brayan, levantándose de un salto en la silla.

—Hoy no, muchacho. Todavía falta organizar unos detalles —respondo, con un gesto paciente. Pero antes de que sus rostros caigan, añado —Eso sí, estoy planeando una fiesta para la inauguración. Va a ser una noche especial.

—Y nosotros podemos ir? —gritan en coro, como si les hubiera prometido la luna.

No puedo evitar reírme de su entusiasmo. Les doy un par de palmaditas en la cabeza y asiento con firmeza.

La sala explota en algarabía. Jacinta se asoma desde la cocina con esa mezcla entre orgullo y advertencia en su rostro. No la culpo; La casa tiembla con tanta energía infantil, pero no me molesta. Las risas de los muchachos son un recordatorio de por qué vale la pena tanto esfuerzo.

—¡Pero escuchen bien! —añado, alzando un poco la voz mientras ellos siguen brincando —Tienen que portarse como unos perfectos caballeros. Nada de correr o pelear.

—¡Lo prometemos! —responden al unísono, aunque su tono deja entrever que cumplirán esa promesa con mucha dificultad.

Selena, sentada a mi derecha, ha estado observando toda la escena en silencio, con una sonrisa suave que apenas le curva los labios. Es esa calma suya, tan diferente a la mía, lo que a veces me devuelve el equilibrio. Aprovecho que nadie nos ve para rozar su mano bajo la mesa.

—Con ustedes a mi lado, esta fiesta será perfecta —le susurro.

Ella me lanza una mirada cálida, esa que desarma cualquier vestigio de dureza que pueda quedarme encima. Por un segundo, todo está en su lugar: el ruido, la familia, la ilusión.

Termino mi café de un solo sorbo, ajustándome el reloj. La hora avanza más rápido que yo. Me levanto de la mesa, recogiendo la agenda y lanzando un último vistazo a los muchachos.

Jacinta me ofrece su habitual sonrisa servicial mientras recoge los platos del desayuno.

—Jacinta, gracias por el desayuno —le digo, pasando a su lado.

—Con gusto, patrón. ¿Quieres que le prepare algo para el almuerzo?

—No hace falta. Comeré en la oficina.

Le agradezco con un gesto rápido. No tengo tiempo para más. Salgo directo al auto, la agenda bajo el brazo y la prisa martilllándome las sienes. La mañana apenas comienza y ya siento que me persigue.

El murmullo en la casa me sigue como un eco: los niños peleando en el baño, Selena intentando que se apuren sin mucho éxito. Yo estoy sentado en el auto, repiqueteando los dedos sobre el volante. Diez minutos para las siete. Si seguimos así, no voy a llegar a tiempo.

Toco la bocina una vez, dos veces, con la paciencia colgando de un hilo. El sonido corta el aire fresco de la mañana y el silencio del vecindario, pero en mi casa, nadie parece notarlo

—¡Niños! ¡Corran, que se nos hace tarde! —grito con fuerza, lo suficientemente alto para que me escuchen donde sea que estén.

Por fin, los veo salir. Brayan y Greivin cruzan la puerta como un par de mochilas colgando de un hombro y el pelo todavía despeinado. Corren hacia el auto entre risas y gritos, como si estuviéramos jugando.

—¡Apurense! —insisto, con la mirada fija en el reloj del tablero.

Los dos se suben de un salto, peleando como siempre por quién se queda junto a la ventana. Me volteo apenas para regañarlos, pero antes de decir algo, aparece Selena. Un paso lento. Demasiado lento.

Camina con una calma que, en este momento, no puedo tolerar. Mi mandíbula se tensa. Respiro profundo y me aferro al volante, intentando no dejarme llevar.

Selena abre la puerta del auto con la misma tranquilidad que la caracteriza. No levanta la mirada cuando sube y cierra de un golpe suave.

—Buenas tardes —suelto, el sarcasmo escapándoseme sin filtro.

—Disculpa, Luisma —responde con voz baja, como si nada pasara.

Esa tranquilidad suya... Me irrita más de lo que debería. Aprieto los labios y miro hacia adelante. Arranco el auto sin añadir nada más, como si el camino pudiera tragarse mi impaciencia.

Los niños ya están discutiendo atrás por alguna tontería. Selena se queda en silencio a mi lado, ajena a mi mal humor, mirando por la ventana con esa calma suya tan envidiable. Yo sigo concentrado en la carretera, en el reloj y en el caos de mi propia mente.

La mañana sigue presionándome, pero no importa. Hoy todo tiene que salir perfecto, con o sin contratiempos.

Sin perder tiempo, agarro una carpeta amarilla que descansa en mi regazo y se la extiendo a Selena sin rodeos.

—Toma esto —le ordeno, mi voz suena más fría de lo que pretendía.

Selena la recibe en silencio. Puedo notar cómo aprieta los labios, conteniendo las palabras que probablemente se muere por decirme. El observador de reojo mientras abre la carpeta con una calma que rosa lo desafiante. Trato de no distraerme, concentrándome en el camino.

En su interior está la planificación del evento que se llevará a cabo en menos de un mes. Es mi proyecto más importante del año y no puedo permitirme fallar.

—Sé que tienes poco tiempo trabajando con nosotros, pero necesito que me ayudes con esto —le explico sin rodeos, mirando el camino, aunque de vez en cuando mis ojos se desvían hacia ella.

—Entiendo, señor —responde en voz baja, con ese tono profesional que tanto me descoloca.

Mi mirada se desvía unos segundos hacia ella. Su cabello, rebelde y sin controlar, enmarca su rostro con naturalidad. La ropa casual que lleva la hace ver completamente diferente a la mujer de la noche anterior, con un maquillaje impecable y su vestido deslumbrante. Pero ahora, sin artificios, es aún más hermosa.

Y aunque no debería, me sonríe, y yo… yo termino devolviéndole una sonrisa leve, tan natural que me sobresalta. Me aclaro la garganta, tratando de recomponerme. No puedo permitirme estos distracciones.

—Requiero tu ayuda para confirmar la asistencia de los invitados. Además, necesito que consigas el contacto de un jefe de prensa. Vamos a empezar a crear noticias para dar a conocer la marca, mover el interés de nuevos clientes. —Mis palabras salen más firmes esta vez, con la seguridad con la que siempre me gusta hablarle al equipo.

Selena asiente, hojeando los documentos con atención.

—Me parece excelente esa idea de abrirse al mercado y buscar crecer aún más el negocio —dice con convicción.

Su respuesta me toma por sorpresa. Hay algo en su tono que suena auténtico, como si realmente creyera en el proyecto, como si entendiera mi visión. No puedo evitar sentir un pequeño orgullo interno, aunque no lo demuestro.

—Es lo que toca —respondió, volviendo a mi tono habitual. —La competencia no descansa, y yo tampoco puedo hacerlo.

Selena asiente de nuevo y guarda silencio. Por unos segundos, solo el ruido del motor y la voz distante de los niños hablando atrás llenan el espacio. Pero mi mente sigue en ella. Es como un reflejo: cada vez que está cerca, pierdo el hilo de mis propios pensamientos.

De pronto, su voz me saca de mi ensimismamiento.

—¿Quiere que me encargue de enviar las invitaciones esta semana? Puedo revisarlas una por una y asegurarme de que todo queda en orden.

Asiento, impresionado por su iniciativa.

—Perfecto. Mientras más rápido resolvamos eso, mejor. Quiero todo bajo control para la próxima semana.

—No te preocupes, Luisma. Lo tendré listo —me asegura con firmeza.

El auto se detiene en un semáforo. Me volteo ligeramente hacia ella, queriendo decir algo, pero no sé exactamente qué. La observa un instante más del que debería. Selena sigue mirando la carpeta, su mirada enfocada, sus labios ligeramente fruncidos en concentración. Parece ajena a todo lo que me está provocando.

El semáforo cambia y me obliga a regresar mi atención al volante.

—Bien —murmuro, más para mí que para ella.

El resto del trayecto transcurre entre el ruido de los niños peleando por una ventana abierta o discutiendo por una mochila perdida, y el silencio incómodo que persiste entre Selena y yo. Pero en mi cabeza no hay calma, no hay orden. Es como si una voz insistente repitiera lo mismo una y otra vez: "Detén el auto. Bésala. Hazlo ahora, aunque los niños estén aquí" . La otra parte de mí, la que todavía conserva algo de sentido común, intenta mantenerse firme.

Dejamos a los niños en la escuela. Brayan baja del auto primero, su cara de fastidio evidente mientras murmura algo que no logro escuchar. Greivin, su sombra, va detrás y copia el mismo gesto desafiante. Cada día están más rebeldes , pienso con un cansancio que no me atrevo a expresar en voz alta. La puerta se cierra de golpe y solo entonces siento un respiro.

Selena se sube de nuevo, dejando escapar un suspiro profundo, cargada de frustración. No me hace falta preguntar; la conozco lo suficiente para saber que está molestando, que la situación con los niños la afecta más de lo que quiere admitir.

—No te preocupes tanto —le digo con un tono suave, buscando algún resquicio para consolarla. —Las cosas van a mejorar con el tiempo. Solo tienes que seguir adelante.

Ella me mira de reojo, como si no estuviera segura de si creerme o no.

—A veces siento que no puedo más —murmura, casi para sí misma.

No respondo enseñada porque no sé qué decirle. Quisiera prometerle que todo será perfecto, que este caos que nos rodea va a desaparecer. Pero eso sería mentirle. Así que, en lugar de palabras, opta por el silencio. A veces eso basta.

Finalmente llegamos a la oficina. Estaciono el auto en mi espacio habitual, el ruido del motor muriendo lentamente mientras mi respiración, por el contrario, se acelera.

Miró y Selena. Está a punto de abrir la puerta, pero no lo hace. Se queda quieta, mirando sus manos sobre la carpeta amarilla, perdida en sus pensamientos. Algo dentro de mí se quiebra al verla así, tan vulnerable y, a la vez, tan fuerte. No lo pienso dos veces.

—Ven acá —le digo en voz baja, casi como una súplica.

Antes de que pueda reaccionar, me inclino hacia ella y el beso. Es un beso profundo, sin prisa, como si quisiera recuperar algo que nunca había sido mío del todo. Siento su respiración entrecortada, su cuerpo que primero se tensa y luego cede bajo mis manos.

Por un instante, no hay oficina, no hay autos alrededor, no hay niños peleando o agendas apretadas. Solo estamos ella y yo, encerrados en este espacio pequeño, donde el mundo parece no existir.

Cuando nos separamos, ambos respiramos con dificultad. Sus mejillas están encendidas, y sus ojos, sorprendidos, me miran con una mezcla de reproche y deseo.

—Luisma… —dice, intentando recuperar la compostura —Quiero que esto quede entre nosotros.

Su voz es un susurro, como si temiera que alguien pudiera escucharla. Me quedo mirándola, incapaz de esconder la sonrisa que se dibuja en mis labios.

—Está bien —le respondo, tomando su mano y besándola con ternura — Será nuestro pequeño secreto.

Ella asiente y baja la mirada, pero no puede ocultar esa sonrisa que intenta reprimir. Me recuesto contra el asiento, dejándome llevar por una sensación que no había sentido en años: felicidad. Por un momento, el caos deja de importar, y las dudas que me atormentaban quedan atrás.

—Vamos —le digo finalmente, retomando el tono firme y profesional que debería mantener todo el tiempo—Nos espera un día largo.

Selena asiente sin mirarme, pero puedo notar que su actitud ha cambiado. Es sutil, casi imperceptible, pero está ahí. Nos bajamos del auto y camino a su lado hacia la entrada del edificio. La observo de reojo: su paso firme, la carpeta amarilla bajo el brazo y el cabello despeinado que no puede controlar. Y me doy cuenta de algo: ella no solo está en mi vida, está desordenándola por completo.

Pero, por primera vez, no me importa.

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