1° Capítulo
Un rayo de sol se filtra por la ventana y el despertador comienza a sonar estrepitosamente, lo que me despierta con disgusto. Apenas había logrado conciliar el sueño hace un par de horas, esperando a Javier, quien había llegado a altas horas de la madrugada con la corbata torcida, el saco en el brazo y un fuerte olor a alcohol.
Estiro mis piernas y brazos entre las sábanas, luego apago ese ruido molesto y repetitivo. Observo a Javier que duerme placenteramente a mi lado, le toco el brazo para que se despierte, pero simplemente se dio la vuelta dándome la espalda. Sigilosamente, me levanto hacia la ducha, dándome un baño deprisa, me mudo con ropa ligera y cómoda, para luego bajar a realizar el desayuno y almuerzo para el nuevo día que comienza.
En la cocina, tuesto el pan y enciendo la cafetera. Mientras espero a que el agua hierva, escucho el canto alegre de los pájaros posados en las ramas de los árboles del jardín. Cierro los ojos por unos segundos para disfrutar de su melodía, hasta que el insistente gorgoteo de la cafetera me hace volver a la realidad. Sirvo mi taza de café y camino hasta el comedor donde tengo listo el pan y el gallo pinto para la familia.
Mi hijo Greivin me grita desde su cuarto, consultando por sus medias. A pesar de que las tenga frente a él, parece incapaz de encontrarlas
— Están en la última gaveta del ropero — respondo con un tono calmado. Mientras tanto, desde las escaleras, escucho a mi otro hijo preguntando por sus libros. — No, no los he visto, revisa bien en tu cuarto —digo, mientras continúo preparando la mesa. La tranquilidad que había hace apenas unos minutos se disipó por completo al despertar los niños.
Cuando ya tengo todo listo, echo un vistazo al reloj y me doy cuenta de que ya estamos en la hora
—¡Vengan a desayunar! —Grito para asegurarme de que ambos puedan oírme.
Al momento que termino mis palabras, escucho que ambos gritan al unísono que ya vienen.
Me vuelvo hacia la cocina, dispuesta a no insistir más, consciente de que siempre bajan a toda prisa. Dan unos cuantos sorbos a su leche y tomaban una tostada entre los dientes para llevarla de camino.
Tan concentrada estaba en mis pensamientos que no lo escuché ingresar a la cocina hasta que me habla de un de repente
—¡Aquí estás! —exclama Javier, provocando que derrame el café que tengo en la mano. Me lastimo un poco, debido a que aún estaba caliente.
Dejo la taza sobre la mesa y me dirijo al lavaplatos para mojar mi mano lastimada. Sin mirarlo, le hablo molesta —¿Qué quieres?
—¿Estás bien? —pregunta él, mirando el desastre que causé por su culpa.
Seco mis manos y luego me volteo para mirarlo a los ojos —¿Lo preguntas por el desastre que acabas de causar?, ¿o por lo tarde que llegaste anoche? —respondo molesta y cabreada.
Me mira asombrado, pero inmediatamente cambia a una expresión de enojo
—Olvida mi pregunta Selena. En definitiva, tú no cambias. —expresa intentando de que me sienta culpable.
Me siento indignada — Ahora el ofendido es otro. ¡Claro está! Él llega tarde y yo tengo que estar feliz. — contraataco de inmediato — Me responde con la excusa las reuniones, y aunque sea una razón válida debido a su carga laboral, no deja de molestarme — Lo sé, pero me molesta no poder pasar tiempo contigo, disfrutar como pareja, así como lo hacíamos antes. ¿Te acuerdas? — digo con añoranza, recordando los momentos felices juntos.
—Después tendremos tiempo para eso, por ahora tienes que aguantar hasta que el negocio crezca —responde sin darle mucha importancia, tomando su bolso de mano y dirigiéndose a la puerta principal.
A pesar de ese desaire, no me rindo y le grito desde mi lugar un “te amo”, pero no obtengo respuesta de su parte. Solo observo como camina hacia la puerta principal, se sube con rapidez a su auto, saca su mano por la ventana y dice adiós, a lo que yo respondo de la misma forma. Siento pasar por mi lado a los niños corriendo a toda velocidad para subirse al carro.
A la distancia y con mucha gracia, oigo decir de parte de ellos —Hasta luego mami, nos vemos en la tarde… Te amamos. — Sonrío, sintiendo como mi corazón se llena de calor por sus palabras — Antes que logren subir al carro les grito — Yo también los amo…
Otro día más y la misma rutina de siempre, hacer desayunos, se van para la escuela y al trabajo y yo me quedo aquí, limpiando y ordenando la casa.
Cómo extraño la vida antes de casarme. Recuerdo que todo era tan diferente, yo trabajaba en lo que fuera para conseguir dinero, salía con mis amigos y me sentía libre, importante y valiosa. Si bien tenía días difíciles, sentía que podía afrontarlos sin pena . Vendía frutas, verduras y artículos para el hogar, ya fuera en la calle o de puerta en puerta, para ayudar a mi hermano más pequeño. Éramos pobres, pero con un gran corazón; si alguien necesitaba ayuda, sin pensarlo mi madre o mi padre se ofrecían casi de inmediato.
Bueno, en realidad no es que con Javier me vaya mal, de hecho, estos ocho años, me ha tratado como una princesa, proporcionándome todo lo que necesito. Vivimos en una de las mejores residenciales del país y compartimos con la alta sociedad. Pero últimamente, Javier ha cambiado mucho. Está distante, distraído y apenas habla conmigo. Parece más pendiente de su teléfono y su trabajo. Los viernes es casi seguro que llega tarde y los sábados siempre tiene algo que hacer en la oficina.
Entiendo que él tomó las riendas del negocio de su padre y es el único proveedor de la familia, por lo que tiene que trabajar más. Sé que no es nada fácil, pero si tan solo nos dedicara un ratito los fines de semana, no lo extrañaría tanto.
En la tarde regresa cansado como la corbata desecha y la camisa desabotona. Se recuesta en el sofá mientras espera a que yo termine de alistar la mesa para lo que será nuestra cena nocturna.
—¡Amor, la cena está lista! —anuncio, mirando la mesa perfectamente preparada con la comida caliente y los platos en su lugar.
Él se sienta en su silla favorita y espera que le sirva la comida. Mira de reojo el ramo de flores que se encuentra en el centro de la misma, sin decir una palabra saborea el plato servido. Decido preguntarle sobre el trabajo, a lo que responde con un simple asentamiento con la cabeza. Al terminar de comer, se levanta tranquilamente, dejando a su paso una mesa con platos sucios y desordenados. Yo recojo sin protestar, lavo y seco los platos como de costumbre.
Pasadas unas horas, escucho que se mete a la ducha. Abro la puerta despacio, intentando de no hacer ruido, y levanto el celular que está en la mesita del baño. Por varios minutos pretendo adivinar la contraseña, sin embargo, no tengo éxito. Desanimada, lo coloco de nuevo en el mismo lugar.
Antes de poder retirarme del lugar, siento como mueve las cortinas para mirarme con duda —¿Qué haces? —pregunta Javier, mirando desde mi sitio y luego a su teléfono.
Pongo mi mejor cara y relajo el cuerpo —Nada, simplemente quería ver si había paños limpios — menciono, mientras me agachaba para recoger disimuladamente la ropa del suelo.
—Está bien… —responde tranquilamente, mientras toma una toalla y la enrolla al rededor de su cintura. Con otra toalla seca su cabello y hombros, y con una velocidad que intenta disimular, levanta el celular desapareciendo de mi vista.
Con la ropa en mano, salgo del baño y le pregunto si necesita algo, debo mostrarme serena. Él me mira con dudas, pero vuelve su mirada a su teléfono y sin importancia me responde — No, gracias.
Entro a mi habitación con lágrimas en los ojos, veo la cama al fondo y me lanzo sobre ella. Hundo mi cara sobre una de las almohadas y comienzo a llorar. Necesito sacar la ira que llevo dentro y sé que esta es la única forma de hacerlo sin ser escuchada por los niños. Las voces en mi cabeza se intensifican, criticando mi mal actuar.
Mientras maldigo mi mala suerte, una idea se me viene a la cabeza. Me levanto rápidamente, voy hacia el closet y busco entre todas las prendas guardadas el pequeño babydoll transparente color blanco que hace mucho que no uso. Lo miro con ilusión y deseo, muerdo mi labio inferior mientras pienso en lo bien que se veía en tiempos pasados. Una leve sonrisa se asoma en mi rostro y la idea de seducir a mi marido me emociona y me excita.
Espero a que el baño se desocupe para ingresar. Suelto el cabello, maquillo mi rostro y me dispongo a colocar la diminuta braga y el vestido transparente. Rocío unas gotas de colonia y doy mi última mirada al espejo. A pesar de mis treinta y ocho años, todavía tengo mis encantos. Envuelvo mi cuerpo con una toalla y corro hasta la habitación. Camino sensualmente hacia donde está él acostado, hago un baile erótico por unos minutos. Me mira de reojo, dejando notar su indiferencia colocando de nuevo la cabeza en la almohada para seguir durmiendo.
Si bien pude irme y dejarlo solo como respuesta ante su desinterés, decido seguir intentándolo. Ingresando despacio entre las sábanas blancas y me acerco a su cuerpo para comenzar a masajearlo. Se vuelve hacia mí y me mira por varios minutos sin decir una palabra, para luego darme la espalda. No me rindo y le doy besos por el cuello, orejas y espalda. Mis manos exploran su pecho y estómago hasta llegar a su miembro, que se encuentra dormido. Él se queda inmóvil mientras saboreo con la lengua su oreja, tratando de encender la llama de la pasión.
Sin muchos preámbulos, lo volteo de espaldas y me lanzo sobre él, obligándolo a enderezarse por completo y mirar mi cuerpo. Con ambas manos quito el vestido y lo tiro a un costado de la cama, dejando al descubierto mis grandes atributos.
Su rostro solo demuestra hastío — Tengo sueño Selena, mañana tengo que madrugar. Buenas noches —demanda con desprecio, intento bajarme de su cuerpo.
Me pongo rígida, no voy a rendirme tan fácilmente
—¿Acaso no me deseas? — pregunto con voz sensual, pero mi duda no tuvo respuesta.
Disgustada y alcanzando un nivel de máximo de enojo e incredulidad, me bajo de su cuerpo sin cuidado, sin preocuparme si lo lastimo o no, ni si ve mi desnudez. Está claro que ya no le provoco nada. Me dirijo al closet en busca de un camisón de dormir y lo coloco de forma brusca. En este momento no me importa nada, ni mi cabello, ni el maquillaje, nada.
Se me cruza por la mente ir a dormir a otra habitación, pero como él ha demostrado tanto desinterés hacia mí, al menos lo molestaré con mi presencia. Me acerco a la cama, me acuesto en mi lugar y tapo mi cuerpo por completo. Además, le quito el cubrecama a él, lo tomo con fuerza para que no logre apartar ningún centímetro y procedo a dormir.
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