Capítulo 7: Así comienza
Allison
Desde que acepté salir con Mateo él ha estado muy atento conmigo. Cuando puede me recoge en las tardes y siempre me envía un mensaje de buenos días aunque yo no le responda. Ha sido una aventura para mí porque nada con él es predecible o normal.
Nuestra primera cita fue sencilla pero bonita, no esperé menos de parte de él porque sé que no es de los que traen flores, de los que invitan a un lugar elegante o de los que preparan un ambiente romántico. Simplemente éramos él y yo pasando una hermosa tarde, disfrutando de nuestra compañía.
Se notaba que entre sus planes estaba impresionarme y con los pequeños detalles que me brindaba, lo había conseguido, pero él no se daba cuenta.
Ese día hacía frío, entrábamos en el mes de noviembre y las noches se volvían frescas. Me recogió puntual y nos dirigimos en su moto a una pizzería que no se encontraba lejos. El lugar era acogedor y el servicio fue espectacular. Se comportó correctamente, muy educado y respetuoso. Hablamos de muchos temas, era increíble cómo podía sentirme cómoda a su lado, como si nos conociéramos desde hace mucho tiempo. Derrochaba seguridad en sí mismo y sus actitudes impulsivas lo habían llevado a sufrir varios accidentes, pero no se arrepentía. Le encantaban los deportes de alto riesgo y es curioso, descubrí partes de él que nunca esperé. Siempre soltaba algún chiste aunque fuera malo, se la pasaba diciéndome ironías, rebatiendo mis opiniones o molestándome.
Recuerdo que cuando llegamos a mi casa me dijo:
- Princesita, ¿usted sería tan amable de volver a salir conmigo?- sonreí ante su comentario, pero no era la primera vez que me hablaba de aquella manera.
- Depende - respondí
- Típica respuesta cuando quieren decir que sí pero no se atreven - dijo acercándose a mí.
- Está bien - contesté nerviosa por su proximidad - Pero tengo una condición.
- ¿ Cuál ? - me miró curioso.
- Escojo yo el lugar - ofrecí.
- Acepto, pero entonces serían dos citas. Una al que yo diga y otra al que prefieras.
- Me parece justo - respondí.
Antes de marcharse me tomó por la cintura y quedé muy pegada a él. Pensé que me besaría y me sentí inquieta, sin embargo, besó mi mejilla y me susurró al oído cuánto le gustó está noche gracias a mí. Montó en su moto y se perdió en la oscuridad.
Ha pasado un mes desde aquel día. Nuestros planes han sido atrasados por tareas y pruebas que he tenido y en su caso, el trabajo. No hemos coincidido y solo nos comunicamos por llamadas o mensajes.
Hoy por fin podremos salir, dice que me tiene una sorpresa y no me ha dicho a dónde vamos. Me recogerá en la escuela y esperará a que me cambie en la casa, solo me especificó que utilizara ropa práctica. Opté por ponerme un short de mezclilla hasta la cintura y corto, un tope de color negro, mis Converse y una camisa azul oscuro que me llega hasta las rodillas. Me peiné con un moño bajo para poder ponerme el casco cómodamente. No utilicé tanto maquillaje esta vez, solo un poco de rubor y me pinté los labios de carmelita como era habitual.
Salimos y el viaje se me hizo eterno, llegamos a un pueblo desconocido para mi. Las casas eran pequeñas, coloridas y en las calles habían muchas personas. Estacionamos frente a una casa pintada de verde dónde nos recibió una mujer con poco más de sesenta años, bajita, con pelo corto totalmente blanco y una gran sonrisa; la seguía un señor más o menos de la misma edad, alto, ya calvo y con bigote. Ella abrazó a Mateo y unas lágrimas comenzaron a caer por su cara. Lo regañó por no venir desde hacía tiempo y besándolo expresó cuánto lo extrañaba. Pude conocer que eran Pepe y Ana, sus vecinos. Grandes amigos de sus abuelos que vivían en la casa contingua. Ellos se ocuparon de Mateo al morir su abuela hasta que se fue a vivir con sus tíos. Conocí la casa donde él había crecido y me sentí afortunada de que me mostrara una parte de su vida que estaba bien escondida. Ana era una mujer amable, me enseñó fotos de la niñez de Mateo que guardaba porque no quiso que él se las llevara al vender la casa, tenía una personalidad inquieta y hablaba mucho.
Pepe era un mecánico retirado y desde que Mateo bajó de la moto le dijo que tenía que echarle un vistazo porque su irresponsabilidad iba a terminar de destrozarla. Así que se puso manos a la obra, creo que recordando viejos tiempos.
Mientras, me senté con Ana en una terraza preciosa con vista al mar. Me preparó un jugo y conversamos mucho.
- Cuánto me alegro de poder conocer una novia de Mateo - dijo. No pude evitar abrir mucho los ojos y ponerme nerviosa al no saber qué responder.
- Es que yo no soy su novia - tartamudeo y ella me miró confundida.
- Todavía - dice Mateo salvándome de la incomodidad.
Ana me lanzó una mirada comprensiva y se retiró para ver a su marido. Mateo me tomó de la mano y me explicó que íbamos a dar un paseo por el pueblo.
Montamos en la moto que lucía un poco más limpia desde que Pepe la tocó. Nos despedimos de los ancianos y salimos.
El pueblo era precioso, algunas calles eran adoquinadas y tuvimos que hacer el recorrido a pie. Había muchos puestos de comida y lugares para comprar utensilios de cocina, de limpieza o ropa. Me acerqué a una de las mesas y vi frascos de perfume, me interesó uno en el que se leía SWEET PEA, me gustaba mucho porque la protagonista de uno de mis libros favoritos ultizaba esta colonia. Lo miré y lo volví a colocar en su lugar. Seguimos caminando y a lo lejos había un pequeño teatro al aire libre, nos acercamos y la obra que representaban era Don Quijote y Sancho Panza. A Mateo no le llamó mucho la atención y continuamos caminando.
Volvimos a la moto y me dijo que me iba a llevar a un lugar muy especial. Cogimos por una calle desolada y se me ocurrió preguntarle si me quería enseñar a manejar la moto, después de rogarle varios minutos accedió. Intercambiamos lugares y me explicó las cosas básicas. Arranqué primero muy despacio pero enseguida aceleré y fue emocionante.
Llegamos a nuestro destino. Tuvimos que subir por una empinada colina y en lo alto se encontraba una mansión. Según lo que me fue explicando Mateo se le considera el museo del cielo porque daba la sensación de estar en las nubes. Fue el lugar de residencia de un piloto que ayudó mucho al pueblo durante la guerra. Se decía que al dejarlo su mujer e hijos se volvió loco y por eso construyó aquella casa. Se obsesionó tanto con que no podía volar y que se había quedado solo que hizo muchas investigaciones y más nunca salió de allí hasta que murió y unos turistas lo descubrieron. Desde aquel momento después de limpiar y organizar la casa cada persona interesada podía ver sus pertenencias y "supuestos experimentos".
Se gozaba de una tranquilidad perfecta para acampar con un buen libro. Me quedé parada detrás de la casa donde había solo una pequeña cerca que impedía continuar bajando. Se veía todo el pueblo y en el fondo la playa. El mar se encontraba revuelto y esas imágenes eran únicas. Sentí el silbido de Mateo y cuando me volteo, estaba a mi lado ofreciéndome un chicle. Me apresuré a quitarle el envoltorio y cuando lo coloqué entre los labios, él rápidamente pegó su boca y tomó un pedazo.
Quedé paralizada, continuaba muy cerca de mí y me miró fijamente. Deslizó su mano por todo mi brazo hasta entrelazar sus dedos con los míos. Mientras con la otra me agarró suavemente por el cuello y me envolvió en un beso. No cerré los ojos al instante por la sorpresa, pero enseguida me permití disfrutar de sus cálidos labios.
Primero fue lento, sin embargo, después se volvió exigente como si necesitáramos nuestros labios para poder respirar. Acarició dulcemente mis mejillas y yo lo agarré por su pelo largo, despeinándolo. Fueron unos minutos increíbles en los que sentí lo que era tocar las estrellas con mis manos.
Al separarnos me encontraba ruborizada y él sonreía satisfecho. Tomados de la mano volvimos hasta donde se encontraba la moto. Empezaba a atardecer y propuse ver la puesta del sol en la playa antes de irnos.
Cuando regresamos a la casa de Ana y Pepe, nos recibieron con una deliciosa cena entre risas y comentarios. Mateo había hablado muy poco de ellos pero sabían que le costaba abrirse y contar cosas de su pasado. Sin embargo, me alegraba haber tenido la oportunidad de conocerlos en persona.
Antes de irnos Ana me pidió que lo cuidara y que lo convenciera para que volviera pronto, aseguré que así sería y nos fuimos.
Me dejó en mi casa pero antes de marcharse me abrazó y fue un momento en donde sentí que el tiempo se detuvo. Me besó y volvió a repetir que a mi lado pasaba las mejores experiencias, que gracias a mi, su sonrisa aparecía constantemente. La emoción me invadió y no pude resistir la tentación de besar esos labios que ya me tenían adicta con solo un beso.
Me disponía a entrar cuando sacó una pequeña bolsa de regalo. Inspeccioné el contenido y era el frasco de colonia que tanto me gustaba.
- No tenías porqué regalarme nada, con el día de hoy fue suficiente - dije.
- Sé que te basta con mi compañía - expresó creídamente - pero quería que tuvieras un recuerdo y así poder sentir esa fragancia en ti todo el tiempo.
- Gracias - lo besé nuevamente y cerré la puerta.
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