Capítulo 24: En medio del caos
Me removí inquieta por la habitación. Me sentía nerviosa sin encontrar el motivo exacto del por qué mi cuerpo estaba inseguro y temeroso, como si miles de corrientes me traspasaran asustándome.
Después de llegar de mi encuentro con Brian me encerré entre las cuatro paredes de mi cuarto. Ya era poco más de las 8 de la noche y no sabía de Mateo. Le había enviado múltiples mensajes sin obtener respuesta. Su teléfono estaba apagado.
Me acosté nuevamente con el celular al lado por si Mateo decidía ponerse en contacto conmigo. No sabía por qué me encontraba tan angustiada.
Había tenido una tarde de intensas revelaciones. Nunca pensé que llegaría por fin el día de descubrir todas las respuestas que Brian me debía. En el fondo de mi corazón estaban escondidas las ganas de que me explicara el por qué de su partida y me asegurara que me había amado todo el tiempo que estuvimos juntos. Quizás que me gritara lo mucho que se arrepentía de su decisión. Aunque también la parte de mi cerebro que se alimentaba del rencor y la ira que sentía tras su abandono, se mantenía firme en la posición de no querer saber más nada sobre él. Sin embargo, en esa guerra entre el corazón y la razón siempre sale victorioso el corazón. Guiándome por el sentimentalismo me permití aclarar muchas cuestiones que necesitaba encajarlas perfectamente en mi cabeza.
Aunque me incomodó remover el pasado, ahora disfrutaba de la tranquilidad de haber cerrado finalmente nuestro libro, poniéndole punto final a ese cuento de hadas, que a diferencia de todas las películas de Disney, dio un giro de 180 grados cambiando por completo la idea predefinida que teníamos ambos. Demostrando que la vida no es un camino recto y que el futuro es algo tan oscuro que nunca podrás ver con claridad lo que te espera sino que debes resignarte a la idea de vivir con la incertidumbre disfrutando los pequeños instantes, sufriendo las más amargas decepciones, pero también descubriendo que dirección tomar para hallar el verdadero sentido de la vida.
Un cúmulo de sensaciones indescifrables me invadieron, me gobernaron y se apoderaron de todo mi raciocinio cuando su boca se acercó a la mía, cuando su aliento rozó mi piel y su respiración se acompasaba con los latidos de mi corazón. Creí por un segundo que las mariposas volverían a revolotear en mi estómago con su proximidad, que mis sentimientos me traicionarían y me entregaría al deseo y a la añoranza de volverlo a tener. El miedo me nubló la vista, pero enseguida la seguridad tomó parte en este juego, porque aunque mi sentidos me engañaban regalándome todo lo que extrañé por tanto tiempo, las alarmas de mi cuerpo saltaron formando una revolución en mi organismo, indicándome que él ya no era mi lugar seguro.
Estaba tan concentrada en mis pensamientos que no sentí que mi hermana entró al cuarto como un ciclón. Su mirada era de susto total y se debatía con ella misma en buscar la mejor forma para hablarme.
Me levanté como si mi cama quemara con un mal presentimiento recorriendo mis venas.
—¿Qué pasó Alicia? — pregunté con un hilo de voz. El nerviosismo se instaló en mis cuerdas vocales.
— Mateo ha tenido un accidente, Thomas llamó avisando que venía a recogerte para ir al hospital — dijo ella, pero mis oídos ya no escuchaban, mis ojos solo veían negro y mis manos temblaban a más no poder.
Mi hermana me zarandeó con fuerza y me obligó a vestirme.
Sentía como mi calma y mi aliento abandonaban mi cuerpo. El pánico de que podía haber pasado algo grave se hizo presente y no podía reaccionar. Solo deseaba que fuera una pesadilla y que esa palabra nunca hubiera salido de los labios de Alicia.
Ya vestida bajé corriendo las escaleras y salí de la casa tirando la puerta.
Por suerte Thomas ya estaba esperándome. Su mirada me decía que me calmara, pero estaba tan asustado que una sonrisa fingida fue lo único que pudo mostrar.
Monté en el asiento del copiloto y él no esperó ni un segundo para arrancar y partir hacia el hospital.
El recorrido se me hizo eterno, las gotas de lluvia caían en el parabrisas y la noche nunca me pareció tan oscura a pesar de estar completamente alumbrada por las luces de la cuidad.
El cristal empañado reflejaba mi rostro marchito y las lágrimas se escapaban de mis ojos. Mi amigo y primo de mi novio se limitó a permanecer en silencio, sin embargo cada vez que parábamos en un semáforo me apretaba la mano para darme un poco de fuerza aunque el se encontraba en la misma situación que yo.
No hice preguntas, la mención de que ha ocurrido un accidente te hace imaginarte muchos escenarios y ninguno es favorable cuando vas camino al hospital.
Al fin llegamos a la parte de emergencias. Tuvimos que aparcar en un lugar un poco alejado de la entrada por la cantidad de ambulancias que salían o llegaban y ocupaban todo el espacio.
Corrimos por una rampa hasta que las puertas automáticas nos cedieron el paso.
Nos adentramos en ese lugar caótico, iluminado al cien por ciento y con un fuerte olor a antiséptico.
Habían sillas metálicas que se agrupaban por todo el sitio. Familias impacientes esperaban sentadas en ellas. Muchos médicos y enfermeras caminaban apurados por los extensos pasillos o entraban y salían por puertas con diferentes rótulos.
El temor latía con más fuerza en mi pecho y la incertidumbre se arremolinaba en mi estómago. Pronto nos encontramos con el tío de Mateo que rodeaba los hombros de su mujer y hablaba con otro señor.
Nos acercamos y fue el único instante en el que mi voz hizo acto de presencia un poco ronca y debilitada. Pero, me las arreglé para preguntar qué había pasado, tratando de parecer serena.
—Está en cirugía, no nos han dicho mucho desde que llegamos, solo que perdió la conciencia en el camino y necesitó una operación de urgencia — respondió Germán, el tío de Mateo.
Su rostro se mostraba nervioso, pero sentí que algo más lo incomodaba.
Me senté en una de las sillas que había cerca. El frío recorrió mi cuerpo. Con las manos en la cabeza permanecí lo que me parecieron horas mirando el blanco suelo.
Millones de pensamientos me invadieron. Las imágenes bailaban ante mis ojos contándome con una danza improvisada cada instante que pasé al lado de él.
Por qué el cerebro en los momentos de desesperación y caos en vez de buscar soluciones para comerte el mundo te impulsa a vivir la realidad de manera asfixiante experimentando cada latido como si fuera el último y cada paso como si fuera el que determinara si caes por el precipicio o regresas a un lugar a salvo.
Mateo ha sido el protagonista de mi sencilla obra de teatro. A lo mejor no será la más famosa, pero está dirigida por la más reconocida directora: la vida. No logrará un increíble éxito taquillero, porque es una simple puesta en escena más, llena de situaciones típicas y verdaderas pasiones juveniles, pero me basta si logra cautivar a espectadores sinceros.
No sé por qué me enfoqué en poner esta situación de modo metafórico, sin embargo, me ayudó a alejar los trágicos pensamientos.
Me concentré en desear que la mala suerte se desviara de su camino, se confundiera de escena o simplemente que no saliera a trabajar para no correr el riesgo de perder al mejor actor.
Abrí los ojos y me senté correctamente. Me costó acostumbrarme a la gran luminosidad y sonidos del lugar.
Podía escuchar los timbres de los teléfonos, las sirenas de ambulancias acercándose, el estruendo que hacen las puertas al abrirse y cerrarse, los pasos de las personas, los murmullos cargados de lamentos y llantos ahogados.Tal parecía que habían subido al máximo el volumen de todo lo que sucedía a mi alrededor.
Cuando mis ojos se lograron adaptar a la fuerte iluminación observé cómo el tío de Mateo conversaba con un señor que permanecía apoyado en una pared blanca. Frunciendo el ceño más de una vez hablaba con parsimonia y el oyente se limitaba a asentir.
No puedo ver con claridad al acompañante de Germán solo divisaba su perfil y una cicatriz surcaba su rostro. Noté cierto parecido entre ambos, tal vez en la forma de la nariz y en el grosor de los labios. Sin embargo, el desconocido es tan diferente que me hizo dudar que tuvieran algún parentesco.
Mientras que Germán tenía una estatura promedio, aquel señor era tan alto que parecía un jugador de baloncesto. Su pelo canoso y largo estaba amarrado en su nuca.
Thomas interrumpió mis observaciones y me ofreció un vaso con agua que acepté agradecida.
Se sentó junto a mí y pasó una mano por mis hombros dándome un torpe abrazo de medio lado.
— ¿ Cómo te sientes ? — preguntó mirándome.
— Un poco desorientada, no me creo que le haya pasado algo a Mateo y que apenas sepamos que está ocurriendo — dije un poco alterada por la impotencia y el miedo que me comía viva.
— Pero Ali, tenemos que estar tranquilos, confiar en que todo va a salir bien y pronto tendremos noticias de mi primo — expresó tomándome la mano y tan calmado que me sobrecogió la forma en que sus palabras llegaron a mis oídos.
Mi mirada estaba cristalizada. No quería seguir llorando porque pasara lo que pasara tenía que ser fuerte por él. Conservar en mi interior aunque fuera pequeñas gotas de esperanza.
Miré a mi alrededor y todo parecía que pasaba en cámara lenta. Hacía unos instantes solo podía escuchar ruido y la tensión se podía cortar con un cuchillo. Sin embargo, ahora me embargaba una extraña paz como si las vibras positivas estuvieran haciendo efecto y sobre el bullicio me permití respirar más despacio. Repietiéndome mentalmente que todo saldría bien, que pronto abrazaría a mi novio, que volvería a reír de sus chistes malos, a sentir cómo me acariciaba el pelo hasta quedarme dormida en su regazo y a besar esos labios que eran mi dosis diaria de alegría.
Observé el perfil de Thomas, que permanecía con los ojos cerrados y su cabeza apoyada en la pared. Parecía calmado, pero podía sentir su respiración agitada y cómo suspiraba de vez en vez.
Él se parecía mucho a Mateo. Su mismo pelo negro y la forma de sus labios. Thomas era un poco más bajo y no tenía brazos tan definidos, pero su cuerpo no daba la impresión de ser flojo sino que tenía mucha agilidad en sus movimientos y cada parte encajaba a la perfección.
A diferencia de su primo él tenía los ojos de un verde claro con un ligero tono carmelitoso igual a los de su madre. Mientras que Mateo lucía esos ojos color avellana que tanto me hechizaban. Eran como dos mitades que cuando las unes puedes armar un todo con muchas características similares.
Me quedé embobada viendo su rostro, porque me recordaba tanto a mi pelinegro que deseaba que fuera él quien estuviera sentado a mi lado en estos momentos.
Para romper el silencio alcé un poco la voz y Thomas dio un pequeño salto ante mi repentina pregunta:
— ¿ Quién es el señor que está junto a tu padre que no se ha movido ni un solo momento ?
Examinó mi rostro y un poco indeciso me respondió:
— Es el tío Gastón, el padre de Mateo.
Después de escuchar aquello me cohibí al instante. Tenía una parte del pasado de Mateo, que ni él mismo conocía delante de mi cara.
Thomas me había explicado a grandes rasgos la difícil situación que tuvo que enfrentar el padre de Mateo, no había justificaciones para lo que hizo, pero aún así lo que le pasó no se lo desearía a nadie.
Al mismo tiempo me angustiaba pensar en Mateo. Cómo le afectaría la presencia de su padre. Cómo reaccionaría ante la idea de convivir con quien gracias a sus malas acciones lo abandonó y no fue parte de su vida debido a sus errores.
Me encontraba con un revuelo de sentimientos y pensamientos encontrados. Me asfixiaba la idea de perder a mi novio y todavía no tenía noticias de su estado. Había pasado dos horas desde que una enfermera le dijera al tío de Mateo que lo estaban operando, pero no sabíamos nada más.
La espera se me hacía cada vez más difícil y tenebrosa. Era como si estuviera caminando por un bosque oscuro, asustada de los peligros y a la vez esperanzada de encontrar un lugar seguro donde refugiarme.
Me levanté de aquel asiento y le dije a Thomas que necesitaba ir al baño. Me encaminé siguiendo los carteles y señalizaciones para no perderme.
Cuando entré me encontré con un enorme espejo. Mi reflejo se veía deteriorado como si llevara días sin dormir. Tenías unas horribles ojeras, los ojos rojos e hinchados de tanto llorar y mi pelo estaba un poco enmarañado. Enseguida me eché agua en el rostro para tratar de recomponerme, como si aquel frío líquido fuera la solución a los problemas; como si fuera el elixir que me devolvería la fuerza para continuar.
Un poco más calmada me dirigí hacia la sala de espera. Doblé una esquina y antes de llegar al final del pasillo sentí unas voces muy familiares, frené en seco y me detuve. No pretendía escuchar conversaciones ajenas, pero lo que oí me dejó tan pretificada que no pude reaccionar a tiempo para irme de allí.
***
Hola nuevamente!!!
No me voy a extender mucho, sigan leyendo que hoy hay doble actualización...
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