39• Elección - FINAL
JADE
Estoy acostada en mi antiguo cuarto en casa de mis padres. Escucho música con los auriculares e intento descansar, pese a que resulta imposible. Después de estar casi un día en el hospital mi padre insistió en que debo dejar de salir por un tiempo.
Mamá estaba desesperada, esto de que me drogaran en un club nocturno era casi fantasioso, salido de una película de narcos. Sin embargo, es algo que sucede más de lo que cree. Y sí, soy una idiota por recibir tragos de un desconocido.
Recibí el regaño de mi vida. El labial de incógnito estaba en mi cartera y no lo había usado, entonces papá se quejó. ¿Pero es que acaso cree que le voy a rociar gas pimienta a cualquiera?
Hey, Jade, ¿quieres un trago? Sí, gracias. Por cierto, toma un poco de gas pimienta, degenerado. ¡Pues no!
¿Cómo yo, la hija del General Jeffers, con envestidura concedida por destacar en el correcto funcionamiento de su cargo, y en el alto nivel jerárquico dentro de las fuerzas, puede salir tan tonta, necia, pero camuflada por toda aquella parafernalia astuta? Eso es lo que más debe joderle.
Mis amigas se encuentran en perfecto estado de salud. Bebieron menos que yo y también fueron regañadas por sus familias. Al menos a ninguna de nosotras nos quitaron los teléfonos celulares como si fuéramos adolescentes. Pudimos comunicarnos intentado recordar qué carajos había sucedido; no obstante, nuestros recuerdos son borrosos hasta el día de hoy.
Joshua no me ha hablado desde el sábado en la mañana después de nuestra pequeña disputa, tampoco responde a mis mensajes. Su teléfono se encuentra apagado y comienzo a preocuparme. ¿Debería llamar a la señora Payne? ¿Qué podría decirle? No tengo un motivo certero, comenzará con muchas preguntas, no estoy dispuesta a tanto.
La puerta del cuarto se abre, mamá trae una bandeja con la merienda. Sonrío al ver que hay dos tazas de té, eso quiere decir que se quedará conmigo para charlar.
—Tienes que comer algo, llevas encerrada sin hacer nada, Jadie. No estás en cautiverio. Puedes ir a la cocina, al jardín, ver tele en la sala—dice a modo de reclamo.
—Lo sé, pero no estoy de ánimos. ¿Papá no está?
—No, se fue a hacer algunas cosas. Ya sabes, siempre tiene trabajo—Se sienta a mi lado en la cama.
—¿Él está enojado conmigo? —pregunto con timidez, aunque no quiero oír la respuesta.
—No, no lo está. Se preocupó. Más cuando habló con esos tres chicos.
—¿Qué chicos? ¿Bastian y sus amigos?
Si papá habló con ellos, entonces ahora se encuentran en el más allá.
—No, no pude —contesta él entrando al cuarto—, pero me aseguré de que les den un trato exclusivo. —Ironiza, no es tan malo, o eso espero—. ¿Cómo están? ¿Y mi té?
—Toma, iré a buscar uno para mí —sonríe mamá.
—No hace falta, Gia, estaba bromeando. Solo necesito hablar con Jade de algo importante. Ya sabes de qué se trata.
—Me voy a ir, Dean, así hablan tranquilos —Se levanta de la cama y deja la taza sobre la mesa de noche—. Compraré algunas cosas para cenar. Activaré los muros anti-sonidos —Se burla—. También le diré a los vecinos que si escuchan tus gritos no hagan ninguna denuncia.
—¿Qué gritos? ¡Mamá! —reímos.
—¿Cuándo te he gritado? —pregunta papá.
—¡Siempre que estás con el uniforme! ¿Volverás a decirme lo del gas pimienta? ¡Lo siento, no se me ocurrió usarlo!
—No es eso —dice serio.
Permanece de pie frente a la cama, con aquel porte dominante que le adjudica el traje color arena; aun así, se ve dispuesto a mantener la calma. No sé qué quiere preguntarme o qué va a decirme, solo sé que estoy impaciente y sudando frío al ver su ceño fruncido.
—Joan Grant y Tad Bennett—suelta sin preámbulos logrando que me ahogue con el té.
—No sé quiénes son
—Jackson Lander —prosigue ignorando mi respuesta—. ¿Tampoco lo conoces?
—No, tampoco.
—Jade...Estoy capacitado para afrontar conflictos armados, manejo armamento, tengo gente a mi cargo —enumera sus funciones como si no las conociera—. ¿Crees que sería tan idiota de no darme cuenta cuando alguien miente?
—¿Cómo te enteraste?
—No importa cómo, lo importante es que ya lo sé, hablé con quienes tenía que hablar.
¿Qué quiere decir con eso? ¿Descubrió todo él solo? ¿Los amenazó?
—¿Les hiciste algo? —Indago alarmada. Él ríe.
—No, no les hice nada. ¿Debería? Tengo dos versiones de la historia, me falta la tuya. No quiero mentiras, de ello depende lo que vamos a hablar.
—Dime lo que tú sabes y yo te digo si es cierto.
—Las cosas no funcionan así.
Obvio, no es idiota, te lo acaba de decir.
Tomo valor para relatarle las cosas a medias y sin entrar en detalles. No puedo fiarme de que mi padre realmente sepa la verdad y tenga esta reacción tan serena ante mí. Desconozco el momento, el tiempo exacto en el que se enteró. No puedo fallar en esto.
Asumo salir con los dos. No declaro en ningún momento mantener relaciones sexuales, mucho menos delante de mi padre; pese a ello, me responsabilizo por mi falta de raciocinio.
Menciono a Jackson y las acciones del pasado, sostengo que elegí a mi familia por encima de todo, también doy créditos a Joshua por siempre cuidarme.
Papá se encuentra al tanto de que Payne realiza apuestas en exceso, que recurrió a Grant y Bennett para pedirles dinero, incluso creo que sabe más que yo. Le comento acerca de nuestra contienda permanente por el tema del trío, aunque claro, la palabra trío no sale de mi boca, más bien es un triángulo amoroso. Las cosas frente a papá deben sonar suaves y amenas.
—Aseguraron tener sexo contigo.
—¡No es verdad! —Me altero—. Jamás pasó nada.
Se ríe, me está poniendo a prueba y soy más rápida. Me cree, porque claramente esos dos no van a mandarse de cabeza frente a él; no estarían con vida después de tocarme un pelo. No sé si saltar y festejar, o hacerme la ofendida ante semejante cuestionamiento sobre mi vida siendo adulta. El problema no es el sexo, tengo 20 años y no soy una niña; el problema es ir de ninfómana, supongo.
—No volverás a salir de noche por un tiempo, menos a ese club. No vas a ver a Joshua hasta que yo te lo diga —exclama dando una orden.
—¡Pero papá! ¿Por qué no puedo ver a Joshua?
—Lo golpearon hace unas horas. Él está bien, pero no lo vas a ver hasta que yo te diga. No es un para siempre, es momentáneo.
—¿Cómo que lo golpearon? ¿Qué pasó? ¿Lo puedo llamar?
—Se metió en problemas, no sé mucho —Miente, es obvio que miente—. Puedes llamarlo, mas no verlo.
—No estoy entendiendo. ¿Hay algo malo con Joshua?
—No pretendo que entiendas, por ahora solo haz lo que te digo. No vas a ver a Joshua, es una orden, ¿entendido?
—Sí.
—¿Cómo?
—Sí, General Jeffers —Bromeo—Sí, papá.
Le dije a Payne que si tenía problemas de dinero yo podía ayudarlo. No es tanto, pero tengo un buen capital en mi cuenta bancaria y soy libre de manejarlo a mi antojo. ¿Mi padre estará al tanto de eso? Fue un excelente trabajo.
—¿Qué harás con Tad y Joan?
Su pregunta me toma por sorpresa, más bien pareciera que me tomara de los pelos y me arrastrara un par de metros. Pensar bajo presión no es lo mío.
—No sé.
—Piensa las cosas, toma una decisión. Son buenos muchachos, lo he comprobado.
—Lo dices por Tad.
—Por los dos. Joan también lo es —asiente—. Ahora debo volver a la base, pero llegaré temprano, avísale a Gia —besa mi frente antes de retirarse.
Esta plática fue tan rápida que he quedado aturdida. Al final no sé qué es lo que sabe mi padre, tampoco con cuál de ellos dos habló. Alude a que Grant es buena persona cuando estaba engañándome con otra.
Ay, Jade, cuanto descaro... tú también lo engañaste con su mejor amigo. Además, fue un beso insignificante.
Al pensar que Joan estaba con otra dentro del auto enceguecí por completo. Ahora que lo pienso no sé cómo hubiese actuado ante una situación así. Posiblemente lloraría como la primera vez que me dejó, con la diferencia que Tad no estaría ahí para recibirme con los brazos abiertos.
¿Qué pensarán ellos de mí? Infiero que Tadie solo lástima, porque a la distancia vi el disfrute del engaño, vi el placer de la transferencia de sentimientos, noté como se apagó el encanto como si se tratara de un interruptor de luz. Un cambio de escena brusco e inevitable. El derrumbe de un hombre que me causaba alivio, ahora me hacía sentir sucia y deslucida.
Después vi a Joan, con las manchas de labial a un costado de sus labios, diez dedos alrededor de su cuello y una notable satisfacción al sentir a otra mujer que no era yo. De él no espero mucho, no creo siquiera que esté pensando en mí. Soy una mujer con una etiqueta de perecedera en la frente, que se vuelve inservible con el tiempo, cuando encuentras algo que lo suplante. No muy lejos de un juguete sexual.
Estoy en la etapa de la aceptación. Cuando Joshua me lo dijo lo consideré quimérico, inalcanzable. Ahora el circulo cierra y estoy dentro; pero sola, vacía, con carencia de compañía para someterme a la prueba final.
¿Esto es tocar fondo? ¿Esto es lo que todos querían que entendiera? Porque no estoy sintiéndome mal en lo absoluto.
Coloco mis auriculares y doy play al reproductor. For once in your life se escucha y parece un dejavú, una advertencia, una casualidad ostensible. A veces siento que la música intenta darme señales y siempre las estoy ignorando.
<<Solo haz lo correcto por una vez en tu vida>>
Una lágrima se desliza por mi rostro casi por defecto, por comprensión súbita. No me sorprende, mis emociones siempre ascienden y descienden como en una montaña rusa. Cuando creo estar en lo más alto caigo con fuerza y reboto entre plumas. Pero es brillante, es la solución.
Me siento sobre la cama decidida a enviarle un mensaje a Joshua. Requiero con urgencia que me conteste, quiero detalles de lo que ha pasado, saber cómo se encuentra, y darle la noticia de que entendí todo lo que alguna vez me dijo.
No responde, teléfono apagado. Tendré que esperar y analizar a fondo un poco más.
Mi madre abre las ventanas de par en par. Falta que con un megáfono me pida que me levante; pero mejor no darle ideas, la señora Gia Santis es más estricta que el General Jeffers.
—Arriba, floja, tu padre dice que si te quieres ir a tu departamento lo hagas; pero sin hacer lo que te dijo que no hicieras.
—¿Qué? —Apenas comprendo—. Mamá, no me digas cosas importantes cuando despierto.
Se retira del cuarto entre risas, parece disfrutar de mi desconcierto mañanero. Es la mejor noticia del día, adiós al cuartel Jeffers.
Me levanto, busco mi ropa y me apresuro para salir. En mi departamento haré todo lo que haría una persona que no está siendo vigilada y bajo cronómetro.
—¿Tan rápido te vas? —pregunta mamá—. ¿No piensas desayunar?
—No, lo hago en mi departamento. Papá dijo que puedo llevarme el auto, ¿verdad?
—Sí, Jade. ¿Por qué no podrías? ¡No estás privada de la libertad, estás aquí por precaución! —Se queja.
—Ay, ya sé, mamá. Perdón, pero quiero irme.
—Está bien —asiente— Dean dijo que no puedes ver a Joshua. Si quieres más tarde hablo con Olivia y te mantengo informada.
—Sí, mejor. —contesto mientras busco las llaves del auto en mi mochila—. No sé qué hizo ese idiota. Lo que sí sé es que se las va a ver conmigo por dejarme sola.
—Jade —Me detiene—. Haz las cosas bien.
—Ya sé, no voy a buscarlo.
Salgo de casa, me subo al auto y puedo sentir la libertad frente a mis narices. Cuatro días encerrada sin ver la luz del sol como un martirio propio, una autolesión, fueron suficientes.
Conecto mi celular a través del bluetooth y aquella canción vuelve a sonar, la misma de ayer. Algo en mi pecho me oprime, unas ganas incontenibles de llorar o de dirigirme hacia cualquier parte rompiendo las normas impuestas por mi padre. Sin embargo, me contengo, prosigo mi camino a casa.
<< ¿Tengo derecho a estar tan mal? Todo comenzó con una mentira que terminó con mi dolor y lo mejor de mí se fue. Todo lo que soy está hacia fuera y al desnudo.>>
Minutos más tarde un café bien cargado por demás se desliza en mi garganta. La falta de azúcar se hace notar, pero nada es tan amargo como la indecisión que cargo. Entonces me siento, dejo mi taza sobre la mesa y me cuestiono una vez más.
¿Amas a Tad? Y mis labios sonríen sin esfuerzo, mis recuerdos aparecen como una proyección en la pared de la sala pidiéndome a gritos que no mate el sentimiento. Nuestro viaje a Manhattan, nuestra forma característica de hablar recostados en la cama y reír por algo tan simple como ver fotos viejas.
Cierro los ojos y aquel cuerpo varonil me envuelve en sus brazos, puedo sentir sus palabras en mi oído susurrando lo feliz que es y lo rico que está el café que le acabo de preparar. Pero caigo en la patética realidad de estar sentada en mi cocina, sola, sin la seguridad de que podrá ocurrir otra vez.
¿Amas a Tad? Sí, lo amo.
Sonrío de nuevo, esta vez con mayor animo voy hacia mi habitación. Quiero darme un baño en tanto escucho música a todo volumen como acostumbro.
Me quito la ropa, me sumerjo en el agua tibia sintiendo el punto exacto. El reproductor en aleatorio hace resonar un tema lento, de esos que te hacen llorar y te erizan la piel porque las letras guardan una perfecta relación con tu vida. No es el caso, porque la mía es un desastre, pero es lindo sentirse así.
Mi mente me juega una mala pasada y la imagen de aquel lindo pelinegro viene a mí.
¿Amo a Joan? La sola pregunta me destruye. Lloro sin detenerme, siempre he llorado por él. No entiendo el motivo, no entiendo por qué insistí en estar a su lado cuando él jamás lo haría conmigo. ¿Por qué llegué a creer que podría cambiarlo? ¿Por qué llegué a pensar que me elegiría solo a mí? Sin embargo, congeniamos, creamos una relación particular fuera de todo contexto convencional. Las caricias plasmadas en mi piel eran una demostración sincera. Más allá del sexo Joan era tan sutil como humanitario. Ávido y audaz siempre me tenía a sus pies, pero también estaba a los míos. Ahora se esfuma de un momento a otro, porque solo es eso, una fantasía bonita y medida.
¿Amo a Joan?
Otra vez la misma canción, aquella que por poco no es declarada el himno de mi depresión en menos de 24 horas.
<<Sé que soy una chica perdida, pero por favor quédate cerca, y te construiré un mundo.>>
El cambio de escena, el apagón repentino del interruptor de luz. ¡Lo entiendo, lo entendí!
TAD
Después de una larga reunión en la discográfica, que nos llevó hasta un poco más del mediodía, decidimos venir a casa y ocuparnos de las tareas restantes desde aquí.
No tenía ganas de permanecer en la oficina, a Joan le dolía la cabeza y fue la excusa perfecta el tener que acompañarlo. Brendan quedó a cargo de la parte legal y se adueñó del despacho de Grant, le gusta sentirse poderoso detrás de un escritorio. Este con tal de salir de allí por poco no le cede hasta su alma.
Ahora estamos en la sala, con ropa cómoda y la televisión en el canal de deportes haciendo bullicio. Cada uno está con su laptop cargando unos archivos. Después de lo ocurrido nos tenemos que asegurar por cuenta propia que todo marcha bien. No podemos permitirnos ni un solo error.
Alguien golpea la puerta. Mi socio me mira desde su lugar insinuando que vaya a ver de quién se trata, mas no tengo ganas de levantarme.
—¿Dejaste el portón abierto? —Le pregunto en un tono acusador.
—Voy yo —dice molesto.
No es correcto, se estaba sintiendo mal hace unas horas; sin embargo, Joan es muy servicial cuando está de buenas.
A la distancia oigo la voz de un niño, es aquí cuando mi curiosidad puede más que mi pereza.
—Hola —Le digo al pequeño que tendrá unos 10 años aproximados.
—Hola. Traigo esta caja para ustedes.
—¿Qué es? —Pregunto.
—No lo sé—Se encoge de hombros.
—Gracias —dice Joan al recibir la caja—. Ten algo de dinero para que te compres lo que quieras.
—Gracias, Señor —Se despide y corre para subirse a su bicicleta.
Entramos a casa. Joan comienza a quejarse de algo irrelevante aún con la caja en sus manos.
—El niño me dijo señor —resopla—. Que grosero.
—Grant, triplicas en años a ese niño, eres más que un viejo para él.
—Pudo decirme bro.
—¡Como va a llamarte bro si no te conoce! Eres como un viejo pedófilo —Carcajeo al ver su rostro tan serio.
—Cierra la boca, Tad. Veamos que hay dentro de esta caja.
Dejo eso en sus manos mientras me siento frente al computador y espero a que me cuente de que se trata. La cara de Grant se transforma, no logro deducir si es por sorpresa o por miedo.
—Joan, ¿qué es?
No responde. Vuelvo a levantarme de mi lugar con el fin de aproximarme y quitarle la caja que tan conmovido lo tiene. En su interior solo hay un sobre que ni siquiera ha leído.
—Imbécil, ¿por qué haces esa cara por un puto papel?
—Para joderte —sonríe—. Me lo debes por hacerme abrir la puerta, Bennett.
—Veamos que dice.
El sobre contiene un papel escrito en computadora.
"Tienen menos de 1hs para deshacer aquel cuarto y abandonar todo lo que alguna vez trajo complacencia"
—¡Mierda, es el General Jeffers! —exclama Joan—. Dijo que todo estaba bien, pero ahora nos mandará una granada.
—Grant, ¿cómo va a mandar una granada en una caja? ¿Acaso no sabes cómo funcionan?
—Es cierto, menos de 5 segundos y podría explotar si es de fragmentación. Ese mocoso volaría.
—¡Joan!
—Es broma —Se ríe— Aunque si ese niño vuelve lo abrazaré como escudo humano.
Él y sus chistes imbéciles sin sentido. ¿Quién pudo enviar esto? ¿Será el idiota de Kurt? No he vuelto a hablar con él, las cosas quedaron mal entre nosotros. No obstante, con Joan todo está en orden, no se atrevería a hacer una broma así.
—Vamos —Corto el silencio—. Desarmemos ese cuarto ahora.
—¿Estás loco? Es mi casa, no pienso tocar nada, todo lo que está dentro de mi domicilio es mío. Además, ¿de qué cuarto habla? ¿El de Jade?
Bueno, en esto tiene razón. ¿Por qué tendríamos que desarmar un cuarto que está dentro de la casa? Quizás debemos llamar a Brendan por asesoría legal sobre los límites de la propiedad.
—Ella se llevó todas sus cosas, no hay nada que pueda implicarnos en algún crimen. Esa ropa que quedó la compramos nosotros—argumenta.
—No deja de sonar extraño. ¿Dirás que la usas? —reímos.
El cuarto de Jade luce tranquilo, pareciera que fue ayer cuando llamamos a la decoradora de interiores aludiendo a que mi hermana venía a vivir aquí. Mentirosos de mierda.
—¿Y si se refiere al otro cuarto? —pregunta mi amigo.
—Ya hicimos cambios en un inicio dejándolo casi vacío. ¿Otra vez lo mismo?
—Lo hicimos por Jade.
—Lo sé. Y tendremos que hacerlo de nuevo.
Son tres cuartos hacia la izquierda por el largo pasillo. En el corto trayecto mis recuerdos aparecen. No me gustaría deshacerme de las pocas cosas que hay dentro, ni siquiera por las amenazas del General Jeffers y la verdad revelada por Payne, si es que lo hizo.
Mi mano aprisiona el picaporte de la puerta y empujo para abrirla. Joan enciende la luz. De repente todo cambia.
—¿Qué estás haciendo aquí, idiota? ¿Estás loca? —Se ríe mi colega avanzando hacia la cama.
—Hola, ¿cómo están? —Sonríe con tranquilidad, acostada y con las piernas cruzadas.
—Jade, ¿cómo entraste?
—No importa eso —Niega juguetona— Quiero que hablemos, ¿puede ser, Tad?
Mi nombre saliendo de sus labios, afianzando un lazo nuevamente, me hace bien, muy bien. Acepto su conversación, y con toda la naturalidad nos pide recostarnos a su lado. Ella está tranquila, vestida con un jean y una simple camisa que la hace lucir preciosa.
—No entiendo qué pretendes.
—Solo quiero hablar, por favor.
Joan se recuesta a un lado y yo lo hago del otro, dejándola al medio como en aquellos primeros días donde se adaptaba a nuestro tacto. Nos pide mirar hacia el techo, decir solo la verdad, escuchar atentos, y evitar contacto.
—¿Nuevas reglas? —bromeo.
—Reglas necesarias.
Hacemos caso a sus extraños pedidos. El blanco techo del cuarto es lo único que los tres compartimos, y quizás la extraña sensación de volver al lugar donde todo inició.
—Quiero que terminemos —dice decidida, con mi corazón colgando de un hilo—. Quiero terminar con ustedes.
—Pensé que ya habíamos terminado, Jade.
—Tú terminaste conmigo, pero yo no terminé contigo, Tad.
—También pensé que habíamos terminado —cuestiona Joan.
—Tú y yo nunca terminamos.
El pequeño silencio entre cada respuesta parece no ser tan notorio cuando el pensamiento estudia las posibles preguntas posteriores. No comprendo la razón de por qué este momento se siente tan bien y sincero; por qué tenerla a mi lado me hace feliz aun sabiendo que en un par de minutos se levantará y saldrá dejando un vacío que ninguna mujer podrá llenar. No quiero dejarla.
Miedo. Mucho miedo es lo que siento ahora.
JOAN
—¿Soy tu exnovio oficial? —Bromeo, mirando al techo sin hacer contacto visual con ella.
—No, Tad es mi exnovio oficial. ¡Tú eres el idiota que se estaba besando con otra mujer frente a mis narices!
Puedo oír la risa de Bennett, mas no puedo golpearlo.
—Lo siento, Jade, pero las cosas no son así. Es decir, sí me besé con otra, pero no te engañé. Tú me engañaste a mí con el tal Bastian que te dio algo de beber,
—Ay, por favor —ríe—. Que idiota eres.
—Escúchame, de verdad... fue una apuesta —resoplo—. Con Kurt.
—¿Una apuesta? ¿Acaso crees que tengo 15 años para creer eso tan absurdo? Además, ¿con Kurt? —bufa—. Él es el chico más tierno que he conocido, no es como tú.
¿Pero esta niña me está hablando de Riley o del Papa? Es que no puedo creer que todas las personas lo consideren alguien pulcro y digno cuando es igual o peor que yo. Es injusto.
Tad carcajea sin parar, ella no entiende nada, incluso rompe la regla del no contacto físico dándonos un buen codazo que por poco me deja sin aire.
—Jadie —interrumpe Bennett—. Lo que dice Joan es verdad. Fue una apuesta, y fue mi idea. El que primero se acostara con otra mujer ganaba. No hice nada para impedirlo, a sabiendas de que tú estabas en el club.
—¿Cómo lo supiste?
—Ema me lo dijo.
Silencio. Ella parece pensar lo que va a decir esta vez. Posiblemente no me crea, aunque puedo probarlo con un simple llamado.
Rompo otra regla y volteo a verla. Su perfecto rostro hacia arriba y su largo cabello negro cayendo hacia los costados es una imagen brillante y única. Tad también se ha girado a mirarla, ya no sé si no lo ha percibido o solo nos está ignorando a los dos.
Se siente tan bien estar así. La tengo a escasos centímetros y no puedo tocarla. Aquellas bellas facciones me tientan a dejarle miles de besos de recuerdo, o quizás solo anhelo que ella deje recuerdos en mi rostro, aunque sea la última vez.
No parece incómoda, y eso me mata, porque está decidida, está rompiendo conmigo a pesar de que no quiero. No quiero que Jade me deje.
JADE
Los dos me observan; pese a ello, no puedo hacer contacto visual con ninguno, yo misma propuse este tipo de charla.
—Ema es una chismosa —esbozo una sonrisa—, pero dudo que Kurt sea un tipo como tú, Joan.
—¿Por qué nunca me crees? —oigo su reclamo a mi izquierda—. Te lo puedo comprobar con solo una llamada.
—Hazlo —Si voy a sacarme una venda de los ojos, entonces que sea completa.
Marca el número de Kurt, colocando el altavoz para que no queden dudas al respecto. Al tercer tono éste contesta con aquella voz linda y cordial.
—Joan, ¿cómo estás? ¿Sucede algo?
—Riley... Quería hablarte de la apuesta.
—¿De la apuesta? ¿Acaso ese golpe en la cabeza te hizo daño? ¡No me jodas con eso!
—¿Quién crees que ganó? Aquí estamos debatiendo con Bennett.
—Es obvio que gané yo, tú nunca pudiste hacer nada con la castaña que elegí para ti.
—Pero tú no te acostaste con nadie —exclama el pelinegro.
—¡Tú tampoco lo hiciste, idiota! Eres pésimo con las mujeres, no se te para, y posiblemente la tengas pequeña. Pero eso solo lo sabe Tad, ¿verdad?
—Vete a la mierda, Riley —responde Tadie a mi derecha.
—¿Por qué estoy en altavoz? ¿Me están grabando, hijos de puta?
Joan corta la llamada y reímos. Estoy sorprendida por la actitud de Kurt; no obstante, ya había asomado su verdadero yo cuando habló con Brendan y presencié el reclamo. Una cosa no quita la otra.
Siguen mirándome, parece que la distancia ya no es tan grande. Los siento cada vez más cerca de mí, casi rozando sus manos con las mías. Insisto en mirar hacia el techo, mantener la cordura y respetar la última regla.
—Sé que he cometido muchos errores, he actuado mal, jugué con los dos, pero no lo vi así. Si pudiera unificarlos serían el hombre perfecto para mí —asiento—. Y lo perfecto no me gusta. Me gusta lo complicado, lo prohibido, lo fuera de lo común.
—Jade... Lo siento.
—También lo siento. Te traté mal. No te escuché, fue mi culpa —dice Tad.
—Nos lastimamos mucho.
La voz se me quiebra. Mantener la vista hacia arriba sabiendo que ellos dos me miran fijo se está volviendo difícil. Un nudo en la garganta aparece, intento ser fuerte para cortar con todo esto, aun así, la voz no me sale.
—No llores.
—Es complicado.
—Imagínate lo complicado que es para mí tenerte tan cerca y saber que nunca más podré tocarte.
—Tad...
—¡Tad, nada! —Reprocha—. No quiero dejar de verte, por favor... Te amo. Se lo dije a tu padre, te lo dije a ti...
Se aproxima hundiendo su rostro en mi cuello, besando mi mejilla en un tierno beso, como el que le darías a un bebé. Y así me siento a su lado, como una pequeña niña, su princesa. Giro por completo para observar sus ojos, aquellos brillantes y ahora llorosos. La sonrisa más sincera cuando se muerde el labio para contener las lágrimas. Se acerca a mí y recibo un beso en la frente, diciendo aquellas palabras que tanto extrañaba oír.
Mi mano acaricia su cara, sus ojos verdes se cierran. Unas lágrimas caen mojando mis dedos y el corazón se me comprime, porque nunca en toda mi vida podré conocer a un hombre con el alma tan transparente como la de Tad.
—Perdón por engañarte, por mentirte, Tadie.
—No importa, bebé —besa mi mano—. Ya no importa. Pero, por favor, no me dejes.
Su mano también acaricia mi rostro y se desliza hasta mi hombro sin más intenciones que demostrarme todo el afecto que me tiene.
—Te extrañé mucho.
—Y yo a ti, princesa. Te extrañé como no tienes idea.
Vuelvo a recostarme mirando al techo, cortando con aquella pequeña charla que no debió llevarse a cabo. En menos de lo pensado giro a ver a Joan, quien ha esperado con calma.
Sonríe y me lanzo a sus brazos sin cavilar demasiado. Nos hicimos mucho daño, siempre fue mutuo.
—Cuando estabas inconsciente te hice una promesa —comenta—. Si te ponías bien te dejaría libre, y aunque ahora me cueste mucho mantenerla lo haré —asiente—, porque solo quiero verte feliz.
—Joan... pero...
—Te amo — dice mirándome a los ojos—. Nunca pensé que una niña como tú podría volverme tan loco.
Me levanto de repente. Lloro sentada en medio de la cama. Ambos me abrazan intentado darme consuelo, pero es en vano, son los menos indicado para hacerlo.
—Los amo —digo entre sollozos—. No estoy mintiendo. Perdón.
—Shh, calma —Me abraza Joan—. Los tres lo hacemos, está bien.
—No llores, por favor, sabes que no me gusta que lo hagas.
Caigo contra el colchón. Los dos se abalanzan sobre mí besando mis mejillas, besando mis manos. Soy débil, muy débil.
Beso a Joan con suavidad y él me recibe complaciente con sus lindos labios que saben a paraíso, que saben a cielo. Y cuando me separo beso a Tad, quien me baja al infierno y me quema mi entidad abstracta en un abrir y cerrar de ojos.
Imparten besos en mi cuello logrando persuadirme una vez más. Sus labios recorren el contorno de mi brasier, sus dedos serpentean por mi abdomen en un zigzag cariñoso y placentero, hasta que caigo en cuenta que la caída será más dolorosa después.
Saboreo sus bocas con hambre, con necedad. Bajo las circunstancias no voy a estar derrotada, pero tampoco puedo salir ilesa.
—Te amo, Jadie —Jadea Joan en mi oído y me dejo caer a sus dulces manoseos.
—También te amo, lo sabes.
Tad me reclama y me cuelgo en su cuello marcándolo de la forma que tanto le gusta; sin embargo, él sigue manteniendo la suavidad conmigo.
Se liberan de sus remeras, desprenden sus pantalones. Mi camisa se encuentra desabotonada y desconozco el momento exacto en el que sucedió.
Ellos están agitados, excitados, necesitados de mí tanto como yo de ellos. Pese a ello, me detengo.
—Esto está mal, no quiero —digo antes de comenzar a prender los botones de mi camisa.
—No está mal si los tres queremos—insiste Tad—. Escucha, lo hablemos con calma, bebé.
—Jadie, quédate un momento —pide Joan, volviendo a vestirse—. Actuamos impulsivos, no tiene que ser así.
—¡Vamos a volver a lo mismo, no!
—Solo escoge a uno—suplica—. Por favor, escoge a uno.
De a poco doy pequeños pasos hacia la puerta. Ninguno de ellos intenta impedirlo, entonces sé que me han entendido y aceptan que la decisión la tome por mí misma.
Miro a Tad con su torso desnudo y su cabello desarreglado. Mantiene una rodilla flexionada sobre la cama y el pie sobre el suelo a punto de impulsarse. La remera la tiene en la mano, está a la espera de mi respuesta.
Carga un enorme dolor en sus pupilas y yo muero por cuidarlo, por hacerlo feliz, pero no puedo dejar a Grant.
Joan se encuentra vestido, sentado en la punta de la cama con los ojos aguados. Por segunda vez lo veo llorar y es mi culpa. Él tiene esa particularidad de que los ojos le brillan por deseo o por lujuria; no obstante, ahora brillan por amor, y su corazón es maravilloso. Yo quiero ser la mujer de Joan, pero no puedo dejar a Tad.
—Parece que no me importa, pero es todo lo contrario. No crean que al alejarme no desee buscarlos. Los amo, los amo tanto que no puedo tenerlos a ambos.
Los dos son como el cielo, por más que intente escalar a la montaña más alta que exista nunca los voy a poder alcanzar, nunca los voy a poder tener para mí, ni la gente lo va a poder aceptar. De tanto intentar escalar esa montaña, de enfrentar aquellos obstáculos, me he dado de cabeza contra el suelo miles de veces. Y ya no tengo ganas, he perdido las fuerzas de luchar contra algo que no puede ser.
Ninguno de los tres quiso enamorarse. Este juego compuesto por 10 reglas iniciales que variaron con el tiempo era obsesivo y sin salida. No había comodines para avanzar, no había opciones para huir, solo consistía en permanecer los tres en una constante lucha sentimental. Y a pesar de nuestras diferencias, de nuestro carácter que para nada se conllevaban, el sentimiento fue hermoso.
Por primera vez nos habíamos enamorado los tres, en una completa y desafortunada vida. A esta altura ya me estoy muriendo, los estoy matando, nos estamos hiriendo más.
En el amor y en las relaciones siempre hay reglas establecidas, pero hay tres fundamentales. No mientas, no engañes, y no hagas promesas que no puedes cumplir. Nosotros tres estamos rompiendo todas.
FIN
¿Qué les pareció el final? Necesito leer sus comentarios.
PD: Falta el epílogo y mi nota de autor con noticias importantes.
GRACIAS POR TANTO AMOR 💜JK
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